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Zanzíbar

El barco de los Estados Conferederados Shenandoah era objeto de fascinación para Sam y Remi desde hacía mucho tiempo, pero no habían tenido la ocasión de investigar los misterios que se escondían detrás de su historia. Ahora parecía que el destino les hubiera ofrecido una invitación de bronce en forma de campana.

El Shenandoah, un crucero de vapor de 1160 toneladas, fue botado en agosto de 1863 en el astillero Stephen & Sons en River Clyde, Escocia, bajo el nombre de Sea King. Con un armazón de hierro, tablas de teca y casco negro, el Sea King estaba equipado para funcionar tanto con vela como con energía de vapor auxiliar, y diseñado como buque de carga para las rutas comerciales del té de Extremo Oriente. Sin embargo, en el futuro no transportaría té.

Un año después de su puesta en servicio, en septiembre de 1864, el Sea King fue comprado por agentes del Servicio Secreto Confederado, y el 8 de octubre zarpó con una dotación llena de marinos mercantes, aparentemente con rumbo a Bombay en su viaje comercial inaugural. Nueve días más tarde, el Sea King efectuó un enlace cerca de la isla de Madeira, frente a la costa africana, con el vapor Laurel, que había estado esperando. A bordo del Laurel había oficiales y el núcleo de la nueva tripulación del Sea King, todos marineros leales y experimentados, habitantes del sur o comprensivos ciudadanos británicos. Su capitán era el teniente James Iredell Waddell, un oficial de Carolina del Norte de cuarenta y un años graduado en la Academia Naval de Estados Unidos.

El cargamento del Laurel, compuesto por cañones navales, munición y artículos variados, fue trasladado rápidamente a bordo del Sea King, a cuya atónita y furiosa tripulación se le ofreció la opción de unirse a la nueva expedición a cambio de un salario más elevado o de ser trasladada al Laurel y posteriormente depositada en la isla de Tenerife. Sin embargo, al final Waddell solo pudo reclutar a suficientes marineros del Laurel para cubrir la mitad de la dotación normal del crucero comercial Shenandoah. Pese a ello, el Shenandoah zarpó de las islas de Madeira el 21 de octubre y emprendió la misión de destruir o capturar los barcos de la Unión allí donde los encontrara.

Entre el otoño de 1864 y el invierno de 1865, el Shenandoah navegó por el Atlántico Sur, rodeó el cabo de Buena Esperanza, penetró en el océano índico y cruzó Australia, destruyendo y capturando barcos mercantiles con banderas de la Unión antes de poner la mira en las zonas de caza de ballenas de la Unión en el Pacífico, y navegando rumbo al norte desde Nueva Guinea hasta el mar de Ojotsk y el mar de Bering.

Durante los nueve meses que el Shenandoah navegó bajo la bandera confederada como buque de guerra, destruyó unas tres docenas de barcos enemigos. El 2 de agosto de 1865, unos cuatro meses más tarde de la rendición de Lee en Appomattox, el Shenandoah fue informado del final de la guerra por el barco británico Barracouta. El capitán Waddell ordenó desarmar el Shenandoah y puso rumbo a Liverpool, Inglaterra, donde él y la tripulación se rindieron en noviembre de 1865. En marzo del año siguiente, la embarcación fue vendida a través de intermediarios a Sayyid Majid bin Said al-Busaid, el primer sultán de Zanzíbar, que le puso el nuevo nombre de El Majidi en referencia a sí mismo.

A Sam y a Remi siempre les había resultado muy intrigante esa parte de la historia del Shenandoah. Existían tres versiones del destino final de El Majidi. Según una de ellas, había sido barrenado en el canal de Zanzíbar poco después de sufrir daños a causa del huracán de 1872; según otra, se había hundido seis meses más tarde mientras era remolcado a Bombay para ser reparado; según la última, había naufragado en noviembre de 1879 después de chocar contra un arrecife cerca de la isla de Socotra en la travesía de vuelta desde Bombay.

—Esto plantea más preguntas de las que responde —dijo Sam—. En primer lugar, ¿fue Blaylock u otra persona quien le puso el nuevo nombre de Ophelia?

—¿Y por qué le cambiaron el nombre? —añadió Remi—. ¿Y por qué no hay constancia del barco en ninguna parte?

—Y la pregunta más importante: ¿por qué hemos encontrado la campana?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Remi.

—Después de que Waddell entregara el Shenandoah, ¿no tendrían que haberse convertido en propiedad de la Unión el barco y todo lo que había a bordo?

—Incluida la campana.

—Incluida la campana —repitió Sam.

—Tal vez la Unión lo vendió al sultán de Zanzíbar con todo incluido.

—Podría ser. Pero fue en mil ochocientos sesenta y seis. El Majidi no se hundió hasta seis o trece años más tarde, dependiendo de la versión. Maldita sea, el sultán le puso al barco su nombre. ¿Te parece alguien que se quedaría con una campana con el nombre de otro barco?

—No. Tal vez el que lo reparó simplemente echó la campana por la borda. Por conveniencia.

De los dos, Remi era la abogada del diablo. Solía hacer todo lo posible por echar por tierra las ideas que se les ocurrían; si después de pasar por el «Desafío de Remi» la teoría se mantenía a flote, sabían que habían dado con algo sólido. Sam consideró aquello.

—Es posible, pero estoy intentando ponerme en el lugar del armador de barcos del sultán. Probablemente no fuera el tipo más rico del mundo: trabajaría mucho y cobraría poco. Naturalmente, el sultán exigió que el barco cumpliera sus requisitos reales, incluida una reluciente campana nueva. ¿Qué haría el armador con una campana de bronce puro de cuarenta kilos?

—Venderla —terció Selma.

—Dejemos eso por ahora —dijo Remi—. No sería descabellado suponer que el propio Blaylock se encontró con la campana. Si todavía estaba unida al barco, o la compró o robó el barco y luego le puso el nombre de Ophelia. Si el sultán se había deshecho de la campana, significa que Blaylock la rescató, borró el nombre Shenandoah y grabó el de Ophelia.

—¿Y qué hizo con ella? ¿Se limitaba a mirarla?

—El dibujo al carboncillo del museo hace pensar que veía el barco como el Ophelia.

Sam chasqueó los dedos.

—Estamos analizando esto demasiado. Remi, enciende el portátil. Selma, mándanos imágenes del Shenandoah y de El Majidi.

Mientras esperaban, Sam conectó la cámara al portátil de Remi, y ella descargó la foto que habían tomado del dibujo del Ophelia.

—No hay señal Wi-Fi —dijo Remi.

Sam se levantó y se paseó por la sala, mirando debajo de las mesas cercanas.

—Hay conexiones a una red local —dijo, y fue a ver a la dueña del restaurante.

Volvió dos minutos más tarde con un cable de conexión, que conectó primero al portátil de Remi y luego a la toma más próxima.

—El acceso a Internet es por línea telefónica, pero servirá —dijo Sam.

—Las imágenes están en camino —dijo Selma por teléfono.

Las imágenes JPEG tardaron cuatro minutos en cargarse. Remi las abrió en la pantalla y se pasó varios minutos rotándolas, ampliándolas y jugando con los colores hasta que estuvieron seguros.

—Es el mismo barco —dijo Remi.

—Estoy de acuerdo —convino Sam—. El Ophelia de Blaylock es también el Shenandoah y El Majidi. La pregunta es: ¿en qué momento de la cronología apareció Blaylock y por qué no hay constancia de nada de esto?

—Está claro que a Rivera y a sus amigos les interesa la campana. Pero ¿es la campana en sí o el barco o los barcos a los que ha estado sujeta?

—Solo hay una forma de averiguarlo —dijo Sam—. Tenemos que recuperarla antes de que Rivera la destruya o la pierda.

Inmediatamente se dieron cuenta de que, como muchas cosas en su ámbito de trabajo, del dicho al hecho había un gran trecho. Sam hurgó en su mochila y sacó unos prismáticos. Se levantó y enfocó con ellos a través de la ventana. Veinte segundos más tarde, los bajó.

—Sigue rumbo al sur. Está a punto de meterse detrás de Pingwe Point. Sigue navegando sin prisa.

—Saben que nos han ganado.

Sam sonrió.

—Nunca te des por vencida. Cogió su teléfono y llamó a Rube Haywood.

—Sam, estaba a punto de llamarte —dijo Rube.

—Los genios pensamos igual. Espero que estemos en sintonía.

—Tengo información sobre el yate, el Njiwa.

—Eres un sol.

—Pertenece a un tipo llamado Ambonisye Okafor. Uno de los diez hombres más ricos del país. Piensa en un artículo de exportación de Tanzania, y seguro que él tiene una importante participación: anacardos, tabaco, café, azúcar, sisal, piedras preciosas, minerales…

—¿Por qué un sicario como Rivera se relaciona con alguien como Okafor?

—Es difícil saberlo exactamente, pero he investigado un poco. En los últimos cinco años, el gobierno mexicano ha aumentado notablemente la importación de artículos tanzanos, la mayoría de ellos correspondientes a empresas controladas por Ambonisye Okafor. Eso indica que Rivera tiene amigos poderosos en Ciudad de México. Sam, no os enfrentáis a unos cuantos mercenarios. Os enfrentáis a un gobierno y a un millonario tanzano con muchísima influencia.

—Confía en mí, Rube, lo tendremos presente, pero ahora mismo lo único que queremos es recuperar la campana…

—¿Qué quiere decir eso?

—Nos la han robado. Lo único que queremos es recuperar la campana y volver a casa.

—Eso puede ser más difícil de lo…

—Lo sabemos. ¿Qué más puedes contarnos del Njiwa?

—Es uno de los dos yates que tiene Okafor. Está atracado en la isla de Sukuti, a unos cincuenta kilómetros al sur de Dar es Salaam en línea recta. Okafor tiene allí una finca de vacaciones. Es dueño de toda la isla.

—Cómo no.

A lo largo de los años, Sam y Remi habían descubierto que uno de los rasgos más comunes de los millonarios megalómanos era su aversión al trato con la gente de a pie. Ser dueño de una isla privada era una forma sumamente eficaz de evitarlo.

—No hace falta que os pregunte qué vais a hacer ahora, ¿verdad?

—Probablemente no.

—Está bien, pero añadiré el «Tened cuidado» de rigor.

—Te llamaremos cuando podamos.

Sam colgó y le relató a Remi la conversación. Después de pensar unos instantes, ella dijo:

—No perdemos nada por comprobarlo. Con una condición.

—¿Cuál?

—Que nos retiremos a tiempo. Si nos metemos en líos…

—Nos marchamos.

—Claro que estamos dando por hecho que el Njiwa va rumbo a Sukuti.

Sam asintió con la cabeza.

—Si no es así, estamos perdidos. Y si es así, tenemos que conseguir la campana antes de que la dañen.