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Yakarta, Indonesia

—¿Hasta qué punto estás segura, Selma? —dijo Sam.

Él y Remi estaban sentados en la cama de su suite en el Four Seasons. El día antes, poco después de marcharse de la casa de Dumadi y de separarse de Robert Marcott, habían tomado Un vuelo chárter de Batavia Air en el aeropuerto Sultán Mahmud Badaruddin II de Palembang para realizar el viaje de cuatrocientos kilómetros a través del mar de Java hasta Yakarta. El Four Seasons parecía un lugar adecuado como base de operaciones.

—Me he encarado con él —dijo Selma por el altavoz—. Lo ha reconocido.

—Qué hijo de puta más astuto. Me pregunto si tiene nietos en Londres que van a la universidad.

—O si de verdad se está muriendo —añadió Remi.

—Las dos cosas son verdad. Lo he comprobado. Pero sigue siendo un estafador, en mi opinión.

De las muchas preguntas y curiosidades sin respuesta que rodeaban la aventura de Sam y Remi, una en concreto había estado mortificando a Selma: ¿cómo habían sabido Rivera y su jefe, el presidente Garza, que los Fargo estarían en Madagascar? ¿Qué había motivado el soborno de la observación y el aviso? Selma creía que solo había dos posibilidades: Cynthia Ashworth, cuidadora de las cartas de Constance Ashworth, o Morton, propietario del Museo y Tienda de Curiosidades Blaylock. Habían sido las principales fuentes de material de referencia de Sam y Remi. ¿Habían utilizado también esas fuentes Rivera y Garza en algún momento?

Selma echó mano de su mejor imitación de «poli malo» y empezó por Morton, afirmando que sabía que había vendido material de Blaylock a otras personas y que si Morton no confesaba la verdad, lo llevaría a los tribunales. Morton se vino abajo al cabo de dos minutos, dijo Selma.

—No sabía el nombre de Rivera ni cómo se había enterado de que existía el museo, pero unos cinco años antes él y unos matones aparecieron y le hicieron preguntas sobre Blaylock y el Shenandoah. Morton dice que no se fiaba especialmente de Rivera, y sospechaba que se pondrían violentos con él si no cooperaba, así que esa noche sacó todo el material importante del almacén del museo y lo escondió en su casa. Como era de esperar, a la mañana siguiente llegó al museo y se lo encontró desvalijado.

»Rivera apareció horas más tarde, todo amabilidad. Durante la noche Morton había encontrado algunos de los papeles de Blaylock: páginas de su diario, el manuscrito original de la biografía, dibujos y mapas al azar…

—El mapa de Madagascar de Moreau —predijo Remi.

—Sí. Había visto las pequeñas palabras escritas y había arrancado esa parte, y le había dado el trozo más grande a Rivera. Terminaron la transacción, y Rivera se marchó. Como Morton es muy listo, se imaginó que Rivera no había acabado del todo, de modo que volvió a trasladar el material de Blaylock, esa vez de su casa a otro sitio.

—Y esa noche robaron en su casa —dijo Sam.

—Exacto. Morton se cuidó de pasar toda la noche fuera con unos amigos. La farsa dio resultado, dijo. Rivera no volvió nunca.

—Y cinco años más tarde aparecemos nosotros haciendo las mismas preguntas.

—¿Por qué no utilizó la misma treta con nosotros?

—Dijo que ustedes le cayeron bien. Y que quería retirarse y cuidar de sus nietos. Cuando le ofrecieron sesenta mil dólares en lugar de veinte, decidió dárselo todo y no quedarse con nada.

—Entonces no sabemos lo que Rivera sabe, ¿no? —dijo Remi.

—No —contestó Sam—. Por pura suerte, Morton le vendió lo suficiente para ponerlo en camino y que hiciera algunos progresos, pero no lo bastante para que terminara su búsqueda. Ahora, con nosotros en escena, Rivera y Garza pueden llegar hasta el final. Tenemos que contar con que van a aparecer… si no lo han hecho ya.

—Lo que me lleva al siguiente punto —dijo Selma—. Hemos terminado de descifrar el resto de las cartas de Blaylock a Constance. ¿A que no saben la fecha de su última carta?

—No —contestó Sam.

—¿Ni siquiera el año?

—Selma.

—Mil ochocientos ochenta y tres.

—Eso significa que estuvo ahí fuera buscando su tesoro once años —dijo Remi—. Dios mío.

—¿Y las cartas intermedias? —preguntó Sam.

—Solo hay unas cuantas de un año después de que capturara el Shenandoah II. Como era habitual en él, la parte inteligible de las cartas trataba principalmente de viajes… el hombre de aventura resuelto. En las cartas, repite casi todos los cuentos de la biografía de Morton. Eran una fachada. Uno de sus mensajes en clave a Constance hace pensar que estaba convencido de que Dudley y los demás habían descubierto su mentira sobre el Shenandoah II e iban a por él.

—¿Y estaba en lo cierto?

—Que yo sepa, no. Y si lo hubieran sabido, probablemente no les habría importado. El Shenandoah II había desaparecido. Ya no era una amenaza. Blaylock había cumplido con su misión.

—Volvamos a su última carta —la apremió Sam.

—De acuerdo. Tiene fecha del tres de agosto de mil ochocientos ochenta y tres, y fue enviada desde Bagamoyo. Cito directamente la parte relevante:

Por fin he descubierto la pista por la que he estado rezando. Con la ayuda de Dios, descubriré el origen de mi gran pájaro enjoyado verde y recogeré mi tan postergado premio. Mañana zarpo hacia el estrecho de Sundra. Calculo que el viaje durará entre veintitrés y veinticinco días. Volveré a escribir lo antes posible.

Atentamente,

W.

—Has dicho el estrecho de Sundra, ¿verdad?

—Sí.

Sam hizo una pausa. Cerró los ojos un momento, con una sonrisa esbozada en el rostro.

—¿Qué pasa? —preguntó Remi.

—Blaylock salió de Bagamoyo el tres de agosto de mil ochocientos ochenta y tres. Según la duración estimada de su travesía, habría llegado a Sundra a un día o dos del veintisiete de agosto.

—De acuerdo…

—El estrecho de Sundra era el lugar donde se encontraba el volcán Krakatoa. El veintisiete fue el día que entró en erupción.