CAPÍTULO 59
Sábado, 28 de abril de 2012
Kate
Cuando Kate llegó al coche, se encontró a Mick apoyado en él.
—Fíjate qué emperifollada que vas. ¿Cuánto cobras esta noche? —gritó Mick al ver que se acercaba.
—Cierra el pico. ¿Qué haces aquí, Mick? —le espetó ella.
—Me ha mandado la redacción gráfica. Para tomar fotos de no sé qué reunión a la que asistirás. ¿No te lo han dicho?
—No —respondió Kate—. Cualquiera diría que trabajamos en el sector de los medios de comunicación. Mira, no estoy segura de lo que podrás hacer. Es una especie de expedición de pesca. Asisto a la fiesta para buscar a gente que vivía por aquí cuando enterraron a Alice Irving. En realidad no habrá nada que fotografiar.
—Joder con la redacción. Era mi día libre. Nunca preguntan lo suficiente antes de mandar a alguien —se quejó Mick después de tirar la colilla del cigarrillo.
—Lo siento —se disculpó ella—. Pero mira, algo podrás hacer. Me han dado una foto y necesito sacar copias. ¿Puedes hacerlo por mí?
—Sí, claro —respondió Mick, encogiéndose de hombros.
Kate empezaba a temblar de frío. Se había dejado el abrigo en el coche para ir a casa de Barbara.
—Entremos en el coche —ordenó ella—. Te lo contaré mejor mientras entro en calor.
Le dio la fotografía de estudio en blanco y negro de Barbara y él la observó con detenimiento.
—Una cara preciosa. ¿Quién es?
Kate lo puso al día sobre Barbara, sobre el 63 de Howard Street y sobre Al Soames mientras él fumaba un cigarrillo tras otro, con cuidado de mantenerlo fuera del coche por la ventana del pasajero, como si con el gesto consiguiera alguna diferencia respecto a la niebla azulada que llenaba el vehículo.
—Y hay otras fotos —dijo ella.
—¿Otras? ¿Qué, más fotos de estudio?
—No, polaroids de mujeres inconscientes. Algunas, chicas muy jóvenes. Las encontré en el piso de Soames. Creo que Barbara podría ser una de ellas. No las tengo aquí, pero te las enseñaré mañana.
—Joder. ¿Se lo has dicho a Terry? —preguntó.
—Dame tiempo, Mick. Todo esto acaba de suceder. No esperaba conocer a una de las víctimas de Al Soames. Me estaban maquillando y al cabo de un minuto la historia llegó de sopetón. Sea como sea, quiero pensar en ello antes de contarlo en la redacción de noticias. Ya sabes cómo son: van a todo gas. No sé si Barbara sabe lo que le ocurrió. Podría destrozarla. Será necesario tratar el tema con muchísimo cuidado.
—Sí, tienes razón. Pobre mujer.
—Para empezar, tengo que encontrar al otro tipo de las fotos —dijo Kate, y deseó no haber dejado de fumar—. Vamos, vete —le ordenó, soplando el humo del tabaco y, de paso, la tentación—. Mañana hablaré con Terry. Esta noche no podemos hacer nada.
Mick sonrió.
—De acuerdo. Estaré en la oficina mañana si me necesitas —dijo antes de tirar el cigarrillo.
Una manada de divas de discoteca pasó de largo trotando, chillando y agarrándose unas a otras.
—¡Buenas noches, señoras! —gritó Mick cuando ya estaban de espaldas.
—Será mejor que me marche, me esperan —dijo Kate mientras cogía el sombrero de fieltro púrpura del asiento de atrás.
—Bueno, vale. ¿Puedo ir? Soy un crack en la pista de baile —comentó Mick, imitando las muecas de John Travolta y golpeando con la mano el retrovisor, soltando tacos.
—Ya lo veo, Mick. Pero ya tengo una cita. Mejor vuelve a casa y arruínale la noche a tu novia. ¿Cómo está la santa de Anna?
—Aguantando —respondió con una sonrisa, y le dio un golpecito con el dedo en el ala del sombrero antes de salir del coche. Ella esperó hasta que se hubo alejado y ajustó el retrovisor para comprobar qué cara tenía. Suficiente, aunque parecía cansada.
—Las emociones han llegado demasiado pronto —dijo en voz alta.
Se preguntó cómo debía de estar Barbara. Se había ofrecido para quedarse con ella un rato, pero la señora Walker la había echado de casa.
—Márchate —le había dicho—. Creo que necesito estar un rato con los ojos cerrados.
—Claro. Descansa. Pero te llamaré mañana por la mañana, Barbara —le había dicho Kate.
—Vamos —le habló a su reflejo. Joe no tardaría en llegar y terminarían pronto el trabajo. Solo tenían que hablar con las amigas de Toni para ver si podían conseguir alguna pista sobre quién había traído a Alice al barrio—. Una hora, como mucho; y luego, a casa.
Joe entró en escena corriendo para demostrar que era consciente de lo tarde que llegaba.
—Con esa camisa te pareces a Donny Osmond —dijo ella al verlo jadeando junto al coche.
—El autobús se ha quedado atascado entre el tráfico y un borracho me ha llamado «maricón de mierda».
—No importa, yo también he tenido una tarde movidita. Pero ahora entraremos y nos camelaremos a todo el mundo. ¿Preparado?
Él asintió y enderezó la espalda.
La música estuvo a punto de arrebatarle el sombrero de la cabeza nada más cruzar la puerta.
Gloria Gaynor cantaba a voz en grito Never Can Say Goodbye y el local de los escoltas estaba lleno de vestidos de tubo con lentejuelas y minifaldas que revelaban piernas que ya no eran aptas para esa prenda. «Oxfam ha tenido una buena semana», pensó Kate. Vio la cara de estupor de Joe y soltó una carcajada.
—¡El cielo de las madres! —le gritó a la oreja—. Tú acércate a la barra y habla con las mujeres que hay allí. Yo me encargaré de la pista de baile.
Kate se estaba sumergiendo en la multitud con los brazos en alto, en una especie de homenaje a los primeros compases de Girls Just Wanna Have Fun, cuando Toni se le acercó y la envolvió en un abrazo.
—¡Esto es genial! —gritó Kate—. ¡Has hecho un trabajo fantástico, Toni!
La dueña del pub levantó los dos pulgares frente a Kate y le chilló en la oreja que la siguiera.
Se abrieron paso entre la gente que bailaba, esquivando los brazos desenfrenados, y llegaron a una mesa que estaba cerca de la salida de emergencia.
Toni se encargó de las presentaciones, señalando y gritando los nombres.
—Estas son Jill y Gemma —gritó. Las dos morenas asintieron frente a Kate sonriendo con sinceridad—. Y estas son Sarah B. y Sarah S. Y Harry.
Kate saludó a todas. Harry levantó una ceja en un gesto de asombro al reconocerla.
—Kate es el motivo por el que estamos aquí —aulló Toni—. Fue ella quien me dio la idea. Vamos, este es mi disco preferido. Quiero pasarme la noche bailando.
Cuatro de las mujeres se unieron a ella enseguida y Kate se quedó atrás con Harry.
Intentaron hablar, pero era imposible entenderse.
—¡¿En el lavabo?! —gritó Harry al fin, y las dos se encaminaron hacia allí.
—Mientras tanto, volviendo al club de juventud… —dijo Kate cuando llegaron al tradicional santuario adolescente y le cerraron la puerta en los morros a la música.
Harry la miró de arriba abajo.
—¿Qué haces aquí? —siseó.
—Toni me invitó. Ya sabes por qué estoy aquí.
En ese instante, la puerta del cubículo se abrió de golpe y porrazo, a la vieja usanza, y apareció una mujer ataviada con un vestido azul precioso. Kate la observó con detenimiento.