9
Zanzíbar
—¿Es que no podéis tener unas vacaciones normales y corrientes? —preguntó Rube Haywood por el manos libres.
—Tenemos muchas vacaciones de ésas —contestó Remi—. Pero solo te llamamos en las anormales.
—No sé si debería sentirme halagado u ofendido —murmuró Rube.
—Lo primero —dijo Sam—. Eres nuestro hombre de confianza.
—¿Y Selma?
—Nuestra mujer de confianza —replicó Remi.
—Vale, a ver si me he enterado: habéis encontrado una moneda con forma de rombo que perteneció a la gobernadora de una comuna francesa en una isla cerca de Madagascar, pero fue robada por un pirata. Luego ha aparecido un barco lleno de mercenarios mexicanos con nombres aztecas que han intentado mataros. Y ahora tenéis a uno de los malos atado en el cuarto de huéspedes. ¿Es eso?
—No te has dejado nada —dijo Remi.
—Con tres pequeñas matizaciones —añadió Sam—. Creemos que la moneda de Adelise no tiene nada que ver con el asunto, y Selma está verificando el elemento azteca. En cuanto al nombre de Ophelia, no creemos que fuera el original. Primero, porque el grabado es muy tosco y no tiene un acabado profesional; y segundo, después de quitar más suciedad, hemos encontrado un par de letras grabadas debajo de «Ophelia»: una ese y dos haches.
—Me siento como si estuviera en un programa de cámara oculta —dijo Rube—. Vale, os seguiré la corriente. ¿Qué puedo hacer para ayudaros?
—Primero, quítanos de encima a nuestro invitado.
—¿Cómo dices? Si estás pensando en lo de la extradición, Sam, yo…
—Estaba pensando en que utilizaras uno de tus contactos en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Tanzania e hicieras que la policía lo detuviera.
—¿Bajo qué acusación?
—No tiene pasaporte, ni dinero y llevaba un arma.
Rube se quedó callado un instante.
—Conociéndoos como os conozco, me imagino que no solo queréis quitarlo de en medio, sino también averiguar quién se interesa por él.
—Sí, se nos había pasado por la cabeza —contestó Sam.
—¿Todavía tienes la pistola?
—Sí.
—Está bien, déjame hacer unas llamadas. ¿Qué más?
—Dice que su jefe se llama Itzli Rivera, un ex militar mexicano. Estaría bien que averiguaras más sobre él y sobre el yate que estaban usando. Dice que está amarrado a las afueras de Bagamoyo. El Njiwa.
—Deletréalo.
Remi lo deletreó.
—Significa «paloma» en swahili.
—Ah, bien. Gracias, Remi. Siempre quise saber cómo se decía «paloma» en swahili —dijo Rube.
—Gruñón.
—¿Qué vais a hacer con la campana del barco?
—Dejarla aquí —respondió Sam—. Selma nos ha alquilado una casa de campo y nos ha enviado un giro. Es poco probable que la encuentren.
—Ya sé la respuesta a esta pregunta, pero me siento en la obligación de hacerla: ¿existe alguna posibilidad de que cojáis la campana y volváis a casa?
—Puede que lo hagamos —respondió Sam—. Vamos a investigar un poco y a ver qué averiguamos. Si no descubrimos nada, nos iremos a casa.
—Milagro entre milagros —dijo Rube—. Tened cuidado. Os llamaré cuando sepa algo.
Y colgó.
—Tendremos que regalarle algo muy especial para Navidad.
—Me imagino lo que desearía ahora mismo.
—¿Qué?
—Un número de teléfono nuevo que no aparezca en el listín.
Llevaron el barco al sur hacia Uroa, encontraron una ferretería destartalada, reunieron las escasas provisiones que necesitaban y volvieron a la casa de campo antes del mediodía. Remi dejó a Sam con su martillo, unos clavos y unas tablas de madera y entró a ver a Yaotl, que dormía profundamente. Encontró un par de latas de sopa de almejas, las calentó y sacó los platos al patio. Sam estaba clavando las dos últimas tablas.
—¿Qué te parece? —preguntó.
—Es una caja maravillosa, Sam.
—Se supone que es un cajón.
—Caja, cajón, lo que sea. Siéntate a comer.
A ochocientos metros del final de Chukwani Point Road, Itzli Rivera detuvo el Range Rover de alquiler en el arcén, bajó a la cuneta y subió por el otro lado hasta internarse entre los árboles. El terreno era accidentado y estaba lleno de maleza, pero el vehículo maniobraba sin problemas gracias a la tracción a las cuatro ruedas. Giró al sudoeste hacia el claro de Chuckwani Point.
—¿Hora? —preguntó a Nochtli.
—La una pasada.
Una hora antes de la cita de los Fargo con la furgoneta de Mnazi Freight & Paul. Tiempo de sobra para encontrar un lugar estratégico que ofreciera no solo una buena línea de visión, sino también una ruta accesible para interceptar cualquier intento de huida.
—Ya veo el claro —dijo Nochtli, mirando con los prismáticos—. Hay algo allí.
—¿Qué?
—Mírelo usted mismo.
Le dio los prismáticos a Itzli, que enfocó el claro con ellos. En medio del camino de tierra había un cajón de madera con un letrero de cartón clavado en un lateral.
—Tiene algo escrito —dijo, y aumentó la imagen. Un instante después murmuró:
—¿Qué madres…?
—¿Qué? —preguntó Nochtli—. ¿Qué pone?
—«Feliz Navidad».
Itzli condujo entre los árboles, bajó a la cuneta y volvió a subir al claro. Paró el Range Rover y se acercó al cajón. Le dio un puntapié. Estaba vacío. Arrancó el letrero de cartón y le dio la vuelta. Escrito en letras mayúsculas había un mensaje:
REUNÁMONOS Y HABLEMOS DE CAMPANAS.
CAMPO DE CRÍQUET DE NYERERE ROAD.
BANCO, ESQUINA SUDOESTE
4.00 DE LA TARDE.