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Me han devuelto el mensaje, si bien no recuerdo haberlo enviado y no sé si pregunto o contesto. ¿Qué le susurraba el mascarón de proa a Jasón, cuando estaba allí en la proa? Él, inerte y triste el semblante, no quería, no se atrevía a saber lo que esa figura veía con su mirada, atónita y dilatada. El mascarón de proa se coloca allí en la proa para mirar, para escrutar algo que a los marineros les está prohibido y les sería fatal saber.
Mientras sus compañeros estaban combados sobre los remos, él, inseguro como de costumbre, miraba el mascarón de proa, aguzaba el oído al susurro de sus frondas de encina que se perdía en el rumor del mar. En el mediodía quieto y cegador, una voz remota le decía que perdiera cuidado, que se envolviera en el vellocino igual que si fuera una manta y se echara a dormir. Ayúdeme a dormir, doctor; el sueño es una empresa heroica, la victoria sobre las ansias y los agobios, sobre el proyecto y sobre la angustia del día de mañana que roen el corazón. No se quede ahí mudo e inmóvil como esa cara de madera, ya sé que los oráculos no hablan, ni ayer ni hoy; el que sabe, calla, y vosotros, los alumnos de Esculapio, sois expertos en sabiduría y en silencio, pero por lo menos una de esas monedas de oro que se disuelven en la boca me la podría dar. He pasado muchas noches insomne, en Goli Otok. En la proa del Argo en cambio era muy fácil dormirse, abolir las cosas. Incluso la luna estaba de más y la veía con alivio declinar y desaparecer al fondo como un pez. Cuando desembarquemos, en Corinto, sacaré la nave del agua y me tumbaré a su sombra, a dormir bajo la sombra de la proa y del mascarón, que sobre mí cambia de rostro, un rostro descarado y venerando, grandes ojos elusivos y una boca enfurruñada de mujer que sonríe con un placer protervo e invita a dormir a sus pies. Yo...