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Ah, aquí estamos de nuevo, se reanuda la sesión —no sé si terapéutica, pero en todo caso sesión, sentados a charlar tranquilamente en estos bancos... Me gusta, esta costumbre de contarnos los unos a los otros vida muerte y milagros, lo que hemos hecho y por qué y cómo lo hemos hecho..., terapia de grupo, pandilla de amigos en el bar, todo queda igual que antes, claro, pero... Cuando regresé a Hobart Town, descendiendo por el Tamar, me concedieron el ticket of leave, que permite entre otras cosas, con una concesión revocable en cualquier momento por el gobernador, buscarse un trabajo. Trabajos, lo que se dice trabajos, los tuve a montones; casi todos, a excepción de los forzados. No conseguí publicar las novelas que escribí en Inglaterra, por la malevolencia de la camarilla literaria, pero la fama de mi pluma había llegado también aquí abajo, y de ese modo me las arreglo en medio de las guerras de tinta que libran los distintos periódicos de la colonia, escribo una historia de los orígenes y la expansión de la Compañía —sin firmar, por prudencia— y algunas biografías y autobiografías de presidiarios, como la de John Savery, bastante parecida a la mía, por lo demás, tal vez copiada de la mía, quién sabe, o la de bushrangers como Howe, señor de la selva y terror de toda la región que se extendía a lo largo del río Derwent, que se les había escabullido un sinfín de veces a los soldados y a los cazadores de recompensas y al fin cayó junto al Shannon. Su cabeza cortada acabó en la plaza de Hobart Town. A propósito, señores, si por casualidad os interesa la mía, por favor, os autorizo desde ahora mismo. Será siempre mejor que esas calaveras de negros que no sé a quién le pueden interesar, aparte de a esos maniáticos disfrazados de científicos...
Estamos fundando un país —esas enormes piedras que sacan los presos del mar son sus cimientos— y por consiguiente, como es obvio, también su literatura. Publico —no, no las he falsificado, sólo algún que otro retoque, es inevitable— las cartas, las proclamas y las extrañas pesadillas de Howe, escritas con sangre en una libreta encuadernada en piel de canguro. En sus orígenes, la literatura está todavía empapada de tierra y de sangre; tiene todavía ese olor encima, crónica de Rómulo que relata la muerte de Remo. Luego el papel pasa de mano en mano, como el dinero, y a fuerza de roces y más roces pierde ese olor, se vuelve sucio, pero moralmente presentable. Los bandidos enseguida se convierten en leyenda, la leyenda enseguida en una rentable empresa comercial, que da sus buenas perras, antes o después depredadas por otros bandidos o acaso incluso por los mismos.
Pero a los bandidos sólo los entiende de verdad un policía, de la misma manera que quienes mejor conocen a las ballenas son los balleneros que las arponean. Y así es como, el 21 de mayo de 1828, aquí está el certificado, me convierto en sargento de policía en Oatlands, una zona particularmente infestada de bandidos. Cuando, en Richmond, arresto personalmente a Sheldon, a quien nadie se atrevía a tocarle un pelo, él está tan sorprendido de que alguien tenga el valor de ponerle las manos encima que casi no opone resistencia. Doy caza a aquellos bandidos uno a uno, en aquellas selvas y entre aquellas montañas, murallas grisáceas, helechos que cortan el cielo encapotado. Sé cómo cazar, porque desde siempre me dan caza a mí: sé adonde lleva el instinto desesperado de fuga, en qué madrigueras se esconde el animal perseguido y lo precedo, estoy esperándolo delante del agujero en el que está a punto de esconderse. ¿Yo, carcelero en Dachau, guardián en Goli Otok?
Traigo a sesenta huidos a Hobart Town, perro atado con cadenas que monta guardia ante lobos encadenados. Nuestros pasos y nuestros machetes se abren camino en la selva; oscuras espesuras de bosque, torrentes, claros de hierba que salen de la oscuridad inmemorial, que adquieren un nombre. Buscamos domesticar lo desconocido con los nombres de la salvación, bautizar la oscuridad primordial y feroz: Jericó, el río Jordán, el lago Tiberíades. Pero también la pequeña nueva historia sangrienta que empieza es una fuente bautismal, que da nombre al mundo que emerge de las tinieblas para entrar en otras tinieblas: Murderer’s Plain, Killman’s Point, Foursquare Gallows. Fue durante aquella caza, en Campbell Town, en el río Elizabeth, uno de los lugares más tenebrosos del territorio, cuando encontré..., no, no a Maria, sino a Norah. No sé si puede usted hacerse una idea...