CAPÍTULO 8
Jueves, 22 de marzo de 2012
Kate
Peter, el peón, llamó al día siguiente por la mañana, con voz dubitativa, intentando expresarse en un idioma que para él era extranjero.
—¿Señora Waters? —preguntó—. Soy Peter. John me ha dicho que quería hablar conmigo.
Kate tensó la mano ligeramente para agarrar mejor el teléfono. En realidad no confiaba que acabara contactando con ella.
—¡Peter! Muchas gracias por llamar. Sé que debe de estar conmocionado por lo ocurrido.
—Sí, muy conmocionado —afirmó—. ¿Quién le ha dado mi nombre?
—Bueno, la policía me facilitó información sobre el caso —contestó Kate enseguida. Era evidente que su interlocutor estaba nervioso, por lo que optó por no alarmarlo. Sería más sencillo si se veían en persona, podría recurrir mejor a sus encantos—. Mire, es difícil hablar de esto por teléfono —añadió ella—. Un tema tan delicado… ¿Qué le parece si nos vemos en persona, Peter? Podría acercarme hasta su casa.
Él titubeó un poco.
—Bueno, de acuerdo —convino—. Pero solo un rato. Ahora vivo en casa de un amigo, en Shepherd’s Bush. ¿Podemos vernos allí? ¿En la cafetería que hay junto a la estación, quizá?
—Por supuesto. No estoy muy lejos. Podría llegar en media hora, ¿le parece bien?
Kate ya estaba recogiendo el bolso que había colgado del reposabrazos de la silla. Gordon Willis levantó la mirada. Se entrometía en todas las conversaciones, y encima le había oído mencionar a la policía. Ese era su terreno y lo protegía celosamente.
—¿Qué te propones? —preguntó—. ¿Es algo que deba saber?
—No. Solo es un bebé muerto en Woolwich. Salió en el Standard, Gordon —dijo ella, quitándole importancia a la historia para desviar cualquier interferencia. El de sucesos tenía fama de aprovechar cualquier ocasión para estampar su firma en el trabajo de los demás.
—Sí, ya lo vi —comentó—. Los polis creen que llevaba allí mucho tiempo. Que incluso podría ser antiguo.
—Bueno, se me ocurrió que podía echarle un vistazo. Tal vez hay una buena historia de interés humano detrás.
—Cosas de chicas —afirmó él antes de volver al crucigrama que estaba resolviendo.
Peter estaba sentado frente a una Coca-Cola cuando Kate se acercó a su mesa. Era delgado como un palillo y tenía la piel tan pálida que las venas se le veían a simple vista. Levantó la mirada al ver que ella se le acercaba, se puso de pie y le tendió una mano que a Kate le pareció fría y temblorosa.
—Gracias por atenderme, Peter. De verdad, se lo agradezco mucho —dijo ella con un tono de lo más cordial mientras se sentaban—. Solo quería asegurarme de no cometer errores con el artículo, aunque solo sea por respeto al bebé.
Ese comentario dio en el clavo. A Peter se le llenaron los ojos de lágrimas y bajó la mirada enseguida.
—Era muy pequeño. Apenas se veía entre los escombros —murmuró, como si hablara con su vaso—. No sé qué estaba buscando, cuando de repente vi…
Kate memorizó sus palabras de forma automática y empezó a redactar mentalmente la introducción.
—¿Por qué tenía que cavar precisamente allí? —preguntó ella para intentar sacarlo del escollo y abrir la conversación—. Cuénteme lo que hizo ese día.
Peter vacilaba al hablar y de vez en cuando levantaba la cabeza mientras le contaba que le habían encargado abrir un camino a través de los jardines para permitir el paso de una excavadora.
—Costaba bastante cavar allí. John dijo que hacía mucho tiempo había habido edificios y que habían dejado los cimientos, de manera que habían quedado bajo los jardines. Llovía y el suelo estaba muy resbaladizo por culpa del barro. Recuerdo que estábamos riendo con el conductor de la excavadora porque ya nos habíamos caído los dos. Hasta ese momento fue divertido… —dijo, aunque enseguida pareció sorprendido por su propia falta de seriedad.
—No pasa nada, Peter —le disculpó Kate—. No es ninguna falta de respeto. Simplemente ocurrió así, en ese momento se estaba divirtiendo y eso no puede cambiarlo.
El peón asintió para agradecer el comentario y se inclinó para apoyarse en los codos antes de llegar al clímax de la historia.
—Estaba apartando un macetero de cemento enorme y el conductor regresó a la cabina para pasar con la excavadora por el hueco que yo estaba abriendo. Y entonces lo encontramos. Estaba enterrado bajo la superficie, pero al arrastrar la maceta la tierra quedó revuelta y cuando metí la mano…
Se le quebró la voz y empezó a llorar, cubriéndose la cara con aquellas manos enrojecidas y agrietadas.
Kate le tendió una servilleta barata, demasiado delgada y lisa para absorber nada, y le tocó la mano ligeramente.
—Por favor, no se torture, Peter. Nada de esto es culpa suya. Además, tal vez de este modo pueda enterrarse al bebé como corresponde.
Peter levantó la mirada.
—Eso es lo que me ha dicho el párroco. Estaría bien.
—¿Había algo más junto al cuerpo? ¿Ropa, juguetes? —preguntó ella con la esperanza de encontrar más detalles que pudieran aproximar el bebé a los lectores. Sabía muy bien que a la mayoría de la gente no le importaban lo más mínimo los esqueletos.
—No, no vi nada de nada. Unos papelitos, pequeños como confeti, según mi jefe. Yo no pude volver a mirar después de sacar el primer hueso.
—Debió de ser terrible para usted —dijo Kate, y echó una rápida ojeada a su reloj aprovechando que cogía la taza de té para tomar un sorbo—. ¿Cómo piensa volver a casa? ¿Quiere que llame a un taxi?
Peter negó con la cabeza y se puso de pie.
—Prefiero volver a pie, gracias. Me ayudará a calmarme.
Durante el camino de vuelta a la oficina, después de haber comprobado que había escrito bien el apellido de Peter y de haber pagado la cuenta, Kate se preguntó si el periódico le publicaría el artículo. Tendría que esmerarse para defenderlo en la redacción. De momento, no es que tuviera gran cosa: solo un cadáver y un obrero lloroso. Sin embargo, decidió escribirlo y esperar a ver qué le parecía a Terry.
El artículo apareció en la parte inferior, entre las páginas finales de la edición del sábado siguiente. Kate había conseguido estirar lo que tenía hasta las quinientas palabras, reforzando el emotivo testimonio de Peter con algo de color de Howard Street y una cita anodina de la policía sobre las «investigaciones en curso». Había terminado con una pregunta acuciante, destinada a captar la implicación de los lectores. El redactor la había aprovechado para el titular: «¿Quién es el bebé de las obras?».
Aun así, Kate no quedó satisfecha con el artículo. Consideraba que el hecho de titularlo con una pregunta equivalía a admitir un fracaso. Si se veía obligada a preguntar era porque no había conseguido precisar nada. Estaba segura de que podía obtener algo más, pero necesitaba que el equipo forense de la policía hiciera su trabajo para continuar con el seguimiento.
Y sabía que necesitaba buscar otras historias para que su nombre continuase apareciendo en el periódico y el redactor jefe no se olvidara de que existía.
Sin embargo, no conseguía sacarse de la cabeza la imagen del bebé, envuelto en papel como si fuera basura.
Le costaría olvidarlo.