FELISA DE LONXE
TAMBIÉN, esta Felisa de Lonxe, era conocida por la Viveiresa. Vivía en una pequeña casa en la carretera de la Tolda, en Lugo, y era cartomántica muy acreditada. Para su trabajo tenía una baraja marsellesa muy usada, con los arcanos mayores del tarot, y sacaba del naipe todas las venturas y desventuras del consultante, le decía cosas de su pasado que este consideraba muy secretas, y le declaraba los horizontes del porvenir. Era muy buscada para decir si vivía o había muerto un ausente en Cuba o en la Argentina, y para saber si habría o no herencia de un tío lejano. Estudiante yo de bachillerato la conocí, y me mostró su baraja, que fuera de un cura de cerca de Ortigueira, y me explicó que en caso de consulta de cierta gravedad, encendía tres velas, e invocaba los Poderes. No logré saber si estos Poderes eran ángeles o demonios, u otra clase de fuerzas invisibles. Era una mujer muy alta y morena, que debió haber sido muy guapa, y en sus ojos negros tenía una extraña luminosidad, que no era brillo de fiebre, sino una extraña y verdadera luz. Hablaba un gallego muy bueno, pero también un castellano vivaz y coloreado.
Había tenido que venirse para Lugo desde una aldea cercana a Vivero. Me contaron que allí además de tirar las cartas hacía pequeños hechizos de amor, y a pedido de alguna cliente, echaba a otra vecina el mal de ojo. Por ejemplo, una tal Josefa quería hacerle daño a una tal Antonia, porque esta había ido con cuentos o había hecho algo que la ofendiera. Entonces la Viveiresa, que era bastante medida e imparcial, —y quizás a esto se debiera su éxito, porque cierta mesura y nada de extremismos, es cosa muy propia de gallegos—; digo que entonces la Viveiresa, para castigar a Antonia, le malojaba las gallinas, que dejaban de poner, aunque fuese en enero. Ya saben el refrán nuestro: xaneiro, oveiro. La Antonia suponía, o sabía, que la Josefa era la que había solicitado de la Viveiresa que le echase el malojo a sus gallinas. Entonces era la Antonia la que iba a visitar a la que, sin más, llamaremos meiga. Le llevaba un regalo, una libra de chocolate, por ejemplo, o unos chorizos, o manteca fresca muy bien puesta entre dos berzas, o una botella de jerez. Y le decía la Antonia a la Viveiresa que tenía que tomarse una venganza de su vecina Josefa, culpable de que sus gallinas no pusieran, por lo cual no había podido hacer el roscón de Reyes.
La Viveiresa meditaba sobre el asunto, y buscaba una venganza moderada, proporcionada a la ofensa.
—¿Y qué le parece, señora Antonia, si hago que la vaca teixa de la señora Josefa deje de dar leche durante tres semanas?
La Antonia aceptaba, y la Viveiresa se arreglaba para que la vaca teixa de Josefa dejase de dar leche, durante tres semanas. Misterio de misterios.
La Viveiresa era también muy apreciada por las consultas que daba en caso de viuda que quería pasar a segundas nupcias. Le ponía lo que llaman un semblante al pretendiente de la viuda, el cual semblante esta veía en sus ojos, y así sabía si el novio iba a ella por amor, o por aprovecharse del capital del difunto. Lo del semblante lo saben hacer muchas meigas gallegas, pero nadie sabe muy bien de qué se trata.