LA BOTICA SECRETA DEL REY DE PORTUGAL
SE ha escrito y hablado mucho acerca de la botica secreta del rey de Portugal. Se sabe que desde los días de las grandes descobertas, los almirantes lusitanos traían a su rey, reservadas en cámaras selladas en sus naves, plantas y hierbas salutíferas, cuernos de bestias orientales, aguas de manantiales mágicos, piedras de curación, etc. Ya en Lisboa, lo traído de las Indias Orientales y del Brasil E Terra Dos Papagaios, era ensayado por los médicos reales, discípulos todos de Isaac Abarban el, padre de León Hebreo, el de los Diálogos de Amor. Puede afirmarse que doscientos años antes de que Warren hiciese en Londres esas famosas transfusiones de sangre de que habla Samuel Pepys —a un loco furioso, un tal Coga, le hicieron una transfusión de sangre de cordero a ver si se calmaba—, en Lisboa se hacían utilizando una planta de las Molucas llamada anhélito, a causa de su respiración fuerte y seguida. De dicha planta hay varias descripciones, que apenas coinciden más que en afirmar que poseía en sus hojas grandes ventosas rojas, en forma de labios humanos. Se descubrió que la dicha anhélita, o a alentadora quente, tenía lo que podemos llamar amorosos sentimientos e inclinación hacia mujer u hombre —aunque las había mixtas o, como diría don Francisco de Quevedo, de «pluma y pelo». Explicaré el asunto lo mejor que pueda. Pasaba ante la anhélita la excelentísima señora Tereixa de Sousa Valadares da Cámara Silva e Cardoso, vestida de seda y perfumada con secante de canela, y la planta se enamoraba, y comenzaba a suspirar, a jadear, y expulsaba por sus ventosas hilillos de sangre oscura, fuertemente aromática. Y aunque pasaran por delante de ella otras damas, más bellas si posible fuera, y enseñando las piernas pintadas, la anhélita solamente por la excelentísima Teresa derramaba su sangre. De ahí que fuese titulada anhélito, monógama. O la planta, que en este caso sería del género femenino, o aficionada al masculino, vertía su sangre porque pasaba gentil el caballero Oliveira de Moucono de Alencastre, vestido de azul. Los médicos hicieron diversos ensayos, y como una anhélito se enamorase, por decirlo así, de una esclava negra del conde de Pradeira Velha, se la ofrecieron a la planta, desnuda, y la anhélito comenzó a acariciarla, y la tuvo quieta: la esclava se adormiló entre las grandes hojas, y la planta, besándola, por decirlo así, le pasó a la negra su sangre, y al cabo de un rato, como fatigada de las caricias, se dedicó al reposo, caídas las ramas, cerradas las ventosas como por una blanca y espesa tela de araña. A la negra le pasaron unos sarpullidos que tenía, se le fueron unas verrugas, se le afirmaron los pechos, le desaparecieron ciertos desarreglos mensuales, y pasó a hablar portugués con acento aristocrático. A otra anhélito se le ofreció un criado del rey, y lo aceptó, que era un rubio muy apuesto, y hubo unas jornadas de paseo, sin acercarse a la planta, por excitarla, y a cien varas se la escuchaba respirar, y por fin el criado fue desnudo a ella, y la planta lo acarició, lo abrazó, le pasó su sangre, y al fin se desmayó. El criado real dijo que, en lo tocante al sexto, que había gozado lo suyo.
Los médicos, después de sus experiencias, asintieron en que la planta era afrodisíaca y virilizante, curaba la tos, mejoraba la vista, borraba las almorranas y concedía valor militar a los sujetos a los que daba su sangre, apasionada. Ya se recetaban cada día transfusiones de sangre de la anhélita, y se multiplicaba su número en un jardín reservado de la Corte, cuando llegó a Lisboa la peste de 1578 —aquella de la que murió don Luis de Camões—, y las plantas anhélitos monógamas la pescaron y murieron. Se recogieron los restos de las anhélitos muertas, y unos en ramas y otros en polvo fueron guardados en cajas de plata. Como entrara por aquellos días nuestro don Felipe el Prudente a tomar posesión de Portugal, desaparecido don Sebastián en Alcazarquivir, el Austria se hizo con las cajas para uso exclusivo suyo y de la real familia. Aún quedaba algo en Madrid en los días de Felipe IV, porque él y el conde de Villamediana, por ejemplo, usaban «polvos de la planta portuguesa», y así violaron tanto el mandamiento. En Portugal también quedó otro poco, en rama. Por ejemplo, en la botica de los Jerónimos de Lisboa y en la particular de los Braganza.
Una de las obsesiones de la aristocracia lusitana en los siglos XVI y XVII fueron los depilatorios. Del Brasil llegaban plantas depilantes, y de las Indias Orientales polvos, resinas, picos del ave llamada geifapelo, etc., para que las grandes damas lusitanas se viesen libres de los bigotes que tanto las afeaban. En la farmacopea portuguesa figuraron como obligatorios, hasta casi nuestros días, cinco depilatorios, entre los cuales se contaba apasta branda do pico do geifapelo, extraña ave nunca catalogada que vendían los chinos a los portugueses en el mercado de la puerta de Macao. La «pasta branda» era como un jabón que se dejaba secar sobre la piel, y al lavarse más tarde con leche tibia, los pelos se habían ido.
En 1662 intervino el Santo Oficio para que en las boticas portuguesas no fuese vendida a herba da música, la hierba de la música. Parece ser que esta hierba, puesta en secreto en la cama de una dama, cuando esta se iba adormilando, comenzaba a sonar como guitarra que diese serenata, y se le entendía como el nombre de un galán entre las suaves notas, y la dama se enamoraba de este. Aun sin conocerlo quería verlo, como Jofre Rudel, provenzal, el amor de lejos, y lo lograba, y eran dulces caricias… Un criado del conde de Povoa do Varzim fue ajusticiado por haber usado de esa hierba para enamorar a una sobrina de su señor, e irse con ella a escondidas a un desván, en una quinta cercana a Porto. La Inquisición dio su nombre en su latín: Caléndula indica nigra. Todavía hoy los curanderos lusitanos dan a sus clientes que pretenden amores difíciles, o recobrar los perdidos, y que no deja vivir la «saudade» que se tiene de ellos, unos polvos negros a los que llaman «caléndula moma das noites de amor», caléndula oscura de las noches de amor.
Los boticarios portugueses hacían la pintura de perejil para las piernas de las populares, y otras, entre las que entraba oro algunas veces, para las piernas de las aristócratas. Cuando llegó la portuguesa Juana para casarse con Enrique IV de Castilla, conocido por el Impotente, y que luego fue madre de la Excelente Señora doña Juana —los castellanos que llamaban a su padre el Impotente con su decir seco titularon a la niña de Beltraneja—, la portuguesa y sus damas llamaron la atención de las gentes de Burgos y de Segovia por lo fácilmente que mostraban las hermosas piernas pintadas. En Medina del Campo alguien gritó:
—¡Ya están ahí las putas!