DELTA

aquila

DELTA

Operatus Cinco-Hydra

Tiempo transcurrido Ω2/004.66//TPA

Base Tenebrae

Echion desenfundó la pistola bólter y recorrió a grandes zancadas el pasillo. El tribuno había activado la alarma general y el centro de control había quedado inundado por una oleada de luces rojas y ruidos ensordecedores. Los esclavos psíquicos chillaban y aullaban en sus celdas sin dejar de golpear el grueso metal negro de las puertas, o gimoteaban como animales nerviosos.

Cuando su escolta y él llegaron a la altura de los cuerpos del legionario Charman y los skitarii que rodeaban la jaula rota, Echion escudriñó la penumbra apuntando con su pistola. La puerta de la celda situada al fondo del pasillo estaba abierta de par en par…

Pasaron unos instantes. El bibliotecario parecía inseguro.

—¿Dónde está esa escuadra que…?

Antes de que tuviera tiempo de terminar la frase, el marine espacial que tenía al lado dejó caer el bólter y se llevó las manos al casco de combate en un esfuerzo desesperado para quitárselo. Echion lo agarró de un brazo para ayudarlo, pero la ceramita empezó a hundirse bajo su guantelete. Alguna fuerza terrible estaba aplastando al legionario dentro de su propia armadura, como si se encontrara en el interior de un gigantesco torno invisible. Las hombreras y la placa pectoral se doblaron con un gruñido metálico.

Echion se volvió y vio a su otro escolta aplastado contra la pared, gorgoteando y asfixiándose.

Los dos guerreros chillaron, y un momento después se desplomaron, completamente flácidos, formando dos pilas aplastadas y sangrientas. Echion giró sobre sí mismo con la pistola preparada.

—¡Sal a la vista!

De repente, Echion se vio golpeado por una fuerza increíble, con tanta ferocidad que su armadura se combó hacia dentro a la altura de la placa pectoral. Se estrelló en el interior de la jaula y se enredó con los barrotes chisporroteantes, que un momento después comenzaron a crujir y a contorsionarse a su alrededor. Otro golpe invisible lo lanzó por los aires dando vueltas sobre sí mismo a través de la oscuridad.

Disparó una serie de ráfagas a ciegas con la pistola desde el suelo, pero la temible fuerza invisible lo golpeó una y otra vez, y lo lanzó tanto a él como a la jaula deformada por el pasillo y los estrelló contra el techo.

Una última ráfaga en fuego automático vació el cargador, pero antes de que el bibliotecario tuviera tiempo de recargar, la fuerza de otro impacto lo sacó de la jaula. Esta vez fue tan potente que le partió la placa pectoral ya hundida. El golpe invisible lo lanzó contra la profunda oscuridad del otro lado de la puerta abierta de una celda.

—Aquí estoy, alfa.

Una silueta delgada apareció delante de la puerta antes de que la hoja metálica de la celda se cerrara con un fuerte estruendo.

Ursinus Echion se puso en pie con esfuerzo.

—Janic, responde —dijo el bibliotecario por el comunicador con un ataque de tos antes de escupir un chorro de sangre al sucio suelo de la celda—. Código carmesí. Repito, código carmesí. —Cambió de canal—. Estrategarca Mandroclidas, responda.

Nadie le contestó. Volvió a cambiar de canal de comunicación.

—¿Artífice del empíreo? ¿Me recibe alguien?

Miró a su alrededor, a la absoluta oscuridad de la celda, y el sudor empezó a cubrirle la frente. Se acercó a la puerta arrastrando los pies. Cerró el guantelete en un puño y comenzó a golpear el metal oscuro. El escudo psíquico empezó a afectar al bibliotecario. No recibió respuesta alguna a sus llamadas. Estaba solo en la oscuridad.

O al menos eso pensó.

Omegon ya había visto más que suficiente. Si se le daba tiempo, estaba seguro de que el psíquico encontraría un modo de salir incluso de aquella prisión…

—Por lo que parece, mis temores eran fundados, maese Echion.

El primarca contempló cómo le cambiaba la cara al bibliotecario, cómo pasaba del asombro de darse cuenta de que no estaba solo en la celda a la inquietud cuando reconoció la voz que le hablaba. Omegon observó el cambio de comportamiento del bibliotecario gracias a la visión de las lentes del casco de combate.

Echion se apoyó de espaldas en la abrasadora pared de la celda. Sin la ventaja del sistema óptico de su propio casco, no distinguía al primarca en aquella oscuridad absoluta.

—Mi señor —le respondió Echion, esforzándose por mantenerse tranquilo y no mostrar rabia ni frustración en la voz—. No lo entiendo. Anda suelto un psíquico muy peligroso. La base se encuentra amenazada, tal y como vos predijisteis.

—No es nuestro mejor momento, ¿verdad, Echion? —le contestó Omegon con sinceridad—. El único consuelo que te puedo dar es que sepas que quienes se infiltraron fueron los tuyos.

—¿Infiltrados… por la Legión Alfa? —murmuró Echion.

—Sí, Echion, tu propia legión.

—Entonces, ¿la seguridad de la base está comprometida? —le preguntó Echion mientras movía los ojos hacia un lado en la oscuridad.

—De todos los modos imaginables.

Echion encorvó los hombros. El bibliotecario empezó a comprender.

—Siento profundamente haberos fallado en esto, mi señor —le expresó Echion—. Nuestros enemigos…

—Nuestros enemigos ya no son asunto tuyo —lo interrumpió Omegon—. Nadie encontrará jamás ni la más mínima prueba de la existencia de esta base.

—¿Vais a arrasar la base?

—La base, la tecnología alienígena y todo aquello que pueda indicar que esto ha existido alguna vez. Muchos tendrán que pagar un precio muy alto por este fracaso.

El bibliotecario hizo un gesto de asentimiento.

—Entiendo. ¿Puedo preguntar…?

La oscuridad se iluminó con el tronar de los disparos de bólter.

Los proyectiles acribillaron a Ursinus Echion y provocaron una lluvia de sangre y de trozos de ceramita que salpicaron las paredes. La descarga sólo cesó cuando el cuerpo del bibliotecario se estrelló contra el suelo, lo que dejó a Omegon y a Volion envueltos de nuevo en la oscuridad de la celda. El estampido de los disparos siguió resonando durante unos momentos en aquel espacio confinado.

—Xalmagundi. Sácanos de esta puñetera celda —dijo Omegon en voz alta.

La puerta de la celda chirrió con un sonido torturado antes de salir arrancada de sus goznes y volar por el pasillo hacia el caos del centro de control, donde Omegon divisó a las filas de skitarii convocados por la señal de alarma que intentaban asegurar el bloque de celdas. Salió de la celda acompañado de Volion.

Xalmagundi, que estaba desnuda, salió de un pasillo lateral y se reunió con ellos. Al ser una habitante del submundo, parecía encontrarse bastante cómoda en la oscuridad. Hizo una señal hacia el otro extremo del pasillo, donde los esperaban los guardias mecánicos.

—¿Queréis que los destruya?

—Por supuesto —le confirmó Omegon, al mismo tiempo que le quitaba la túnica desgarrada a uno de los centinelas muertos—. Pero antes ponte algo de ropa.