EL MUCHACHO DETRÁS DE LA VENTANA

Ahí donde crecí, en ese sitio

bajo el techo de zinc, a la orilla

del río que era una respiración a media noche,

nadie me habló de la primavera,

de las colinas hechizadas como una mujer

tendida sobre la hierba tibia, rodeada de setos

o de arces, colmada por el aroma

de lo bienaventurado, y su falda de diez tonos

y su cabello rojo y azul y sus ojos azules también

y su piel blanca como el perfume de la plata

recién tomada de la piedra.

Nadie me habló tampoco de la nieve

que cae sobre los campos

semejante a un pedazo de pan blanco

desmigajado sobre una sopa.

Nadie me habló ni del marino ni del hada

ni de los nidos que cuelgan

entre el follaje como argollas,

ni de la brisa que, de octubre a diciembre,

hace de las ramas delgadas sus repentinos látigos,

y no puedo decir que hubo necesidad

de hablar sobre estas cosas

pero sí hubo necesidad de hablarme de la muerte,

de esa sombra que cae como una luz extraña,

más densa, casi húmeda, inquebrantable,

inviolada, oscurísima, semejante a la piel del universo,

igual de inmensa y fría, y hubo necesidad

de mencionar el miedo, esa piel más enorme,

y de dónde venían esas viejas campanas,

de qué torres hundidas al final de la niebla,

y todas esas aves que eran sólo siluetas:

alas que no son alas, picos que no son picos,

graznidos que se elevan por lenguajes nefastos,

y la sirena, el grito

que emerge de la noche para colmar la noche,

la mano en la garganta, el silencio más tarde…

Sí hubo necesidad pero nadie me dijo ni una
sola palabra

de aquello que se ha vuelto cotidiano

y por ello todo lo que aprendí

lo hice a través de lo vivido y lo negado a vivir,

de la visión que se dejó palpar por una mano fría

mi propia mano, erizada, repleta de temblor,

del olor nauseabundo que se eleva del cuerpo
estremecido,

de la sombra, del grito, de la textura del gemido,

del ruido que producen los labios al cerrarse…

Nadie me habló jamás de las cosas lejanas
o inmediatas,

hermosas o terribles,

así como tampoco nadie me dijo el nombre

de esas flores pequeñas, casi insignificantes,

que nacen en los viejos tejados de esas casas

donde ya nadie habita…

De pronto pensé en ellas

como pensé en noviembre como pensé en las lluvias

como pensé en el viento colmando los cabellos

de no recuerdo quién…

No importa quién…