EL LORO DAS ESMELGAS
YO fui muy amigo de Felipe das Esmelgas. Ya su padre y su abuelo se apodaban así, das Esmelgas, y quizás su bisabuelo y su trisabuelo, porque debió haber alguien de la familia especializado en esmelgas, es decir, en extraer la miel de las colmenas. En Abeirón, en la cara del sol, al abrigo del Norte, son muchas las colmenas, al arrimo de un cómaro o junto a los grandes chantos de pizarra que cierran una chousa o un souto. Uno de la familia das Esmelgas que anduvo por el Brasil y asistió a una sesión de espiritismo en Bahía de Todos os Santos, en la que había comparecido cantando ópera el tenor Caruso, trajo un loro, un lorito real que causó sensación en la comarca. Era un gran hablador en portugués, y el señor cura de Moade, don Paco Silvestre, gran cazador y partidario fanático de Joselito, —a quien viera torear una tarde en La Coruña—, le enseñó al loro unos versos virgilianos, naturalmente que en latín. El loro estaba continuamente diciendo como se llamaba:
—Eu só Café Filho!
Café Filho era un político muy conocido en el Brasil. En el invierno del año 1921, el lorito comenzó a enflaquecer y a toser.
Trajeron un médico de Meira para el loro, sin resultado. El cura de Moade decía que el loro estaba tísico. Se trató seriamente de que el loro cambiase de clima, y fuese a pasar una temporada a tierras altas y secas, lejos de las bromas meiregas. El señor cura ya le había escrito una carta al párroco de Panticosa, en el Pirineo aragonés, donde había un sanatorio famoso para tuberculosos. El cura, el citado don Paco Silvestre, se ofrecía a pagar seis meses de pensión completa por el loro, pero antes de que llegara carta de Panticosa, Café Filho cayó redondo. Los de las Esmelgas lo metieron en una lata de galletas María, y lo enterraron decentemente junto a la puerta del camposanto. Trataron con el cura de decir unas misas por su alma, y el cura, que había dicho siete por Joselito cuando lo mató el toro Bailador en Talavera de la Reina, se resistió. En el entierro hubo mucho público, y los de las Esmelgas, como si se tratase de un finado de la familia, dieron limosna de pan. En paz descanse Café Filho, tan locuaz. Y recordando a Cicerón cuando fueron ejecutados los catilinarios, don Paco Silvestre comentó lloroso:
—Fuit! Fuit!
Ahora en Moade cambiaron de lugar el camposanto, y al desmontar los sillares de la puerta, que va a ser la misma del camposanto nuevo, fue encontrada la lata de galletas, muy oxidada, y dentro un polvo amarillento, restos del loro. Los llevaron a enterrar al camposanto nuevo. En Abeirón hay vecinos que saben muchas frases en brasileiro porque se las han escuchado al lorito real Café Filho en las tertulias de las anochecidas invernales. Y si había una chica joven y agraciada de visita en casa de los de las Esmelgas, con el más puro acento baíno, el lorito, como un humano galanteador, decía:
—Meu anjo! Meu bem! Eu gosto multo de vocé!