NADIE ENCENDÍA

Así es la casa cuando uno entiende

que el tintinear incesante,

el sonido sordo de la bombilla eléctrica,

es todo eso que la luz tiene de mejor.

Es la luz que suena si se topa ruin con los ojos abiertos,

heridos de claridad;

también cuando los rayos del mediodía,

rendido en la hierba de este lugar sin nombre

—en el que en todo caso yo habría de caminar sin ti—

anuncian:

que apenas haya noche encenderé las luces, lento y
ruidoso,

como ese terco y melancólico dios

que enciende luz por no decir de la lluvia que alimenta las ganas
de estar dormidos

y caer derruidos,

pardos,

donde no nos toque esta luz eléctrica

que se riega de noche por las colinas

e inventa el tiempo y la voluntad.

Porque estas gentes esperan lo oscuro y encienden las
luces con simetría

—juegan a eso—

las apagan con desarreglo.

Es una ciudad enorme y siempre hay alguien que
no puede dormir.