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En una granja, no lejos de las grutas de lava de Stefán Hellir, hay un bastón de infamia, un báculo con una cabeza de caballo. El campesino, un hombre huesudo y escrofuloso, no recuerda por quién. Infamias se cometen muchas y poniendo un bastón, para señalar la deshonra, no hay posibilidad de equivocarse. En la ciénaga de las ahogadas también ha sido ajusticiada su hija la pecadora. Las muchachas chillan cuando les meten la cabeza debajo del agua; una vez una consiguió escaparse, nadando hasta la otra orilla. Tomaré a los bastardos bajo mi protección, haré con ellos mi guardia, como el sultán con los jenízaros. Y las madres recibirán un subsidio, con tal de que se larguen.