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¿Le gusta? Mire qué cara —hermosísima y genérica, dice el escrito, como debe ser la belleza, depurada de toda escoria accidental y particular, de toda dolorosa expresividad individual. ¡Si pudiera borrar también de mi cara las arrugas ahondadas por mi corazón, mías y sólo malditamente mías, igual que las cepillo con la garlopa y las aliso en el rostro de este mascarón de proa! Una buena idea, doctor, la de hacernos trabajar, la de no dejar que nos invada la melancolía, que nos estemos con los brazos cruzados; a cada uno su tarea, su especialidad. Ergoterapia, Arbeit macht frei, conozco la cura. No me quejo, porque me distraigo esculpiendo y tallando estas mujeres de madera. Ni siquiera me harían falta, a decir verdad, esos bonitos catálogos ilustrados que me dais para copiar las figuras. No soy lego en la materia, me ganaba también cuatro perras fabricando o reparando algún que otro mascarón para los barcos que llegaban a Hobart Town con la proa y la figura de proa escacharradas. Tampoco me importa si es por eso tener entre las manos esos senos de madera, cepillarlos hasta que se quedan bien lisos y es un gusto acariciarlos, oh, nada indecente, por favor, es que me recuerdan aquellos trabajillos de entonces, intenté modelar también los labios enfurruñados de Norah, ávidos e imperiosos hasta el final, pero... Comprendí que el rostro de esas mujeres que acompañan a los hombres al mar debe ser liso, sereno, imperturbable; ni hablar de mostrar pasión, personalidad. Por lo demás, ¿quién es el guapo que se atrevería a exhibir una personalidad? Sólo un bufón, hecho de falsa e intercambiable carne antes que de buena madera que no engaña a nadie —si es de roble es de roble y si es de pino suizo es de pino suizo, no hay truco, mientras que la carne, en especial la humana, es siempre sofisticada. En cualquier caso, los hombres que viven suspendidos en los abismos tienen ya demasiada furia en el corazón y piden serenidad, o sea, impersonalidad incolora como el agua.

Qué hermosa es esta ilustración, un mascarón de proa blanco de origen desconocido conservado, escriben debajo, en el Museo Marítimo de Amberes. Si se mira de frente tiene una expresión dolorosa, pero cuando estaba en la proa, el lugar para el que había sido hecho, no se mostraba de frente, sino de perfil a los marineros, y ese perfil es impasible, genérico, claridad no ofuscada por ninguna angustia. «Sólo la noble simplicidad y la serena grandeza pueden mantener la mirada de la Gorgona, sostener como una cariátide el intolerable peso de lo real...» Está muy bien dicho ahí en el folleto, pero el hecho es que a nosotros, en cambio, se nos cae encima, nos aplasta, nos espachurra la cabeza. Mire usted, en esas placas de su cajón, cómo se ha hecho papilla mi cerebro.

Trate de imaginar un poco si la cara noble e inexpresiva de ese mascarón de proa de Amberes podría reducirse alguna vez a algo así, ni siquiera Dachau le haría ni fu ni fa. Claro; ni detrás ni dentro hay nada de nada y nadie puede hacerle nada, a esa nada, ninguna mano puede apretarla en el puño ni escacharla, por eso me gustan tanto esas figuras de proa. Me gusta también esculpirlas y construirlas. Si pudiera copiar todas las figuras de ese catálogo, ajenas a toda pasión, a todo dolor e identidad, así sí que valdría la pena ser inmortales... Aquí está escrito que Thorvaldsen, maestro de escultura neoclásica, hizo su aprendizaje en el taller de su padre, que tallaba mascarones de proa para la flota danesa, igual que yo, creador de esas figuras que nadie podrá mandar nunca a trabajos forzados.

Mire qué bien quedan, el torso crece de un vórtice de viento que, en su base, parece encrespar las olas y prolongarse en el atuendo fluctuante, línea ondulada que se pierde en lo informe, pero mientras tanto... Y esos ojos abiertos de par en par al más allá, a inminentes e inderogables catástrofes. Los ojos de Mana..., ni punto de comparación con los míos, ciegos..., eso es, los ojos los hago así, excavando la madera, creando una cavidad, solamente el vacío puede aguantar la vista del vacío; mire cuánto serrín por el suelo, son los ojos triturados de mis mascarones de proa reducidos a polvo, como hacía mi hermano Urban con los zafiros y las esmeraldas, ojos azules y verdes, fríos como el mar de Islandia...

A ciegas
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