TRAS LA PUERTA

Para David, Clara y Paula

He llamado a esa puerta muchas veces

y ya nadie de entonces me contesta.

Pero puedo escuchar las voces desde fuera

como un rumor de juegos infantiles.

Mi voz de niño,

un hilillo que apenas se distingue,

no la puedo entender,

no sé qué dice.

Es otoño. Ha empezado el colegio.

Ahí estoy jugando con mi hermano.

Los juguetes están tirados en el suelo

como piezas futuras de la vida.

Él construye los puentes

sobre unos precipicios que no existen aún.

Imagina trazados imposibles

que alguna vez serán

un camino seguro para Clara y David.

En la calle la lluvia golpea las uralitas

de una ciudad del sur

y dentro, tras la puerta a la que siempre llamo,

una niña repeina a su muñeca,

la llena de cuidados,

le pone un nombre: Paula.

He llamado también hoy a esa puerta.

Otro rumor distinto, que es el mismo,

intuyo desde fuera:

David juega en el suelo a desarmar mil veces

el castillo que intento

con las piezas de un viejo dominó.

Mi hermano sigue a Clara

en sus primeros pasos.

Mi hermana ya no peina a una muñeca,

arrulla en el salón a la pequeña Paula

mientras mis padres

le buscan parecidos en las antiguas fotos.

Se escuchan en sordina,

como en caída lenta hacia un abismo

la voz de mis abuelos:

unos rostros extraños, unos nombres lejanos

que estos niños que quiebran la quietud,

el hueco silencioso de la casa,

no reconocen

en la solemnidad de los portarretratos.

He llamado de nuevo, he insistido en la puerta

y alguien me ha dicho «pasa,

de aquí sale tu voz, no temas escucharla».