OCHO

aquila

OCHO

La sala de audiencias del León estaba tranquila, ocupada únicamente por el primarca y su senescal. El León estaba sentado en su trono, tratando de no mostrar sus pensamientos ni su estado de ánimo, tan impasible como una estatua. Corswain estaba de pie a la derecha del primarca, haciendo todo lo posible por ocultar sus propias dudas ante la nueva situación. Cuando fue pasando el tiempo silenciosamente, ya no pudo morderse más a lengua.

—Mi señor, no pongo en duda vuestro juicio en este asunto, pero debo admitir mi propia ignorancia. Hemos asegurado Perditus Ultima y tenenos fuerzas suficientes para destruir a la Guardia de la Muerte por completo, ¿y sin embargo, invitáis a su comandante para dialogar? Tengo un mal presentimiento acerca de todo esto. Y tener al capitán de los Manos de Hierro presente al mismo tiempo es contraproducente.

El León volvió la cabeza y observó a Corswain por un momento con expresión seria.

—Haces bien en no querer cuestionar mi juicio, Cor. —Los labios del primarca esbozaron una fina sonrisa, suavizando la dureza de sus palabras aunque sólo fuera un poquito—. Sin embargo, mi razón para llevar a cabo este encuentro es sencilla. Antes de decidir nuestra siguiente línea de acción, tengo que averiguar por mí mismo hasta qué punto se ha extendido el secreto de Perditus. Aunque él probablemente no se sea consciente, recuerdo que el capitán Typhon participó en nuestra primera expedición a este lugar. No era más que un capitán de compañía, según recuerdo. Que conociera la existencia de Tuchulcha no es ninguna sorpresa, pero siento que su plan no es tan transparente como aparenta a primera vista.

—¿Y el capitán Midoa, mi señor?

—Su presencia aquí es una sorpresa, hermano. Podría ser casualidad que interceptara el ataque de la Guardia de la Muerte, pero la coincidencia no me sirve como explicación. Tengo que saber por qué vino a Perditus y bajo qué autoridad afirma actuar. Los Manos de Hierro no tienen líder, mi hermano Ferrus fue asesinado en Istvaan, y creí que su legión había perdido toda importancia estratégica. Parece ser que estoy equivocado, y por eso debo obtener la respuesta a las preguntas que me acosan.

El microcomunicador del oído de Corswain se activó y escuchó durante unos momentos el comunicado del capitán Tragan.

—Nuestros invitados llegarán en cualquier momento, mi señor —le anunció Corswain.

—Bien —contestó el León, dirigiendo la mirada a las puertas dobles.

Unos segundos más tarde se abrieron con un siseo y por ellas aparecieron Tragan y una guardia de treinta ángeles oscuros. En medio de ellos estaban los capitanes Typhon y Midoa; el primero era fácilmente visible con su enorme armadura de exterminador, una cabeza más alto que los guerreros que lo rodeaban. A simple vista, la armadura de Typhon parecía estar en mal estado, muy reparada y sucia, con el blanco de la Guardia de la Muerte manchado de aceite en algunas partes y estropeada por la batalla. Sin embargo, tras inspeccionarla más detenidamente, Corswain se dio cuenta de que la armadura de exterminador estaba mal cuidada sólo a nivel estético: Typhon se movía sin dificultad alguna, cada uno de sus pasos iba acompañado por el silbido de los servos y el zumbido de los haces de fibras. Una espada corta colgaba de su cinturón, y en las manos llevaba su segadora de humanos, con forma de guadaña.

Midoa iba detrás del comandante de la Guardia de la Muerte. Su armadura negra y plateada mostraba signos de pintura fresca y pulimento. Tenía la capa negra destrozada por los bordes y una cicatriz reciente todavía sanando en la frente. Corswain esperaba a alguien más mayor, y los rasgos jóvenes de Midoa fueron un contrapunto a los sellos y marcas de honor que adornaban la placa pectoral y las hombreras de su armadura. Como Typhon, iba armado con una espada de energía en la cintura y un combibólter de asalto de dos cañones colgado al hombro con un correa.

—Gracias, capitán Tragan —dijo el León—. Puedes marcharte.

Corswain se volvió sorprendido, pero la atención de su primarca estaba puesta en los dos recién llegados.

—¿Mi señor? —Tragan no pudo detenerse una vez que comenzó a hablar.

—Por favor, regresa a tus obligaciones, capitán —le ordenó el León, manteniendo su tono afable—. Estoy convencido de que nuestros huéspedes rehusaron entregar sus armas sólo por principios. Yo no esperaría menos de los oficiales de las Legiones Astartes. No serían tan insensatos como para ponerme a prueba en mi propia nave.

Echando una mirada a Typhon, Tragan asintió con la cabeza. Los demás ángeles oscuros formaron detrás de su comandante mientras se alejaba. El León hizo un gesto a Typhon y a Midoa para que se acercasen.

—¿Voy ser tu prisionero? —le espetó Typhon. Su voz resonaba desde los altavoces externos de su traje—. Si vas a ejecutarme sin más, hazlo ya: terminemos de una vez con todo esto.

—Te dirigirás a mí correctamente, comandante —le contestó el León, sin mostrar enojo ante la acusación del capitán de la Guardián de la Muerte—. Aún no he decidido tu suerte. No me des un motivo para que me enfade contigo.

Typhon no dijo nada durante unos segundos, sometido ante la mirada penetrante del primarca. Bajo la fuerza de esa mirada finalmente asintió con la cabeza y lentamente se postró sobre una rodilla.

—Lord Jonson, primarca de la I Legión —dijo solamente Typhon—. Os ruego que perdonéis mi impertinencia.

—Tal vez lo haga —le contestó el León, haciéndole un gesto con la mano para que se pusiera en pie—. ¿Cuál es tu propósito al venir a Perditus, comandante?

—Estoy seguro de que ya lo sabéis, lord Jonson —le contestó Typhon.

—Aun así me gustaría oírlo con tus propias palabras.

—El dispositivo de disformidad, lord Jonson —le confirmó Typhon al mismo tiempo que miraba al capitán Midoa—. Vine a Perditus para tomar posesión del artefacto.

—Interesante.

—El señor de la guerra desea ese dispositivo por razones que también debéis conocer. No es oportuno que tratéis de frustrar sus planes de este modo. Se lo tomará a mal.

—¿Horus se lo tomará a mal? —gruñó Corswain a la vez que daba un paso adelante—. Los Ángeles Oscuros no responden a Horus.

—Con el tiempo lo harán, estoy seguro —le contestó Typhon tranquilamente, echando una rápida mirada al senescal antes de volver de nuevo su atención al León—. Vuestra oposición a los Amos de la Noche era de esperar, aunque innecesaria. Es algo irrelevante, convertido en un asunto personal por el antagonismo mutuo. ¿Qué significa Thramas para los Ángeles Oscuros?

—Son mundos del Emperador, y debemos protegerlos —le replicó Corswain, apoyando una mano en la empuñadura de su espada—. La traición no quedará impune.

—Guarda silencio, hermano —le ordenó el León, removiéndose en su trono para colocar un codo en el reposabrazos esculpido. Luego apoyó la barbilla en el puño cerrado con la mirada aún clavada en Typhon—. Dejemos que el comandante hable con total libertad.

—No tengo nada más que decir, lord Jonson —declaró el capitán de la Guardia de la Muerte.

—Tu amenaza es insignificante, comandante. Lo que dices es irrelevante, pero lo que no dices es tan ruidoso que me ensordece.

Typhon iba a responder, pero el primarca lo hizo callar con un gesto de la otra mano.

—No has mencionado a mi hermano Mortarion, tu primarca. ¿Sigues luchando todavía para la Guardia de la Muerte, comandante? ¿O persigues una ambición oculta y en desacuerdo con tu señor? Si Mortarion deseaba el dispositivo que has mencionado, tiene los recursos de una legión entera a su disposición. ¿Por qué mandaría a una flotilla tan pequeña para reclamar un premio tan valioso? No, Mortarion no es la mano que te guía comandante.

Irguiéndose, el León apoyó las manos en las rodillas y se inclinó hacia adelante.

—Del mismo modo invocas el nombre del señor de la guerra, pero no es la voluntad de Horus la que te envió a Perditus. Tal vez como dices soy algo irrelevante para mi traidor hermano, pero eso no significa que Horus deseara que sus hijos se enfrentaran con los míos en un conflicto abierto. Él ya destruyó tres legiones en Istvaan, pero mis Ángeles Oscuros no estaban entre ellas. Curze, Mortarion, Horus, ninguno de ellos desea empezar una guerra a gran escala contra mi legión, y por una buena razón.

Typhon permaneció en silencio como respuesta. Tal vez lamentaba sus palabras, o quizá por el temor de que cualquier otro argumento sólo sirviera para ponerlo aún más en evidencia. El León trasladó su oscura mirada al comandante de los Manos de Hierro.

—Y a ti, capitán Midoa, ¿qué propósito te ha traído hasta aquí?

—Para asegurar Perditus Ultima contra los traidores, mi señor Jonson —contestó el capitán, mirando a Typhon—. Y según parece, llegamos justo a tiempo.

—¿Y quién os ordenó esa misión?

—Formábamos parte de la Cuadragésima Flota Expedicionaria, mi señor, y nos encontrábamos muy lejos de Istvaan cuando se convocó a nuestra legión. Cuando nos enteramos de la tragedia que le había sucedido a nuestro primarca, hicimos lo que pudimos, asegurando los mundos que acabamos de unir al Imperio, luchando contra las fuerzas traidoras que nos encontramos. Hace seis meses fuimos interceptados por una flota de Ultramarines cerca de Ojanus, y recibimos un mensaje de lord Guilliman, que estaba reuniendo a todas las fuerzas leales en Ultramar. Respondimos a la llamada, y más tarde el primarca nos envió a Perditus por temor a que los traidores pudieran tratar de apoderarse del dispositivo en poder del Mechanicum.

El León aceptó todo aquello con un gesto de asentimiento, sumido en sus propios pensamientos.

—Y ahora que has conocido el secreto de Perditus, ¿qué intenciones tienes? —le preguntó el primarca.

—No es seguro dejar ese artefacto de disformidad aquí, mi señor. Es demasiado poderoso como para arriesgarse a hacer un mal uso de él, por lo que creo que la mejor decisión sería trasladarlo a la seguridad de Macragge.

—Desde luego —asintió el León, arqueando las cejas—. ¿Tomaste esa decisión tú mismo?

—Lord Guilliman insinuó que tal decisión podría ser necesaria, mi señor.

Los dedos del primarca repiquetearon rápidamente sobre el reposabrazos de su trono. Miró a un comandante, luego al otro y viceversa, antes de mirar a Corswain.

—Cuando hayamos concluido esta conversación, envía un mensaje a los capitanes, hermano. La flota debe desplegarse en formación para el bombardeo de Perditus Ultima.

Tanto Typhon como Midoa lanzaron una serie de exclamaciones que cayeron en oídos sordos.

—Como ordenéis, mi señor —respondió Corswain.

—¡No podéis destruir el motor de disformidad! —gritó Midoa, al mismo tiempo que daba un paso adelante—. Si su poder se puede controlar, podría ser el arma que nos permita cambiar el rumbo de la campaña contra los traidores.

—Supones demasiado, capitán —le contestó el León con cierta brusquedad—. Yo también recibí los mensajes de Guilliman. No comparto sus planes, y no le confiaría este motor ni a él ni a ningún sirviente de Horus. No creo que Ultramar sea un lugar más seguro que Perditus para este dispositivo, y aunque Guilliman no lo use para sus propios propósitos, no puedo permitir que caiga en manos de los enemigos del Emperador.

Las carcajadas de Typhon resonaron por toda la sala mientras Midoa seguía protestando.

—Tu buen humor está fuera de lugar, comandante —lo cortó en seco el León, acallando la alegría de Typhon y los argumentos de Midoa—. Estoy considerando permitir que abandonéis Perditus sin el motor, de modo que podáis contarle que ha sido destruido a cualquiera de vuestros señores que deseen reclamarlo. Sin embargo, si me vuelves a hablar faltándome al respeto o deshonras mi audiencia, estaré más que encantado de permitir a tus lugartenientes realizar esa misión en tu lugar.

El silencio acogió esta proclamación. El León se puso en pie e hizo una señal para indicar que la audiencia había terminado.

—Perditus Ultima y su botín serán destruidos dentro de unas horas. Decidles a mis hermanos que aquí ya no hay nada para ellos.