LIBRO 2

Termópilas, verano 480 a. C.

 

“…No, no lo recuerdo. Reconstruir esa muralla fue arduo y trabajoso, pero ya verán, cuando vengan los esclavos persas y se estampen contra ella, cómo agradeceréis el trabajo de hoy. ¿Dónde nos quedamos anoche? ¡Ah, es verdad! Veo que os ha gustado. ¿Aburrida? ¿Poca sangre? Esperad un poco, ya os he dicho que para llegar allí debía irme hacia atrás, ya verás como al final te gusta. ¿Dónde está aquél que escribía? ¡Anda, ve a por él!

Mientras, os diré a vosotros que no me creo aquello que dicen de los persas, que secan ríos a su paso o que pasan jornadas enteras hasta que todo su ejército cruce el mismo punto. Lo mejor fue lo de Dienekes, hoy en el desayuno, cuando aquel griego escapado de Halicarnaso dijo: “son tantos que sus flechas cubrirán el sol”. ¿Recuerdas tú lo que le contesto nuestro oficial? Pues riendo y sin dejar de masticar ese trozo de pan rancio, las palabras brotaron de su boca, rápidas y desafiantes. No era Dienekes el que hablaba, no, era el espíritu de algún héroe del pasado, tal vez de algún dios, ¿quién sabe? A lo mejor Lyches o Dimas cruzaron el Hades y pusieron esa frase en su boca. “Mejor, así lucharemos a la sombra”. Es que no todos lo comprenden, a nosotros no nos importa cuántos sean, sino dónde están. Hablando de dónde están, tú, escriba, ¿dónde te habías metido? Trae tus cosas que no quiero que esto se pierda. Si, te prometo que habrá sangre, siempre que me prometas que habrá vino. ¿Carne? No, gracias, si quieres te dejo un poco de mi caldo, bah, blandengues. Venga, ¿dónde nos habíamos quedado? Si, ya lo recuerdo, déjame aclarar la garganta, pásame el vino…”

Con tu escudo o sobre él
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