A continuación te ofrezco un montón de retazos, de recuerdos de una vida que puedes inspirar. Y es que si inspiras olores del pasado te sirven para superar el presente...

No sólo hay que inspirar el presente, también es necesario utilizar el pasado.

Estos retazos son míos, pero te los presto hasta que construyas los tuyos. Es importante que escribas tus 23 retazos y los inspires.

Verás que son como pequeños poemas, casi haikus, recuerdos que huelen y que traspasan lo personal.

El pasado es la pólvora de la felicidad del presente.

Cuando estás triste, y sientes que has perdido el rumbo, los retazos pueden devolverte el rumbo de forma inmediata. Has de navegar a ellos y dejarte transportar hasta volver a tu felicidad. O, si lo necesitas, puedes vivir esa tristeza junto a tus retazos.

La tristeza no es negativa, forma parte de esos binomios de los que hemos hablado. Muchas veces la tristeza es felicidad fuera de contexto.

Y si vuelves al pasado, allá es donde tu yo interior tenía el rumbo de tu vida. Donde estaba cogiendo las riendas de tu vida, por eso son tan poderosos.

El pasado es el hogar de los retazos, pero no significa que sólo existan en esa época.

Puedes encontrar retazos donde haya recuerdos de primeras veces, crearlos e inspirarlos.

Los retazos, para definirlos en una frase, son recuerdos que todos compartimos pero de los que nunca hablamos.

Los retazos de una vida son pequeñas acciones que hemos realizado miles de veces y que nuestra mente las recuerda de una manera especial al ser la primera vez que existían en nuestro ser.

Los retazos son esencia de vida.

Para llegar a tus retazos puedes hacerlo a través de la imaginación, los sueños, los olores y los sabores.

 

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De pequeño, mi madre me advirtió que no mirara la lavadora. Yo era muy pequeño y no le hice caso. Con el paso de los años, me he dado cuenta de que tenía razón: no puedes mirar la lavadora de pequeño y pensar que eso no te va a traer problemas el día de mañana.

 

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El invierno, cuando queman la pinaza de los árboles y las hojas caídas al suelo crujen a tu paso. Hace frío, huele a invierno, vas con ropa de invierno, vuelves a casa y es de noche, vas solo por la calle y notas que huele a invierno.

 

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Lo mejor de todo era cuando estabas enfermo y soñabas que al día siguiente a lo mejor no ibas a clase, y por la noche tosía fuerte para que mi madre me oyera.

 

Y a la mañana siguiente, cuando mi madre venía a despertarme ponía cara de enfermo, me ponía el termómetro y ¡bingo!, me quedaba en casa..

 

Y entonces me traían el desayuno a la cama, y luego le pedía a mi madre que me trajera un cómic de la calle, y luego la tele, y jugaba con muñecos, y veía viejos álbumes de fotos...

 

Y ya por la tarde siempre te llamaba uno de clase y me decía que aquel día había sido genial, que se habían pasado el día jugando y haciendo el bobo, y que me lo había perdido, y entonces las sábanas comenzaban a pesarte y deseabas no estar enfermo, te levantabas harto y te obligaban a ponerte aquella bata que olía casi a nueva...

 

Y entonces te dabas cuenta de que lo mejor de todo era no estar enfermo, jugar en el patio y, con suerte, hacer amigos...

 

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La chaqueta cambiada con otro, es de noche, después de un partido de fútbol, prisas, lo descubres en casa, miras sus bolsillos, y descubres de pasada un poco de la vida de ese chico...

 

Sus inquietudes, sus aficiones, sus cualidades...

 

No es nada deseado, no es nada intencionado, no es nada buscado... y descubres de pasada algo de la tuya...

 

Tus debilidades, tus aficiones, tus carencias...

 

Luego, más tarde, el cambio, el descubrimiento.

 

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El olor a mandarina en las manos, un olor que te transporta al comedor de un colegio, con platos verdes o marrones de vidrio transparente en las mesas, con mucha comida horrible en esos platos y con ganas de ser el primero en salir de ese comedor para ir a jugar...

 

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Cuando te das cuenta, un buen día, de que has perdido una cualidad que admirabas...

 

Si nadie conseguía sorprenderte, si nadie lo lograba, si te adelantabas a los acontecimientos, un buen día todo te sorprende, todo se te adelanta...

 

Y simplemente es que han pasado unos años, que tu lugar en el mundo se ha movido, ha variado.

 

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Un coche, una noche de verano, ya es tarde, son las doce o la una, vamos por una carretera sinuosa, conduce mi padre, mi madre duerme apoyada en la ventanilla.

 

Suena la voz de una locutora por la radio, nadie habla, yo miro por la ventanilla, y en la oscuridad me parece ver saltar a un animalillo mientras, de fondo, suenan las cortas-largas, largas-cortas cada vez que nos cruzamos con un coche...

 

Clac-clac, clac-clac, clac-clac...

 

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Cuando eras pequeño y llegaban tus padres de cenar fuera o de esas reuniones del colegio...

 

Oías sus pasos, estabas despierto, dudabas si decirlo o no, y al final lo hacías...

 

Encendían las luces, olían a salida, se sentaba tu madre en la cama y te contaba las anécdotas mientras de fondo oías que tu padre se quitaba la corbata...

 

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La magia de los momentos, los momentos mágicos llegan y se van, marchan con el viento y regresan con los recuerdos. La magia de los momentos, los momentos mágicos llegan y se van, marchan con los recuerdos y regresan con el viento.

 

El momento de gloria, el ser el centro de atención, aquella situación que marcará tu vida y será referencia inequívoca para posteriores intentos de conseguir momentos de gloria.

 

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Cuando cenábamos, a veces armaba demasiado follón y mi madre se enfadaba y había como una semibronca y acababa castigado en la cocina.

 

Y te encontrabas en la cocina, solo, sin saber si comer o tirar la comida a la basura...

 

Oyendo la gloriosa tele de fondo y a tu familia hablando, palabras que se perdían, y sabiendo que sólo a los postres podrías volver a ese comedor para que te preguntaran:

 

«¿Pieza de fruta o queso?».

 

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Cuando bajabas andando con un amigo del colegio y en un momento os separabais (normalmente era después de pasar un semáforo).

Él marchaba en una dirección y tú en otra... Y os costaba separaros... Y hablabais un poco más... Y al final se volvía a sellar esa amistad incipiente, cuando quedabais para subir luego por la tarde o al día siguiente...

 

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Cuando limpias tu cuarto y empiezas a encontrar pedazos tangibles de tu vida..., frases que no recordabas haber escrito..., casetes que grabaste cuando eras pequeño...., un teléfono sin nombre en un pedazo de papel.

 

Y acabar no tirando casi nada y pensando que lo que has tirado lo necesitarás algún día; acabar rompiendo otras cosas y que la papelera esté tan llena que acaben cayendo los papeles...

 

El limpiar, cuando sabes que, aunque hay que limpiar, al final puede que todo quede más desordenado que antes…

 

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Hay épocas en que te toca perder y hay épocas en que te toca ganar...

 

Perder es duro aunque pierdas algo que quizá no te hacía falta, que no te era necesario, pero el mero hecho de ser tuyo, la posesión, el sentir que tienes algo que al irse te deja un vacío, un vacío total...

 

Ganar tampoco es fácil, ya que sabes que todo lo que ganes tarde o temprano lo perderás, y ya he dicho que perder es duro.

 

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A veces cuando pienso en una de las causas claves: ¿por qué ha pasado esto?, ¿qué hacemos aquí?, ¿adónde va mi vida?, hay un momento en que parece que me acerque a algo, y entonces se produce como un «Control+Alt+Supr» y vuelvo a no acordarme de nada.

 

Y entonces me pregunto...

 

¿Por qué ha pasado esto? ¿Qué hacemos aquí? ¿Adónde va mi vida?

 

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Aquella noche, entre sábanas, entre sollozos, en que decides que sólo resta rezar…

 

Pero esta vez no se trata de que mañana haga sol, de que te aprueben o de ganar a la lotería...

 

No pides por ti, pides por otro y en tu interior piensas que tu falta de fe le da mas fuerza a tu petición.

 

Aquella mañana, soleada, en que llevas el traje elegante que pica y que te encuentras escuchando lo corta que es la vida mientras ves a un amigo sollozar por la marcha inesperada de un padre... y entonces, en tu interior, piensas qué jodida es la vida, cuánto nos falta por conocer y por aprender para perder y olvidar...

 

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Aquel primer poema, escrito en una servilleta, que no rima, escrito con un pequeño lápiz, que no tiene sentido, escrito desde el fondo de tu alma.

 

Sentir que no puedes tener lo que deseas, sentir que deseas tener lo que no puedes, sentir que puedes tener lo que deseas...

 

Sentir sus caricias en otro cuerpo, oler sus besos en otros labios, sentir su lengua en otro paladar, acariciar lo que queda de sus caricias, besar lo que queda de sus besos, oler lo que queda de su olor...

 

No es enfermizo, no es delirante, no es paranoia, no es perversión, es mucho peor, es... amor.

 

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Sabes cuando una casete está a punto de romperse, que comienza a sonar la música rápidamente y sabes con seguridad que en dos o tres segundos se romperá...

 

Todo va a una velocidad normal, ralentizada, y aquella casete va como loca...

 

Lo mejor dicen que es sacarla, pero la gente valiente, los valientes, los muy valientes la dejan, pues puede que ése sea su ritmo, que ésa sea su velocidad... Los cobardes fingen que no oyen nada y los muy cobardes son hasta capaces de sacar a una chica a bailar...

 

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7 × 1 = 7

 

7 × 2 = 14

 

7 × 3, no, no me lo digas, espera, 30..., no. No, no me lo digas. ¡¡No!! ¿Por qué me lo has dicho? 21, lo sabía. Pero si ya me lo sé, no me hace falta repasar... Está bien... pero volveré enseguida.

 

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La anécdota que todo el mundo recuerda de ti de pequeño. Que la cuentan dos o tres veces, que la has hecho familiar y hasta la puedes llegar a odiar. Y que justamente se parece sospechosamente a una foto que tienes. Es la instantánea de ese recuerdo, no tiene movimiento, son las mismas palabras que todo el mundo dice y esa imagen quieta que jamás se pone en movimiento

 

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El día que te dan las llaves de casa.

 

El primer día que abres la puerta con ellas.

 

El día que las pierdes.

 

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Cuándo tenías que decir a tus padres que habías llegado por la noche.

 

Cuando ya no lo tienes que hacer más, lo recuerdas y te fascina que se preocuparan tanto por ti.

 

Cuánto te gustaría hacerlo ahora que esas personas que se preocupaban ya no están.

 

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Cuando cazabas mariposas con los dedos, aquel polvillo que se quedaba en la mano. Cuando las llevabas a tu habitación y dejabas que conociesen tu pequeño mundo.

 

Los gusanitos negros, que se hacían redonditos cuando los tocabas. Y que jamás veías que volvieran a su forma habitual

 

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Te desvelas a las tres de la mañana,

vas descalzo al baño,

te quitas la camisa del pijama,

cierras los ojos,

los vuelves a abrir,

sientes frío,

vuelves desnudo a la habitación,

apagas la luz

y por fin puedes dormir.

 

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Los secretos que jamás te contaron
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