CAPÍTULO 17
Miércoles, 28 de marzo de 2012
Kate
Cuando salió del lavabo, reinaba un silencio extraño en la oficina. No había nadie hablando o tecleando, ni siquiera los de la edición digital, y nadie levantó la cabeza para mirarla. El «Buenos días a todos» de Kate se quedó a medias; la última parte, «a todos», se la tragó el ruido que hizo al sentarse.
—¿Qué pasa? ¿Ha muerto alguien? —le preguntó con un susurro al de sucesos.
Este levantó la mirada con los ojos cansados e inyectados en sangre.
—Todavía no —respondió él.
—Dios mío, tienes muy mal aspecto —exclamó Kate—. ¿Qué hiciste ayer por la noche?
—Salir con el Mayor. Y él está peor que yo.
Kate se dio la vuelta para echarle un vistazo al corresponsal de defensa, al que llamaban «el Mayor», y se rio al verlo.
—¿Ha empalmado? —preguntó.
—Ocúpate de tus asuntos, Kate. Veo que no has consultado el correo todavía, ¿verdad?
—No, he salido tarde de casa. ¿Por qué?
—Viene otra criba. Los hombres de negro, una vez más —anunció él—. Habrá recortes, dicen que sobran cincuenta y dos personas de todas las cabeceras. Siete de ellas de nuestra redacción.
—¿Siete? ¡Dios mío! Eso equivale a la mitad de los periodistas —dijo, mirando a su alrededor y contando a sus colegas mentalmente.
—No seas tonta. Al menos somos treinta —dijo él.
Kate se quedó de piedra.
—Los del digital, Kate.
—Ah, sí —respondió ella—. Bueno, pero a ellos no les pegarán una patada en el trasero. Mierda… ¿A quién de nosotros le tocará?
El de sucesos negó con la cabeza.
—Dos correctores, pero todavía no han invitado a nadie a tomar el café de la muerte. Estamos a la espera.
Los dos sabían quién tenía todos los números. Gordon Willis era viejo, tenía mal carácter, aborrecía las nuevas tecnologías y lo más importante de todo: cobraba un sueldo astronómico. Kate intentó que se le ocurriera algo positivo.
—El otro día hablé con Colin Stubbs. Te manda recuerdos, por cierto —dijo ella. El de sucesos asintió con aire preocupado—. Dice que dejar el periodismo ha sido la mejor decisión que ha tomado en la vida.
—¿De verdad? Hace meses que no lo veo. Pensaba que la bruja de su esposa lo había encerrado en el sótano. Mira, voy a buscar el parte diario al Yard, no soporto quedarme aquí sentado esperando malas noticias. Avísame si ocurre algo.
—Claro —dijo ella—. No te preocupes, tú eres demasiado valioso para ellos.
—Gracias, Kate —dijo él, intentando sonreír—. Hasta luego.
Kate observó al de sucesos, que se dirigió hacia el ascensor arrastrando los pies, con el cuello de la chaqueta medio levantado, el pelo de la nuca revuelto y el cuaderno asomando por el bolsillo. Asintió con la cabeza al pasar junto al despacho de Terry, pero este no le devolvió el saludo. «Mala señal —pensó ella—. La manada abandona a uno de los suyos».
Kate pensó en su propia situación. Estaba segura de ocupar alguna posición de la lista, sin duda la edad y el sueldo jugarían en su contra, pero cruzaba los dedos para que otros aceptaran gustosos el dinero de la indemnización antes de que llegaran a su nombre. No quería marcharse. No se le ocurría ninguna otra profesión a la que pudiera dedicarse, y no le parecía que valiera la pena vivir sin trabajar. ¿Qué haría durante todo el día? ¿Mirar la tele y resolver sudokus? Antes prefería morirse. Antes prefería dedicarse a escribir basura sobre famosos. Pero lo que de verdad necesitaba era un buen reportaje.
Terry se acercó a su mesa y Kate levantó la mirada.
—¿Todo bien, Kate? —preguntó—. Tienes muy mal aspecto.
—Gracias, Terry, eres muy amable. Estoy bien, solo es un tema doméstico. Mi hijo mayor.
—¿Qué le pasa a Jake? —preguntó Terry—. Yo estoy harto de mis hijos. Solo me quieren por el dinero y para que los lleve en coche a fiestas.
—Tiene dudas con la universidad, pero ya lo resolverá por sí mismo —dijo ella.
La noticia de que el de sucesos se marchaba llegó más o menos a las seis y media. Lo suficientemente tarde para que pudieran echarlo del edificio sin que montara mucho escándalo si se lo tomaba mal. Lo convocaron en el despacho del director ejecutivo y un cuarto de hora más tarde salía de allí como experiodista del Post.
—Me han dado una porrada de dinero —le dijo a Kate mientras empezaba a meter sus cosas en una bolsa de basura negra—. Estaré bien, ha llegado el momento de cambiar. Ya llevaba aquí demasiado tiempo.
Los dos sabían que no habría más empleos después de ese. Era demasiado viejo. Y de la vieja escuela.
—Lo peor será contarlo en casa —dijo—. No sé si llamar a Maggie o esperar para decírselo cuando la vea. Vete a saber cómo reaccionará. Seguramente a todo volumen.
—Vamos, hombre, Maggie lo comprenderá —dijo Kate. En la oficina conocían a la esposa del de sucesos como «la mujer de hierro», por lo que en realidad no confiaba en absoluto en que se mostrara comprensiva: no había testigos de que tuviera esa faceta. Sin embargo, Kate intentó no ahondar en lo negativo del caso.
—Ya veremos —dijo él, negando con la cabeza.
—Sea como sea, ¿dónde celebraremos que te marchas de Fleet Street? Seguro que todos querrán despedirse de ti como corresponde —dijo Kate, recogiendo un sobre perdido del suelo.
—Sí, ya pensaré en algún sitio. Me gustaría ir al Cheshire Cheese, es donde me llevaron el primer día que trabajé en un periódico nacional, en la edad de piedra. Solíamos ir cuando empezaban a imprimir. El edificio entero vibraba, y el ruido… —Se le empezó a quebrar la voz y prefirió callarse, fingiendo que comprobaba que no quedaba nada en los cajones—. Seguramente será el viernes —dijo al fin—. Cuando lo haya digerido del todo. Se lo diré al Mayor. Él ya os rebotará un correo electrónico a todos los demás. —Miró a su alrededor en la oficina y dejó caer los hombros—. Bueno, será mejor que me marche.
Terry se acercó y los otros periodistas empezaron a ponerse de pie.
—Buena suerte, tío —gritó el Mayor desde el otro lado cuando el de sucesos recogió la bolsa de basura que contenía las pruebas de su carrera periodística.
Kate cogió su cuaderno y empezó a golpear la mesa con él. Los demás periodistas la imitaron, y los correctores y el resto del personal se unieron a la cacofonía aporreando las mesas con los puños o cualquier otra cosa que tuvieran a mano. Despidieron al de sucesos dando golpes, como mandaba la tradición. Fue un estrépito cargado de emoción en un mundo nuevo gris. El de sucesos lloraba cuando salió de la oficina por última vez.
Cuando la puerta se cerró tras él y el ruido cesó, todos se quedaron conmovidos y llorosos.
—Salgo a tomar algo —dijo el Mayor—. Necesito una copa.