CATORCE

aquila

CATORCE

Al igual que el último actor de una tragedia que se prepara para recitar el soliloquio final antes de que caiga el telón, Fulgrim paseó arriba y abajo por el escenario de La Fenice con el placer propio de un intérprete. Lucius lo observó con ojo experto estudiando la fluidez de sus movimientos perfectos, y se preguntó cómo era posible que no hubiera logrado ver la verdad durante tanto tiempo. El Fénix, que se había puesto de nuevo la armadura de color rosa y púrpura, era una visión capaz de incendiar cualquier mente, un dios guerrero de unas proporciones y una luminosidad perfectas.

No se veía rastro alguno de las indignidades que había sufrido en el apothecarion, y Lucius se maravilló por el increíble poder que habían forjado en el cuerpo del primarca que le permitía sufrir semejante tortura sin padecer efectos permanentes. Sin duda, Fulgrim era un dios que merecía ser adorado.

El primer capitán ]ulius Kaesoron se encontraba al lado de Lucius, hombro con hombro, pero Marius Vairosean se mantenía apartado, ya que la vergüenza lo hacía distanciarse de ellos incluso en la culpa que compartían. Culpa que sentía sólo él, pues Lucius no se arrepentía en absoluto de sus actos. Lo habían hecho para salvar al primarca, aunque tuvo que admitir que también para satisfacer la necesidad de llevar sus sensaciones a otro nivel. No se podía sentir culpa por aquello, no si todas las maravillas que les habían mostrado desde Istvaan III tenían algún valor verdadero.

Kalimos y Abranxe se habían reunido con ellos, asombrados por lo que les habían contado sobre lo ocurrido en el apothecarion, ya que se trataba de una revelación a la que sólo ellos en toda la galaxia habían tenido acceso. Krysander se mantenía en pie con dificultad, y Ruen se mantenía a su lado, con el hombro envuelto en carne cultivada artificialmente mientras sus huesos implantados se acoplaban a su cuerpo herido.

Lucius vio cómo Fulgrim se detenía debajo del insulso retrato que se encontraba en la pared opuesta al Nido del Fénix, y observó la sonrisa secreta que implicaba el significado de toda una vida en la leve curva de sus labios.

—Teníais razón al sospechar que no era yo mismo —les dijo Fulgrim cuando por fin se dignó a mirarlos—. El asesinato del Gorgón fue el acto que me desligó por completo de mi antigua vida, de un pasado que ahora ya no significa nada para mí, y ningún acto de semejante calibre deja de producir consecuencias.

Fulgrim se puso en cuclillas en el escenario, como si estuviera reviviendo el momento de la muerte de Ferrus Manus. Cerró los puños mientras miraba hacia la lejanía, y Lucius vio en sus ojos el desfile sangriento de lo ocurrido en Istvaan V.

—Era vulnerable —siguió diciendo el primarca mientras se ponía en pie para reemprender su paseo por el escenario—. Un servidor del Príncipe Oscuro se apropió de mi cuerpo para su propia diversión. Era una criatura antigua, un ser caprichoso y necesitado que disfrutó de su botín robado, y durante cierto tiempo le permití que mantuviera el control sobre mi cuerpo mientras aprendía de él y de sus poderes. Creo que tenía la esperanza de que yo estuviera profundamente hundido por la muerte de mi hermano…

Fulgrim sonrió y se miró las manos, como si todavía estuvieran ensangrentadas por el asesinato del primarca de los Manos de Hierro.

—Esa criatura debería haber sabido que no era así. Después de todo, fue ella la que me inició en la senda de la autosatisfacción y de una vida libre de inhibiciones y de cualquier sentimiento de culpa. ¿Qué me importaba cometer otra traición? Manus ya era un recuerdo vago, un fantasma que se difumina con cada momento que pasa. Además, todo lo que aprendí de la criatura me hizo más fuerte. Con el paso del tiempo, fue fácil reclamar mi cuerpo y arrojarlo a la prisión que ella misma había preparado para mí.

Lucius apartó la mirada del magnífico primarca y elevó los ojos hacia el retrato. Los trazos de la pintura seguían igual de insulsos y sus colores igual de apagados, pero al saber la verdad que ocultaba, lo que Lucius vio fue el sufrimiento eterno de un ser inmortal y primitivo que se encontraba atrapado para siempre en un encierro interminable. Para una criatura le infinitas posibilidades no podría existir mayor tormento, y la admiración que sentía por la brillantez de su primarca se elevó a nuevas cotas.

—Ahora ya sabéis la verdad, hijos míos —les dijo Fulgrim al mismo tiempo que bajaba del escenario para reunirse con ellos. Extendió las nanos y los tocó mientras pasaba a su lado—. No es tarea fácil servir a un señor que nos exige tanto y que a la vez nos concede tanto. Debemos llegar más lejos que nadie en nuestros deseos, experimentarlo todo, incluso esas sensaciones que nos resultan desagradables. Ningún acto de sacrificio, ningún acto de degradación, ningún acto de éxtasis se encontrará más allá de nuestro alcance. Hijos míos, tengo tales visiones que mostraros… Tengo secretos y poderes más allá de cualquier comprensión, tengo verdades enterradas desde el principio de los tiempos, ¡y un camino hacia la consecución de la divinidad que hará que brille con más intensidad que un millar de soles!

Fulgrim dio una vuelta sobre sí mismo mientras sus guerreros prorrumpían en vítores para celebrar sus palabras. Disfrutó de su adoración, y la devoción que le mostraron lo hizo brillar como si fuera la estrella que les permitía vivir. Luego bajó por fin la cabeza y paseó la mirada por todos ellos con una expresión benevolente y paternal, severa e inquebrantable.

—Tengo mucho por hacer antes de dignarme a reunirme con Horus Lupercal en el suelo embarrado de Terra —declaró el Fénix—. Mi primera tarea será reunirme con mi hermano de Olympia y utilizar a sus constructores y fortificadores para mis propósitos.

—¿Cuáles son esos propósitos? —inquirió Kaesoron, quien se arriesgó a despertar la ira del primarca al haberse atrevido a preguntarle.

Fulgrim se pasó las manos por el cabello de color blanco impoluto y le sonrió, aunque Lucius se dio cuenta de que se trataba de un breve acto de tolerancia. El primarca no permitiría más preguntas. No en ese momento de gloria.

—Tenemos que construir una ciudad —les explicó—. Una gloriosa ciudad de espejos. Una ciudad de espejismos, sólida y líquida al mismo tiempo, aire y piedra a la vez.

Lucius notó que se le aceleraba el pulso al pensar en una ciudad semejante, una metrópolis en la que cada estructura, cada torre y cada palacio le devolvería su propia imagen multiplicada mil veces. Por fin se dio cuenta de cuál había sido el motivo del ataque al Racimo Prismático: reunir la materia prima para construir aquella asombrosa arquitectura de reflejos.

—Una ciudad de espejos —susurró—. Será algo maravilloso.

Fulgrim dio un paso hacia él y lo tomó de la barbilla con una mano como si fuera su amante.

—Será más que maravillosa —le aseguró Fulgrim, y luego se inclinó para darle un beso en cada mejilla cubierta de cicatrices—. Será así porque en el corazón de su millón de reflejos encontraré la mirada del Angel Exterminatus, ¡y la galaxia llorará al contemplar su terrible belleza!