Operatus Cinco-Hydra

Tiempo transcurrido Ω2/003.53//TEN

Tenebrae 9-50 - Asteroide Troyano

Omegon se abrió paso a través del techo de la caverna. Zantine y el sargento habían encabezado la marcha para salir del pozo. La escuadra Sigma los seguía en formación de columna subiéndose por los riscos y los salientes rocosos, con las piernas colgando y balanceándose en el aire. Setebos los había conducido por el techo todo el camino, y mientras Omegon se arrastraba, dejó caer su mirada sobre la razón de su presencia allí.

Por debajo de ellos, unas gigantescas máquinas desgarraban las entrañas rocosas del asteroide en el silencio del vacío. Enormes y construidas en bronce, a Omegon le parecieron unas arañas embarazadas que apuñalaban el suelo con las puntas afiladas de sus numerosas patas. En las panzas llevaban acopladas unas fauces rotatorias de dientes pulverizadores de metal que perforaban la roca igual que un taladro, y de los afilados extremos de sus vientres goteaba un hilo de mineral fundido que era transportado a lo largo de una franja guiada electromagnéticamente. Era esa red de materia radiante que se filtraba desde las monstruosas máquinas la que alumbraba la caverna, aunque de vez en cuando el brillo del bronce se veía apagado por el resplandor de un potente rayo de luz. Era con esos rayos de corte con los que los autómatas estaban excavando la cueva.

Unos rayos que podían cortar en dos a un marine espacial que no tuviera cuidado.

A medida que la escuadra Sigma avanzaba por la red de cuevas, se hizo evidente la enorme escala de los trabajos de minería automatizados. Los gigantescos ácaros mecánicos eran la columna vertebral de la operativa, y desgarraban sin descanso las entrañas del asteroide, triturando regolitos y destilando mediante iones los elementos buscados. Pero no eran las únicas máquinas automatizadas que había en las cuevas: un grupo de zánganos más pequeños y de caparazón chasqueante parecía revolotear metódicamente de un monstruo minero a otro para supervisar las líneas de producción y proporcionar un mantenimiento continuo.

Al cabo de un rato, los legionarios se vieron forzados a regresar al suelo de la cueva, ya que el muro y el techo de la sala estaban dominados por los autómatas rastreros consumidores de roca. Con los bólters apuntados en todo momento hacia las gruesas armaduras de bronce, la escuadra Sigma esperó mientras Krait procedía a colocar cargas sísmicas de demolición tras recibir la orden de Setebos. Cueva por cueva, sala por sala, aquel proceso continuó, con Krait cableando las cavernas en secuencia y los demás esquivando silenciosamente a los zánganos y procurando mantenerse alejados de las enormes creaciones de los alienígenas.

Tras seguir un número cada vez más creciente de corrientes de metal fundido, Setebos condujo a la escuadra hasta lo que parecía ser algún tipo de almacén. El sargento tuvo cuidado de no alterar los campos que guiaban el metal líquido, y con la pistola en posición vertical se agarró a la rugosa pared y se detuvo. Omegon se unió a él en la entrada de la cueva.

Delante de ellos había un lago flotante. Las corrientes de mineral líquido eran guiadas hasta un recipiente de contención: un depósito de metal fundido que colgaba en la ingravidez de la enorme caverna y mantenido a raya por crepitantes orbes de color cobrizo que flotaban perezosamente a su alrededor. Era algo extraordinario: en ningún sensor de barrido aparecía ni rastro de calor o campo de energía, incluso a corta distancia. No era de extrañar, entonces, que la red de derivación de los demiurgos hubiera permanecido oculta para el Imperio durante tanto tiempo. Omegon pudo imaginar las salas como aquella que habría por todo el asteroide, donde el mineral base de valiosos y raros metales era almacenado y preparado para el comercio una vez el asteroide llegara a su lejano destino.

Omegon dio orden expresa de no tocar en absoluto el depósito de metal líquido, y le indicó a Setebos y a Zantine que dirigieran a la escuadra a través de la sala. Auguramus había informado a la Legión Alfa de que cualquier interferencia con la operación minera probablemente sería interpretada por las máquinas de los alienígenas como una acción hostil. Mientras se arrastraban bajo el lago flotante, el primarca ordenó a Krait que colocara una carga doble de explosivos en el corazón de la caverna.

Una vez más, los legionarios activaron las luces de sus armaduras y avanzaron a través de un laberinto de túneles más pequeños, con las armas preparadas. Zantine en concreto no quería toparse con una bestia mecánica en los confines del pasaje sin los medios para defenderse.

Cuando Omegon y Setebos lograron salir de la desorientadora red de pasajes, se encontraron con Charman trepando por la pared del final natural de una cueva. Era una caverna que aparentemente no habían tocado las máquinas mineras de los alienígenas. Sacó un auspex de su cinturón y comenzó a recorrer la pared.

«¿Qué tienes?», le preguntó Omegon por señas.

Zantine subió el auspex hasta su placa facial y comprobó de nuevo sus mediciones.

«La base —le respondió Zantine—. A través de esa pared».