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¡Ah, la infancia!, usted quiere la infancia, la adolescencia, sí, en resumidas cuentas, es obvio, doctor, lo que usted quiere es entender, remontarse atrás, al origen y la causa de todo. Bueno, no puede quejarse; no se puede pretender, me parece, ir más atrás todavía. Estamos remontando la corriente, arriba, cada vez más arriba, más atrás, hasta el zigoto, al diploide originario, felizmente trasplantado —no, infelizmente, pero ése es otro problema y ya sé que no le interesa, a nadie le interesa la felicidad. De todas formas, trasplantado en cualquier caso para vivir y sobrevivir, a pesar de todos los Lager de la tierra. Ya sé lo que quiere decirme, se lo leo en la cara, tan indecisa sin embargo —después de todo no se le puede tapar la boca a un paciente, es una de las primeras reglas de la terapia. Esas cosas las descubrieron más tarde; cuando yo nací, no podía nacer ninguna Dolly, todo es una invención mía. Eso es, una invención científica. Los científicos sois todos iguales. Envidiosos, ávidos por ser los primeros en descubrir la verdad; antes no hay nada, sólo toscas creencias primitivas, damnatio memoriae para el que llegó antes. Y en cambio aquel genial desconocido —un emigrado a Australia, displaced person él también— lo había descubierto ya todo por entonces, ya entonces sabía hacernos inmortales a todos, ovejas hombres y diploides; ya entonces en efecto me condenó a la pena eterna de vivir. Mis padres, creo, no podían tener hijos y él, creyendo hacer un bien...
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? La cruz en forma de doble hélice lo ha despuntado; es justo que sea una cruz, cualquiera que sea, la que venza a la muerte —y la que nos venza incluso a nosotros, los muertos en vida, marineros que se habían quedado dormidos por fin en una taberna y que de improviso la cuadrilla de reclutamiento forzoso, haciendo irrupción en el figón en busca de brazos para la chusma de Su Majestad, sacude, despierta de malos modos y obliga, tal vez a porrazo limpio, a levantarse y arrastrarse hacia el barco —como me sucedió aquella vez en Southampton— y a trepar de nuevo por las jarcias, a restregar la cubierta, a maniobrar, a encontrarse una vez más en medio de las tempestades y los cañonazos. ¿Por qué despertar al que duerme? Sería tan feliz, si me hubieran dejado descansar en paz; es horrible esa idea de tenerse que despertar todos juntos, en el último día, un último día feliz que en cambio se convierte en un desgraciado primer día, el principio de la eternidad, del Lager que no tendrá nunca fin...