CAPÍTULO 75
Martes, 1 de mayo de 2012
Angela
El fin de semana con Louise había empezado de un modo desastroso. Su hija había reservado plaza en un balneario para las dos y le dijo que podría recibir masajes y simplemente relajarse, lejos de todo. Sin embargo, aquello estaba lleno de despedidas de soltera y, por tanto, de mujeres escandalosas que saturaban los jacuzzis y se emborrachaban en grupo en el salón.
En cuanto se sintieron superadas por el jaleo, Louise y Angela se retiraron a la habitación de calefacción excesiva y cama doble, y fingieron leer durante un rato mientras esperaban sus respectivos tratamientos. Angela se percató de que el punto de libro de su hija no se movía en los dos días que pasaron allí. Todavía sobresalía cinco centímetros de la cubierta, como el primer día. Sin embargo, ella misma no había tenido más éxito ocultando lo que pensaba tras la novela de playa que había elegido.
No le dijo a Louise que había llorado durante los masajes; las reconfortantes manos de las esteticistas habían conseguido que se sintiera indefensa y había tenido la necesidad de disculparse. Todo el mundo se mostró muy comprensivo cuando se justificó, en una ocasión incluso con demasiado énfasis: Angela acabó relatando todos los detalles de la desaparición de Alice mientras estaba tendida en la camilla.
El domingo por la tarde las dos habrían vuelto a casa con gusto, pero decidieron quedarse a pasar la noche ya que habían pagado el alojamiento hasta el lunes por la mañana. Angela acabó alegrándose de haber tomado esa decisión, porque las de los grupos de bodas ya se habían marchado y pudieron sentarse tranquilamente a hablar.
Louise le contó a su madre lo que había significado para ella crecer en una familia tan marcada por la tragedia. Por primera vez no se dejó nada en el puchero, y llegó a admitir que en ocasiones había llegado a odiar a Alice por haberles arruinado la felicidad a todos.
—Sé que no era más que un bebé, mamá, pero nunca pensé en ella como tal. No llegué a conocerla, ni siquiera he visto fotos suyas. No era más que una nube negra que lo cubría todo. Nadie podía hablar sobre ello sin que te echaras a llorar. Me alegro de que la hayan encontrado, aunque tú sigues llorando su pérdida.
Angela se sintió culpable. Se había centrado tanto en sus propios sentimientos y había protegido a sus hijos con tanta determinación que ni siquiera había sido consciente de la infelicidad que había provocado.
—Al cabo de un tiempo, tu padre me dijo que no hablara sobre ello para no alteraros a Patrick y a ti —explicó Angela—. Ojalá hubiera sabido cómo te sentías. Intentaré no llorar más. Tienes toda la razón, tenemos que seguir con nuestras vidas. Celebraremos el funeral de Alice en familia, ¿te parece bien?
Louise asintió y alargó el brazo para cogerle la mano a su madre.
—Por supuesto, mamá.
—Y luego nos centraremos en el futuro —dijo Angela—. En ti, en Patrick y en mis nietos.
A Angela se le aclaró la cabeza nada más llegar a casa y enseguida empezó a hablar con el vicario de la parroquia sobre la celebración de un funeral por Alice, y a pensar en himnos y lecturas de pasajes. Hacía semanas que no se sentía tan bien, y Nick dejó de preocuparse en exceso por todo lo que hacía su esposa.
—Tienes buen aspecto, cariño —le dijo una mañana—. ¿Te apetece salir a cenar esta noche? Hace meses que no te llevo a ninguna parte.
Y ella le sonrió y le dijo que sí.
Sin embargo, una hora más tarde llamó la abogada Turner. Angela descolgó el teléfono e informó a Nick de que se trataba de Wendy articulando su nombre con los labios, con la satisfacción de tener noticias suyas: había pensado en preguntarle si le parecía el momento adecuado para celebrar la misa por Alice. Sin embargo, la abogada Turner la interrumpió enseguida.
—¿Ha venido a verte alguien de la prensa hoy, Angela?
—No, Wendy. ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?
—Andy Sinclair y yo vamos a ir a verte. Llegaremos dentro de media hora, será mejor que no respondas si te llaman antes de que lleguemos.
—Dios mío, ¿qué ha ocurrido?
—Te lo contaré cuando lleguemos. ¿Nick está en casa?
—Sí.
—Bien. Nos vemos dentro de un rato.
Se habían sentado a esperar en el salón, pendientes de que llegara el coche, y cuando el inspector Sinclair y la abogada Turner llamaron a la puerta Angela estaba tan nerviosa que ni siquiera pudo levantarse.
Nick los hizo pasar a la sala de estar y Wendy se sentó enseguida junto a Angela y le cogió la mano.
El inspector Sinclair parecía cansado y deprimido. Se dejó caer en una silla junto a la ventana, mirando a Angela y a Nick.
—Siento haberlos hecho esperar tanto —dijo—, pero me ha parecido importante decírselo en persona.
Nadie intentó decir nada mientras el inspector se aclaraba la garganta.
—Tengo una noticia delicada. La investigación ha dado un giro importante. Una mujer se presentó ayer afirmando ser la madre del bebé que encontraron en Howard Street. La verdad es que pensé que solo buscaba llamar la atención, pero las pruebas iniciales a las que hemos sometido su ADN demuestran una coincidencia.
—No —susurró Angela, extendiendo la mano hacia Nick para apoyarse en su marido, que empalideció de repente.
—No puedo creerlo. ¿Cómo es posible? —dijo Nick—. ¿Dónde está el error?
—Nick, no —dijo su esposa.
—Todavía no estamos seguros, Nick —respondió el inspector—. Es raro que se cometan errores en esta clase de pruebas. Intentaremos aclararlo todo cuanto antes.
—Pero ¿cuándo lo sabrán seguro? —preguntó Nick.
El inspector Sinclair extendió las manos en un gesto de impotencia.
—Ya veo —dijo Nick.
—Pero nos dirá algo cuando lo sepa, ¿verdad? —preguntó Angela.
Cuando los agentes se hubieron marchado, Nick y Angela se sentaron a la mesa de la cocina y se miraron fijamente.
—Tiene que ser un error —dijo Nick—. Debemos esperar hasta que lo aclaren.
—No, ha desaparecido —se resignó Angela—. Nuestra hija ha vuelto a desaparecer.