CAPÍTULO 31
Lunes, 2 de abril de 2012
Jude
El agua hervía con furia dentro de la jarra eléctrica (había olvidado cerrar la tapa una vez más) y Jude apagó el interruptor del enchufe. Se había pasado el día así, perdiendo cosas y dejando las que no perdía en lugares inadecuados. Solo podía pensar en Will.
—Por el amor de Dios —dijo en voz alta—, eres demasiado vieja para comportarte de este modo por culpa de un hombre.
Se rio, algo aturdida por los sentimientos que volvían a aflorar en ella.
«Me pregunto qué aspecto debe de tener ahora», pensó por enésima vez mientras se pasaba la mano por el pelo, manteniendo la cabeza bien alta para estirar las arrugas del cuello.
Marcó el número de Emma de nuevo y colgó antes de que se estableciera la conexión. Estaba desesperada por hablar con alguien sobre Will, pero lo que había ocurrido el día anterior con su hija le dejó claro que esta no querría saber nada al respecto. Sin embargo, Emma era la única persona que conocía a Will tanto como ella misma. «A estas alturas ya se habrá hecho a la idea», se dijo a sí misma mientras volvía a descolgar el teléfono.
—Emma, soy yo —dijo—. ¿Cómo va el trabajo?
—Ah, hola. Estaba a punto de llamarte para agradecerte la comida de ayer —contestó Emma.
—Siento haber dicho que te pondrías enferma, Em —se disculpó Jude. Quería hacer las paces cuanto antes para poder hablar sobre Will.
—No pasa nada —respondió Emma, en voz más baja—. Siento haber reaccionado de tan mal humor. Estaba un poco cansada.
—Seguramente trabajas demasiado. En cualquier caso, me gustó verte y ponerte al día de cómo me van las cosas.
El silencio de Emma fue tan rotundo como un toque de campana, pero Jude lo ignoró y continuó hablando con determinación sobre la llamada de Will y la posibilidad de volver a ver a su exnovio, sobre lo que debería ponerse y sobre qué hablarían.
—Me pregunto qué aspecto debe de tener hoy en día —dijo Emma en cuanto Jude se detuvo un instante para respirar.
—Hace un momento pensaba exactamente lo mismo, Em —replicó Jude con entusiasmo—. Siempre fue bastante guapo, ¿no crees? Todas estábamos enamoradas de él, ¿verdad?
—Mmm…, bueno, yo no —susurró Emma, en voz tan baja que a Jude le costó oírla.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que yo no —repitió Emma, levantando un poco la voz.
—Vamos, Em, sí que lo estabas. Siempre estabas a su lado, pendiente de todo lo que decía. Incluso fuiste a esa fiesta con él. ¿No te acuerdas?
Visualizó a Emma, toda ojos y piernas de adolescente, frente al umbral de la cocina, disputándose con ella la atención de Will. Cuando esto ocurría, Jude resoplaba y él se reía de esos celos.
—Bueno, sin duda tuvo un gran impacto sobre mí —dijo Emma—. Eso sí.
—Pues eso —replicó Jude.
—Me habría pasado con cualquier hombre adulto —constató Emma—. No sé si te acuerdas.
—Dios mío, no empecemos con lo del padre perdido, Em. Will no era tu padre.
—No —dijo Emma—. No lo era.
Titubeó un poco, y Jude esperó que fuera su hija quien lo dijese.
—Y luego te obligó a echarme de casa cuando solo tenía dieciséis años —soltó Emma.
—No es verdad —le espetó Jude—. La decisión la tomé yo basándome en tu comportamiento. Era imposible vivir contigo. Y además dinamitaste nuestra relación.
—¿Quieres decir entre tú y yo, o entre tú y él? —preguntó Emma.
—Las dos. Intentabas ahuyentarlo con tus mentiras y tus berrinches.
—¿Mentiras?
—Cuando decías que lo habías visto ligando con otras mujeres intentabas destruir nuestra relación. No puedes negarlo, Emma.
—No lo niego. Pero realmente lo vi ligando con aquella mujer que vivía más abajo en nuestra calle.
Jude se puso furiosa otra vez, con su hija y consigo misma.
—Fue una charla inocente —siseó—. Ella lo negó todo.
—Bueno, ¿qué esperabas? —recriminó Emma.
—Mira, ya sé que no fui una madre perfecta, pero tú tampoco fuiste la mejor hija del mundo que digamos.
—Pero la adulta eras tú, Jude —afirmó Emma. La discusión volvió a transcurrir por las mismas roderas de siempre—. En cualquier caso, no me sorprende que quieras volver a verlo. Al fin y al cabo, fue él quien te abandonó a ti.
—Las cosas han cambiado —soltó Jude con firmeza, como si quisiera cerrar el tema. Sin embargo, una voz sonó dentro de su cabeza: «Y estoy muy sola».
«Debería haber continuado trabajando. Fue una estupidez jubilarme tan pronto».
Había dejado la abogacía después de que sus padres murieran y le dejasen algo de dinero.
«Estoy harta de todo esto —había dicho—. A partir de ahora me dedicaré a no hacer nada. Por las tardes iré a conciertos y visitaré museos».
Aun así, no había conseguido acostumbrarse a gozar del tiempo libre y chocaba con ello continuamente. Contra la vida, en realidad.
—Bueno, depende de ti, Jude —dijo Emma—. Pero ten cuidado.
Más tarde, la frase siguió resonando en la cabeza de Jude. Aunque se las arregló para silenciarla. «Las cosas han cambiado», se repetía a sí misma.