DOS

DOS
Aunque casi tan alta como los guerreros de las Legiones Astartes con los que viajaba a través de la disformidad, Theralyn Fiana de la Casa Ne’iocene era mucho menos corpulenta, de constitución esbelta y dedos finos. Su cabello era de color cobrizo, como sus ojos; al menos sus ojos normales. En medio de la parte alta de su frente, desde donde se recogía el pelo hacia atrás con una cinta plateada, estaba su ojo de navegante. Llamarlo ojo era como comparar un vaso de agua con el océano. Esa esfera, de un blanco translúcido pero salpicada de colores arremolinados, no detectaba las frecuencias de luz, sino que atravesaba la barrera que rodeaba la disformidad y veía directamente la materia prima en estado puro del reino inmaterial.
Utilizaba esa visión de la disformidad en esos momentos para guiar al Razón Invencible en su alejamiento desde el punto de traslación de Balaam. Los flujos de las corrientes de la disformidad arrastraban con fuerza la nave, que se encontraba protegida en el interior de un campo psíquico non forma de lágrima mientras era impulsada sobre las olas inmateriales como los restos de un naufragio en las mareas del océano. Theralyn se sentó en la torre de navegación, situada muy por encima de la superestructura de la barcaza de guerra. Instintivamente, la navegante buscó el brillante faro del Astronomicón, y como había ocurrido durante los dos años y medio anteriores, sintió como una parte de su alma se oscurecía al darse cuenta de que no lo podría encontrar. El hecho de que la luz de Terra ya no brillara había sido una fuente constante de discusiones entre los navegantes adscritos a la legión de los Ángeles Oscuros, y Fiana se encontraba entre los miembros del creciente bando formado por los que creían que la única explicación era que el Emperador ya no estaba vivo. No era precisamente un punto de vista muy popular, y sobre todo, uno que no se debía plantear ante el primarca, pero la lógica era inevitable para Fiana.
En ausencia del Astronomicón galáctico, los navegantes confiaban en los faros de la disformidad, unas pequeñas lámparas de luminosidad psíquica de las estaciones de retransmisión en el espacio real. Eran velas comparadas con la estrella del Astronomicón, y sólo uno de cada diez sistemas las tenían, pero eran mejor que moverse totalmente a ciegas; tanto era así que los Amos de la Noche y los Ángeles Oscuros habían acordado tácitamente tratar a esas balizas como zonas prohibidas. La posibilidad de quedarse a la deriva en una de tus propias naves en mitad de la disformidad era demasiado grande como para arriesgarse a destruir las frágiles estaciones orbitales.
Perditus no era un sistema provisto de ese tipo de faros, y estaba ubicado a sólo ciento catorce años luz de Balaam, a unos doscientos treinta grados, con siete puntos de inclinación en dirección a la baliza de Drebbel, que a su vez se podía encontrar en una ruta a ciento ochenta grados, dieciocho puntos de inclinación negativa a tres días hacia el sistema Nemo. Al mirar un gráfico dibujado a mano colgado en el borde de su silla giratoria, Fiana confirmó todo aquello y examinó las corrientes que chapoteaban contra la barrera que formaba el campo Geller que rodeaba a la Razón Invencible.
La disformidad no se mostraba en su verdadero estado, ni siquiera para ella. Sin embargo, la visión de la disformidad de Fiana le permitía percibir y realizar un cálculo aproximado de la potencia de sus mareas y de sus espirales de confluencia inmaterial. El sistema de Balaam había sido elegido para el encuentro porque desde allí existía una corriente constante a través de la disformidad que llegaba hasta el lejano sistema Nhyarin, a casi tres mil años luz de distancia. Nunca había nada seguro en la disformidad, y su extraño comportamiento hacía que a veces la Corriente de Nhyarin fluyera hacia atrás o que no pudiera ser localizada, pero ocho de cada diez veces se podía confiar en una veloz traslación en dirección al suroeste galáctico que recorriera completamente Aegis y otros dos subsectores. Los mundos a lo largo de su ruta se encontraban entre los más disputados entre los Amos de la Noche y los Ángeles Oscuros.
Fiana dictó una serie de órdenes codificadas para el equipo de pilotaje situado en la cubierta de mando. Unos cuantos minutos después, el campo Geller sobresalía a estribor cuando sus unidades armónicas psíquicas se ajustaron a los controles de la tripulación de tal forma que la Razón Invencible se salió del rumbo que llevaba y entró en las corrientes periféricas de la Corriente de Nhyarin. La energía psíquica se adhería a los escudos como olas que arrastraran hojas, y aunque no había ninguna sensación real de movimiento, Fiana sintió en sus pensamientos la barcaza de batalla avanzando por delante de ellos, avanzando a través del tiempo y el espacio a una increíble velocidad.
Alrededor de ella, los puntitos de luz que habían sido las otras naves de la flota desaparecieron de la existencia. Al cabo de media docena de minutos, ya no se podía ver nada de la flotilla, con sus naves esparcidas por los cuatro puntos cardinales a través del tiempo por los misteriosos mecanismos del espacio de la disformidad.
Fiana hizo girar la silla en redondo sin moverse de su puesto, y llevó a cabo un análisis rápido de la actividad tormentosa. Toda la disformidad estaba repleta de tempestades, pero la Corriente de Nhyarin parecía lo suficientemente estable por el momento. No se veía el horizonte, ni distancia ni perspectiva y, por un momento, Fiana estuvo a punto de ser tragada por la abismal naturaleza de la disformidad. Devolvió la mente al interior de su cerebro, bajó la banda de terciopelo acolchado de color plata para que su circuito psíquico impregnado de metal cubriera su tercer ojo.
Justo antes de que su otro sentido fuera reducido creyó ver otro barco navegando sobre un remolino de energía detrás de la barcaza de batalla. Probablemente se trataba de otra nave de los Ángeles Oscuros, atrapada por casualidad por la misma corriente temporal que la Razón Invencible. Tomó nota de ello en su diario y le hizo una señal a su medio hermano Assaryn Coiden para que ascendiera a la pilastra y tomase el control. Como miembro de mayor rango de la familia, era su responsabilidad velar por la seguridad de la nave durante las transiciones, pero puesto que esa misión ya estaba cumplida, se alegró de poder delegar en sus hermanos menores. La situación era mucho más tranquila en sus aposentos, y desde que comenzaron la rebelión de Horus y las tormentas, una sola hora de exposición a la disformidad la dejaba con fuertes dolores de cabeza y un cansancio que le drenaba el alma.
Siempre había habido discusiones entre la familia sobre lo que en realidad era la disformidad, y se contaban relatos en voz baja acerca de los extraños fenómenos de los que los navegantes a veces eran testigos durante sus viajes. Ahora, Fiana estaba segura de que había algo más ahí fuera; no sólo alienígenas que vivían en la disformidad como le habían advertido, sino algo que existía como parte de la propia inmaterialidad.
Y los relatos habían aumentado en número y en horror. Siempre habían desaparecido naves, pero la frecuencia con la que lo hacían en esos tiempos era escalofriante, como si la propia disformidad se estuviera rebelando por su presencia. Cuando sentía oscuros remolinos tirando de los bordes de sus pensamientos, Fiana sabía demasiado bien que la disformidad estaba muy lejos de ser un lugar acogedor.
La mirada del León era fría cuando la posó sobre la navegante jefe, Theralyn Fiana. Era la cuarta audiencia que le concedía en un periodo de siete días, y otras dos veces más había recibido su representación a través del capitán Stenius. Sus quejas eran cada vez más enojosas, y las convertían en más irritantes aún el hecho de que el León no podía hacer nada por solucionar los problemas que estaban sufriendo tanto ella como sus compañeros navegantes. La navegante había subido a bordo de la Razón Invencible en Balaam, y se la consideraba una experta en las mareas de disformidad sobre las que estaban viajando, pero hasta ese momento, la única impresión que el León tenía de ella era la de una mujer de rostro delgado que sólo ofrecía excusas como respuesta a su lento progreso.
Esta vez venía acompañada del capitán Stenius, y parecía más nerviosa de lo habitual. El León le hizo señas a Fiana con una mano enguantada para que se acercara, al mismo tiempo que reprimía un suspiro de irritación. La navegante se detuvo a cinco metros del trono del primarca, y el capitán unos cuantos pasos por detrás de ella. Iba vestida con una vaporosa túnica en tonos verdes y azules, de un material que brillaba como el agua cuando caminaba. Llevaba los brazos desnudos y pintados con aros de diseños variados desde el hombro hasta el codo y la parte posterior de las manos tatuada con una intrincada intersección de formas geométricas copiadas de un conjunto de colgantes que pendían de una fina cadena alrededor de su cuello.
El tercer ojo de Fiana estaba oculto tras una ancha banda de color plateado, pero el León podía sentir su contacto sobre él, como una descarga de calor en su carne. Los navegantes, y todos los psíquicos en general, le hacían pensarse mucho las cosas. No sentía muy buena disposición hacia aquellos que eran capaces de verlo de una forma en la que los hombres normales no podían. Sólo al Emperador le confió tal conocimiento.
—¿Qué ocurre ahora? —preguntó el León. Con una mano señaló a Corswain, que acababa de llegar y debía informar a su líder sobre las últimas noticias referentes a Perditus—. Date prisa, hay otros asuntos que requieren mi atención. Si lo que quieres es que calme la disformidad con un movimiento de la mano, tengo que decepcionarte de nuevo, navegante.
—Se trata de otra cuestión, algo urgente, de lo que debemos hablar —dijo Fiana mientras se erguía de su reverencia. Miró al capitán Stenius, y por toda contestación recibió un brusco gesto de asentimiento—. Alabado primarca, durante los últimos días, desde que efectuamos la traslación desde Balaam, mi familia y yo hemos sido testigos de cómo otra nave nos venía siguiendo. Al principio pensamos que se trataba de una coincidencia; una nave compañera de la flota que por casualidad seguía nuestra misma ruta.
—Pero ¿ya no crees que ése sea el caso? —inquirió el León a la vez que se inclinaba hacia adelante—. Según tengo entendido, resulta extremadamente difícil, tal vez imposible, seguir a una nave en el espacio de la disformidad.
—Eso era también lo que nosotros teníamos entendido, alabado primarca. Los navegantes habían intentado muchas veces permanecer los unos dentro del alcance de los otros, pero noventa y nueve de cada cien veces todo contacto se pierde en un día, y siempre en dos días. Algunas veces establecemos una analogía entre la disformidad y las corrientes del mar, pero esto es una comparación bastante simplista. La disformidad no sólo fluye a través del espacio en el interior de otro reino paralelo al nuestro, sino que además discurre sobre diferentes corrientes temporales.
—Eso lo sé —replicó el León, cada vez más impaciente—. Una hora en la disformidad supone varios días transcurridos en el espacio real. Si una nave efectúa una traslación un día antes que otro, podría significar semanas de adelanto en su viaje. Todavía no has dicho por qué la coincidencia no es una explicación adecuada, navegante. He hecho cientos de saltos de disformidad en mi vida, y no resulta nada extraordinario que un barco sea alcanzado por otro en la misma corriente durante un viaje.
—No, alabado primarca —contestó Fiana. Se irguió en toda su altura y miró a los ojos al primarca, aunque tan sólo por un momento antes de que la intensidad de sus ojos la forzaran a apartar la mirada de nuevo—. Hay que destacar que hemos cambiado cuatro veces la corriente en los últimos cinco días, buscando la más rápida hacia Perditus, y menos de una hora después la nave ya estaba detrás de nosotros de nuevo. Nos viene siguiendo, alabado primarca, y no conozco a nadie que posea tal capacidad.
El León no perdió el tiempo preguntando si la navegante estaba en lo cierto; el tono de sinceridad de su voz y la dura mirada de sus ojos lo convencieron de que decía la verdad tal y como ella la creía. Hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y le indicó con un gesto a Stenius que se acercara.
—Lamento mi falta de tacto, lady Fiana. Gracias por traer este asunto a mi atención. Capitán, creo que ya sabías algo de todo esto, ¿verdad?
—Lady Fiana me habló de sus sospechas ayer, mi señor. Le pedí que confirmara sus hallazgos otro día más, y decidí que el asunto tenía la importancia suficiente como para que lo considerarais.
—Es algo imposible, alabado primarca —insistió Fiana—. Ningún navegante puede seguir a otra nave en la disformidad con semejante precisión. Trabajamos con intuiciones e instintos demasiado vagos para tal exactitud.
«No sería posible para un navegante —pensó el León—, pero podría ocurrir».
Durante su infancia en Caliban, creciendo solo en la oscuridad, en los bosques infestados de monstruos, aprendió rápidamente que algunas bestias no necesitan ver para cazar. Algunas poseían otros sentidos aparte de la vista, el oído y el gusto; podían perseguir a su presa por el rastro de su alma. Tales criaturas eran las más mortíferas con las que se había enfrentado, y no físicamente. Los caballeros de Caliban las llamaban nephillas, y sólo con gran esfuerzo se podía acabar con ellas, aunque el León había matado unas cuantas en su juventud.
Había una tremenda diferencia entre unas cuantas nephillas que merodeaban en la oscuridad de los bosques de Caliban a toda una nave que era capaz de seguir a otra a través de la disformidad con una precisión infalible, pero al igual que Fiana, el León no creía en las casualidades. Había ciertas fuerzas en juego, unas fuerzas desatadas por Horus y sus aliados, que él no acababa de comprender, y hasta que se demostrara lo contrario, el León estaba dispuesto a creer que sus enemigos eran capaces de cualquier cosa.
—Por el momento es lógico suponer que nuestro misterioso perseguidor es una nave de los Amos de la Noche —declaró el León después de medio segundo de meditación—. ¿Crees que es posible eludir a este enemigo sin correr riesgos innecesarios o demorarnos excesivamente en nuestro viaje? No creo que el enemigo conozca nuestro destino y el secreto que se esconde allí.
—No estoy segura de saber qué hacer, alabado primarca —le respondió Fiana—. No es algo que se enseñe a un navegante.
—Seguramente habrá sufrido la persecución por parte de algo distinto a una nave, ¿no? —quiso saber el León—. Existen habitantes de la disformidad que son conocidos por perseguir a las naves.
—Por supuesto —admitió Fiana—. Conozco un pequeño repertorio de maniobras evasivas, pero la respuesta habitual cuando te enfrentas con una crisis semejante es una traslación inmediata al espacio real.
—Ésa será nuestra segunda opción —dijo el León—. Preferiría evitar el retraso que eso añadiría a nuestro viaje. Tienes dos días para deshacerte de nuestro perseguidor. Quiero un informe directo de los progresos, lady Fiana.
—Como ordenéis, alabado primarca —contestó la navegante, inclinándose hacia adelante con una reverencia.
Cuando el capitán Stenius y lady Fiana se marcharon, el León llamó a su senescal.
—Desconfío enormemente de esa embarcación que nos persigue, Cor —admitió el primarca—. Que la tripulación de combate duerma junto a su armamento, y doblad la vigilancia.
—Como ordenéis, mi señor —asintió Corswain—. Si tenéis tiempo, deberíamos discutir la estrategia que vamos a seguir cuando lleguemos a Perditus. El último contacto que tuvimos muestra que los Manos de Hierro y la Guardia de la Muerte acababan de comenzar la batalla. Para cuando lleguemos, es posible que uno u otro bando haya tomado ventaja ya.
El León trató de no pensar en naves fantasmas y se concentró en una tarea mayor.
—Vamos a considerar Perditus como un entorno hostil —declaró el primarca—. Es imposible decir las causas por las que pelea otra fuerza. La Guardia de la Muerte, el Mechanicum, los Manos de Hierro: todos ellos deberán ser considerados enemigos hasta que yo diga lo contrario.
Durante dos días, Fiana y los otros tres navegantes que viajaban a bordo de la Razón Invencible realizaron varias maniobras que, en circunstancias normales, los hubieran alejado de la nave que los seguía. Cambiaron frecuentemente de corrientes en el interior de la disformidad haciendo que la barcaza de combate pasara de los torrentes más rápidos de la Corriente de Nhyarin a los afluentes más tranquilos de sus bordes exteriores. Se zambulleron en los remolinos, algo bastante arriesgado incluso antes de las últimas turbulencias en los que se había visto envuelto el espacio de la disformidad. Dos veces hicieron virar completamente la nave y navegaron contra corriente, alejándose de la ruta de Perditus.
La otra nave siempre los volvía a encontrar, algunas veces sin desaparecer, otras simplemente desvaneciéndose y apareciendo en el borde de detección una o dos horas más tarde, siguiendo inequívocamente la estela de la barcaza de batalla.
Trascurridos los dos días concedidos por el León, Fiana y Stenius fueron convocados de nuevo ante el primarca para discutir lo que debían hacer a continuación. Con el León estaba Corswain, llamado por su señor. Fue Stenius quien habló en primer lugar.
—Cualquiera que sea la fuerza que guía a nuestro perseguidor, está fuera de nuestras posibilidades librarnos de ellas, mi señor —anunció el capitán de la nave.
—No totalmente más allá de nuestros medios —declaró Fiana, ganándose una mirada penetrante de Stenius; suficiente como para delatar la existencia de una discusión previa entre los dos, aunque su parcial parálisi facial impedía cualquier otra expresión más significativa.
—No voy a poner mi nave en peligro —declaró Stenius con un tono de voz firme.
—¿Tienes una alternativa? —preguntó el León, dirigiendo su mirada a Fiana.
—Hace tres días, o tal vez cuatro, que tenemos conocimiento de una anomalía a la que llamamos el Abismo de Morican. Corresponde aproximadamente a la estrella de Morican, un sistema muerto. Existe una región que es como una brecha en la disformidad, un abismo insondable rodeado por un turbulento torbellino. Es posible navegar por los bordes exteriores de ese remolino, y la tormenta ocultaría nuestra ruta de salida.
—¿Y los riesgos? —preguntó Corswain.
—El espacio nulo, el vacío en el ojo de la tormenta, puede detener a una nave, dejarla varada durante días, semanas, algunas veces para siempre —le explicó Stenius, haciendo un gesto de desaprobación con la cabeza—. No deberíamos pensar en ello ni en el mejor de los casos, y nuestra misión en Perditus es demasiado importante como para correr el riesgo de retrasarnos, o incluso algo peor.
El león consideró todo aquello, sopesando las ventajas de despistar al perseguidor contra un posible desastre. Descartó el plan de la navegante, pero recordó la anterior conversación que había tenido con Fiana.
—Lady Fiana, antes sugeriste que debíamos efectuar un salto de emergencia al espacio real. ¿Es posible que podamos hacerlo al mismo tiempo que la otra nave permanezca cegada por una de tus maniobras?
—Sí, es posible, alabado primarca —le confirmó Fiana.
—No estamos seguros de que nuestra nave fantasma no posea los medios para detectar tales cosas —argumentó Corswain—. No tenemos ni idea de sus capacidades. Según tengo entendido, cualquier nave en movimiento produce ondas, un eco a lo largo de las corrientes de la disformidad. Si los Amos de la Noche tienen un psíquico o algún otro medio de seguir nuestros movimientos, podrían ver una traslación tan claramente como en un día de verano.
—Todavía más un salto de emergencia, alabado primarca —añadió Fiana—. El oleaje que se produciría sería similar al provocado por una piedra arrojada a un lago; incluso un navegante inexperto podría detectarlo.
—Además existe el peligro de que nuestro motor de disformidad colisione con el campo Geller de la otra nave —intervino Stenius—. Sean cuales sean los medios que tengan para seguirnos, tienen que permanecer cerca de nosotros para poder usarlos.
—Interesante —musitó el León, y una cadena de pensamientos se puso en marcha por la advertencia del capitán. Primero miró a Corswain y luego clavó su mirada en Stenius—. Hermanos, asegurad la nave para realizar una traslación de emergencia, pero mantened a las dotaciones de artillería en sus puestos. Lady Fiana, quiero que coloques el barco de una forma en particular. Encuentra una corriente de la disformidad rápida desde la que puedas moverte rápidamente a otra contraria.
—¿Cuál es vuestra intención, alabado primarca? —preguntó Fiana, con un gesto de preocupación en el ceño bajo la banda de plata de su frente.
—Nuestro enemigo sigue nuestros movimientos de cerca pero no de forma instantánea —les explicó el León—. Nos moveremos de forma que los obliguemos a acercarse demasiado, y luego activaremos los motores de disformidad para saltar al espacio real. La otra nave se verá atrapada por la estela de nuestra salida y saldrá de la disformidad detrás de nosotros. En el espacio real nuestro enemigo se hará vulnerable al ataque.
—¡Si ambos barcos no resultan destrozados, mi señor! —dijo el capitán Stenius.
Estaba a punto de seguir con sus objeciones cuando el León lo interrumpió con un gesto brusco.
—Ya conoces mis intenciones. El plan no admite discusión alguna. Lady Fiana, de ti dependerá elegir el momento más oportuno para realizar la traslación. Por todo lo que he oído anteriormente de sus habilidades, espero que tengamos éxito.
—Por supuesto, alabado primarca —dijo la navegante con determinación.
Su reputación había sido puesta en entredicho, y para una navegante que aspiraba a ser la próxima patriarca de su casa, no había nada más valioso que los elogios de un primarca.
El León miró a Stenius y se inclinó hacia adelante para hablarle en voz baja.
—¿Comprendes mis órdenes, capitán? —preguntó el primarca.
—Sí, mi señor —le contestó Stenius también en voz baja.
—Entonces, ambos podéis marcharos —dijo el León. Con una mano señaló a Corswain—. Quédate un momento, hermano.
Cuando el capitán del barco y la navegante se marcharon, el León le hizo un gesto a Corswain para que se acercara al trono.
—Estoy preocupado por Stenius —le confesó el primarca—. Primero se retrasa al informarme de la persecución, y ahora parece reacio a resolver nuestra situación.
—Estoy seguro de que no existen motivos para sospechar de él, mi señor —dijo Corswain en tono formal, inquieto por la cuestión de la lealtad de Stenius.
—¿Estás seguro, hermano? ¿Ciento por ciento seguro? ¿Pondrías las manos en el fuego por él?
Corswain dudó al oír el tono de la voz del León. Tras un momento, se postró sobre una rodilla e inclinó la cabeza.
—No tengo ninguna duda sobre el capitán Stenius, mi señor. Sin embargo, para disipar cualquier sospecha que podáis albergar, le pediré al hermano redentor Nemiel que os informe.
—Como veas adecuado, hermano —asintió el León con una extraña sonrisa en el rostro.