Operatus Cinco-Hydra
Tiempo transcurrido Ω1/-216.82//XXU
Crucero de ataque Upsilon, XX Legión
La sala de planificación era un mar de rostros cobrizos. La enorme mesa de obsidiana del centro tenía forma redondeada: todos los que estaban sentados allí eran iguales. O había instrucciones impuestas desde arriba. Ni rituales ni protocolos. Sólo problemas, y unas mentes privilegiadas que juntas podían encontrar soluciones. Una legión de sabios.
Omegon colocó un codo en el reposabrazos de su trono y apoyó la barbilla en el puño. Sentado allí, Omegon podría haber estado mirándose a sí mismo a través de un prisma. Alrededor de la mesa se sentaba una escuadra completa, cuyos componentes habían sido creados a imagen y semejanza de su primarca, cada uno de ellos bendecido genéticamente con los muchos dones de Alpharius-Omegon y quirúrgicamente honrados con la rigidez de una mandíbula noble y ojos de profundidad glacial, unos ojos azules que ardían con intensidad, inteligencia y reconocimiento. A su vez, la superficie de obsidiana reflejaba, duplicándolo, su silencioso número en la sombra.
Esta unanimidad de la carne hacía que los otros miembros de la reunión, eclipsados por sus compañeros de la Legión Alfa, parecieran un poco fuera de lugar, aunque la psíquica Xalmagundi necesitaba poca ayuda en ese sentido. Su piel pálida y sus labios oscuros la hacían parecer del inframundo, aunque al menos ya no llevaba los andrajos con los que la escuadra Sigma la había encontrado. Sus enormes ojos de color negro estaban parcialmente escondidos detrás de unos anteojos tintados y un pitillo de lho le colgaba en un gesto distraído de la comisura de los labios mientras su aroma dulzón perfumaba el aire. Llevaba el brazo en cabestrillo y tenía señales de haber sido sometida a cirugía recientemente.
Alrededor del cuello llevaba un grueso collar de metal, un inhibidor que controlaba las brujerías de los devastadores talentos telequinéticos. Al principio, Xalmagundi se había opuesto, pero Sheed Ranko insistió en aquella precaución mientras la psíquica estuviera a bordo del Upsilon. En lugar de encontrarlo doloroso, como la presencia de las Hermanas del Silencio, Xalmagundi admitió que el amortiguador, de hecho, era bastante suave y le imponía un agradable estado de calma y docilidad. Ésa era una característica sobre la que el mismísimo Omegon había insistido bastante. No encontraba razón alguna para torturar a su invitada innecesariamente, y Volkern Auguramus había realizado el ajuste.
Mientras tanto, el artífice del empíreo estaba sentado entretenido con el continuo intercambio de agujas y tubos de alimentación entre las conexiones de su cara; Omegon supuso que era un tic nervioso. Auguramus había aprovechado todas las oportunidades para demostrar su utilidad y renovada lealtad, desde fabricar el collar de Xalmagundi hasta mejorar los sistemas de seguridad de Tenebrae en sus detalles más técnicos. El artífice volvió su capucha iluminada a un lado mientras su motor lógico interno se actualizaba.
—No parecen tener mucho sentido las presentaciones —dijo Omegon—. Todos nos conocemos.
Auguramus parecía vagamente divertido.
—Creía que os llamabais a vosotros mismos «Alpharius» —dijo con el microaltavoz implantado en la garganta.
—Los tiempos cambian —replicó Omegon fríamente. Nadie hizo ningún otro comentario más.
»Tenebrae 9-50 —continuó el primarca, y presionó un interruptor de su trono para evocar una representación hololítica del asteroide—. Planetoide de clase C que alberga las instalaciones de Tenebrae. Tenebrae es una base de la Legión Alfa con autorización de nivel bermellón, y Tenebrae es nuestro objetivo. ¿Alguien necesita tomarse un momento para reflexionar sobre esta implicación?
Setebos y los demás miembros de su escuadra apartaron su helada mirada del asteroide hololítico. Si querían oponerse a la naturaleza de su objetivo, ése era el momento. Setebos negó levemente con su cabeza rapada.
—La inteligencia nos lleva a creer que Tenebrae y los proyectos de nivel bermellón desarrollados allí se han visto comprometidos en su seguridad —continuó el primarca—. Hemos confirmado que existe una filtración.
—¿Un agente? —preguntó Isidor, al mismo tiempo que miraba al artífice del empíreo.
—Un miembro de la legión —replicó Omegon.
Observó con interés el murmullo de sorpresa que creció entre los congregados y los esfuerzos inmediatos que todos realizaron para enmascararlo.
—¿Destinatarios? —preguntó Setebos.
—Podría ser cualquiera —respondió Omegon seriamente—. Los espías del Emperador, los perros del señor de la guerra, alienígenas infiltrados… Este asunto debe ser manejado de un modo que resulte decisivo. La instalación de Tenebrae no puede caer en manos de ningún enemigo. Vamos a arrasar la base, las tecnologías que operan allí y a todo el personal de la base.
Omegon dejó que su decisión calara en los presentes. Esta vez, los legionarios ni se inmutaron.
—¿Por qué no destruirla directamente usando el Beta? —se atrevió a proponer Krait.
—El Beta está desplegado en otro lugar —le contestó Omegon—. Además, tengo que pensar en la moral de la legión. Sería mejor manejar esto en secreto.
—¿Personal armado de la base? —quiso saber Setebos.
—Tenebrae alberga una guarnición de cincuenta legionarios —le informó Omegon.
—¿Cincuenta?
—Nivel de seguridad bermellón —le recordó Isidor.
—Y una fuerza de vigilancia del Ejército Imperial, una cuarta parte de un batallón de la Geno Siete Sesenta Spartocida —añadió el primarca.
—El Siete Sesenta es un regimiento bien entrenado —apuntó el legionario Braxus—. Tuve la oportunidad de observarlos durante el sometimiento de los Mundos de Ferinus. No se amilanarán fácilmente.
—Nunca han tenido que enfrentarse a la Legión Alfa —sonrió Setebos.
—Los del Geno Spartocida resistirán —les aseguró Omegon—. Nuestro primer problema es conseguir entrar en una instalación guarnecida por nuestra propia legión.
—Si contamos con su entrenamiento y experiencia, entonces es razonable esperar que se anticiparán a todo lo que nos propongamos aquí y ahora —murmuró Volion.
—¿Por qué no organizar una inspección? —sugirió Charman, recostándose en su asiento.
—Eso dejaría un rastro astropático —le recordó Omegon—. Nuestra llegada tendría que ser notificada y verificada.
—Además, para una inspección de nivel bermellón haría falta una preparación, lo que a su vez dejaría su propio rastro —remarcó Isidor.
—Necesito que esa base se apague como una luz, como si nunca hubiera estado allí —dijo el primarca—. Si nuestros enemigos vienen a buscar algo, no quiero que encuentren siquiera una mota de polvo. Quiero que se cuestionen la validez de toda la información que les han filtrado con anterioridad.
—¿Y qué hay de los suministros que recibe la instalación? —preguntó Tarquiss—. Las cajas de provisiones. Los tambores de munición. Yo subí a bordo de la nave insignia de la III Legión en el casquillo hueco de un proyectil de bombardeo antes de Istvaan.
—El comandante Janic es el responsable de la seguridad de la base —contestó Omegon—. Imagino que tiene procedimientos y protocolos más rigurosos que los de los… «discípulos distraídos» de Fulgrim.
Auguramus se llevó el microaltavoz a la garganta de nuevo.
—Controles triples. Oficiales diferentes. Es imposible introducir o sacar algo de la instalación sin un certificado de runa firmado por el mismísimo Janic. Se registra a todo y a todos, para luego comprobar los documentos y escanearlo con toda clase de aparatos para estar seguros. Creedme, lo he intentado.
—No perdamos el tiempo tratando de adivinar las intenciones de Janic —sugirió Setebos—. Pertenece a la Legión Alfa: va a tener asegurada la instalación tan bien como cualquiera de nosotros. Necesitamos algo que se salga de su jurisdicción, y por lo tanto, fuera de su control.
—¿Qué me decís del propio asteroide? —propuso Arkan.
Omegon se encontró a sí mismo asintiendo con la cabeza con gesto ausente. Una vez más se volvió hacia el artífice del Mechanicum.
—¿Por qué se seleccionó a Tenebrae 9-50 para instalar la base?
—Alpharius encomendó a maese Echion la elección del lugar —le explicó Auguramus—. Mis cálculos simplemente especifican el sistema Octiss y las regiones colindantes como contraclónicamente relacionados en términos de su dinámica meteorológica con Chondax.
—Habla con claridad, Volkern —gruñó Omegon—. Cuéntanos qué sabes sobre la roca.
—En realidad, ésa es la genialidad del lugar —continuó explicando Auguramus, impasible. La admiración que sentía el artífice era más que evidente—. Tenebrae 9-50 es el lugar donde se realizan actualmente las operaciones clandestinas, desconocidas para el resto del Imperio.
—¿Alienígenas? —quiso saber Isidor.
—En efecto. Los demiurgos son una raza de viajeros espaciales que raramente penetra en territorio del Imperio.
—Eso al menos explica por qué nunca oí hablar de ellos —murmuró Setebos—. ¿Son hostiles?
—Están tecnológicamente avanzados, pero parece que gozan de relaciones cordiales con otras culturas alienígenas, varias de las cuales fueron erradicadas durante la Gran Cruzada —les contó el artífice—. Se dedican principalmente a la minería y al comercio.
—Los demiurgos están excavando una mina en el asteroide —dijo Omegon.
—Sí. Los sistemas interiores de cuevas y cavernas del asteroide albergan una pequeña serie de máquinas de explotación minera automatizada que extraen metales raros y preciosos.
—¿Y qué sabes de los demiurgos? —preguntó Isidor.
—Los reconocimientos iniciales mostraban que Tenebrae 9-50 no tiene una órbita establecida —contestó Auguramus—. Los demiurgos dirigen a través de nuestro espacio una red de derivación oculta. Usan estaciones transportadoras electromagnéticas sin tripulación para impulsar los asteroides ricos en recursos desde los campos de prospección hasta los mundos natales de sus clientes alienígenas. Esto les lleva cientos de años, pero para cuando el asteroide llega a su objetivo, las máquinas mineras automatizadas ya han excavado y procesado el mineral.
—¿Y nadie ha detectado esto hasta ahora? —le preguntó Volion—. ¿Durante los doscientos años que estuvimos luchando por toda la galaxia?
—Puede que seamos los primeros en haberlo detectado —le confirmó Auguramus—. Las fuerzas imperiales no pueden investigar cada trozo de roca que flota en el vacío entre los sistemas estelares.
—Esto nos podría servir —dijo Omegon mientras activaba la red hololítica de pozos, huecos y excavaciones conocidos del asteroide—. Las exploraciones de los alienígenas se realizan cerca de las bases de montaje de los sectores diecisiete a veintidós.
Zantine señaló a la superficie.
—¿Qué pasa con los sensores de largo alcance y los nodos de escucha?
—La base tiene una cobertura considerable —confirmó Auguramus con cierto pesar—. Una aproximación con una cañonera o un Stormbird sería detectada de forma casi inmediata.
—El capitán Ranko supervisará nuestra extracción con una Thunderhawk cuando hayamos finalizado nuestra misión, y nos traerá de vuelta al Upsilon, que nos estará esperando —les informó Omegon—. Nuestra entrada, sin embargo, será menos simple que la salida.
Arkan se puso en pie y alargó el brazo a través de la imagen hololítica.
—¿Y si utilizásemos un torpedo? Obviamente, con la energía desconectada y lanzado fuera del alcance de auspex.
Omegon sonrió. Estaban tratando de impresionarlo.
—Sin propulsión, sin control de vuelo, sin correcciones de trayectoria —comentó el primarca—. Legionario, eso sí que sería todo un disparo.
—Sí, mi señor —le aseguró Arkan con una sonrisa—. Lo sería.
Omegon consideró el plan mientras iba tomando forma.
—Volkern, dime, ¿podrían esas abominaciones automatizadas ofrecer alguna resistencia?
—No puedo saber las extrañas intenciones de tales tecnologías —advirtió el artífice—, pero mi impresión es que están armados únicamente para defender los rituales de prospección de sus señores alienígenas. Si son atacados, no tengo ninguna duda de que entenderían que su misión corre peligro y de que responderían en consecuencia. Me parece que tienen una lógica territorial. No representan ningún peligro para la instalación de Tenebrae porque la base no está construida sobre nada que las máquinas automatizadas quieran o necesiten defender.
—Esperemos que tengas razón —dijo el primarca.