TRECE

TRECE
Fabius comenzó con el método de interrogatorio más antiguo: la explicación de los numerosos instrumentos de tortura y para qué servían cada uno de ellos. La gama de artefactos incluía los más corrientes, como los que utilizaría cualquier artesano del metal o de la madera: martillos, tenazas con pinzas de punta, clavos, sopletes, sierras y taladros, pero Fabius también tenía a su disposición instrumentos de tortura mucho más exóticos: ensambladores de nervios, licuadores de órganos, inflamadores de chakra, taladradores de médula y aceleradores de conexiones neuronales.
—Este último artefacto será el que me dará más placer utilizar —les explicó Fabius, mientras clavaba una serie de afiladas lengüetas de metal a lo largo de la espina dorsal de Fulgrim.
Fabius había hecho girar alrededor de su eje longitudinal la camilla sobre la que se encontraba el primarca, lo que dejó a la vista unos hombros flagelados y una espalda que era un paisaje agreste de tejido cicatrizado y de moratones provocados por los procesos de curación. Lo que Lucius vio en la espalda de su primarca fue una devoción admirable, el propósito decidido e inquebrantable de encontrar la agonía perfecta que sólo el auténtico creyente en el dolor podría ser capaz de conseguir.
—¿Qué es y qué hace? —le preguntó Kaesoron.
Fabius sonrió, contento de poder recrearse en la explicación del funcionamiento de su herramienta de sufrimiento.
—Se trata de un parásito neural que he creado a partir de fluidos cerebrales alienígenas combinados y de nanotecnología recuperada de los capitanes híbridos de la Diasporex.
—Eso no responde a la pregunta —le replicó Marius.
El apotecario hizo un gesto de asentimiento y paseó un dedo de larga uña por toda la parte posterior del cráneo de Fulgrim. Lucius frunció el ceño al ver aquel gesto, ya que las implicaciones de esa actitud de indiferencia eran demasiado evidentes. Para Fabius, Fulgrim no era más que otro trozo de carne sobre el que podría realizar sus maravillosos trucos biológicos. El resultado final de aquella traición decidiría cuál sería el futuro de la legión, pero para el apotecario no era más que el modo de descubrir alguna otra rareza biológica y probar un nuevo invento. Los sentimientos de Lucius hacia Fabius pasaron de la antipatía al odio.
Fabius tomó en las manos un artefacto que se parecía a la parte posterior de un casco de combate y le dio la vuelta. En la superficie interior se veían unas agujas diminutas, y cada una de ellas estaba conectada a una serie de depósitos inyectores llenos de un fluido plateado y brillante de textura semejante a la del mercurio en reposo.
—Una vez se ha colocado sobre el sujeto, el nanofluido se introduce en el cuerpo, donde se conecta al tronco del encéfalo y sigue las ramificaciones neurales que llevan hasta el cerebro. Las diversas especies alienígenas que utilicé en la creación del suero poseían cierto potencial psíquico, y la invasión de la química cerebral le permite a aquel que manipule el artefacto acceder a cualquier zona del cerebro y estimularla como desee.
—¿Para qué? —inquirió Lucius, aunque ya se hacía una idea.
—Todas las criaturas mortales no son más que máquinas —declaró Fabius—. Son animales mecánicos de carne y hueso, y lo que los hace actuar son esencialmente unos imperativos maquinales. Lo que por error consideramos personalidad o carácter no son en realidad más que diferentes expresiones de respuesta a los estímulos. Si dispusiéramos de un algoritmo que poseyera la complejidad suficiente, sería posible replicar con exactitud una persona mecánica funcional que sería imposible diferenciar de una criatura viva. Gracias a este conocimiento, somos capaces de estimular ciertas zonas del cerebro incrementando aquellos aspectos que elijamos al mismo tiempo que inhibimos otros. Podría reventarle la cabeza un recién nacido contra una pared delante de su madre, y este artefacto la haría entrar en un delirio de éxtasis si así yo lo quisiera. También podría tocarle levemente el pecho a un hombre y hacerle sentir que le estoy arrancando el corazón con mis propias manos.
—Entonces, ¿para qué hacen falta todos esos otros cacharros? —quiso saber Kaesoron.
—Por mucho que este artefacto puede hacerle creer a una persona que tiene el cuerpo envuelto en llamas sin que ni siquiera haya una chispa cerca de él, existe cierto placer en un… enfoque más simple del dolor —admitió Fabius.
—Al menos en eso estamos de acuerdo —aceptó el primer capitán.
—Bueno, entonces, ¿a qué estamos esperando? —los apremió Vairosean—. Empecemos ya y acabemos de una vez.
Fabius asintió con lentitud e hizo girar la camilla de nuevo. Fulgrim tenía el rostro enrojecido, y Lucius se dio cuenta de que el primarca estaba disfrutando ante el inminente intento de rescate del alma cuyo cuerpo había poseído.
—Recuerdo ese aparato —comentó Fulgrim—. ¿De verdad crees que funcionará en un ser como yo? Mi conciencia es de una magnitud muy superior a la vuestra. Actúa en unos planos que se encuentran más allá de nuestra capacidad de comprensión. Sus límites superiores son tan elevados que no se pueden contener en un simple cascarón de hueso, y están obligados a existir en unos planos a los que sólo los dioses tienen acceso.
—Eso ya lo veremos —le replicó Fabius, quien se sintió insultado al ver que se ponía en duda su genio.
—Empieza con ése —le ordenó Kaesoron—. Si lo conseguimos, Fulgrim debe tener un cuerpo perfecto al que poder regresar.
—Hijos míos, os habéis visto conducidos a esto igual que ovejas al matadero —les dijo Fulgrim—. Lucius os trae una idea que genera una chispa de interés en vuestras aburridas vidas y os aferráis a ella como si fuera un maravilloso cable de salvamento con el que conseguiréis sentir algo de verdad. ¿Es que no habéis aprendido nada desde nuestra ascensión? No mostrar conformidad de pensamiento y de acción es la única cosa fundamental en la vida. Las hermandades son para aquellos que poseen mentalidades de oveja, ¡y la herejía es algo propio de los dioses!
—Ya basta de cháchara —exclamó Lucius, al mismo tiempo que tomaba unas tenazas afiladas y atrapaba con ellas el dedo anular de la mano derecha de Fulgrim.
El espadachín cerró las tenazas de un modo rápido y firme y le amputó el dedo a la altura de los nudillos. Un chorro de sangre salió de la herida antes de convenirse en un simple goteo.
Fulgrim lanzó un aullido, pero Lucius fue incapaz de determinar si se trataba de un grito de dolor o de placer.
Fabius le arrebató las tenazas a Lucius con un gesto furibundo.
—La tortura es un arte preciso y meticuloso, una pirámide escalonada de dolor —le avisó—. Cortar y rajar de forma aleatoria es algo propio de aficionados. No pienso participar en semejante carnicería.
—Pues entonces deja de hablar y ponte manos a la obra —le replicó Lucius—. Porque a mí me da la impresión de que quieres retrasarlo.
—El espadachín lleva razón —afirmó Kaesoron, acercándose al apotecario.
El primer capitán llevaba puesta su armadura de exterminador, por lo que le sacaba una cabeza a Fabius. El apotecario asintió.
—Como ordenéis, primer capitán —le dijo Fabius, y se volvió hacia su instrumental—. Comenzaremos con el dolor del fuego.
Lucius notó que se le aceleraba el corazón al ver que Fabius empuñaba un soplete cortador. Tuvo que pulsar el mecanismo de activación tres veces para conseguir que se encendiera la llama. Aquel tipo de soplete se utilizaba para cortar paneles de acero, y la llama se estrechó hasta formal un cono de luz blanco azulado cuando Fabius ajustó el flujo del gas.
Julius Kaesoron se inclinó hacia Fulgrim.
—Es tu última oportunidad, engendro demoníaco. Sal del cuerpo de mi primarca y no tendrás por qué sufrir.
—Me encanta el sufrimiento —le respondió Fulgrim con una sonrisa de oreja a oreja.
Kaesoron hizo un gesto de asentimiento, y Fabius llevó la llama a la planta del pie de Fulgrim.
La carne se deshizo y fluyó igual que caucho derretido bajo el tremendo calor. Fulgrim arqueó la espalda y abrió la boca de par en par con un grito mudo a la vez que las venas y las arterías del cuello se le marcaban en la piel igual que cordilleras tectónicas.
Lucius vio aparecer el blanco del hueso a medida que la carne desaparecía. La materia ósea relució durante un momento antes de volverse negra. La médula se quemó con un sonido apetitoso y grasiento, y el olor a carne achicharrada le dejó una textura sabrosa en el fondo de la garganta. Lucius ya había olido y probado la carne humana en otras ocasiones, pero comparado con aquella pobre comida, aquello era un festín delicioso e increíble.
Vio que el olor provocaba un efecto similar en los demás.
Los rasgos duros de Kaesoron se suavizaron levemente, y Vairosean se mantuvo en pie por pura fuerza de voluntad. Sólo Fabius pareció no verse afectado por todo ello, y Lucius supuso que el apotecario ya había disfrutado de numerosas visiones y olores procedentes del cuerpo del primarca a lo largo de las exploraciones que había realizado en la biología cuasi divina de Fulgrim. Fabius pasó la llama del soplete por el pie de Fulgrim hasta que lo único que quedó por debajo del tobillo fue una masa ennegrecida de hueso fundido y médula hervida que caía goteante sobre el suelo de baldosas del apothecarion.
Julius Kaesoron agarró el extremo del hueso quemado.
—Todo este sufrimiento puede acabar —le dijo al primarca tras recuperar la compostura con una rapidez sorprendente.
Lucius se pasó la lengua por los labios, ya que todavía estaba disfrutando del extraordinario aroma de la carne quemada de Fulgrim.
El primarca alzó la mirada hacia Kaesoron con los labios apretados en una sonrisa.
—¿Sufrimiento? ¿Y tú qué sabes lo que es el sufrimiento? No eres más que un guerrero que lucha donde yo le digo que debe combatir, una herramienta con la que satisfago mis deseos, sólo eso. Tú no sufres, y no deberías hablar del sufrimiento a aquellos que lo conocen de verdad.
—Yo elijo no sufrir —le contestó Kaesoron—. Una persona puede tener la fuerza suficiente para controlar sus sentimientos hasta el punto de que resulte imposible hacerla sufrir. Sufrir el dolor y la indignidad es una pérdida de control. Es admitir una debilidad humana. Yo tengo la fuerza suficiente como para negarme a sufrir.
—Julius, entonces me temo que eres más tonto de lo que pensaba —le dijo Fulgrim—. ¿De dónde crees que procede la fuerza si no es del sufrimiento? La pérdida y las privaciones son lo que te proporciona la fuerza. Aquellos que nunca han conocido el verdadero sufrimiento no pueden poseer la misma fuerza que las personas que sí lo han hecho. Una persona debe ser débil para sufrir, y a través de ese sufrimiento obtendrá la fuerza.
—En ese caso, serás muy poderoso para cuando hayamos acabado contigo —le prometió Vairosean.
Fulgrim lanzó una nueva serie de carcajadas.
—El dolor es la verdad. El sufrimiento es el extremo agudo de un látigo, la falta de sufrimiento es el extremo del látigo que empuña el amo. Cada acto de sufrimiento es una prueba de amor, y os lo demostraré soportando todo el dolor que podáis infligirme, por que os amo a todos.
—Eso no es propio de Fulgrim —lo interrumpió Kaesoron—. No son más que mentiras endulzadas para debilitar nuestra fuerza de voluntad.
—Eso no es cierto. Todas las verdades que he aprendido desde que le quité la vida a mi hermano han demostrado ser indiscutibles. Todas las cosas están conectadas en este enorme universo mediante conexiones invisibles, incluso aquellos elementos que parecen ser opuestos entre sí.
—¿Cómo puedes saber eso? —le preguntó Lucius—. Lord Fulgrim era un amante de la belleza y de las cosas maravillosas, pero no era ciertamente un filósofo.
—Para ser un amante de la belleza y de las cosas maravillosas hay que ser también un filósofo —le explicó Fulgrim, al mismo tiempo que movía la cabeza en un gesto de decepción—. He contemplado el corazón oculto de la disformidad y sé que toda existencia es una lucha entre los polos opuestos: la luz y la oscuridad, el calor y el frío y, por supuesto, el placer y el dolor. Pensad en el placer más extático y en el dolor más inimaginable. Están unidos, pero no son lo mismo. El dolor puede existir sin el sufrimiento, y es posible sufrir sin sentir dolor.
—Estoy completamente de acuerdo, pero ¿adónde quieres llegar con ese argumento? —quiso saber Kaesoron.
—Lo que se puede aprender del dolor, que el fuego quema y que es peligroso, es una lección que sólo aprende el individuo, pero lo que yo he aprendido del sufrimiento es que es lo que nos une en el camino de los excesos y nos concede la entrada al palacio de la sabiduría. El dolor sin sufrimiento es igual que una victoria sin combate, uno no tiene sentido sin el otro. Sin embargo, en el análisis definitivo, se descubre que el verdadero sufrimiento sólo se puede medir por aquello que nos arrebatan.
—En ese caso, nosotros también estamos sufriendo ahora, porque hemos perdido a nuestro amado primarca —le replicó Vairosean.
Lucius hizo caso omiso del sentimentalismo empalagoso de Vairosean y frunció el ceño al observar el pie destrozado de Fulgrim. La carne había desaparecido completamente quemada, pero tuvo la impresión de que comenzaba a formarse una fina capa translúcida sobre el hueso, que empezaba a perder el aspecto vitrificado que había adquirido debido a las llamas. Al igual que una serpiente que hubiera mudado recientemente la piel, la delgada textura que comenzaba a cubrir el pie tenía una apariencia oleosa y nueva, imperfecta, pero lista para tomar su forma definitiva.
—Mirad —los avisó Lucius—. Se está curando. Hay que mantener la presión.
Fabius dejó de mirar a la cara al primarca y estudió el pie en proceso de curación con un interés académico mientras Vairosean y Kaesoron tomaban cada uno de ellos un instrumento de tortura. Los capitanes de combate se colocaron a los lados del primarca y aplicaron las herramientas en el cuerpo de Fulgrim. Kaesoron se dedicó a aplastar nudillos con unas tenazas, mientras que Vairosean utilizó un bisturí sobre el pecho de Fulgrim y le cortó largas tiras de piel con mucho cuidado.
—Aaahhh… —sonrió Fulgrim—. Verdaderamente, la carga de la felicidad sólo se puede evitar con el bálsamo del sufrimiento.
Lucius olió la sangre de Fulgrim y deseó empuñar un martillo o un punzón, pero la expresión de los ojos del primarca lo detuvo. Las torturas que Kaesoron y Vairosean le estaban infligiendo habrían reducido a cualquier mortal a un estado de locura en la que echaría espumarajos por la boca, pero Fulgrim parecía estar disfrutando de verdad de aquella experiencia.
El primarca lo miró a su vez a los ojos.
—Vamos, Lucius, coge uno de los instrumentos de Fabius. ¡Haz que mi carne aúlle!
Lucius negó con la cabeza y se cruzó de brazos por temor a hacer lo que Fulgrim deseaba.
—¿Estás seguro? —insistió el primarca con una sonrisa—. Sabes mucho mejor que estos necios que las tentaciones a las que no sucumbes son precisamente de las que más tarde te arrepientes.
—Muy cierto, pero creo que cualquier criatura lo suficientemente poderosa como para apoderarse del cuerpo de Fulgrim es lo bastante fuerte como para soportar cualquier nivel de dolor y de sufrimiento sin apenas esforzarse.
—Qué perspicaz por tu parte, hijo mío —admitió Fulgrim—. Esto es… un tanto entretenido, lo admito, pero para mí el dolor es poco más que algo irritante. Bueno, el dolor que vosotros me podéis infligir.
Kaesoron dejó de torturarlo y miró a Fabius.
—¿Eso que dice es verdad?
Fabius dio una vuelta alrededor de la camilla de Fulgrim y leyó los indicadores de los biorritmos del primarca con un asombro cada vez mayor. Lucius no era apotecario, pero hasta él fue capaz de ver que las lectura confirmaban que si hubieran recitado poesía, habría tenido el mismo efecto en el primarca que aquella tortura.
Vairosean arrojó a un lado el bisturí y un gran cilindro de cristal montado en un nicho acabó destrozado. El fluido tóxico que contenía se desparramó por el suelo del apothecarion, donde se extendió humeando igual que un ácido. El líquido también contenía una masa inidentificable de órganos palpitantes injertados a un huésped de aspecto vagamente humanoide. Fuera lo que fuese, las convulsiones que sufrió duraron tan sólo unos instantes antes de que su miserable existencia acabase.
Fabius se arrodilló al lado de aquellos restos relucientes y le lanzó una mirada furibunda a Vairosean.
Marius hizo caso omiso de la rabia del apotecario y agarró a Fulgrim de la cabeza. Luego se inclinó como si fuera a besarlo, pero en vez de eso golpeó la cabeza del primarca contra la superficie de la camilla y profirió un aullido de rabia que lanzó por los aires a Lucius y a Kaesoron.
El sonido reverberó por toda la cámara igual que el estampido sónico provocado por un Stormbird que volara a baja altitud. El ruido reventó todos los objetos de cristal de la estancia. Los fragmentos rotos repiquetearon contra las losas con un millar de chasquidos agudos.
—¡Eres una criatura maligna! —chilló Vairosean—. Márchate ya o le arranco la cabeza a este cuerpo. ¡Prefiero ver muerto a Fulgrim antes que consentir que lo poseas durante un momento más!
Lucius se levantó del suelo con todos los sentidos todavía aturdidos por el asalto sónico. Mientras tanto, Fabius cargó contra Vairosean y lo apartó del primarca por la fuerza.
—¡Estúpido! —lo insultó Fabius—. Tu rabia ha destrozado una investigación que me ha llevado meses.
Vairosean se deshizo del apotecario enfurecido y cerró un puño, dispuesto a machacar a Fabius hasta convertirlo en una pulpa sanguinolenta.
—¡Marius! ¡Detente! —le gritó Fulgrim.
Los decenios de lealtad imbuida en su ser inmovilizaron a Marius Vairosean, y Lucius recordó la tremenda autoridad de hierro que era innata a todos los primarcas. Incluso él, que no respetaba la autoridad, se sintió intimidado por las palabras de Fulgrim.
—¿Me llamas malvado pero tú decides qué es bueno y qué es malo? ¿Acaso esas ideas no son simplemente términos arbitrarios que la humanidad se ha inventado para justificar sus actos? —le dijo Fulgrim—. Piensa acerca del modo en el que medimos el bien y el mal y verás que lo que soy, que aquello en lo que me estoy convirtiendo es algo de belleza perfecta. Una criatura del bien.
Lucius se acercó a la camilla de acero y bajó la mirada hacia el primarca. Se dio cuenta de que las palabras de Fulgrim eran profundas hasta un nivel que no era capaz de comprender todavía, pero de las que quizá dependía su futuro. Empuñó un punzón con una larga punta con forma de gancho y lo clavó en el pecho de Fulgrim atravesando una zona de tejido de cicatrización que todavía no se había curado por completo. El primarca hizo una mueca cuando el metal le atravesó la piel, pero Lucius no tuvo claro qué clase de emoción había detrás de aquel gesto.
—¿En qué te estás convirtiendo? —le preguntó.
—Ésa es la pregunta equivocada —le respondió Fulgrim, mientras Lucius le clavaba el punzón centímetro a centímetro.
—¿Y cuál es la respuesta correcta?
Marius y Julius se inclinaron hacia ellos mientras Fabius seguía lanzando maldiciones por los largos meses de trabajo perdidos que burbujeaban y se desparramaban a sus pies.
—La pregunta correcta es hacia dónde se mueve el universo. Y la respuesta a esa pregunta sólo se puede saber si se comprende de dónde venimos.
Marius siguió el ejemplo de Lucius y escogió un instrumento de tortura de la colección de artefactos que había desplegado Fabius. Le dio unas cuantas vueltas en las manos al aparato y luego hizo girar la manivela de un engranaje metálico que abría poco a poco las piezas en forma de pétalo que integraban el extremo en forma de pera. Satisfecho por el funcionamiento, lo volvió a cerrar y caminó a lo largo de la camilla hasta llegar la cintura del primarca, y le colocó el artefacto entre las piernas.
—Venimos de Terra. ¿Te refieres a eso? —le preguntó Marius.
Fulgrim le sonrió con paciencia.
—No, Marius, me refiero a mucho antes de eso. Todo lo antes a lo que se puede llegar.
Marius se encogió de hombros y colocó el artefacto que empuñaba con una serie de gruñidos mientras Julius tomaba unas cuantas varillas plateadas de diferentes tamaños, unas más cortas que otras, pero todas rematadas por una punta afilada. Kaesoron clavó siete de aquellas varillas plateadas, una por una, en el cuerpo de Fulgrim formando una línea desde la nuca hasta la ingle. Era evidente que Kaesoron conocía aquellos objetos, ya que los utilizó con la concentración de un artista. Lucius se preguntó si habría elegido mal su método de tortura al compararlo con el de sus camaradas capitanes, pero luego decidió que le gustaba la sencillez del punzón, y siguió empujando para que se clavara más todavía en los desconocidos órganos y en la biología inhumana del primarca.
Fulgrim observó a Kaesoron con la atención propia de un maestro orgulloso al ver a su pupilo echar a volar por primera vez sin recibir ninguna clase de instrucción. El primarca negó con la cabeza cuando Kaesoron terminó y se incorporó.
—Julius, la colocación de la aguja del chakra Swadhisthana está ligeramente fuera de posición. Quizá se deba a la intrusión del artefacto de Marius. Un poco más arriba estaría mejor.
Kaesoron se agachó para comprobarlo y recolocó la aguja al darse cuenta de que Fulgrim tenía razón. Sin decir ni una palabra al respecto, conectó una serie de cables de cobre al extremo de las agujas. Los cables estaban a su vez conectados a un conjunto de generadores que ya estaban activados. Luego pulsó un interruptor y un profundo zumbido grave llenó la cámara. Pequeños chispazos de alto voltaje recorrieron los cables.
Fulgrim apretó la mandíbula y la energía enjaulada en su cuerpo centelleó en los negros vórtices de sus ojos. La piel del primarca se ennegreció y a Lucius le llegó el regusto eléctrico de un cuerpo quemándose por dentro.
Fulgrim volvió a hablar mientras sufría un dolor capaz de poner fin a la vida de varios seres humanos:
—Este universo comenzó con la simplicidad, con un acontecimiento de una expansión tan veloz que jamás podrá ser medida. En esos primeros instantes fraccionales de existencia, el universo era un lugar de una sencillez tan asombrosa que nunca seremos capaces de comprenderlo. Pero con el paso del tiempo, esos elementos simples comenzaron a unirse para crear formas cada vez más complejas. Las partículas se convirtieron en átomos, los átomos pasaron a ser moléculas hasta que su complejidad aumentó y formaron las primeras estrellas. Esas estrellas recién nacidas vivieron y murieron a lo largo de millones de años, y sus muertes explosivas impulsaron el nacimiento de más estrellas y planetas. Tú y yo somos seres de luz creados a partir de los núcleos de las estrellas.
—Muy poético, pero sigo sin saber qué tiene eso que ver con el bien y el mal —le replicó Kaesoron mientras seguía manipulando la corriente que recorría las agujas plateadas, pero lo cierto era que no pudo evitar sentirse intrigado.
Lucius se quedó sorprendido, ya que siempre había creído que el primer capitán no sentía apenas interés alguno por nada que no fuera la satisfacción de sus propios deseos o el modo con el que podría provocarle más dolor al enemigo.
—Pronto llegaremos a eso —le prometió Fulgrim.
El espadachín tuvo que recordarse a sí mismo que estaban enfrascados en la tortura del primarca y que no se encontraban allí para recibir una lección sobre la sustancia que formaba el universo. Quiso decirlo en voz alta, pero las siguientes palabras pronunciadas por el primarca hicieron que se mantuviera callado.
—Nada de lo que está ocurriendo ahora mismo se ha producido al azar —siguió diciendo Fulgrim—. Todo esto forma parte de la propia naturaleza del universo, de su tendencia a la complejidad. ¡Ah, sí! Es algo tremendamente exquisito. ¡Marius, dale otra vuelta al engranaje! Como iba diciendo, todas las cosas forman parte de este ciclo de crecimiento y de formación, desde el organismo más diminuto hasta la conciencia inteligente más elevada. Si se dan las circunstancias adecuadas, todo tiene tendencia a convertirse en algo más hermoso, más perfecto y más complejo. Ha sido así desde el comienzo de la vida del universo, y esa naturaleza es inevitable e inexorable.
Lucius asintió mientras giraba la punta del punzón en un círculo más amplio en el interior del cuerpo de Fulgrim.
—¿Y hacia dónde nos conduce eso? ¿Qué existe al final de este viaje desde la simplicidad a la complejidad?
Fulgrim se encogió de hombros, aunque era imposible saber si se trató de un gesto consciente o provocado por las corrientes de energía que le recorrían el cuerpo.
—¿Quién lo sabe? Algunos lo llaman divinidad, otros, nirvana. A falta de un término mejor, se le puede llamar complejidad perfecta. Es el objevo final de todas las cosas, ya sean conscientes o no de su función en el universo. Ahora, respecto a la cuestión del bien y del mal… Ambos están unidos de un modo inextricable al viaje en dirección a la complejidad perfecta. Y la respuesta es simple.
Fulgrim dejó de hablar cuando arqueó la espalda al mismo tiempo que le salía un hilo de sangre por la comisura de la boca. Lucius quiso creer que había sido su punzón el que le había provocado el espasmo de dolor al pincharle la espina dorsal, pero debido a que los tres estaban enfrascados en el uso de los instrumentos de tortura era imposible saberlo con certeza.
Fabius caminó alrededor de la camilla comprobando los signos vitales de Fulgrim, y lo hizo con una preocupación que iba en aumento.
—Lo estáis matando. Uno de vosotros debe parar de inmediato —dijo con voz temerosa.
—No —se negó Marius—. El dolor expulsará al demonio. Abandonará su dominio sobre Fulgrim antes de permitir que lo matemos.
—¡Estúpido ignorante! —lo insultó Fabius—. ¿Acaso crees que a unas criaturas como los demonios les importa que muera su huésped humano? Lo único que ocurrirá será que su esencia se cohesionará de nuevo en la disformidad cuando su recipiente físico quede destruido.
—Entonces, ¿para qué estamos haciendo esto? —quiso saber Lucius.
El espadachín soltó la empuñadura del punzón y agarró a Fabius por la garganta al notar de nuevo un cierto elemento conspirativo en la preocupación que el apotecario mostraba por Fulgrim. Apretó con más fuerza la tráquea y ejerció la presión suficiente como para que los ojos de Fabius comenzaran a salirse de las órbitas.
—No se puede hacer daño a este demonio —le explicó Fabius entre jadeos—. Pero si se le causa el dolor suficiente, quizá sería posible que abandonara el cuerpo.
—¿Quizá? ¿Posible? No nos das certeza alguna con esas palabras.
Lucius notó una presión punzante en la ingle, y al mirar hacia abajo vio un armazón serpenteante de metal oxidado y cartílago reluciente que salía de debajo del abrigo de piel humana de Fabius. Una gran aguja hipodérmica llena de un fluido rosáceo había atravesado la juntura flexible de la armadura a la altura del muslo y se había clavado unos dos centímetros en el músculo de la pierna.
Fabius sonrió igual que lo haría una serpiente.
—Ponme la mano encima otra vez y el inyector te llenará de suficiente Vitae Noctus como para matar a toda una compañía de guerreros.
Lucius soltó al apotecario a regañadientes y notó como el frío metal de la aguja salía de su cuerpo. Por mucho que deseara lanzarse a por Fabius y partirle el cuello, no pudo evitar que en su rostro se mantuviera la sonrisa de haber estado a las puertas de la muerte.
Fabius se fijó en ella.
—Siempre es emocionante hasta que el elixir entra en el sistema sanguíneo. Entonces se convierte en algo sublime durante seis latidos de corazón. Luego mueres, y se acaban todas las sensaciones. Recuérdalo la próxima vez que sientas la necesidad de desahogar conmigo la rabia que te invade.
Kaesoron los separó con sendos empujones.
—Ya basta. Tenemos una tarea entre manos. Apotecario, ¿podemos hacer salir a este demonio con el dolor? Quiero una respuesta clara y directa.
Fabius contestó sin apartar la mirada de Lucius, y éste respondió a la hostilidad de la mirada con un tranquilo gesto de despreocupación que sin duda irritaría más al apotecario.
—No puedo darla —le respondió Fabius—. Cualquier cuerpo mortal quedaría destruido mucho antes de que tuviéramos tiempo de llegar al punto en el que un demonio perdería su poder sobre ese cuerpo. Sin embargo, el cuerpo de un primarca debería sobrevivir lo suficiente como para que llegáramos al punto en el que el dolor tendría la intensidad necesaria como para expulsarlo.
—Quizá ha llegado entonces el momento de utilizar ese parásito neural —apuntó Marius—. Ese trasto que creaste a partir de los capitanes híbridos de la Diasporex.
Fabius hizo un gesto de asentimiento para mostrar que estaba de acuerdo, y Lucius se dio cuenta de que el apotecario había estado esperando esa oportunidad. Se agachó y colocó el medio casco sobre el cráneo de Fulgrim, luego conectó una serie de tubos de plástico transparente al metal plateado. Los tubos recorrían serpenteando el suelo hasta llegar a una maquinaria que zumbaba y que parecía haber sido diseñada por unas criaturas que no tenían nada que ver con la humanidad. Palpitaba con una compleja serie de luces y de sonidos en unos planos que se encontraban más allá de las percepciones sensoriales de los mortales. Lucius observó como el líquido iridiscente parecido al mercurio también palpitaba ansioso a lo largo de los tubos transparentes en su camino hacia el primarca.
—Será mejor que esto funcione —le advirtió Kaesoron a Fabius a la vez que le apoyaba el índice en el pecho—. Si nos has mentido, ninguno de tus fétidos elixires me impedirá matarte.
El líquido centelleante entró en el cuerpo de Fulgrim, y de sus hermosos labios surgió el jadeo de exclamación de un sensualista que por fin ha descubierto unas sensaciones que ni siquiera se había imaginado. El primarca abrió los ojos de par en par y miró a su alrededor igual que lo haría alguien que se hubiera despertado mientras soñaba con la evocación dorada de amistades y amantes hasta entonces apenas recordadas.
—Ah, hijos míos —les dijo. Habló como si el dolor que le infligían sus torturadores fuese poco más que la suave caricia del ala de una mariposa—. ¿Por dónde iba?
La sangre le cubría la piel igual que una túnica de color carmesí, y de cada uno de sus poros salía el acre olor a carne quemada. Las agujas de plata que tenía clavadas en el cuerpo irradiaban calor, y tenía la pelvis doblada hacia arriba en un ángulo antinatural por la expansión del macabro artefacto utilizado por Marius.
—Hablabas del bien y del mal —le recordó Lucius, mientras agarraba la empuñadura de madera del punzón para clavarlo con más fuerza.
—Ah, Lucius, empuñas ese punzón como un auténtico maestro —le dijo Fulgrim—. Eres tan hábil con un arma pequeña como con una grande.
—Es la práctica —le respondió Lucius.
—Lo sé.
—¿Está funcionando? —le preguntó Kaesoron a Fabius mientras éste manipulaba diales holográficos e indicadores de líquido con los controladores táctiles alienígenas que tenía implantados bajo la piel.
—Así es —le confirmó el apotecario—. Puedo alterarle la bioquímica del cerebro para hacerle ver lo que yo quiero que vea, que sienta lo que yo quiero que sienta. No tardaré mucho en conseguir que su mente esté bajo nuestro control.
Fulgrim se echó a reír, y luego estalló en lágrimas. Su cuerpo se convulsionó inmerso en la agonía antes de estremecerse sumido en el mayor de los placeres. Gritó ante unos terrores invisibles, y se lamió los labios cuando unos sabores inimaginables le inundaron el sentido del gusto.
—¿Qué le está pasando? —quiso saber Marius.
—Estoy tomando el control —le explicó Fabius, quien era evidente que estaba disfrutando de aquella oportunidad de manipular a un espécimen de perfección física tan magnífico producto de una ingeniería genética suprema—. Su mente es más compleja de lo que te podrías imaginar. Son un millón de laberintos entrecruzados entre sí. No es un asunto sencillo descifrar todas sus conexiones.
—Pues date prisa en aprenderlas —le ordenó Kaesoron.
Fabius hizo caso omiso de la amenaza implícita en la voz del primer capitán y realizó una miríada de cambios en la composición del fluido y en el sistema del artefacto. Todo aquello era demasiado complejo como para entenderlo. Lucius no tenía ni idea de lo que estaba cambiando el apotecario o de cómo esos cambios afectarían al primarca. En la piel de Fulgrim se vio sobresalir, como cuerdas tensas, cada vena y arteria del cuerpo, lo que dejó claro que el primarca no iba a permitir que Fabius tomara el control sin plantarle cara.
Un millar de emociones y sensaciones cruzaron el rostro de Fulgrim, y Lucius lo envidió por estar conectado a la máquina de Fabius. ¿Cómo sería permitir que otro guiara la mente de uno mismo a través de un universo de sensaciones? Sin embargo, tan pronto como se imaginó ese viaje, supo que estaba demasiado centrado en sí mismo como para permitir que nadie tomara el control de su cuerpo.
Por fin, Fulgrim se relajó y se desplomó de nuevo sobre la camilla con un suspiro contenido de alivio. Las extremidades permanecieron en reposo sobre el frío metal y Fabius sonrió de oreja a oreja con una expresión triunfal. El gesto dejó a la vista los dientes amarillentos y la lengua reluciente y serpentina.
—Ya lo tengo. ¿Qué queréis que haga, primer capitán?
—¿Puedes obligarlo a hablar y que diga la verdad?
—Por supuesto; es una manipulación muy sencilla —le aseguró Fabius.
Lucius frunció el ceño ante la certeza que mostraba el apotecario, y se extrañó de la facilidad con la que Fabius parecía haber dominado lo que él mismo había definido como una tarea casi imposible. Sacó el punzón del cuerpo de Fulgrim y rodeó la camilla para colocarse al lado de Fabius. No le importó el Vitae Noctus: si descubría que el apotecario les estaba mintiendo, lo mataría.
Las caras del largo abrigo de Fabius se movieron arriba y abajo como si estuvieran sometidas a una marea gélida, y sus aullidos mudos le suplicaron a Lucius que acabara con su sufrimiento. El espadachín no hizo caso de aquello y calculó cuál sería el mejor punto donde clavar el punzón si tenía que matar a Fabius.
El apotecario no pareció darse cuenta de la presencia de Lucius, y paseó sus dedos por encima del artefacto igual que un maestro sobre el teclado del órgano de un templo. Fulgrim se estremeció tendido en la camilla, y luego su rostro se retorció en una sonrisa delirante cuando notó lo que le estaban haciendo.
—¡Ah, hijos míos!… —susurró el primarca—. ¿Queréis la verdad? Qué tosco por vuestra parte. ¿No os dais cuenta de que la verdad es lo más peligroso que existe?
—Tu tiempo aquí se te acaba, demonio —le gruñó Marius—. No tienes lugar en esta legión. Eres una criatura del mal.
Fulgrim se rió una vez más.
—¡Ay, Marius! Insistes en llamarme una criatura del mal, pero esa palabra no tiene significado a menos que comprendas la verdad sobre lo que representan el bien y el mal. Muy bien, ¿queréis la verdad? Os la daré. Si aceptáis que el universo se mueve constantemente hacia su estado final de complejidad perfecta, y que se trata de su destino inevitable, entonces cualquier cosa que dificulte ese proceso se debe considerar algo maligno. Si seguimos esa misma lógica, cualquier cosa que impulse ese viaje es si duda algo bueno. Yo me muevo en dirección a esa complejidad perfecta, y al dificultar mi ascensión vosotros actuáis de un modo malvado. De todo lo que hay en esta cámara, ¡yo soy lo único que es bueno!
—Lo que quieres es ofuscarnos la mente con toda esa cháchara sobre la naturaleza del universo y el bien y el mal —le respondió sibilante Marius—. Sé lo que es el mal, lo tengo delante de los ojos ahora mismo.
—Te estás mirando a ti mismo, Marius Vairosean —le contestó Fulgrim—. ¿Acaso no has visto todavía la verdad?
—¿La verdad de qué?
—¡La verdad de mí!
Lucius se apartó de la camilla cuando los bíceps de Fulgrim se hincharon de repente con un tremendo poder y el brazo derecho del primarca se liberó de las ataduras que lo mantenían inmovilizado contra la camilla. Un instante después, liberó el brazo izquierdo y el primarca se incorporó de golpe, lo que arrancó todas las agujas que le habían clavado y soltó los sensores de monitorización que Fabius le había colocado antes de comenzar las torturas.
Fulgrim apartó a Marius de una patada y se sacó el artefacto con el que el tercer capitán lo había estado torturando. El aparato cayó al suelo del apothecarion con un repiqueteo húmedo y rodó igual que una flor viscosa de hierro manchado de rojo.
—Una pena —comentó Fulgrim—. Empezaba a gustarme.
El primarca sacó las piernas de la camilla partiendo las ataduras de los tobillos y de los muslos con el mismo esfuerzo que necesitaría un niño para apartar las sábanas tras despertarse. Julius Kaesoron se lanzó sobre Fulgrim para tumbarlo de nuevo, pero salió despedido de espaldas por un simple golpe con el dorso de la mano. Fabius retrocedió, pero Lucius se quedó donde estaba. Sabía que no tenía sentido alguno echar a correr.
Se dio cuenta de lo ciego que había estado, de lo ingenuo que había sido. ¿Cómo podían haber creído que serían capaces de someter a todo un primarca? Lo habían conseguido sólo porque Fulgrim lo había permitido, porque quería llegar a ese punto. El Fénix había captado las dudas de sus guerreros y los había conducido hasta ese lugar, hasta ese momento, para revelarles su verdadera naturaleza.
Fulgrim se volvió hacia él y le sonrió. En ese preciso instante, Lucius vio la verdad que albergaba todo lo que Fulgrim había dicho y hecho desde Istvaan. Vio el reconocimiento de ese hecho en los ojos de Fulgrim, y cayó de rodillas.
—¿Vas a suplicarme, Lucius? Esperaba más de ti —le dijo Fulgrim.
—No os suplico nada, mi señor —le contestó Lucius con la cabeza inclinada hacia el suelo—. Sólo quiero honraros.
Julius Kaesoron tuvo que esforzarse para ponerse en pie. Su puño de combate se activó con una diminuta tormenta de rayos de color púrpura. Marius Vairosean empuñó el cañón sónico y abrió la boca de par en par, preparado para lanzar una devastadora descarga de sonido y energía capaz de matar a todo el mundo en la cámara.
—¿Ahora lo sabes ya? —le preguntó Fulgrim.
—Ahora lo sé —asintió Lucius—. Debería haber sabido desde el principio que jamás entregaríais vuestra voluntad a otro. Si yo no lo haría, ¿cómo podríais hacerlo vos?
—¿De qué estás hablando, espadachín? —exigió saber Kaesoron—. ¿Nos has traicionado aliándote con esa criatura demoníaca?
Lucius negó con la cabeza y soltó una breve risa por la ceguera de Kaesoron ante una verdad que sin duda ya era más que evidente por sí misma.
—No, no lo he hecho, porque estaba equivocado —le aclaró Lucius.
—¿Sobre qué? —preguntó Kaesoron con el puño alzado, listo para atacar.
—Sobre mí —contestó Fulgrim por Lucius.
—Es lord Fulgrim. Nuestro verdadero lord Fulgrim —declaró Lucius.