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La Jolla, California

—Pete, Wendy, meted esto en la cámara del archivo y haced una valoración rápida —dijo Selma.

Deslizó la caja de zapatos sobre la mesa de trabajo, y sus ayudantes la recogieron y desaparecieron en la sala del archivo.

Como ignoraban el estado de las cartas de Blaylock, Sam y Remi habían resistido la tentación de abrir las bolsas antes de llegar a casa.

—Parece que ha sido un viaje provechoso —dijo Selma.

—Tu amiga Julianne es única —comentó Remi.

—¿Me lo dicen o me lo cuentan? Si alguna vez me atropella un autobús, ella debería ser la primera a la que llamaran para sustituirme.

—¿Antes o después de llamar a urgencias? —dijo Sam.

—Muy gracioso, señor Fargo. La señora Ashworth… ¿parecía sincera?

—Sí —contestó Remi—. Con el diario de Blaylock y la biografía de Morton, deberíamos poder demostrar o desmentir definitivamente la autenticidad de las cartas.

Selma asintió con la cabeza.

—Mientras Pete y Wendy trabajan en ellas, ¿quieren ver los progresos que hemos hecho con el diario?

—Estamos deseándolo —dijo Sam.

Los tres se sentaron a la mesa de cara a la pantalla de LCD más próxima, y Selma empleó el mando a distancia para acceder a su servidor. Localizó el archivo que buscaba e hizo doble clic en él. El documento llenó la pantalla.

—Caramba —murmuró Sam—. Eso sí que es una mente ocupada. Podrían ser los pensamientos de un genio o de un chalado.

—O de alguien que fantaseaba mucho —terció Remi—. Pero en este caso Blaylock no me parece un tipo de hombre fantasioso. Tenía una personalidad tipo A antes de que se acuñara el término.

—Esta página es bastante representativa —dijo Selma—. Algunas solo están escritas, pero la mayoría es una mezcla de notas y dibujos, algunos hechos a mano y otros probablemente con una plantilla o instrumentos de dibujo técnico.

—Está claro que la imagen de la esquina superior izquierda es un mapa dibujado a mano —observó Sam—. Y un texto en medio… «Gran pájaro enjoyado verde». A la derecha, más texto (no distingo lo que pone), y unos símbolos geométricos en la esquina. ¿Has probado a ampliar el texto?

Selma asintió con la cabeza.

—Puse a Wendy a trabajar en ello; ella es el genio de los gráficos. Cuanto más lo ampliábamos, más borroso se volvía.

—¿Qué hay en la parte inferior derecha? ¿Pone «Orizaga»? Selma, ¿has visto eso en otra parte?

—¿El nombre? En muchos sitios.

Remi se levantó y se acercó a la pantalla.

—En el centro, a la izquierda y a la derecha… «Leonardo el Mentiroso» y «Sesenta y tres grandes hombres». Y entre los dos, unos números… «Uno-uno-dos-tres-cinco-ocho-uno-tres-dos-uno». Vaya si es críptico.

—En la parte inferior derecha se ve claramente un tipo de ave —añadió Selma.

—¿El «gran pájaro enjoyado verde»? —propuso Remi.

—Podría ser. En cuanto a las dos imágenes del centro (la que parece una pintura rupestre y el arco de debajo), han aparecido en docenas de páginas hasta ahora.

Los tres se quedaron callados mirando fijamente la pantalla durante varios minutos. Sam se levantó con los ojos entornados, se dirigió a la pantalla y tocó la secuencia numérica que había señalado Remi.

—Debo de estar más cansado de lo que creía —dijo—. Estos números son la secuencia de Fibonacci. —Consciente de que su mujer no compartía su pasión por las matemáticas, Sam explicó—: La suma de los dos primeros dígitos equivale al tercero, y así sucesivamente.

Volvió a la mesa y garabateó en un cuaderno:

—Captáis la idea —dijo—. También es la base de lo que se conoce como proporción áurea, o espiral áurea, o incluso espiral de Fibonacci. Esperad, os lo voy a enseñar.

Se dirigió a uno de los ordenadores, realizó una búsqueda rápida en Google e hizo doble clic en una imagen en miniatura. La imagen llenó la pantalla.

—Simplemente haces una cuadrícula con los números de Fibonacci que elijas y la cubres con un arco —dijo Sam—. La primera casilla podría ser de seis centímetros cuadrados o de una décima de metro cuadrado. Cualquier cifra.

—Eso es lo que sale en la página del diario —dijo Remi—. Una espiral de Fibonacci.

Sam asintió con la cabeza.

—Parte de uno, como mínimo. La espiral es fundamental en muchas teorías geométricas sagradas. La espiral se ve en la naturaleza: la forma de las conchas o los capullos de las flores. Los griegos usaban la espiral en muchas de sus obras arquitectónicas. Incluso los diseñadores de páginas web y los artistas gráficos las usan para crear composiciones. Estudios científicos han demostrado que la espiral áurea resulta por naturaleza agradable a la vista. Nadie sabe exactamente por qué.

—La cuestión es —dijo Remi—: ¿por qué estaba obsesionado Blaylock con ella? ¿Para qué más se puede usar, Sam?

—En realidad, para cualquier cosa relacionada con la geometría. He leído que la Agencia de Seguridad Nacional usa la secuencia de Fibonacci y la espiral en criptografía, pero no me preguntes cómo. No tengo ni idea. Selma, ¿hay más imágenes que se repitan?

En respuesta a la pregunta, Selma cogió el teléfono y llamó al archivo.

—Pete, ¿te acuerdas de la imagen doce-alfa-cuatro? Sí, ésa. ¿Cuántas veces se ha repetido hasta ahora? ¿La has digitalizado ya? Bien, cuélgala en el servidor, ¿quieres? Voy a enseñársela al señor y a la señora Fargo. Espero. —Instantes más tarde—: Gracias.

Selma colgó, cogió el mando a distancia y lo utilizó para desplazarse otra vez por el sistema de archivos del servidor.

—La imagen que hemos llamado doce-alfa-cuatro se ha repetido nueve veces hasta ahora, normalmente en los márgenes pero también como imagen central. Aquí está. Wendy ha hecho magia y la ha extraído de la página. Todavía es bastante confusa.

En la pantalla, Selma movió el puntero sobre una imagen en miniatura e hizo doble clic en ella. La imagen se amplió.

—Parece un cráneo —dijo Sam.

—Yo he pensado lo mismo —contestó Selma.

Sam miró a Remi, quien estaba contemplando la imagen con la cabeza ladeada y los ojos entornados.

—Remi… —dijo—. Remi… Ella parpadeó y lo miró.

—¿Sí?

—Conozco esa expresión. ¿En qué estás pensando? Remi no contestó y sacudió la cabeza distraídamente. Sin decir palabra, se levantó, se dirigió a uno de los ordenadores y se sentó. Sus dedos empezaron a pulsar el teclado. Y sin volverse dijo:

—Acabo de experimentar un momento de deja vu. Desde que nos tropezamos con Rivera y sus hombres, no me he podido quitar de la cabeza sus nombres. ¿Por qué nombres aztecas? Pensé que solo era una rareza. En la Universidad de Boston, cursé un semestre de Estudios Mesoamericanos Antiguos, así que sabía que había visto esa imagen antes. —Pulsó unas cuantas teclas más y murmuró:

—Ahí está…

Se volvió en su asiento y señaló la pantalla de televisión.

—Se llama Miquiztli. En náhuatl, el idioma azteca, representaba la muerte.