CAPÍTULO 71
Domingo, 29 de abril de 2012
Kate
Las hicieron pasar a una sala de interrogatorios. Kate se puso a tamborilear con los dedos encima de la mesa que tenía delante hasta que la abogada se aclaró la garganta.
—Lo siento, son los nervios —se excusó.
Poco después entró Andy Sinclair disculpándose con una sonrisa por haberlas hecho esperar.
—Gracias por venir, Kate —dijo—. Es importante que tengamos tu declaración. ¿Has traído la cinta?
Se sentaron y escucharon las desdichas de Emma en silencio.
—¿Ya habéis hablado con Emma? —preguntó Kate mientras Sinclair metía la cinta en una bolsa y procedía a etiquetarla.
—No. Estamos consultando a un psicólogo cuál es la mejor manera de abordar el tema. Y después de escuchar esto de cabo a rabo, estoy seguro de que será mejor que no nos precipitemos si no queremos que el asunto nos estalle en las manos. Tendremos que tratarla con mucha consideración —explicó el inspector antes de iniciar el interrogatorio—. Bueno, y ahora…
Kate cogió aire y relató una vez más la conversación que había tenido con Emma en el muro del local de los escoltas y en el coche para que Sinclair pudiera grabarlo. Fue una sensación extraña la de encontrarse en el otro lado de una entrevista, e interrumpió a Sinclair unas cuantas veces para matizar las preguntas que él le hacía.
—Gracias, Kate. Creo que ya lo tengo —dijo con una sonrisa. «Entonces todavía somos amigos», pensó ella.
Sinclair le pregunto qué la había llevado a asistir al reencuentro de las viejas compañeras.
—No eres de la zona, ¿no? —preguntó.
—No, estaba trabajando. Buscaba gente que hubiese vivido en el barrio y que pudiera saber algo sobre el hecho de que Alice hubiera terminado en Howard Street. Sobre quién podría habérsela llevado.
—Bien. O sea que desenterraste tu disfraz de los ochenta y te presentaste allí, ¿no? Eso sí que es tener recursos.
—Tenía esperanzas de verte por ahí —dijo ella.
—No me quedan bien las lentejuelas —replicó él, y los dos estallaron en una carcajada que rompió la tensión de la sala—. Bueno, sigamos… ¿Qué más sabes acerca del hogar que los Massingham compartieron en el número sesenta y tres de Howard Street?
«Por Dios, ha llegado el momento de abrir la caja de Pandora —pensó Kate—. Será mejor que lo simplifique».
—Nada que no sepáis ya, supongo —dijo ella—. Emma vivió allí con su madre, Jude Massingham, y con otra inquilina que se llamaba Barbara Walker. Actualmente, Barbara vive en otra parte de la calle, en el número dieciséis. Fuisteis a verla…, o uno de tus hombres, al menos.
—Sí, eso es —confirmó él, y subrayó algo con vehemencia entre sus anotaciones.
—Barbara dijo que siempre había un hombre en casa, el novio de Jude, Will Burnside —añadió Kate, y deletreó el apellido para que el inspector pudiera anotar su nombre.
—Bien, gracias —dijo Sinclair, hojeando el expediente—. Muy bien. Sabemos que la casa pertenecía a un hombre llamado Alistair Soames. Lo tenemos fichado por agresión sexual. Cargos menores, por tocar a mujeres en el metro y esa clase de cosas. Parece que salió en libertad condicional a finales de los setenta. Y justo después compró las casas de Howard Street.
—¡¿Un agresor sexual condenado?! —exclamó Kate—. Fui a verlo hace unas semanas.
Sinclair abrió más los ojos al oírlo.
—Vive en un piso roñoso en la parte sur de Londres —explicó Kate—. Seguí su rastro para ver si sabía algo sobre el caso.
—Joder, Kate, ¿hay algún lugar en el que no hayas estado? —replicó Sinclair.
Kate le lanzó una mirada fugaz a la abogada, que asintió de un modo casi imperceptible. Estaba segura de que Andy Sinclair se había dado cuenta.
—El caso, Andy —empezó a decir Kate—, es que Soames nos dio unas fotos de los años ochenta para ayudarnos a identificar gente, y entre ellas encontré un sobre lleno de polaroids.
El inspector no ocultó su interés.
—Las fotos son de mujeres y chicas que parecen drogadas —dijo—. En algunas también aparece Soames.
Sinclair echó atrás su silla y soltó un silbido aspirado.
—Y supongo que aún tienes esas fotos, ¿no?
Kate abrió su bolso, sacó el sobre y extendió las polaroids sobre la mesa.
El inspector Sinclair y Kate estudiaron cada rostro con detenimiento, con reverencia, prestando a las víctimas la atención que merecían.
Kate se preguntaba si el inspector reconocería a Barbara y la buscó entre las imágenes. Sin embargo, se topó con otra a la que no esperaba encontrar.
Clavó un dedo en una fotografía y le dio la vuelta para verla mejor.
—¡Dios mío, es Emma! —exclamó Kate—. Emma… —repitió. De repente se sintió incapaz de contener las lágrimas y desvió la mirada para recomponerse.
Sinclair cogió la fotografía y la estudió durante un rato.
—¿Esta es nuestra chica? —quiso saber.
—Sí, estoy segura de que es ella. Al fin y al cabo pasé ayer casi toda la noche mirándola —dijo Kate, y acto seguido se sonó la nariz—. Lo siento —añadió.
Estaba dando sorbitos a una reconfortante taza de té cuando un agente joven asomó la cabeza por la puerta.
—Señor, hay una mujer… Bueno, de hecho son una pareja… Quieren verle. Están en el despacho principal.
—¿De qué se trata, Clive? —preguntó el inspector—. ¿Puede esperar?
—No estoy seguro, señor. Dicen que es sobre el bebé.
Kate y Andy volvieron la cabeza de repente para mirarlo.
—¿Sobre el bebé? ¿Cómo se llaman?
—Emma y Paul Simmonds —dijo, consultando una hoja de papel que tenía en la mano.
—Mierda —exclamó Sinclair—. Que esperen en la sala nueve. Ofréceles una taza de té o algo. Los atenderé dentro de cinco minutos.
Kate se lo quedó mirando.
—Ha venido a verte. Tiene algo que contarte. Dios mío, ¿te importaría que…?
Había oído casos de colegas que habían recibido permisos especiales para seguir interrogatorios a través de un vidrio de visión unilateral.
—Olvídalo. Esto es un asunto policial —dijo Sinclair—. Hablaremos más tarde.
Kate recogió sus cosas y empezó a guardarlas en su bolso.
—Espera. Deja las polaroids aquí —ordenó el inspector—. Las necesitaremos.