UN JOVEN POETA RECUERDA A SU PADRE

Ahora ya sé que pasé por tu vida

como pasan los ríos debajo de los puentes,

—indiferentes, turbios, orgullosos—,

con la trivialidad desdibujada

de las pequeñas cosas que parecen eternas.

Muchas veces lo obvio

se oculta tras un halo de extrañeza,

tras la costumbre lenta, indistinguible
del aura fugitiva de las vivencias únicas.

Es difícil saber

que la belleza abrupta del vivir cotidiano,

tan desinteresada de sí misma,

nacida sin clamor ni pretensiones

es en esencia tan mágica y rotunda

que resulta imposible de imitar a propósito.

Y es aún más difícil

comprender que la fiesta de las cosas sencillas
casi siempre termina
mucho antes que la voluntad del festejado.

Inmóvil vi pasar ante mis ojos

el desfile callado de tu vida

con tus sueños cansados en otoño,

tus alegrías de puertas para adentro
y tus desvelos discretamente cálidos.

Creo acertar si digo

que nunca te di nada que no fuese

un préstamo a mí mismo.
Te pedí, sin embargo, tantas cosas.

Hoy, inmóvil de nuevo, asisto inerme

a este desfile amargo de tu ausencia

mientras mi corazón —dividido y atónito—

comienza a descubrir que la vida va en serio.

Te recuerdo. Hace frío
y el frío me devuelve

aquella forma tuya tan sutil

de ofrecerme a la vez un corazón errante,

la suerte en un casino de Las Vegas,

la lluvia indescifrable del desierto,

los versos de Machado en un suburbio.

Ahora ya sé que pasé por tu vida

indolente y confiado, —sin asombro—,

como suelen vivir todos los hombres

que no conocen todavía la pérdida.

(De Los ojos de la niebla)