EL ÚLTIMO MINUTO

A mi abuelo

Ahora que no recuerdas las tardes de mi infancia,

déjame que perfile la luz de tu memoria

arañando del tedio y de la noche

la pasión insolente de los días felices.

El invierno, que devora los rostros

y convierte los labios en heridas,

nos pasó inadvertido.

Nada pudo atrapar

aquel domingo intacto de febrero

que pareció invencible por más que se anunciaran

la niebla y el vacío.

Agarrado a tu brazo

no existía dolor capaz de deslizarse

por las frágiles piernas

del niño que creía en la inmortalidad.

Nunca más ha podido ser posible,

las llagas que dejaron los inviernos

se han llenado de hielo.

No sentiré aquel viento nunca más,

no volverá aquel frío como un pájaro

capaz de seducir al mundo con su canto.

Porque todos los sueños

mantenían su pulso al despertar

a pesar de que a veces llegasen las derrotas,

aunque llegasen siempre.

Porque siempre he contado con tu brazo

y tu barba afilada.

No va a ser diferente.

El tacto guarda heridas que nadie le reprocha

como el mar se percibe en la brisa salada.

Iba a ser tan feliz que escocería

muchos años después,

cobrando la alegría con lágrimas e insomnios

tan largos como un río.

Al entrar al estadio,

entre una multitud que nos hacía

anónimos y eternos,

intuí que un instante justifica el vacío,

que no caben mentiras donde habitan

los más nobles propósitos de un hombre.

Y pasó la tristeza inadvertida,

al contrario que Schuster con su melena rubia

o el regate imposible de Futre ante el portero

para hacer de las redes un destino

donde nunca estorbaron el miedo y la distancia.

Aquellos dos asientos

sobre la fría piedra del invierno,

modestos como el hombre que construye un futuro,

son el lugar más cálido posible,

las más lujosas sábanas

y la ilusión más plena satisfecha.

Ahora que no recuerdas

aquel febrero inmóvil

que me mira, y me escuece, y me provoca

un vacío tan denso como el aire,

y me devuelve el verde de tus ojos

cuando me siento hundido,

y me persigue atento a mis fracasos

y a las desilusiones;

aquel febrero inmóvil será como tus manos,

y el tacto de tu barba

volverá cada vez que un balón acaricie

las redes del futuro en un minuto

que siempre será el último

por mucho que los años me pretendan.