EN QUÉ LUGAR bordará su vestido
la muchacha que soñaba
con jarrones verdes,
su amargura deshecha en la escritura.
Dónde y junto a qué árbol amarra su sombra;
¡ay!, animal de cada uno en la sangre del otro,
gota de soledad, hoja cetrina
que guardaba como escapulario
en sus cabellos, la historia,
los desamores náufragos en sus ojos.
Cuál era su nombre asido a la hierba,
qué sustancia disuelta creció en la tempestad del arco.
Cómo se hacía llamar la muchacha que caminó
junto a mí con el semblante absorto,
callando, ahora sé, la lluvia tras sus párpados.
Cómo se hacía llamar la que se olvidó de sí,
la huella desprendida, cigarra enmudecida.
Yo, que aprendí a guardar sus dolores,
no pude despertarla de su tiniebla,
por temor, por no saber
que era mi nombre lo que buscaba.
Y llegué a escuchar la huida del ciervo, el vaso roto
y la llama que va quemando el paso de las flores secas.
De ella sólo me queda la cicatriz del agua,
la columna de cera
y un olor que adormece junto a las limonarias.