27
—Resulta bastante inquietante —dijo Sam un instante después.
—También hacía las veces de símbolo del más allá. Todo depende del contexto. Selma, ¿tenemos más?
—Sí, tres.
Selma los mostró en la pantalla:
Remi los miró con los ojos entornados unos instantes y luego dijo:
—¿Tenemos imágenes que podamos usar para compararlos?
Selma cogió el teléfono para comprobarlo.
—Si no me equivoco, estos también son aztecas —continuó Remi—. El de la derecha es Tecpatl, que representa el sílex, o el cuchillo de obsidiana; el del medio es Cipactli, o el cocodrilo; el último es Xóchitl, o la flor. Representa el último día del mes con veinte días.
—¿Y están aislados como el primero? ¿No hay anotaciones? —preguntó Sam a Selma.
Ésta terminó de hablar por teléfono.
—Ninguna. Wendy está cargando unas imágenes nítidas en el servidor.
Utilizó el puntero para salir de la carpeta de imágenes hasta que encontró las nuevas.
Estaban etiquetadas con las palabras «Sílex», «Cocodrilo» y «Flor».
—A mí me parece que coinciden —dijo Selma.
—A mí también —contestó Sam—. Remi, todas estas imágenes son del calendario azteca, ¿verdad? Sería útil verlo entero.
—Tengo el que Remi me ha descargado —dijo Selma. Se desplazó por la pantalla, encontró el archivo correcto e hizo doble clic encima.
—Vaya, eso sí que es un calendario —murmuró Sam—. ¿Cómo demonios lo entendían?
—Con paciencia, me imagino —respondió Remi—. Todos los símbolos que hemos encontrado hasta ahora pertenecen al círculo de los meses. Es el cuarto empezando por el borde.
—No me extraña que el de Ciudad de México sea tan grande. ¿Cómo de grande exactamente?
—Tres metros sesenta y cinco de diámetro y un metro veinte de grosor.
—Tenía que ser tan grande para que los dibujos se diferenciaran. Es fascinante.
—Más aún cuando descubres que tiene más de quinientos años de antigüedad. Trescientos de los cuales los pasó enterrado debajo de la plaza mayor. Los obreros lo encontraron cuando estaban restaurando la catedral. Es uno de los últimos vestigios de la cultura azteca.
Los tres se quedaron en silencio.
El móvil de Selma sonó. Contestó, escuchó y a continuación dijo:
—Estaremos aquí. Tráela a la puerta lateral. Mandaré a Pete que se reúna contigo. —Colgó y les dijo a Sam y a Remi—: Dobo está de camino con la campana.
—Qué rápido —dijo Remi.
—Parece que sea la mañana de Navidad —respondió Sam.
Veinte minutos más tarde Pete Jeffcoat y Dobo cruzaron la puerta lateral de la sala de trabajo, uno empujando y el otro tirando de una estructura con ruedas construida con tablas de madera que les llegaba al pecho; dentro estaba colgada la campana del Shenandoah. Aparte de unas cuantas manchas oscuras, el deslustre y las lapas habían desaparecido, barridos por la magia de Dobo. El exterior de bronce brillaba intensamente bajo las luces halógenas que colgaban de la sala de trabajo.
Con los brazos en jarras y vestido con un peto tejano y una camiseta de manga corta blanca, Dobo examinó su trabajo.
—Bonita, ¿verdad?
—Un trabajo maravilloso, Dobo —dijo Sam.
De no ser por sus frecuentes sonrisas, Alexandru Dobo parecería siniestro, con su calva y su bigote poblado y lacio. Como Remi había comentado una vez, era un cosaco perdido en el tiempo.
—Gracias, amigo mío. —Dio una palmada a Sam en la espalda. Sam dio un paso para equilibrarse y luego otro… para separarse de Dobo—. ¿Queréis verla por dentro? —preguntó el rumano—. ¡Mirad dentro! Pyotr, ayúdame.
Dobo y Pete levantaron la campana del gancho, la elevaron, le dieron la vuelta y la colocaron en la jaula boca arriba.
—¡Mirad, mirad!
Sam, Remi y Selma dieron un paso adelante y miraron el interior de la campana. Remi suspiró. Instantes más tarde, Sam dijo:
—Ojalá pudiera decir que estoy sorprendido.
—Yo también.
En el interior de la campana, grabados sin orden ni concierto, había docenas, tal vez cientos, de lo que parecían símbolos aztecas.
Momentos más tarde, Sam murmuró:
—Todos a bordo del tren de locos de Blaylock.
Sam y Remi reunieron a su equipo alrededor de la mesa de trabajo, y durante las siguientes horas, mientras comían un par de pizzas de tamaño familiar de Sammy’s Woodfired Pizzas, meditaron sobre el misterio al que se enfrentaban. El meollo del asunto, decidieron, se podía resumir en dos preguntas:
1. ¿Ponía en duda la aparente inestabilidad mental de Blaylock todo lo que habían descubierto?
2. ¿Se habían embarcado Rivera y su gente en una búsqueda absurda basándose en la influencia de Blaylock o en otras pruebas?
Estaba claro que Rivera estaba o buscando algo o intentando mantener algo escondido, algo que probablemente era de origen azteca.
—Si ustedes están en lo cierto sobre los turistas asesinados, parece evidente que están intentando esconder algo. Me cuesta creer que lo hicieran por Blaylock. ¿No habrían estado haciéndose las mismas preguntas sobre ese hombre que nosotros?
—Buena observación —comentó Sam.
—Si es el caso —dijo Wendy—, a lo mejor Blaylock no estaba loco; a lo mejor solo era un excéntrico obsesionado con todo lo azteca.
—Además de tener una fijación con el barco —añadió Selma.
—Está bien, vamos a darlo por sentado —dijo Remi—. No sabemos cómo ni por qué, pero Blaylock se obsesionó con el Shenandoah, o El Majidi, en algún momento después, se centró en el mundo azteca. Antes de que sigamos adelante, tenemos que averiguar cuándo pasó eso y qué lo provocó.
—¿Qué tal con las cartas de la señorita Cynthia? —preguntó Sam a Pete y a Wendy.
—Dentro de una hora más o menos, las habremos examinado todas —respondió Wendy—. Otras dos horas para escanearlas y hacer una búsqueda de reconocimiento óptico de caracteres con el ordenador. Después, podremos clasificarlas fácilmente por fecha y hacer búsquedas por palabras clave.
Sam sonrió.
—¿Tenéis planes interesantes para esta noche?
—Supongo que ahora sí —contestó Pete.
Acostumbrada al funcionamiento del cerebro de su marido, Remi no se sorprendió cuando se despertó y lo encontró sentado en el borde de la cama, con su iPad apoyado sobre las rodillas. El reloj de la mesita de noche marcaba las 4.12 de la madrugada.
—¿Un momento de inspiración? —preguntó.
—Estaba pensando en el caos.
—Claro.
—Y en que la mayoría de los matemáticos no creen en él. Saben que existe (incluso existe la teoría del caos), pero en el fondo todos creen en un orden subyacente. Aunque no sea evidente.
—Te creo.
—Entonces ¿por qué iba Blaylock a tomarse la molestia de grabar aleatoriamente glifos aztecas en el interior de la campana? ¿Y por qué la campana?
—Supongo que es una pregunta retórica —dijo Remi.
—Le estoy dando vueltas. ¿Has leído este poema del diario de Blaylock?
—No sabía que hubiera uno.
—Acabo de encontrarlo. Pete y Wendy lo han subido hace poco —dijo Sam, y acto seguido recitó:
En el corazón de mi amor encierro mi devoción
En el gyrare de Engai confío mis pies
Desde arriba, la tierra elevada al cuadrado
Desde las manos suplicantes, mi día se parte en cuatro; el gyrare una, dos veces
Palabras de antiguos, palabras del Padre Algarismo.
—No está mal para un matemático —comentó Remi.
—Me pregunto si usó la campana porque es duradera, a diferencia del papel. También me pregunto si la utilizó por su forma.
—Ahora sí que no te entiendo.
—En el primer verso del poema («En el corazón de mi amor encierro mi devoción») tiene que estar hablando de su esposa, Ophelia, que es lo que luego llamó El Majidi.
Remi entendió a lo que se refería.
—Y la campana de un barco podría considerarse el corazón del barco.
—Exacto. Y ahora, el segundo verso: «En el gyrare de Engai confío mis pies». En swahili, Engai es una de las formas de escribir la versión masái de «Dios», mientras que gyrare significa «círculo» en latín; es un sinónimo de vórtex o espiral.
—Como la espiral de Fibonacci. La forma de Dios en la naturaleza.
—Es lo que yo estaba pensando. Blaylock estaba usando la espiral para guiarse. Si juntamos los versos, tal vez Blaylock grabó en la campana la fuente de su devoción (su obsesión) y usó la espiral de Fibonacci como una especie de técnica de codificación.
—Y como hizo las inscripciones cuando su mujer ya estaba muerta y había encontrado el Shenandoah, su devoción era otra cosa —dijo Remi—. ¿Qué hay del círculo? ¿Cómo encaja exactamente?
—Imagínate una espiral dorada.
—De acuerdo.
—Ahora imagínatela superpuesta en el interior de la campana, mirando a la corona y formando una espiral hacia abajo y hacia fuera en dirección a la boca.
Remi asentía con la cabeza.
—Y donde la espiral se cruza con un símbolo significa… —Ella se encogió de hombros—. ¿Qué?
—No lo sé. Algo relacionado con los tres últimos versos del poema, quizá. Todavía estoy trabajando en ello. Lo único que sé es que dos de los elementos que más se repiten en su diario son la espiral de Fibonacci y los símbolos aztecas. Si está escondiendo algo, probablemente tengan algo que ver.
Se levantaron, prepararon una jarra de café y bajaron a la sala de trabajo. Selma estaba durmiendo en un catre en el rincón.
Las luces halógenas estaban atenuadas. Pete y Wendy se hallaban sentados a la mesa de trabajo, con los portátiles abiertos y las caras iluminadas por el brillo de las pantallas.
—¿Café, chicos? —susurró Sam.
Wendy sonrió, negó con la cabeza y señaló con ella la colección de latas de Red Bull que había sobre la mesa.
—Casi hemos terminado —dijo Pete—. Las bolsas herméticas nos han venido muy bien. Solo es una conjetura, pero creo que las cartas han estado protegidas de una forma u otra la mayor parte de su vida.
—¿Las habéis descifrado todas? —preguntó Remi.
Wendy asintió con la cabeza.
—Menos unas partes ilegibles aquí y allá. Lo tendremos todo subido al servidor y ordenado dentro de un par de horas.
—Sam tiene una corazonada —dijo Remi.
—Somos todo oídos —contestó Wendy.
Sam explicó su teoría. Pete y Wendy meditaron sobre ella unos instantes, y a continuación asintieron al unísono.
—Es plausible —dijo Pete.
—Lo mismo digo —añadió Wendy—. Blaylock era matemático. A esas personas les gusta el orden dentro del caos.
Desde el otro lado de la sala, la voz áspera de Selma dijo:
—¿Perdonar qué?
—Vuelve a dormir —dijo Remi.
—Demasiado tarde. Ya estoy despierta. ¿Perdonar qué?
Se levantó del catre y se dirigió a la mesa arrastrando los pies. Remi le sirvió una taza de café y la deslizó a través de la mesa. Selma la sujetó con la palma de una mano y bebió un sorbo. Sam volvió a explicar su teoría de la espiral, la campana y los símbolos.
—Merece la pena intentarlo —convino Selma—. La corona de la campana podría ser la parte idónea para empezar la espiral, pero ¿cómo sabemos lo grande que es? Y está dando por sentado que la espiral se desenreda y termina en la boca de la campana. ¿Y si no es así?
Sam sonrió con cansancio.
—Aguafiestas.
El grupo inició una puesta en común de ideas y propuestas. Lo más importante era el asunto de la escala. Se podía crear una espiral de Fibonacci en cualquier escala. Si realmente Blaylock estaba usando una espiral, habría usado un tamaño de referencia para la primera casilla de la cuadrícula. Barajaron ideas durante una hora antes de darse cuenta de que no estaban consiguiendo nada.
—Podría ser cualquier cosa —dijo Sam, frotándose los ojos—. Una cifra, una nota, un garabato…
—O algo que todavía no hemos visto —añadió Remi—. Algo que hemos pasado por alto.
Al otro lado de la mesa, Pete Jeffcoat apoyó la cabeza en la madera y estiró los brazos por delante. Su mano derecha golpeó el bastón de Blaylock, que cayó rodando al suelo.
—¡Maldita sea! —exclamó Pete—. Lo siento.
—No pasa nada.
Sam se arrodilló para coger el bastón. El badajo de la campana se había desprendido de sus ataduras de cuero y estaba colgando de una sola correa. Sam las recogió. Se detuvo y miró con los ojos entornados el puño del bastón. Frunció el ceño.
—¿Sam? —dijo Remi.
—Necesito una linterna.
Wendy abrió un cajón y le dio una linterna de LED, y Sam la encendió y enfocó con ella el puño del bastón.
—Está hueco —murmuró—. Necesito unas pinzas largas.
Wendy cogió unas y se las entregó.
Sam introdujo cautelosamente las puntas de las pinzas en la abertura, las movió unos segundos y empezó a extraer algo.
Sujeta entre las pinzas había una esquina de un pergamino.