UNO

UNO
El señor de la I Legión se sentó como solía sentarse en aquellas noches, reclinándose en su trono adornado de marfil y obsidiana. Sus codos quedaron apoyados sobre los esculpidos reposabrazos, con los dedos cruzados delante de la cara, apenas tocando sus labios. Unos ojos que no pestañeaban y tenían el brutal verde de los bosques de Caliban miraban al frente observando el parpadeante holograma de las estrellas asediadas.
A bordo de la Razón Invencible, la nave insignia de los Ángeles Oscuros, Lion El’Jonson pensaba largo y tendido. Tenía muchas cosas sobre las que meditar, aunque por mucho que intentara mantener la atención en el esfuerzo militar para llevar a la batalla a los Amos de la Noche, su mente estaba envuelta en un dilema imponderable.
Habían pasado ochenta y dos días desde su enfrentamiento con Konrad Curze en el desolado mundo de Tsagualsa. Ochenta y dos días habían sido suficientes para sanar su cuerpo, en su mayor parte, de las graves heridas provocadas en la sobrehumana carne de Lion por las garras del Acechante Nocturno. La armadura que llevaba puesta había sido reparada y repintada para que no quedara ni una sola marca de la violencia de Curze sobre su superficie de color ébano.
En el exterior, el León estaba recuperado por completo, pero en su interior se encontraban las peores lesiones, infligidas no por las armas del Acechante Nocturno, sino por sus palabras.
«¿No existe el riesgo de que caigan tus leales ángeles? ¿Cuándo fue la última vez que caminaste sobre la tierra de Caliban, oh altísimo señor?».
Las corrientes de la disformidad influían en la comunicación tanto como lo hacían en los viajes, y durante dos años no se había recibido de Caliban ni una sola comunicación fiable. En épocas pasadas, las odiosas palabras de Curze hubieran sido fáciles de descartar. La lealtad de los Ángeles Oscuros había sido incuestionable. Formaban la I Legión, los más nobles a los ojos de todos; incluso cuando los Lobos Lunares obtuvieron grandes elogios y Horus fue elevado a señor de la guerra, nadie pudo reclamar el título de I Legión.
Sin embargo, esos tiempos parecen ahora muy lejanos; la guerra civil y el cisma habían divido al Imperio, y la seguridad del pasado no era una garantía del presente ni del futuro. ¿Podría el León confiar en que su legión continuaría siéndole fiel? La confianza no era un estado natural del primarca. ¿Había algún propósito más profundo en la interminable guerra de los Amos de la Noche en el sistema Thramas? ¿Le dijo Curze la verdad y mantuvo al León allí ocupado mientras los agentes de Horus desviaban a otra causa la lealtad de los Ángeles Oscuros?
La confianza había sido un bien escaso para el León antes de la traición de Horus, e incluso a él lo habían embaucado. Perturabo se aprovechó de su condición de hermano para engañarlo, y tomó el control de las devastadoras máquinas de guerra de Diamat con el pretexto de la alianza, sólo para volver esas armas en contra de los siervos del Emperador. La vergüenza de haber sido manipulado corroía la conciencia del León, y nunca más volvería a aceptar la simple palabra de sus hermanos.
Era una pregunta imposible de contestar y un embrollo imposible de solucionar. El León meditaba cada noche sobre el significado de las palabras del Acechante Nocturno, incluso analizaba los movimientos y la estrategia de su enemigo, tratando de ir un paso por delante de su esquivo hermano. El Acechante Nocturno no había tenido ningún motivo para mentirle; Curze había intentado matarlo mientras hablaba. Sin embargo, a pesar de todo, podrían no ser más que simples insultos enloquecidos, como las palabras que tantas otras veces surgieron de los labios de Konrad Curze, quien usó la falsedad como un arma mucho antes de que se hubiera apartado de la gracia del Emperador; las mentiras eran una segunda naturaleza para el primarca de los Amos de la Noche, y salían de su boca con tanta facilidad como su propio aliento.
El León se despreció a sí mismo por dar crédito a la mentira, lo que creaba el veneno que devoraba su determinación. Era bastante simple jurar que Thramas no se rendiría a los Amos de la Noche; era un asunto completamente distinto perseguir a un enemigo empeñado en no luchar. Con cada noche que pasaba, la posibilidad de una batalla decisiva disminuía y el deseo de regresar a Caliban y comprobar que todo estaba en orden se fortalecía. Sin embargo, el León no podía abandonar la guerra, aunque sólo fuera porque era un regreso a Caliban lo que el Acechante Nocturno deseaba.
Mientras estos pensamientos afligían al primarca, tres de sus hermanos menores llegaron a la hora señalada para informarlo de la situación actual.
El primero en entrar fue Corswain, el antiguo campeón de la Novena Orden, designado recientemente como senescal del primarca. En la parte trasera de la armadura llevaba la piel de color blanco de una monstruosa bestia con colmillos nativa de Caliban, y bajo ésta colgaba un trozo de túnica blanca. Su pecho estaba adornado con el bordado de una espada alada. El casco colgaba de su cinturón, lo que dejaba a la vista una cara ancha y un cabello rubio rapado.
Justo detrás de Corswain venía el capitán Stenius, comandante del Razón Invencible. Su rostro era literalmente una máscara de carne, casi inmóvil debido al daño sufrido en los nervios faciales durante la Gran Cruzada. Sus ojos habían sido sustituidos por unas lentes plateadas oscuras que relucían con la luz de la habitación, y que eran tan impenetrables como el resto de su expresión.
El último componente del trío era el capitán Tragan de la Novena Orden, que había sido ascendido a esa posición por el primarca tras la debacle de Tsagualsa. Los suaves ojos marrones del capitán desentonaban con su porte severo, sus rizos de pelo negro cortado a la altura del hombro y apartado de su aquilino rostro con una banda de metal esmaltado de color negro. Fue Tragan quien habló en primer lugar.
—Los Amos de la Noche se negaron a presentar batalla en Parthac, mi señor, pero llegamos demasiado tarde para detener la destrucción de la principal estación orbital de allí. Las instalaciones de atraque que quedan no pueden hacer frente a nada más grande que una fragata, como sospecho que era la intención del enemigo.
—Con ése son tres muelles principales los que han tomado en los últimos seis meses —comentó Stenius—. Está claro que nos están negando la posibilidad de utilizar las bases de reparaciones y reabastecimiento.
—La cuestión es por qué —dijo el León, tocándose la barbilla—. Los cruceros y las barcazas de guerra de los Amos de la Noche necesitan esas bases tanto como nuestras naves. Me veo obligado a llegar a la conclusión de que han abandonado cualquier intención de apoderarse de Parthac, Questios y Biamere y tratan de obstaculizar los movimientos de nuestra flota en futuros movimientos.
—Yo diría que es un signo de desesperación, una táctica de tierra quemada a escala estelar —apuntó Stenius.
—No podemos excluir la posibilidad de que Curze haya dado esas órdenes simplemente por despecho —añadió Corswain—. Tal vez no exista un significado más profundo detrás de estos ataques recientes, excepto exasperarnos y confundirnos.
—Sin embargo, eso continuará formando parte de un plan mayor —le replicó el León—. Hemos combatido durante más de dos años a través de las estrellas, y a lo largo de toda esta guerra, el Acechante Nocturno siempre ha ido avanzando hacia el desenlace de un juego que todavía no he conseguido descubrir. Pensaré en este último avance. ¿De qué más nos tienes que informar?
—Los movimientos habituales de las flotas y los informes de exploración están en mi último informe, mi señor —contestó Tragan—. Nada fuera de lo habitual, si se puede decir así.
—Había un informe que encontré un tanto extraño, mi señor —comentó Corswain—. Un mensaje astropático interrumpido, apenas perceptible entre el tráfico de fondo. No tendría nada de especial de no ser porque hace mención a la legión de la Guardia de la Muerte.
—¿La legión de Mortarion está en Thramas? —gruñó el León, mirando fijamente a sus subordinados—. ¿No crees que sea un asunto del que deba ponerme al corriente inmediatamente?
—No es la legión, mi señor —lo tranquilizó Tragan—. Tan sólo son un puñado de naves, unos cuantos miles de guerreros como mucho. La transmisión no parece provenir del escenario de Thramas, mi señor, sino de un sistema situado a varios cientos de años luz de Balaam.
—Los fragmentos del mensaje también mencionaban un equipo especial de los Manos de Hierro en la misma zona —añadió Corswain—. Alguna escaramuza, supongo. Es poco probable que afecte a nuestro conflicto de aquí.
—El sistema, ¿cómo se llamaba? —quiso saber el León. Los ojos del primarca se entornaron en un gesto de sospecha mientras formulaba la pregunta.
Tragan consultó la placa de datos que tenía en la mano.
—Perditus, mi señor —lo informó el capitán de la Novena Orden.
—Está casi deshabitado, mi señor —añadió Stenius—. Se trata de un pequeño centro de investigación del Mechanicum, nada importante.
—Te equivocas —lo contradijo el León, al mismo tiempo que se ponía en pie—. Conozco Perditus. Yo conquisté el sistema para el Emperador junto con los guerreros de la Guardia de la Muerte. Lo que tus registros no muestran, capitán Stenius, es la naturaleza de la investigación llevada a cabo por el Mechanicum en ese lugar. Perditus estaba destinado a permanecer en secreto, fuera del alcance de cualquier legión, pero parece que el primarca de la Guardia de la Muerte tiene otros planes.
—¿Fuera del alcance, mi señor? —Tragan se quedó desconcertado por la idea—. ¿Qué podría ser tan peligroso?
—El conocimiento, mi pequeño hermano —le contestó el León—. El conocimiento de una tecnología que no podemos permitir que caiga en manos de traidores. Debemos reunir un equipo especial en Balaam. Un equipo que pueda aplastar cualquier cosa que la Guardia de la Muerte o los Manos de Hierro tengan en la zona.
—¿Y qué pasa con los Amos de la Noche, mi señor? —preguntó Corswain—. Si cedemos en nuestra búsqueda en este sector, o reducimos demasiado nuestras fuerzas aquí, Curze se apropiará de los sistemas que no podamos proteger.
—Ése es un riesgo que debemos correr —le contestó el primarca—. Perditus es un botín que debemos negar a los traidores. Casi lo había olvidado, pero ahora que me lo habéis recordado, creo que tal vez Perditus pueda tener también la clave para conseguir la victoria en Thramas. Yo personalmente dirigiré el equipo especial. El Razón Invencible será mi nave insignia, capitán Stenius. La Cuarta, la Sexta, la Decimosexta, la Decimoséptima y la Trigésima Orden deben reunirse de inmediato en Balaam.
—¡Más de treinta mil guerreros! —exclamó Tragan, tan sorprendido que no pudo evitar aquella salida de tono. Inclinó la cabeza en señal de disculpa cuando el León le lanzó una afilada mirada.
—¿Cuándo, mi señor? —se limitó a preguntar Corswain.
—Tan pronto como puedan —insistió el León. Se dirigió hacia la puerta—. No podemos permitirnos llegar demasiado tarde a Perditus.