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Goldfish Pointy La folla. California

—Tenemos muchos cabos sueltos —señaló Sam. Cogió un cuaderno que tenía cerca y un bolígrafo y empezó a escribir:

  • ¿Cómo/dónde consiguió Morton el diario de Blaylock, su bastón y el Códice de Orizaga?
  • ¿Cómo/cuándo acabó enterrada en la costa de la isla de Chumbe la campana del Shenandoah? ¿Cómo se desprendió el badajo?

Sam dejó de escribir.

—¿Qué más? —preguntó.

Remi señaló el cuaderno, y él lo deslizó hacia ella. Remi escribió:

  • ¿Cuánto saben Rivera y su jefe de Blaylock? ¿Cómo se metieron en esto? ¿Qué buscan?
  • ¿Cómo sabía Rivera lo de Madagascar?

Devolvió el cuaderno a Sam, quien dijo:

—Tengo una ligera idea acerca de una de las preguntas… ¿Qué buscan? Sospechamos que Rivera trabaja para el gobierno mexicano, ¿verdad?

—Es muy posible.

—También sabemos que el partido gobernante actual, el Mexica Tenochca del presidente Garza, llegó al poder gracias a una oleada de ultranacionalismo: orgullo de la herencia precolonial de México, y demás. También sabemos que Rivera y sus matones tienen nombres náhuatl-aztecas, al igual que la mayoría de los dirigentes del Mexica Tenochca y de los miembros del gabinete. La «marejada azteca», como dijo la prensa, les valió las elecciones.

Sam miró a su alrededor, y todos asintieron con la cabeza.

—¿Y si la persona para la que trabaja Rivera sabe la verdad sobre los aztecas? ¿Y si lo supiera desde mucho antes de las elecciones?

—Hemos descubierto lo que podrían ser nueve asesinatos de turistas ocurridos en un período de siete años en Zanzíbar. Si nuestra corazonada sobre ellos es cierta, el encubrimiento se remonta como mínimo hasta entonces —dijo Remi.

Sam asintió con la cabeza.

—Si realmente Blaylock encontró lo que creemos que encontró, esa información podría dar un vuelco a la historia mesoamericana.

—¿Es lo bastante importante para matar por ello? —preguntó Wendy.

—Desde luego —contestó Remi—. Si miembros del actual gobierno ganaron las elecciones basándose en una mentira y la verdad sale a la luz, ¿cuánto tardarán en ser expulsados del gobierno? ¿O sus dirigentes en ser detenidos? Imagínate que después de que George Washington fue elegido primer presidente de Estados Unidos, se hubiera demostrado que era un traidor. Ya sé que es como comparar naranjas con manzanas, pero lo importante es que captes la idea.

—Entonces estamos insinuando que tal vez el presidente Garza esté directamente implicado en esto —dijo Pete.

—Desde luego tiene la clase de poder que ha servido de respaldo a Rivera desde el principio —respondió Sam—. En este momento, la única base que tenemos son el diario y las cartas de Blaylock. Algo me dice que las respuestas están escondidas ahí.

—¿Por dónde propone que empecemos, señor Fargo? —preguntó Selma.

—Por su poema. ¿Lo tienes?

Selma pasó las hojas de su cuaderno y acto seguido recitó:

En el corazón de mi amor encierro mi devoción

En el gyrare de Engai confío mis pies

Desde arriba, la tierra elevada al cuadrado

Desde las manos suplicantes, mi día se parte en cuatro; el gyrare una, dos veces

Palabras de antiguos, palabras del Padre Algarismo.

—Los dos primeros versos ya los hemos descifrado: está hablando de la campana y de las espirales de Fibonacci. Ahora solo nos quedan los cuatro últimos versos.

Se dividieron en grupos. Selma, Pete y Wendy se centraron en las cartas dirigidas a Constance Ashworth, buscando pistas que hubieran podido pasar por alto, mientras Sam y Remi se retiraban al solárium para estudiar el diario de Blaylock, que Selma les había enviado a sus iPad.

Se reclinaron el uno al lado del otro en unas tumbonas bajo la sombra de las palmeras y de los frondosos helechos plantados en tiestos. El sol entraba a raudales por los tragaluces y proyectaba sombras moteadas sobre el suelo embaldosado.

Al cabo de una hora, Sam murmuró, medio para sí:

—Leonardo el Mentiroso.

—¿Qué?

—La frase del diario de Blaylock: «Leonardo el Mentiroso». Está claro que se refería a Leonardo Fibonacci.

—Famoso por su secuencia y su espiral.

—Exacto. Pero ¿por qué lo llamó «mentiroso»?

—Yo también quería preguntártelo.

—Leonardo no descubrió la secuencia de Fibonacci; él simplemente ayudó a difundirla por Europa.

—Entonces ¿mintió respecto al descubrimiento?

—No, nunca se atribuyó el mérito. Y Blaylock, como matemático, debía de saberlo. Me pregunto si la frase no sería un recordatorio dirigido a sí mismo.

—Continúa.

—Según mi investigación, en la mayoría de los casos la secuencia se atribuye a un matemático indio del siglo XII, llamado Hemachandra, que (sorpresa, sorpresa) también es el autor de un poema épico titulado Vidas de sesenta y tres grandes hombres.

—Otra frase del diario de Blaylock.

—Que fue escrita justo enfrente de «Leonardo el Mentiroso».

—Desde luego parece intencionado —dijo Remi—. Pero ¿qué significa?

—No estoy seguro. Necesito volver a ver esa página.

De nuevo en la sala de trabajo, Sam le dijo a Wendy:

—Necesito mirar la zona de alrededor de la frase «Sesenta y tres grandes hombres».

—Eso está hecho. Un momento. —En uno de los ordenadores, Wendy abrió la imagen empleando el Photoshop, hizo unos ajustes y dijo:

—Ya está. Debería aparecer en su pantalla… ahora.

Sam estudió la imagen.

—¿Puedes aislar y ampliar la zona de alrededor de «sesenta y tres»? —Treinta segundos más tarde, la nueva imagen apareció. Sam la escudriñó un instante—. Demasiado borrosa. Sobre todo me interesan las pequeñas marcas que hay encima y debajo del sesenta y tres.

Wendy se puso de nuevo manos a la obra. Unos minutos más tarde, dijo:

—Pruebe con ésta.

La nueva imagen apareció en la pantalla.

—He tenido que hacer un pequeño cambio de color, pero estoy segura de que las marcas son…

—Es perfecta —murmuró Sam, con la vista fija en la pantalla.

—¿Te importa compartirlo con el resto de la clase? —dijo Remi.

—Hemos estado dando por supuesto que Blaylock usó la espiral de Fibonacci como una especie de herramienta de codificación en el interior de la campana. Pero ¿a qué escala? La cuadrícula inicial de la espiral puede tener cualquier tamaño. Ésa es la pieza que habíamos pasado por alto. Ahora la tenemos.

—Explíquese —dijo Selma.

—La frase de Blaylock sobre Leonardo estaba pensada como una referencia a la frase «sesenta y tres grandes hombres». Mirad encima y un poco a la derecha del número tres.

—Son unas comillas —dijo Wendy.

—O el símbolo de las pulgadas —contestó Pete.

—Bingo. Ahora mirad la raya que hay justo debajo del sesenta y tres. Es un signo de menos. Si bajas el signo de las pulgadas y subes el de menos, consigues esto…

Sam cogió un cuaderno, garabateó algo y le dio la vuelta para que todos lo vieran:

6"- 3" = 3"

—Blaylock nos está diciendo que la cuadrícula inicial de su espiral mide tres pulgadas, unos siete centímetros y medio.

Rápidamente se dieron cuenta de que los conocimientos matemáticos necesarios para recrear la espiral estaban fuera de su alcance. Blaylock había concebido su mezcla de campana y espiral basándose en sus nociones de topología. Para resolverlo, los Fargo necesitaban a un experto, de modo que Sam cogió una página del cuaderno de Remi y llamó a uno de sus antiguos profesores en el Instituto Caltech. Dio la casualidad de que George Milhaupt estaba jubilado y vivía a solo ciento diez kilómetros en Mount Palomar, donde había estado ejerciendo de astrónomo aficionado desde que había dejado el instituto.

La breve explicación del problema ofrecida por Sam intrigó tanto a Milhaupt que enseguida cogió su coche y se fue a La Jolla, adonde llegó dos horas después de la llamada de su antiguo alumno.

Milhaupt, un hombre bajo de setenta y tantos años con un flequillo canoso de monje, siguió a Sam a la sala de trabajo cargado con una vieja maleta de piel. Milhaupt miró a su alrededor y dijo:

—Magnífico. —A continuación, estrechó las manos de todos—. ¿Dónde está? —preguntó—. ¿Dónde está el misterio?

Sam no quería enredar las cosas, de modo que limitó su resumen al Shenandoah, la campana y los fragmentos destacados del diario de Blaylock. Cuando acabó, Milhaupt permaneció callado unos segundos, frunciendo los labios y asintiendo con expresión pensativa. Finalmente dijo:

—Tus conclusiones son indiscutibles, Sam. Has hecho bien llamándome. Fuiste un buen alumno de matemáticas, pero la topología nunca fue tu fuerte. Si me traes la campana, tus cálculos y un cuaderno grande, y me dejáis solo, me enfrentaré con el señor Blaylock y veré lo que saco.

Noventa minutos más tarde, la voz áspera de Milhaupt sonó por el interfono de la casa.

—¿Hola…? Ya he terminado.

Sam, Remi y los demás regresaron a la sala de trabajo. Sobre la mesa, en medio de compases de puntas, lápices, cintas métricas flexibles y un cuaderno lleno de garabatos, había un dibujo.

El grupo rodeó la mesa como si estuvieran jugando al juego de las sillas en cámara lenta, con la mirada fija en el dibujo, inclinando la cabeza a un lado y al otro, hasta que Sam dijo por fin:

—Nos ha dejado sin habla.

—¿Veis la anotación «ad» en la esquina superior derecha y los números al lado de la curva en la parte inferior izquierda?

—Sí —dijo Sam.

—Es mi letra, por supuesto, pero también estaban escritas en el interior de la campana. Sospecho que significa «arriba derecha».

Sam y Remi lo miraron sorprendidos.

—No las habíamos visto —dijo Remi.

—No os sintáis mal. Son minúsculas. Sin mi lupa, a mí también se me habrían pasado por alto. Las anotaciones «ad» están justo en el borde de la boca de la campana.

—Ha dicho «anotaciones» —contestó Remi—. En plural.

—Hay dos. Tengo otro dibujo, que, excepto por el orden de los símbolos, es idéntico al otro. Cuando he visto las dos anotaciones «ad», me he figurado que habían sido escritas como puntos de orientación y también como puntos finales de un par de espirales. En cuanto al motivo por el que hay dos espirales… sospecho que la respuesta está oculta en el resto del poema. Como podéis ver, cada marca X está acompañada de un indicador; cada una representa un glifo distinto. Tengo una leyenda con todo anotado.

—Increíble —dijo Sam—. Imagínese la paciencia que requirió todo esto.

Milhaupt sonrió y se frotó las manos.

—Y ahora me gustaría tratar el poema del señor Blaylock.

Selma lo leyó en voz alta.

—Estoy de acuerdo con vuestra interpretación de los dos primeros versos —dijo Milhaupt—. En cuanto a los otros versos… puede que tenga algunas ideas. Antes de nada, ese hombre era un pensador muy abstracto… lo cual es especialmente raro tratándose de un matemático.

—Era todo un personaje —convino Sam—. También creemos que podía estar un poco mal de la azotea.

—Ah, entiendo. Eso le da otro cariz a las cosas. Bueno, el tercer verso («Desde arriba, la tierra elevada al cuadrado») me hace pensar en un par de espirales vistas desde lo alto. Las anotaciones que encontré en el interior de la campana tienden a confirmarlo. ¿Estáis de acuerdo?

Todo el mundo asintió con la cabeza.

—El cuatro verso («Desde las manos suplicantes, mi día se parte en cuatro; el gyrare una, dos veces») es un poco más complicado, pero como estamos bastante seguros de la parte de la visión cenital, las «manos suplicantes» pueden representar dos manijas de un reloj apuntando hacia la medianoche. Sospecho que «mi día se parte en cuatro» significa que el señor Blaylock ha dividido su reloj en cuatro partes: medianoche, tres, seis y nueve. Y por último, siguiendo esta lógica, «el gyrare una, dos veces» probablemente signifique que tenemos que girar la primera espiral a la posición de las tres en punto y la segunda espiral a la de las seis en punto.

Milhaupt les hizo una demostración girando sus dibujos: el primero encima, con el extremo abierto de la espiral apuntando a la derecha, y el segundo debajo, con el extremo abierto de la espiral apuntando abajo. Miró de uno en uno a cada miembro del grupo.

—¿Alguien tiene alguna idea?

Nadie dijo nada.

—Yo tampoco —dijo él—. ¿Y el último verso del poema?

Selma lo recitó:

Palabras de antiguos, palabras del Padre Algarismo.

—Respecto a la primera parte («Palabras de antiguos»), sospechamos lo que Blaylock quiere decir —señaló Remi.

—¿Te refieres a los glifos aztecas del interior de la campana? —preguntó Milhaupt con una sonrisa de oreja a oreja—. Por supuesto, yo no tengo ni idea de la traducción. Supongo que vosotros sí.

Sam asintió con la cabeza.

—Son del calendario azteca: trece meses, trece símbolos equivalentes.

—Está claro que el señor Blaylock estaba cautivado por los aztecas.

—«Cautivado» no es precisamente la palabra que nosotros hemos estado usando —dijo Remi.

—La segunda parte del verso («palabras del Padre Algarismo») nos tiene confundidos —señaló Sam.

—Me alegro de deciros que sé la respuesta. Por fin, mi afición a la historia menos conocida de las matemáticas sirve de algo. Veréis, no existe ningún Padre Algarismo. Es otra de las artimañas del señor Blaylock. «Algarismo» es la derivación portuguesa de la palabra «algoritmo». Simplemente quiere decir «dígito».

—Entonces, traducido, el último verso dice: «Palabras de los aztecas combinadas con números» —dijo Remi—. Sam, tú eres el experto en criptografía. ¿Te dice algo eso?

Sam asintió con la cabeza.

—Puede. Me parece recordar que había una página del diario que solo tenía puntos. ¿Son imaginaciones mías?

—No, yo también la recuerdo —dijo Wendy—. Voy a buscarla.

Desapareció en la cámara del archivo.

—Mi intuición me dice que le estás dando vueltas a algo —dijo Remi—. ¿Qué pasa?

—No creo que tengamos que combinar palabras aztecas con números. Creo que tenemos que traducirlas. Por ejemplo, tomar el símbolo de «sílex» y sustituir las letras por números equivalentes.

Remi estaba anotando algo en su libreta:

6, 12, 9, 14, 20

—Un simple código de sustitución —dijo Milhaupt.

—Exacto —contestó Sam—. Creo que las espirales de Blaylock solo son una fachada. Fijaos en los dos dibujos girados. Si enderezamos los extremos de las espirales, tenemos una línea horizontal y una línea vertical de glifos.

—Básicamente, una cuadrícula —dijo Remi.

La voz de Wendy sonó por el interfono.

—Sam, he encontrado la página a la que se refería. Está en la pantalla.

Selma cogió el mando a distancia y encendió el televisor. Tal como Sam había descrito, la página constaba únicamente de agrupaciones de puntos aparentemente colocados al azar: fila tras fila y columna tras columna.

—¿Cuántos grupos hay? —preguntó Sam.

Remi ya los estaba contando.

—Ciento sesenta y nueve. Trece en vertical y trece en horizontal. —Sonrió—. El mismo número que tu cuadrícula de la espiral, Sam. Y el mismo número de meses que el calendario azteca.

—Tenemos un ganador —dijo Milhaupt—. Ahora solo debéis introducir los puntos en la cuadrícula y averiguar qué significa.

Después de andar detrás de los acertijos de Blaylock durante lo que parecían meses, Sam, convencido de que estaba estrechando el cerco sobre su presa, se enfrentó al «misterio de la cuadrícula de puntos» de Blaylock con un entusiasmo que le acompañó durante la noche hasta altas horas de la madrugada.

Convertir los glifos aztecas-náhuatl en su acepción amplificada y luego en números era una tarea sencilla pero lenta. Una vez realizada, empezó a trasladar los grupos de puntos a sus correspondientes filas y columnas hasta que tuvo algo parecido a un sudoku lisérgico a gran escala. A continuación, empezó a experimentar con varios métodos criptográficos, con la esperanza de tropezar con algo que diera resultado. Y poco antes de medianoche lo encontró: un sistema de tipo binario en el que las posiciones de los puntos determinaban qué números de la cuadrícula se empleaban.

Después de oír la teoría de Sam, Remi dijo:

—¿Has comprobado si funciona? ¿Lo has probado?

—Sí. Excepto los grupos «vacíos», todos son coordenadas de latitud y longitud. Es un mapa.