Operatus Cinco-Hidra
Tiempo transcurrido Ω2/004.89//TPA
Base Tenebrae
—El sargento Setebos informa de que se ha encontrado con una fuerte resistencia en el nivel de los dormitorios —avisó Volion por el comunicador—. Tarquiss ha caído.
Omegon estaba a punto de contestarle, pero la orden se le quedó pegada en el fondo de la garganta.
Había algo extraño. Algo fuera de lugar.
Cruzó el pasillo del penitorium en dirección al centro de control seguido de Xalmagundi y de Volion. El primarca se concentró en las fuerzas de skitarii que ocupaban las salidas. Sin embargo, al pasar al lado de un pasillo lateral le resultó evidente que no estaban solos: captó un brevísimo atisbo de movimiento y el centelleo apagado de la ceramita.
Le pareció que el tiempo se ralentizaba. El destello de los cañones de las armas al disparar iluminó la penumbra. El retumbar de los bólters resonó por doquier, como si fuera un trueno que recorriera el pasillo.
—¡Fuego de supresión! —ordenó Omegon al mismo tiempo que agarraba a Xalmagundi y la apartaba de un tirón de la línea de fuego.
Volion respondió con una lluvia devastadora de proyectiles de su bólter dirigidos hacia el pasillo lateral. Varios guerreros de la Legión Alfa se acercaban hacia ellos utilizando los huecos de las puertas como protección.
El primarca se asomó y derribó a los tres legionarios que se encontraban más cerca de ellos antes de volver a protegerse detrás de la esquina. Volion retomó el fuego de supresión casi de inmediato, lo que le proporcionó a Omegon unos valiosos instantes para pensar. Ajustó el canal de su transmisor.
—Sargento, informa —ordenó por el comunicador.
Oyó por el aparato el estruendo incesante de los disparos de bólter.
—Nos han superado en el nivel de los dormitorios, mi señor —admitió Setebos—. Estamos sufriendo bajas. Las salidas están bloqueadas. —La voz del sargento quedó ahogada durante un momento por el tronar de su propia pistola—. No existen dormitorios en este nivel. Los planos nos engañaron. Nos hemos metido de lleno en una emboscada.
Omegon notó que fruncía los labios en un gesto de rabia involuntario. En los planos tampoco aparecía la entrada secreta al penitorium psíquico escondida en una celda falsa situada al fondo del pasillo lateral. Probablemente estaba pensada para facilitar la reconquista de aquel nivel en el caso de una brecha en la contención de los prisioneros. Los legionarios de la guarnición habían utilizado el portal oculto para responder a la llamada inicial de Ursinus Echion para que le enviaran refuerzos. Así pues, la emboscada que había planeado organizar para atrapar a aquellos legionarios de refuerzo había quedado frustrada por una contraemboscada. A pesar de sentirse invadido por la rabia y la frustración, el primarca no pudo por menos que sentirse también orgulloso de la habilidad táctica de Janic.
Los proyectiles explosivos reventaron el suelo y la pared alrededor de Omegon y Xalmagundi. Las fuerzas de skitarii que habían inundado el centro de control habían comenzado a abrirse paso por el corredor principal y avanzaban disparando ráfagas con sus extremidades mecánicas. Una vez más, el primarca tuvo que apartar a la frágil psíquica para ponerla a salvo, y la protegió con su tremendo corpachón de ceramita.
—¡Recarga! —advirtió Volion.
En vez de ofrecer fuego de apoyo con su pistola bólter, Omegon sacó un par de granadas de su cinturón y las arrojó al pasillo lateral.
Las dos explosiones hicieron que el pasillo se estremeciera, y la onda expansiva mató a otros dos legionarios de la guarnición y derribó a bastantes más, lo que los hizo salir de sus posiciones a cubierto y los puso en el mortífero punto de mira de Volion.
Aquello no podía continuar así. Los marines espaciales se acercaban por uno de los cruces y los centinelas skitarii por el otro, por lo que la única posición de retirada era la celda abierta de Xalmagundi, pero Omegon no tenía ninguna intención de volver a aquella oscuridad devoradora de almas. Se estaba enfrentando a su propia legión: era normal que se produjeran sorpresas. Sin embargo, había llegado el momento de recuperar la ventaja.
—¡Xalmagundi! —gritó al mismo tiempo que disparaba una ráfaga—. ¡Ha llegado el momento de mover algunas jaulas!
La psíquica comprendió a qué se refería.
Xalmagundi inclinó la cabeza hacia el suelo y cerró sus grandes ojos negros para concentrarse en su entorno más cercano. Un nuevo sonido se unió al tableteo de los disparos: el de los cierres al desgarrarse y de las bisagras al partirse.
Una gruesa puerta de celda cercana al cruce de pasillos salió despedida del marco blindado y voló por los aires antes de estrellarse contra la pared que tenía enfrente con una fuerza imparable. La siguió otra, y luego otra. Dio la impresión de que la presión aumentaba en el interior de cada celda de manera sucesiva a lo largo del corredor, y alcanzó un crescendo explosivo que reventó las protecciones de placas psíquicas que cubrían las paredes. Cuando aquella fuerza retumbante fue recorriendo el penitorium y arrancando las puertas de las celdas de contención, las tropas atacantes detuvieron su avance. Los huecos de las entradas que les habían proporcionado aquella cobertura tan necesaria para avanzar se parecían en esos momentos a unas horribles trampas mortíferas presurizadas.
Los legionarios de la guarnición acabaron reventados contra las paredes o derribados por los impactos. Aquellos desdichados que se encontraban entre dos huecos de puerta quedaron al descubierto, a merced de los disparos de Volion y Omegon.
Cuando la última puerta se estrelló contra la pared, comenzaron a avanzar pasando por encima de los cadáveres de los legionarios aplastados. Volion y Omegon les quitaron de una patada las armas a aquellos de sus hermanos que habían sobrevivido al explosivo ataque telequinético, y luego clavaron sus cuchillos en los cascos rotos con una precisión mortífera.
Los prisioneros comenzaron a moverse dentro de sus celdas.
La locura creciente de los atormentados resonó como un eco en la oscuridad. Los brujos comenzaron a sisear, a reírse a carcajadas, a sollozar y a hablarse a sí mismos en sus lenguajes siniestros. Sabían que eran libres, pero parecían suspicaces ante aquella liberación repentina.
Omegon vio a hombres, mujeres y mutantes enflaquecidos salir de la supuesta seguridad de las sombras. Se dirigió hacia la única celda cuya puerta estaba abierta y no arrancada, y al entrar casi aplastó a una joven de aspecto desnutrido que tenía un cráneo grotescamente alargado y los ojos nublados.
—¡Entra! —le gritó Xalmagundi al primarca, al mismo tiempo que lo empujaba más allá de la niña bruja y lo metía en la celda abierta.
Omegon pensó al principio que Xalmagundi iba a abrazar a la niña por alguna clase de instinto maternal o solidaridad mutante, pero en vez de eso, la psíquica la lanzó fuera y cerró de golpe la puerta antes de apoyar la espalda en el absorbente metal negro.
Volion activó las lámparas de su armadura y se dirigió hacia la escalera de rejilla que conducía tanto por encima del techo como por debajo del suelo de la falsa celda. El primarca negó con la cabeza en un gesto de irritación. Aquel pozo de comunicación parecía cruzar todos los niveles de la base Tenebrae, pero no se encontraba entre los planos originales de la misma. Pensó que la infiltración habría sido mucho más fácil si lo hubiera sabido.
Volion empezó a ascender sin dejar de apuntar con el bólter hacia arriba, y en ese momento oyeron el sonido de disparos al otro lado de la puerta de la celda. Era evidente que los centinelas skitarii se habían abierto paso hasta el cruce abandonado y habían abierto fuego contra las criaturas psíquicas que salían de las celdas. Sin embargo, el sonido de las armas de la tecnoguardia se vio sustituido con rapidez por los aullidos escalofriantes que los psíquicos renegados lanzaron mientras utilizaban la furia de sus poderes y su miríada de talentos contra sus asesinos.
Omegon ni siquiera fue capaz de imaginarse qué estaban haciendo aquella estirpe de brujos, las diversas formas en las que se estaba manifestando su terrible venganza. De lo que estaba seguro era de que al otro lado de la puerta estaba sucediendo algo particularmente desagradable. Sonaba igual que si alguien estuviera partiendo huesos… o incluso alargándolos.
—Sargento, ¿todavía sigues ahí? —preguntó Omegon por el comunicador, mientras Xalmagundi y él seguían a Volion.
La respuesta de Setebos le llegó chasqueando a través del sonido de combate que se estaba librando donde se encontraba.
—Sí, señor.
—¿Situación?
—Hemos perdido a otro legionario, señor —le informó Setebos—. Janic cambió los planos. Aquí no había dormitorios, sólo una emboscada de nuestra propia legión. —La voz del sargento quedó ahogada de nuevo—. Krait ha utilizado su última carga de plasma para atravesar las paredes que llevan al simularium y al refectorio. Este nivel está abarrotado de tropas de guarnición. Janic está mandando contra nosotros todo lo que tiene.
Omegon escuchó sombrío el informe de su sargento. Arvas Janic había estado sin duda a la altura de la tarea de preparar la seguridad de la base. El comandante había ocultado información incluso a sus aliados más cercanos. Había creado objetivos tácticos falsos y había organizado emboscadas y destacamentos de reacción para retrasar y bloquear cualquier intento de conquistar las instalaciones de la base Tenebrae.
Pero la partida no había terminado. El primarca todavía no había jugado su baza para conseguir el triunfo.
—Sargento —llamó otra vez el primarca por el canal de comunicación—. Comprendo las dificultades en las que te encuentras. Te aseguro que también nosotros hemos tenido unos cuantos problemas. Las órdenes son que te retires con tu escuadra por todos los medios que sean necesarios y que regreséis al hueco del elevador. Quiero que subáis a la superficie. Nos reuniremos allí. Puede que el comandante Janic esté lanzando contra nosotros todo lo que tiene, pero lo cierto es que nosotros sólo acabamos de empezar.
—Sí, mi señor —le contestó con tranquila autoconfianza.
—Y sargento… dile a Krait que es el momento de activar los detonadores.
—Recibido. Eso al menos sí que le gustará.
Omegon notó mientras subían una oleada de vibraciones profundas y estremecedoras en los travesaños de la escalera metálica. Más allá del pozo de subida se oía el caos que habían provocado a lo largo y ancho de la base: los marines espaciales estaban trabados en una serie de combates y utilizaban la base como si fuera un gigantesco campo de entrenamiento táctico. Guerreros de la Legión Alfa contra guerreros de la Legión Alfa.
En los pasillos y en los huecos de las escaleras resonaban las pisadas de los guerreros del Geno Siete Sesenta, que reforzaban los puntos de vigilancia al mismo tiempo que creaban nuevos puntos de resistencia. La estirpe de brujos que habían tenido aprisionada se había escapado de las celdas y estaban arrasando todo lo que encontraban a su paso, y para ello utilizaban al máximo sus devastadores poderes contra los carceleros del Mechanicum.
La propia superestructura de las instalaciones estaba temblando. El primarca cambió de frecuencia de comunicación.
—Artífice…
—Mi señor, gracias sean dadas al Omnissiah —le contestó Auguramus por el comunicador—. Debéis ayudarme. Me han descubierto.
—No eres el único al que le ha pasado, Volkern —le contestó Omegon con frialdad.
—Los guerreros del Siete Sesenta intentan acceder al interior del centro de seguridad —balbuceó Auguramus.
—¿Estás a salvo?
—De momento sí. He visto en las imágenes de los pictógrafos que van a traer equipo para cortar la compuerta.
—Escúchame con mucha atención, Auguramus —le dijo Omegon.
—Estoy atrapado en…
—¡Artífice! —rugió el primarca—. Nos estamos abriendo paso hacia ti. Necesito que mantengas la concentración.
—Sí, mi señor —le contestó Auguramus con voz angustiada.
—Quiero que redirecciones todos los cañones centinela de la zona de los dormitorios para que apoyen a la escuadra Sigma —le ordenó Omegon.
—No sé si podré hacerlo desde aquí —le respondió Auguramus con un pánico creciente en la voz—. Me temo que han bloqueado algunas de las…
—Encontrarás el modo de hacerlo, artífice —le aseguró el primarca sin dejar de subir por la escalera.
—El nivel de los calabozos informa que los psíquicos se han escapado.
—Y quiero que sigan propagando caos. Contacta con el estrategarca Mandroclidas y con el tribuno superior de los skitarii. Infórmalos de que los brujos se han escapado de la zona de contención y de que están utilizando sus poderes para esclavizar a los astartes de la Legión Alfa.
—No se lo creerán.
—Auguramus… —le dijo Omegon con un tono de voz afilado y peligroso—, harás que se lo crean. Es muy poco lo que no se creerían aquellos que desconocen la verdad sobre lo antinatural. Utiliza sus prejuicios y sus temores. Además, la base se encuentra en peligro y los guerreros de las Legiones Astartes ya no son de fiar. Eres el agente de mayor rango. Por supuesto, los comandantes se comunicarán entre sí para efectuar las comprobaciones pertinentes. Los skitarii confirmarán la huida de los psíquicos, y el estrategarca Mandroclidas informará sobre las hostilidades de la Legión Alfa.
—Sí, mi señor.
Omegon casi fue capaz de oír la mente del artífice mientras calculaba todas las posibilidades.
—Hazlo, Auguramus. Estaremos contigo dentro de poco —le aseguró Omegon.
Volion, que estaba por encima de él, dejó de subir de repente.
—¿Qué ocurre? —inquirió el primarca.
—El nivel superior de operaciones —le explicó el legionario—. El centro de seguridad, el centro de mando de la base y la capellanía del coro astropático.
—Si es que nos tenemos que fiar de los planos —le advirtió Omegon. El primarca hizo girar una manivela en la pared del pozo y abrió una escotilla para echar un vistazo al exterior. El corredor al que se abría estaba vacío.
—Volion, sigue esta escalera directamente hasta el hangar de superficie. La misión continúa según lo planeado. Es imperativo que no escape ningún legionario de Tenebrae 9-50 y que cuente lo que ha ocurrido aquí. Elimina a los centinelas del hangar y proporciónale fuego de cobertura a Xalmagundi. Que utilice sus poderes contra los Stormbirds, las lanzaderas y las naves del Mechanicum. —Omegon se volvió hacia la psíquica—. Lo digo muy en serio, Xalmagundi. No quiero riesgos. Cuando llegue ahí arriba, no quiero ver más que chatarra.
—Podéis contar con ello —le aseguró ella.
Omegon comprobó su cronómetro.
—¿Cuánto tiempo tardarás en comenzar a trabajar sobre la velocidad y la trayectoria?
—En cuanto pueda ver lo que estoy manipulando y hacia dónde se dirige —le recordó la psíquica.
—Ambas cosas serán más que evidentes en cuanto llegues arriba —le aseguró el primarca.
—Ya os lo dije. Nunca he manejado algo de ese tamaño.
—Confío en ti, Xalmagundi —le contestó Omegon—. Y ahora, marchaos ya. El tiempo corre en nuestra contra.
—¿Qué hay de vos, mi señor? —quiso saber Volion.
—Yo me encargaré de la capellanía.
—Esa tarea le correspondía a Vermes.
—Así es —le replicó el primarca.
—Dejadme que os acompañe, mi señor —insistió el legionario.
El primarca subió un poco más y salió del pozo.
—No. Lleva a Xalmagundi a la superficie. Sólo ella puede completar la misión. Te he dado una orden, legionario.
El primarca cerró la escotilla sobre las lentes impasibles del marine espacial y los ojos subterráneos de Xalmagundi y se adentró de nuevo en la base Tenebrae.