CINCO

CINCO
Mientras su senescal organizaba las fuerzas de los Ángeles Oscuros, el León se dirigió a su sala de armas personal. Cinco siervos de la legión estaban esperándolo en el interior del salón recubierto de piedra, ataviados con sobrepellices de color verde oscuro, botas pesadas y guantes. Cada uno de ellos llevaba también una pistola en el cinturón, aunque el León no había encontrado a ningún enemigo en su camino hasta allí y parecían estar tranquilos.
Los informes de los ataques aumentaban de frecuencia a medida que los nephillas, o lo que quiera que fueran sus asaltantes inmateriales, parecían estar ensanchando la brecha desde el espacio de la disformidad para permitir que más miembros de su especie se manifestasen.
Los muros de la sala estaban cubiertos de armas de asombrosa variedad, fabricadas para el primarca o capturadas como botines de la conquista de los cientos de culturas con las que se había encontrado durante la Gran Cruzada. Comenzó con su primera espada corta de Caliban, que le fue entregada por Luther como aceptación en la orden de caballeros; esa simple espada ocupaba un lugar destacado en el centro de la exposición.
Aquella colección de armamento era la única muestra de ostentación que se permitía a sí mismo. Había pasado largos ratos allí contemplando las muchas formas que había inventado la humanidad de acabar con un enemigo, aunque en los últimos tiempos su sala del trono se había convertido en una guarida más habitual. Se detuvo un momento para pensar, paseó junto a las paredes, acarició sus piezas preferidas, deslizó un dedo cubierto por el guante por las cuchillas para apreciar la forma en que estaban hechas. En la guerra, al igual que en otras actividades, el hombre fue creativo, mostrando genio y perspicacia atroz incluso con el nivel más elevado de tecnología.
Muchas de las armas eran demasiado pequeñas para su puño y estaban expuestas únicamente como adorno, mientras que otras tenían un propósito diferente en sus manos: las espadas de hombres normales eran usadas como cuchillos por el León. Algunas tenían diseños antiguos y tradicionales, mientras que otras tenían filos monomoleculares, generadores de campos de energía, electrocampos y otros avances tecnológicos.
Había espadas anchas, espadas largas, espadas bastardas, espadas mortuorias, flambergas, estoques, sables, cimitarras, khopeshes, espadines, tulwares, shorels, espadones, misericordias y machetes; myrmexes, cestos y puños de hierro; basilardas, estiletes, dagas y puñales; cuchillos, hoces y kopis; azadas, palos, picos, mazas, mazas de pinchos, mayales, mazos y martillos de guerra; hachas, hachas de guerra, hachas de mano, hachas de doble filo, hachas de hoja ancha y azuelas; picas, partesanas, bisarmas, sarisas, medias alabardas, alabardas Lochaber, lanzas de jabalí, tridentes, más alabardas, guadañas, medias picas y lanzas largas.
No se apresuró, sino que se tomó su tiempo para ordenar sus pensamienros, teniendo en cuenta el enemigo al que se enfrentaba. En su juventud mató a una nephilla con sus propias manos por necesidad, aunque eran casi inmunes a la mayoría de las armas mortales; otro beneficio de su herencia genética de primarca. Hoy iría armado, así que empuñó dos espadas bastardas, dos poderosas armas pesadas de puño y medio para los seres humanos normales, pero que el gigantesco primarca podía empuñar sin problemas con una sola mano. Estaban magníficamente forjadas y eran la creación de un artesano de Caliban cuyo nombre se había perdido en la historia. Sus nombres estaban inscritos a lo largo del borde de cada espada en letras floridas: Esperanza y Desesperación. Cada una de ellas tenía una acanaladura a lo largo para aligerar el peso de la hoja, y el borde estaba formado por un compuesto cristalino más afilado que cualquier metal, irrompible y que no necesitaba ser afilado. El León había encontrado el par de espadas usadas como piezas ceremoniales por uno de los maestros de la orden, y quedó tan encantado por los brillantes filos de sus cuchillas que insistió en hacer un intercambio por un pellejo de sablesabre en estado impecable que el primarca había preparado con sus propias manos.
Armado con las espadas, el León se reunió con la compañía que le había sido asignada en la puerta principal, sobre las salas del reactor y el núcleo de la disformidad, donde la lucha era más feroz. Varios legionarios heridos estaban siendo arrastrados por la rampa de acceso con heridas horribles, como quemaduras y cortes a través de las armaduras que los habían atravesado hasta el hueso.
—Luchad con orgullo, morid con honor —dijo el León, alzando sus espadas a modo de saludo a sus pequeños hermanos.
Se desplegaron detrás de su primarca formando cinco líneas de cincuenta guerreros cada una.
Los corredores estaban cubiertos de cadáveres; la mayor parte de ellos eran siervos y tripulantes desarmados. Sus destrozados cuerpos se encontraban apilados en sangrientos montones y taponaban las puertas de las salas laterales. Algunos habían perdido la cabeza o las extremidades, otros eran poco más que trozos ennegrecidos de carne chamuscada. Algunos estaban colocados entre ellos en poses lascivas, lo que provocó un gruñido de disgusto en el primarca.
Aquí y allí, las moscas y los gusanos ya se estaban arrastrando por la suciedad de los muertos, excavando bajo la piel de los caídos y dándose un festín con los ojos sin vida. El León oyó entre susurros las maldiciones proferidas por su compañía, pero no deseó mandarlos callar, puesto que él también sentía ganas de maldecir.
Se detuvo cuando se encontró con los cadáveres de dos ángeles oscuros muertos. Se arrodilló junto a ellos. Sus armaduras estaban medio derretidas, como si hubieran sufrido el ataque de un ácido corrosivo muy poderoso, y tenían la piel salpicada de ampollas y bubones. Caliban había sido sacudido alguna vez por extrañas plagas, y las ampollas con triple pústula que corrompían la piel de los dos marines espaciales muertos hicieron que el León recordara algo.
—Tenemos que quemar a los muertos para que no se extienda la descomposición —dijo solemnemente mientras se erguía.
Un rastro de baba, como el de un caracol, sólo que de un metro de ancho, se alejaba de los cuerpos y se dirigía hacia uno de los pasillos que conducían al corredor principal. El primarca dio instrucciones a un escuadrón para que persiguieran y dieran caza a la criatura que había dejado ese rastro, y luego continuó su avance hacia las salas del motor principal, que se encontraban varios cientos de metros más adelante.
De repente, de la nada, ocho nephillas cobraron vida justo enfrente del primarca. La brecha de la disformidad se había hecho tan grande que casi no les daba tiempo a materializarse a todos los atacantes. Estas criaturas tenían una forma vagamente humanoide, con cuerpos encorvados y brazos delgados pero fuertes. Sus patas eran semejantes a las de un perro y su carne era del color de la sangre y ligeramente escamosa. Tenían cabezas alargadas, con cuernos de color negro a los lados. En las manos con forma de garras llevaban espadas triangulares de bronce brillante. Los ojos de color blanco puro miraron fijamente al León durante un momento mientras las lenguas viperinas lamían unos dientes tan finos como agujas.
Profiriendo gruñidos y gritos de guerra, los nephillas atacaron como uno solo alzando sus espadas mientras corrían hacia el León. Éste no esperó a que el enemigo llegara hasta él, sino que saltó hacia adelante para cargar contra ellos. En la mano izquierda, su espada Esperanza paró dos golpes que se dirigían a la ingle, mientras que Desesperación degolló a una de las criaturas separando el tejido inmaterial de su cuerpo sin encontrar resistencia.
El León sintió un golpe de energía recorriéndole todo el cuerpo cuando la criatura explotó convirtiéndose en una lluvia de sangre que tiñó el suelo y la armadura del León de rojo. No hubo tiempo de detenerse para maravillarse por esta extraña muerte, ya que las siete criaturas que quedaban trataban de rodear al primarca.
Los proyectiles de bólter zumbaron y chasquearon cuando los ángeles oscuros hicieron todo lo que pudieron para ayudar a su comandante. Las explosiones causaron poco efecto en los nephillas, pero al menos los mantuvieron distraídos. El León trazó un gran arco con Esperanza, partió una espada alzada y separó los cuerpos de otros dos atacantes más mientras clavaba a Desesperación en la cara de un tercero. Las armas de los nephillas golpearon su armadura negra y dorada, destrozando las placas esmaltadas con una facilidad que ningún arma mortal hubiera podido hacer jamás, aunque la carne del primarca permaneció sin sufrir herida alguna.
El León esquivó otro golpe de una de aquellas cuchillas infernales y golpeó la cabeza de un nephilla que lo acechaba por la espalda con Desesperación, seccionando el cuerno negro y la piel roja. No tenía hueso bajo la carne, y la criatura cayó formando un charco de color rojo como las demás. Dos segundos más tarde y tras una lluvia de golpes, el León despachó al resto de los asaltantes, y su armadura quedó cubierta de un líquido pegajoso de color rojo. Olía como la sangre, pero sabía que no podía ser sangre ya que las criaturas no tenían venas, arterias ni corazones para llevar algo así en su interior.
Aturdido por este descubrimiento, el León continuó su avance y ordenó a su guardia que lo siguiera rápidamente mientras caminaba salpicando al pisar las manchas de color rojo. Le mandó una señal a Stenius, que había permanecido en el estrategium.
—¿Cuánto tiempo hará falta para que el impulsor de disformidad esté en funcionamiento, capitán?
—Menos de veinte minutos, mi señor —fue la respuesta tras unos segundos—. Tenemos un problema, sin embargo. El enemigo ha hecho salir a los ingenieros del núcleo de disformidad y está tratando de asaltar la sala de contención. Lord Corswain y lady Fiana están tratando de abrirse paso desde las cubiertas de popa, mi señor.
—Me reuniré con ellos en la cámara del núcleo principal, capitán.
El León comenzó a correr, y con sus amplias zancadas rápidamente dejó atrás a su compañía de ángeles oscuros.
Corswain se sintió sólo un poco mejor al estar acompañado de lady Fiana. La mirada de su tercer ojo era devastadora para el enemigo, pero se cansaba rápidamente y debía reposar varios minutos entre uno y otro ataque. Durante esos períodos de tiempo, le correspondía a él y al resto de ángeles oscuros protegerla con sus armas terrenales. No era imposible, ya que los nephillas podían ser destruidos por el fuego de armas pesadas o por una descarga particularmente poderosa de un cañón láser o un arma semejante, pero era una tarea muy difícil y el destacamento estaba gastando municiones y células de energía a una velocidad prodigiosa. Les quedaban menos de la mitad de la munición que habían llevado consigo para cuando llegaron a los corredores y a las escaleras que bajaban hacia las cámaras del núcleo principal.
Se encontraron con toda clase de espeluznantes enemigos en su recorrido de dos kilómetros hacia las salas de popa: enormes bestias con forma de disco provistas de garras afiladas y con fauces que podrían triturar la armadura de un legionario en pocos segundos, organismos de seis extremidades con gigantescas pinzas de langosta y largas lenguas cubiertas de veneno, apariciones cambiantes con caras lascivas en los torsos que daban vueltas y giraban al mismo tiempo que escupían un fuego hechicero por las yemas de los dedos.
La fuerza original de Corswain de doscientos legionarios de los Ángeles Oscuros se había visto reducida a poco más de la mitad; veintiocho de ellos habían muerto o estaban en el apothecarion, y los demás se habían quedado en la retaguardia para defenderse de un enemigo que podía materializarse en cualquier lugar.
Con su guardia personal muy cerca de él, el senescal descendió por la escalera principal hasta las entrañas de las cubiertas de motores mientras otros escuadrones se dividían para despejar las rutas de acceso secundarias. Los peldaños de la escalera estaban cubiertos por los cuerpos de los tripulantes muertos. Entre los cadáveres decapitados y destripados había unos cuantos legionarios con las armaduras negras desgarradas y la carne horriblemente despedazada y retorcida. Corswain no tenía ni idea de lo que podía haber causado unas heridas tan horribles, y la conmoción que le provocó todo aquello hizo que aferrara con más fuerza la empuñadura de su pistola bólter y la de su espada de energía cuando llegaron a la cubierta inferior.
Todo estaba despejado, salvo por el hedor que desprendían los cadáveres hinchados de los ingenieros y los sirvientes. Allí los pasillos estaban cubiertos de conductos de energía, tuberías y cables que mostraban signos de deterioro y abandono, marcados por las manchas de corrosión, el musgo y las algas. Sabiendo que Stenius nunca hubiera permitido que su nave estuviera en tan mal estado, Corswain se vio obligado a determinar que tal decrepitud era de alguna forma un efecto colateral de la presencia de los nephillas.
Lo mismo sucedía en el nivel inmediatamente inferior, donde continuaron sin encontrar a ningún enemigo. Cuando se reunió con sesenta de sus ángeles oscuros, Corswain se preparó para descender a la cubierta principal del núcleo de disformidad. El corredor y la escalera retumbaban con la energía, pero no sólo era la energía del reactor; había tensión en el aire, una sombra intangible que nublaba sus pensamientos.
—La presencia de la disformidad es casi total aquí —le advirtió Fiana. Su rostro se mostraba agobiado por el esfuerzo, el sudor le recorría la frente y las mejillas y tenía los labios temblorosos—. Si no fuera por la ausencia de alarmas, pensaría que se ha abierto una brecha en el núcleo de disformidad.
—Que todo el mundo permanezca alerta —dijo Corswain a sus guerreros; aunque se dio cuenta de que era algo completamente innecesario, ya que todo el mundo estaba nervioso—. Aquí no hay amigos. Destruid todo lo que se mueva.
Dirigió las fuerzas hacia el sector del núcleo de disformidad. En ese lugar, las paredes estaban blindadas con una espesa capa de ferrocemento cubierta de adamantio. La cubierta propiamente dicha tenía forma ovalada, con un corredor principal alrededor de la sala del núcleo en sí y pasillos laterales que conducían a las consolas de monitores y a las salas de vigilancia.
Había cadáveres por todas partes, algunos de ellos tan horrendamente mutilados que era difícil saber si alguna vez fueron hombres o mujeres. En los primeros cientos de metros, Corswain contó siete ángeles oscuros muertos, dos de ellos con la librea de los tecnomarines. La primera puerta al núcleo de disformidad estaba ciento cincuenta metros más adelante y los montones de muertos aumentaban cuanto más se acercaban a ella.
Sonaban disparos detrás de ellos, y una oleada de nephillas atravesó la puerta para dirigirse hacia la sala principal del núcleo. Todos eran del mismo tipo, pequeñas criaturas con caras en el torso y su innatural carne de color rosa brillante. De las puntas abiertas de sus dedos extendidos salían chispas y chorros de fuego mientras saltaban y daban volteretas por todo el corredor.
Los legionarios abrieron fuego, y una lluvia de disparos cayó sobre los nephillas desde una distancia de cincuenta metros. Corswain disparó su pistola repetidamente, dirigiendo sus disparos contra el mismo objetivo hasta que finalmente la criatura se derrumbó entre nubes de niebla rosácea que brotaba de sus heridas. El nephilla comenzó a estremecerse y a girar alocadamente mientras un trepidante rugido salía de su boca sin labios.
Corswain dejó de disparar, conmocionado por lo que sucedió después.
El nephilla rosado comenzó a mutar, le creció otra cabeza y se dividió en otras dos formas. Su tono rosáceo se convirtió en morado y luego en azul oscuro mientras dos versiones más pequeñas de su forma anterior cobraban vida con un sonoro chillido. Las criaturas de color azul gruñían y fruncían el ceño a sus atacantes, con los dedos flexionados amenazadoramente. Lo mismo estaba sucediendo con los demás, convirtiendo la marea rosa en una lluvia rosada y azul a medida que los otros nephillas eran destrozados por los disparos sólo para resurgir en sus nuevas formas.
Corswain se lanzó a la carga con la espada en alto y disparando en fuego semiautomático. Se encontraba a tan sólo unos cuantos pasos de la línea frontal de la masa azul cuando un rayo de color negro pasó ardiente junto a él: el tercer ojo de lady Fiana. Hizo un agujero en la masa de nephillas apelotonados en el pasillo, y sus cuerpos se deshicieron convertidos en chispas de color rosa y azul en cuanto los tocaba.
El cargador de la pistola quedó vacío, y Corswain blandió la espada contra el enemigo más cercano. Impactó a la criatura en el brazo extendido con el filo del campo de energía de su espada. El impacto fue extraño, ya que no se pareció en nada a la lentitud de una espada cortando la carne ni a la repentina sacudida de un golpe contra una armadura; fue igual que si Corswain golpeara algún tipo de goma fantástica que se doblegara bajo la fuerza del golpe antes de recuperar su forma original.
El tercer ojo de Fiana brilló de nuevo y abrió una brecha para que los Ángeles Oscuros pudieran lanzarse en mitad de aquella nube de enemigos con los bólters rugiendo, las espadas sierra de los sargentos chirriando y los puños de combate chasqueando cargados de energía. El fuego púrpura y rojo los envolvió, chisporroteó sobre el borde de las armaduras y se coló entre las uniones de las placas de blindaje. La greba derecha de Corswain empezó a arder. La pintura se desprendió y dejó a la vista la ceramita que había debajo. Mientras hundía su espada en el rostro burlón de uno de los nephillas, se dio cuenta de un modo casi distante e indiferente que las llamas no desprendían humo, y eso lo inquietó incluso más que el propio hecho de que una de sus piernas estuviera ardiendo.
El borde del manto de piel que colgaba a su espalda se incendió, pero antes de que las llamas se expandieran, se apagaron, desapareciendo tan rápidamente como se habían materializado. Al volver a centrarse en sus enemigos, se dio cuenta de que todos habían sido destruidos. El aire estaba cubierto por una niebla multicolor, igual que una lluvia de gotitas de tinte en una atmósfera sin gravedad.
Corswain le mandó un mensaje a su primarca por el canal de mando directo mientras recargaba la pistola.
—Mi señor, estamos a punto de entrar en la sala principal del núcleo —le informó—. ¿Estáis cerca?
—Dos cubiertas más abajo, hermano. —La voz del León no mostraba ninguna tensión, aunque sus siguientes palabras fueron una prueba de la oposición a la que se enfrentaba en ese preciso momento. Corswain oyó de fondo una serie de aullidos salvajes y de chillidos inhumanos, aunque la mayoría de ellos se interrumpían de un modo abrupto—. Ahora mismo me estoy enfrentando a varias docenas de enemigos. Me llevará algo de tiempo acabar con todos ellos. Mis fuerzas están llegando, se encuentran a unos trescientos metros detrás de mí. Asegurad la sala del núcleo y me reuniré con vosotros dentro de poco.
Tras comunicar al primarca que había recibido la respuesta, Corswain terminó de recargar la pistola y reunió a sus guerreros, siete menos después del último encuentro, para dirigirse hacia la puerta de la sala del núcleo. La puerta en sí tenía varios metros de altura, y las compuertas blindadas que se habían bajado para cerrarla aún continuaban en su lugar, pero destrozadas y fundidas, con un agujero lo suficientemente grande como para atravesarlas sin problemas.
Corswain esperaba encontrar resistencia en el portal, pero ningún nephilla se opuso a los legionarios de los Ángeles Oscuros cuando cruzaron la entrada. Oyeron chillidos agudos y lamentos procedentes de la sala principal que se encontraba un poco más adelante, sonidos imposibles de reproducir por una garganta humana. Tras atravesar la maltrecha barrera con las armas en mano, Corswain se dirigió hacia la sala que albergaba el núcleo de disformidad.
El núcleo en sí estaba en el interior de una estructura octogonal fuertemente blindada en el centro de la cámara de bóveda alta, protegido por varias capas de recubrimiento protector. Los símbolos del Mechanicum estaban grabados en la carcasa y formaban una intrincada red de líneas y formas de reluciente metal contra la piedra parecida a la obsidiana del núcleo de disformidad.
Docenas de nephillas como las criaturas de color rosado y azul con las que acababan de enfrentarse se abalanzaban frenéticamente contra el núcleo, arañándolo con las manos, tratando de arrasarlo con chorros de fuego de color rosa. Sus chillidos eran expresiones de ira y frustración. Otras criaturas se arremolinaban alrededor de los pórticos superiores que rodeaban el núcleo, y saltaban en su dirección como tiburones aéreos de Gadia. Los nephillas no hicieron caso a los ángeles oscuros cuando éstos entraron en la sala con las armas apuntadas hacia ellos debido a lo concentrados que estaban en destrozar el núcleo de disformidad.
—¡Aniquiladlos a todos! —gritó Corswain, abriendo fuego con la pistola. Las andanadas de los ángeles oscuros, bólters, bólters pesados, cañones láser y misiles, cayeron sobre la masa de criaturas reunidas alrededor de la estructura del núcleo de disformidad. Los legionarios se desplegaron a lo largo de los pasillos sin dejar de disparar aquella letal lluvia de fuego, y algunos volvieron sus armas hacia el techo cuando las bestias que daban vueltas por encima de ellos se lanzaron en picado profiriendo desgarradores gritos, sacudiendo las colas, las púas y los bordes dentados que rodeaban sus cuerpos con forma de manta mientras descendían.
La sala se llenó con un torbellino de miasmas de energía que se disiparon cuando los ángeles oscuros atacaron con toda la rabia que los invadía. Las ondulantes nubes de energía de disformidad se elevaron hacia el techo. Corswain vio a través de la niebla algo que se movía, algo que se materializaba a partir de los fragmentos que flotaban en el aire como las chispas inflamadas de una hoguera. Era algo más grande que cualquier cosa que hubiera visto hasta ese momento; se alzaba por encima de los marines espaciales y era incluso más alto que el León, aunque no tan voluminoso.
Un relámpago rojizo surgió de la niebla y atravesó la escuadra del sargento Lennia. Abrió grietas en las armaduras de los legionarios y les abrasó a carne con un enorme estallido de energía incandescente. Los cuerpos humeantes fueron lanzados al aire por la explosión, y quedaron aplastados al estrellarse contra la zona alta de las paredes de ferrocemento.
El ser que surgió de entre la arremolinada vorágine de nephillas muertos se asemejaba a una gigantesca y espeluznante ave, de al menos cuatro metros de altura. Se puso en pie como un hombre, pero su delgado y retorcido cuerpo se apoyaba en unas patas parecidas a las de un halcón o un águila, y sus grandes garras arañaban el suelo de metal, lo que hacía que saltaran chispas a su paso a medida que avanzaba. Del torso le colgaban túnicas de fuego, cuyas llamas parecían mecerse por la acción de algún tipo de viento artificial. Sus brazos eran largos y musculosos, y en las manos también rematadas por garras, la criatura llevaba un bastón hecho de llamas solidificadas de colores siempre cambiantes. De la espalda de la bestia surgían un par de alas que casi llegaban de un lado a otro de la habitación, y las iridiscentes plumas se arrastraban por el suelo a medida que avanzaba.
Tenía dos cabezas que se alzaban sobre sendos cuellos largos y escamosos. Una era semejante a la de un buitre grotesco, y la otra era una serpiente. Ambas estaban coronadas por crestas de largas plumas multicolores de las que caían gotas de fuego de color rojo y azul. Y sus ojos… Corswain se arrepintió de encontrarse con esa abominable mirada, pero fue incapaz de mirar hacia otro lado. Los ojos del nephilla eran de color negro: del negro de un abismo entre las estrellas, del negro de la cueva más oscura de Caliban. El senescal se vio a sí mismo reflejado en esos orbes de ébano, convertido en una diminuta figura frente a la enorme extensión del universo, una minúscula e insignificante mota rodeada de la grandeza de la existencia.
El nephilla arremetió con el extremo de su bastón y llenó la sala de rayos, que acabaron con otra media docena de legionarios. Los proyectiles de bólter explotaban sin causar efecto alguno contra su piel cambiante y lo rayos de los cañones láser rebotaban en sus alas sin hacerles ningún daño.
Lady Fiana se colocó junto a Corswain, y todo su cuerpo se estremeció cuando se quitó la banda de la cabeza para mostrar su tercer ojo. El senescal apartó la mirada justo antes de que se abriera el ojo de la disformidad y vislumbró el rayo de oscuridad que lanzó hacia el nephilla. Golpeó a la criatura en medio del pecho y explotó con una llamarada de energía oscura, pero sólo la hizo tambalearse levemente.
Con un grito de horror, Fiana volvió a proyectar su mirada de disformidad, pero esta vez el nephilla detuvo el rayo con la palma de la mano. La energía se arremolinó alrededor de sus dedos saltando de una punta a otra como una tormenta en miniatura mientras la cabeza de serpiente se arqueaba hacia abajo para examinar la brillante nube de energía. Con los ojos entreabiertos, miró a Fiana y extendió de nuevo una mano hacia ella liberando la energía.
La navegante gritó cuando su cuerpo fue devorado por la oscuridad. La venas y las arterias le latieron bajo la piel, la sangre le brotó de los ojos, de los oídos y de la nariz. Se desplomó en el suelo y se quedó inmóvil.
Corswain volvió su atención de nuevo hacia el nephilla y levantó la pistola. Los dos pares de ojos de ambas criaturas examinaron la estancia y estiraron los cuellos para analizar detenidamente a los ángeles oscuros. Luego hizo un amplio gesto de barrido con el brazo y envió una ola de energía a través del pasillo que derribó a los legionarios. Corswain salió despedido hacia atrás con los demás y se estrelló de espaldas contra la puerta.
El nephilla se irguió en toda su estatura y volvió ambas cabezas hacia el senescal. Pareció relajarse de repente, con el bastón extendido hacia un lado en una mano mientras con la otra acariciaba las llamas de sus túnicas.
Cuando esos cuatro ojos se clavaron en él al mismo tiempo, Corswain notó algo en el interior de la cabeza, algo semejante a una traslación a la disformidad pero más aguda, como un pinchazo en medio de su mente. Trató de bloquear la sensación de que unos dedos le separaban los pensamientos y los recuerdos que albergaba en el cerebro, de que se los examinaban uno por uno, pero no consiguió detener el asalto mental de la criatura.
De repente, el senescal sintió que se le entumecían los brazos y las piernas. Se puso en pie, pero con el cuerpo completamente inmóvil, sin voluntad propia. A su alrededor, el resto de legionarios de los Ángeles Oscuros se estaban recuperando todavía de la onda expansiva del último ataque de la criatura.
Corswain hizo todo lo que pudo para resignarse a morir, pero le resultó duro. Nunca pensó que su vida terminaría de esa forma, tan indefenso como un recién nacido, enfrentado a un enemigo que ni siquiera era capaz de comenzar a comprender. Quiso soltar una maldición, o dedicar su último aliento a su primarca y a su Emperador, pero se le negó hasta ese honor. No tenía el control de su propio cuerpo.
El nephilla extendió uno de sus esqueléticos dedos y lo empujó hacia adelante.
El León lanzó una patada y envió a la bestia con forma de perro de caza dando volteretas por el pasillo. El primarca avanzó media docena de pasos y hundió sus dos espadas en la espalda de la bestia mientras ésta intentaba enderezarse, cortándola en tres piezas que salpicaron de sangre toda la cubierta.
Se detuvo un momento para evaluar la situación. El tramo de escalera que bajaba hasta la sala principal del núcleo estaba a tan sólo cincuenta metros de distancia, y el pasillo estaba libre de enemigos. Oyó a su compañía luchando detrás de él; el eco de los bólters resonaba por el hueco de la escalera que acababa de dejar. Aunque sabía que sus hermanos estaban en una situación extrema, tenía que concentrarse en su objetivo: recuperar el control del núcleo para que los motores de disformidad y el campo Geller pudieran ser puestos en funcionamiento.
El comunicador sonó mientras avanzaba, y oyó la voz de Corswain. El senescal parecía tenso, como si estuviera hablando con los dientes apretados.
—Mi señor, el camino hasta el núcleo de disformidad está despejado. Debéis venir inmediatamente. Hay algo más aquí, algo que no podemos destruir. —El enlace de comunicaciones silbó unos segundos—. Esa cosa… esa cosa quiere hablar con vos.
El León entró corriendo en la sala del núcleo de disformidad y se hizo cargo de la situación en pocos segundos. Varias docenas de ángeles oscuros estaban desplegados alrededor del perímetro y apuntaban con las armas directamente a un monstruoso nephilla con forma de ave, aunque sin abrir fuego. Frente a la criatura estaba Corswain, de pie, inmóvil a sólo unos cuantos metros de ella, con los brazos colgando inertes a los lados.
Cesad en vuestros ataques o acabaremos con él.
Las palabras llegaron directamente a la mente del León sin pasar por sus oídos. El tono de voz era suave y melódico, en contraste con la criatura demacrada de aspecto repugnante de la que indudablemente procedían las palabras. Las intenciones del nephilla le quedaron inmediatamente claras y clavó los pies en el suelo para detenerse. Se deslizó hasta detenerse con las espadas en alto, preparado para defenderse. Sus guerreros no reaccionaron, por lo que dedujo que las palabras iban dirigidas solamente a él. No sabía si su pasividad era voluntaria o forzada, pero estaba claro que se encontraban en grave peligro.
—No soy yo quien lanzó el ataque —dijo el León, acercándose a la aparición—. Marchaos inmediatamente.
¿Y desperdiciar todo el esfuerzo que tuvimos que hacer para llegar hasta este lugar? He estado buscándote durante mucho tiempo, León de Caliban.
Había algo familiar en la voz de la criatura, como un sueño recordado vagamente. El León no fue capaz de determinar dónde había sido, pero no era la primera vez que la oía. Su mente se agitó con vagos recuerdos de súplica y lamentos.
Sí, es verdad. He venido a ti antes.
—Sal de mis pensamientos.
El León dio un paso a la izquierda y se concentró en bloquear a la criatura en su mente, construyendo un escudo mental como si se estuviera defendiendo de un ataque psíquico. Era un truco que había aprendido mientras acechaba a los nephillas de Caliban. Una de las cabezas de la bestia con forma de ave lo siguió con su inescrutable mirada, la otra permaneció clavada en Corswain.
Eso puede que funcione en el universo real, pero no aquí. Ahora estás en mis dominios, o al menos tambaleándote al borde. Esta vez no puedes ignorar de mi presencia.
—No trato con alienígenas —replicó el León, dando unos pasos más a su izquierda, reduciendo el hueco entre el nephilla y él.
¿Alienígena? ¿Alienígena? —Había desesperación en la voz—. Soy más que cualquier simple criatura de tu universo. Soy quien da y quien recibe, el punto crucial del destino, el señor de los paralelos. El pasado y el futuro se presentan frente a mi. No me confundas con cualquier enemigo pequeño que puede ser vencido con la simple fuerza de los brazos.
—No tienes nada que ofrecerme que me pueda interesar.
El León estaba ya justo detrás de la criatura, su cabeza con forma de serpiente continuaba observándolo con su mirada imperturbable mientras la que tenía forma de buitre mantenía paralizado a Corswain.
Eso no es verdad. Sin embargo, no es poder lo que deseas, eso está claro. Lamentablemente tu ambición está frenada por una de tus habilidades. Te sientes feliz por dejar que tus hermanos habiten en la luz de la adoración de tus padres. Incluso te sacrificas a ti mismo para permanecer fiel a la memoria de lo que una vez fue.
Los dos cuellos comenzaron a cruzarse entre sí mientras el León continuaba dando vueltas. Resistió la tentación de la acusación implícita en las palabras de la criatura, que resonaban con la burla del Acechante Nocturno.
Libertad, León de Caliban. Puedo darte libertad. Sabes que en realidad no te preocupan esos seres inferiores. Son una distracción para ti. Sus debilidades, sus pequeñas disputas, son tonterías innecesarias que se deben evitar. Incluso esta guerra en la que luchas no tiene mayores consecuencias.
—No podemos permitir que Horus venza.
La victoria de Horus no es asunto tuyo. Todo es efímero, incluidas las vidas de los grandes señores de la guerra. He visto el auge y la caída de todas las civilizaciones del universo. Ninguna de ellas puede resistirse, al final, el Caos siempre las consume.
Esa palabra, «Caos», resonó a través de los pensamientos del León. Tuvo una visión fugaz de la eternidad, de la entropía del universo siempre cambiante, nuevas vidas nacidas de la muerte, de estrellas que se destruyen para crear mundos y mundos muriendo para formar nuevas estrellas, todo el constante flujo.
—El Emperador nos ha mostrado un nuevo camino. La Verdad Imperial perdurará por toda la eternidad.
Unas tremendas carcajadas resonaron en el interior del cráneo del primarca.
¡Estúpido! Tu Emperador no es más que un estafador con grandes ambiciones. Su imperio no es más grande que cualquier otro edificio creado por la humanidad, y caerá con la misma facilidad.
Aquellas palabras fueron pronunciadas llenas de desprecio y, sin embargo, encendieron un rayo de esperanza en el pecho del León: la criatura había hablado del Emperador en tiempo presente… como si el Señor de la Humanidad continuara aún con vida.
El nephilla no pudo seguir el progreso del León con sus ojos de serpiente y apartó la mirada de Corswain por un momento. La cabeza de serpierte se volvió hacia el senescal mientras su rostro con forma de buitre siguió con la mirada clavada sobre el primarca.
Sólo fue una fracción de segundo, pero era lo único que el León necesitaba.
Antes de que su mirada regresara a Corswain de nuevo, el León se abalanzó contra el nephilla con la espada extendida. La criatura reaccionó con una velocidad asombrosa y retorció todo el cuerpo en su dirección al mismo tiempo que alzaba el bastón para lanzar un doble rayo de energía.
—¡Acaba con él, Cor! —gritó el León mientras lo envolvían espirales de energía crepitante.
Una sensación de dolor le recorrió todas y cada una de las extremidades, un dolor que le atravesó el pecho y lo golpeó en el interior de la cabeza.
Con un rugido, el primarca se liberó de la red de rayos que lo rodeaban y prosiguió el ataque con la espada por delante. Una lluvia de fuego cayó sobre la criatura desde el cerco formado por los ángeles oscuros mientras Corswain se alejaba de un salto. La pistola bólter del senescal empezó escupir proyectiles.
Necio predecible.
El nephilla blandió el bastón en un arco amplio y desvió el primer golpe del León. La criatura giró sobre sí misma, plegó las alas, y esquivó el ataque del León dando un paso hacia un lado a la vez que su cabeza con forma de serpiente arremetía contra el cuello del primarca con los colmillos al descubierto.
El León se volvió a mitad del salto y soltó la espada llamada Esperanza, que había sido desviada por el bloqueo del nephilla. Los dedos del guantelete se cerraron alrededor del delgado cuello de serpiente mientras el primarca se dejaba caer al suelo. Sin soltarlo, el León arrastró al nephilla con él, y el pecho de la criatura se estrelló contra la punta de la espada Desesperación, que estaba esperándolo.
Herido pero no muerto, el nephilla se irguió, le arrebató la espada de la mano al primarca, extendió las alas una vez más, pero ahora se parecían a las de un murciélago aunque de color oro brillante. Clavó el pico de buitre en el casco del León para tratar de liberar a su otra cabeza. Luego batió las alas con una energía feroz en un intento por echar a volar, pero el León se mantuvo firme, aunque el tirón lo puso en pie.
—¿Viste venir esto? —gruñó el León, al mismo tiempo que golpeaba con su puño el pomo de la espada medio hundida, lo que enterró completamente la hoja en el cuerpo del nephilla.
El primarca sintió un momento de contacto con la criatura. Algo en lo más profundo de su interior conectó con la esencia del nephilla. Su ira se encendió, encontró un conducto de paso a través de su brazo, entró en el puño y brotó por la hoja de la espada clavada como un fuego de color blanco que saliera del corazón del León.
Los penetrantes gritos de la criatura atravesaron la mente del primarca.
Su cuerpo estalló convertido en una esfera de energía, lo que llenó la habitación de unas llamaradas que se expandieron e hicieron que el primarca se tambaleara. Las gotitas de la espada fundida repiquetearon al chocarle contra el peto de ceramita.
El silencio se apoderó de la sala. El color negro de su armadura estaba cubierto con una capa de sangre tostada y la mente todavía le continuaba palpitando con el grito de muerte del nephilla. El primarca se levantó, recuperó su espada Esperanza del lugar donde había caído en la cubierta y se dirigió hacia el panel de control del núcleo de disformidad. La mayor parte estaba roto y chamuscado, y comenzó a separar los paneles agrietados para descubrir los circuitos que había debajo. Realizó una rápida evaluación de los daños y activó el comunicador.
—Capitán Stenius, tendré los motores de disformidad operativos en siete minutos. Active el campo Geller y que todo el mundo se prepare para la traslación.