NUEVE

NUEVE
En la pantalla principal, la pequeña mota de luz que representaba la lanzadera del capitán Midoa desapareció detrás de la sombra del crucero pesado Acusador Implacable. Al mirar a una pantalla secundaria, el León vio al Terminus Est de la Guardia de la Muerte alejándose con sus motores de plasma casi perdidos en la luz de la superficie de Perditus Ultima. El primarca estaba a punto de alejarse, con Typhon y Midoa ya de regreso a sus respectivas naves, cuando oyó por casualidad un mensaje de lady Fiana procedente de uno de los asistentes de comunicaciones.
—Pasa esa conexión a los altavoces —ordenó el León, señalando con el dedo al servidor de la legión, que obedeció inmediatamente con los ojos muy abiertos de sorpresa.
—Alabado primarca, mi familia y yo estamos detectando una distorsión en la disformidad alrededor de Perditus Ultima —repitió Fiana, su voz se colaba a través de las rejillas de ventilación de todo el estrategium.
—¿Tuchulcha? —preguntó el primarca.
—No, se trata de algo diferente. Es como un torbellino en miniatura, >como si se estuviera cavando un agujero a través de la disformidad.
—¿Cavando desde dónde? ¿A qué conduce ese agujero?
—Denos un momento, alabado primarca. Ardal está descendiendo hasta el pilar para poder localizar mejor el origen de la perturbación.
—¡Activad los campos de vacío! —gritó el capitán Stenius—. ¡Armad las baterías de cañones y haced sonar la llamada de orden de batalla!
El León permitió que sus subordinados tomaran las medidas defensivas oportunas. Esperó con los brazos cruzados, con la mirada en movimiento entre las dos pantallas principales, el dispositivo secundario donde se veía al Terminus Est y el altavoz situado a la derecha del dispositivo matriz, como si fuera capaz de ver a lady Fiana más allá.
—Detectamos una sobrecarga de energía procedente del Terminus Est capitán —anunció uno de los sirvientes de las consolas de escáner.
—Elevados los escudos de vacío, capitán —informó otro sirviente casi inmediatamente después.
—La perturbación de la disformidad es local, muy pequeña. —La voz del navegante se oía chillona a través del intercomunicador—. No sé cómo pero parece estar originándose desde la nave insignia de la Guardia de la Muerte.
—¿Adónde? —preguntó el León—. ¿Adónde se dirige?
—A Perditus Ultima, alabado primarca. Es algún tipo de túnel de disformidad que se dirige directamente al corazón de la instalación. Nunca he visto nada como esto.
—¡Corswain!
El uso por parte del León del nombre del senescal activó de forma automática los sistemas de la barcaza de batalla y los derivó a un canal de dirección directo. Casi inapreciable, un diminuto icono parpadeó en una pantalla secundaria, indicando en un plano de la Razón Invencible que Corswain se encontraba en un corredor de tránsito, fuera de los compartimentos de lanzamiento de estribor, después de comprobar que tanto Midoa como Typhon abandonaban la nave.
—¿Sí, mi señor?
—Reúne a tu guardia y a los bibliotecarios y dirígete a la sala de teletransporte número dos. Me encontraré allí con vosotros.
—¿Adónde vamos?
—Que establezcan las coordenadas para la base de Magellix. La Guardia de la Muerte está intentando robar el motor de disformidad.
La segadora de humanos de Typhon rajó al tecnoadepto desde la pelvis a la garganta, y el campo de energía de la guadaña burbujeó y chasqueó con la sangre vaporizada. Los restos destrozados del tecnoadepto cayeron sobre la piedra desnuda del suelo al mismo tiempo que una escuadra de skitarii aparecía por la puerta que tenía delante. Los guerreros biónicamente mejorados del Mechanicum empuñaban una amplia variedad de armas láser y de lanzamisiles. Los rayos de color rojo abrasaron el túnel, y las estelas en espiral de los cohetes guiados los siguieron al mismo tiempo que los Guardianes de Tumbas abrían fuego. El cañón automático de Typhon tronó en su puño mientras un contraataque de misiles y de proyectiles de bólter acribillaba a los defensores medio mecánicos de Perditus Ultima.
Los exterminadores continuaron su implacable avance, pasaron por encima de los restos ensangrentados de los skitarii y entraron en el corredor que conducía a la prisión de Tuchulcha. Aparecieron más skitarii y también fueron abatidos, ya que los Guardianes de Tumbas eran prácticamente invulnerables a las armas que empuñaban sus enemigos.
A la cabeza de la columna, Typhon aún trataba de librarse de los efectos colaterales del teletransporte de disformidad que había empleado para llevar a sus guerreros al interior de la instalación. El Padre no había sido muy generoso con sus regalos esta vez, y Typhon sentía como la piel le pesaba bajo la armadura. Le picaba todo el cuerpo y a veces tenía la sensación de que la cabeza le flotaba por el esfuerzo realizado al perforar un agujero a través de la realidad.
—¿Por qué no hicimos esto la primera vez que vinimos aquí? —exclamó Vioss con voz áspera, avanzando a la izquierda de Typhon—. Deberíamos haber recuperado el dispositivo mucho antes de que llegaran los Ángeles Oscuros.
—No sabía que Tuchulcha estaba despierto —contestó Typhon—. Tendrá que transportarse él mismo de vuelta al Terminus Est, porque yo no tengo la fuerza suficiente para hacerlo. Es de una masa mucho mayor de lo que parece.
—Una proeza de la ingeniería —dijo Vioss, aunque su sarcasmo era evidente en el tono de voz.
—Un milagro del Padre —lo corrigió Typhon mientras caminaban hacia la sala de Tuchulcha.
El comandante de la Guardia de la Muerte se detuvo, presa de un repentino dolor en el abdomen. Apretó los dientes cuando sintió algo retorciéndose a través de sus entrañas, o al menos una sensación que le parecía similar a que le perforara los intestinos algún roedor infernal. El dolor desapareció en pocos segundos y pasó corriendo a través del siguiente grupo de puertas.
El orbe llamado Tuchulcha colgaba en el centro de la habitación, rodeado por los dispositivos de contención y de exploración del Mechanicum. Typhon se quedó sorprendido por la belleza de los patrones que fluían a través de la superficie del dispositivo. Una mezcla de colores oleosos mezclados y a la vez independientes, que creaban un efecto hipnótico. Con un cierto esfuerzo, el jefe de la Guardia de la Muerte consiguió apartar la mirada del globo flotante, y vio a una figura vestida con una túnica de color rojo arrodillada delante del dispositivo. Una capucha le cubría la cabeza y el rostro.
Typhon apuntó con su cañón automático segador a la figura arrodillada, pero cuando iba a apretar el gatillo una voz de niño rompió el silencio.
—¡Detente! ¡No le hagas daño!
Un joven apareció de entre la maraña de cables que rodeaban a Tuchulcha. Tenía la piel pálida y estaba conectado al aparato que recluía el dispositivo. Typhon sólo tardó un momento en darse cuenta de que el cuerpo del servidor estaba siendo manipulado por la máquina.
—Él es irrelevante —dijo el comandante—. Ha sido tu carcelero y debe ser castigado.
Un jadeo gorgoteante surgió de la garganta del joven servidor, y Typhon se dio cuenta de que se trataba de una carcajada.
—Yo no puedo ser encarcelado, no por una criatura como ésta —dijo Tuchulcha.
—Bien, entonces serás capaz de venir con nosotros.
El niño no respondió, pero apartó la mirada e inclinó la cabeza hacia atrás, como si pudiera ver a través del rocoso techo de la sala.
—No tienes mucho tiempo, Typhon de los Incursores del Crepúsculo —le dijo el niño—. El León viene hacía aquí, y busca tu cabeza. Tus guerreros están siendo aniquilados.
Como si lo estuvieran confirmando, los primeros informes llegaron con una serie de chasquidos a través de la red de comunicaciones. La retaguardía de tres escuadras de los Guardianes de Tumbas estaba siendo atacada. Los mensajes eran muy breves y hablaban de la espada ardiente del primarca de los Ángeles Oscuros, y de las encapuchadas criaturas de pesadilla con ojos de fuego y garras de hierro que lo acompañaban. Pasaron diez segundos y Typhon no tuvo más noticias de sus hombres.
—Ha traído a sus psíquicos con él —le dijo Typhon a Vioss—. No puedo enfrentarme a sus habilidades combinadas. Avisa a Chartun ya la segunda línea. Deben replegarse hacia esta posición.
—Como ordenéis, mi comandante —asintió Vioss.
—Ahora somos la Guardia de la Muerte —corrigió Typhon a Tuchulcha—. No te puedo llevar a mi nave por mis propios medios. Eres tú quien debe venir conmigo si quieres ser libre.
—¿Libre? —De nuevo se oyó el gorgoteo ahogado del niño—. Llevo mucho tiempo esperando que regrese el León. Lo vi la primera vez que vino, y entonces supe que mi salvador había llegado hasta mí. Los habitantes de Perditus me atraparon aquí, pero con la ayuda de Iaxis fui capaz de liberarme de mis cadenas. He permanecido sólo porque sabía que el León regresaría a por mí.
—Él intenta destruirte —le advirtió Typhon.
—Él intenta poseerme, como muchos otros lo intentaron antes —lo contradijo Tuchulcha—. No temas por mí, bravo Typhon. Debes cumplir tu propio destino. Tu primarca te aguarda. Sería un gran desperdicio que fueras asesinado aquí. Mira, deja que te ayude.
La protesta de Typhon se ahogó en su garganta cuando sintió la ráfaga de la traslación. Un momento después se encontraba en el estrategium del Terminus Est con los guardianes de tumbas que le quedaban a su alrededor.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Vioss, sacudiendo la cabeza. El capitán se volvió hacia los sorprendidos asistentes que estaban en el puente de control—. Poned rumbo al punto de traslación más cercano. Los Ángeles Oscuros empezarán a perseguirnos muy pronto.
—No hay necesidad —dijo Typhon al sentir una presión en lo más profundo de su mente, una presión que reconoció a la perfección—. Tuchulcha ya se ha asegurado de ponernos fuera de peligro.
Tras despedir a sus sirvientes, Typhon se quedó solo en sus aposentos. Los desnudos mamparos de metal estaban cubiertos de manchas de óxido e iluminados por el brillo cegador de las barras de luz que colgaban del techo. Se quitó la última capa de ropa interior, y al apartar la malla empapada quedó al descubierto su pálida piel. No era capaz de comprender lo que había sucedido. El Padre lo había enviado a Perditus para rescatar a Tuchulcha de las garras del Mechanicum, pero había fracasado.
El dolor del estómago continuaba allí, y el comandante de la Guardia de la Muerte bajó la mirada hacia aquel punto. Bajo la carne se veían las rígidas placas de su caparazón de color negro. Pero había algo más asomándole por la piel, justo debajo de la placa pectoral. No podía verlo claramente debido a la curvatura de su musculoso pecho, así que Typhon se volvió y se miró en el espejo de bronce pulido.
Justo por debajo del plexo solar tenía tres ampollas, cada una de ellas tan grande como la punta de su dedo pulgar, formando un triángulo y tocándose entre sí. Eran de color rojo oscuro rodeadas por un anillo negro, y supuraban un líquido transparente. No sintió dolor cuando apretó con el dedo una de las ampollas. De hecho, la sensación le produjo un escalofrío de placer por todo el cuerpo.
Typhon tuvo un momento de iluminación al darse cuenta de lo que había ocurrido. En realidad, sí que había liberado a Tuchulcha. Al viajar a Perditus, había llamado la atención del León hacia aquel mundo, poniendo en marcha una serie de acontecimientos que condujeron a Typhon a un lugar que no conocía, pero que era el gran designio del Padre. El trío de ampollas de su piel era una recompensa; una señal de que el Padre había tomado nota de la lealtad de Typhon. Estaba marcado ahora y para siempre, marcado por el amor del Padre.
Aquello sólo era el comienzo del trayecto, por supuesto. Los Guardianes de Tumbas eran sólo el principio. El Padre los quería a todos. El Padre quería el amor y la lealtad de cada guerrero de la Guardia de la Muerte; el amor y la lealtad de Mortarion por encima de todas las cosas.
—¿Estás seguro de que eso era todo lo que decía el mensaje?
El capitán Lorramech asintió con la cabeza sin apartar la mirada de Midoa. Los dos regresaron al estrategium con el transportador que los había subido desde la cubierta de desembarco.
—Eso fue todo lo que el León me pidió que dijera —le confirmó Midoa—. Fue muy concreto al respecto: «Dile a Guilliman que tengo una respuesta para él —me dijo el León—. Dile que me espere. Que pronto estaré ahí». Eso fue todo.
El señor de la I Legión se sentó como solía hacerlo aquellas noches, reclinándose en su trono de marfil y obsidiana. Los codos le descansaban sobre los esculpidos reposabrazos, con los dedos cruzados delante de la cara sin que apenas le rozaran los labios. Con unos ojos que no pestañeaban, con aquel verde brutal de los bosques de Caliban, miraba al frente y observaba el parpadeanre holograma de las estrellas envueltas en combates.
Iaxis y su dispositivo estaban a salvo en las bodegas más profundas de la Razón Invencible. La base de Magellix había quedado reducida a escoria fundida y escombros en unas cuantas horas; no quedó nada que otra legión pudiese reclamar.
Los labios del León se movían tan lentamente que tal vez un observador no demasiado atento no se hubiera dado cuenta de ello. Tampoco nadie excepto aquellos con el poder de audición sobrehumano de un primarca hubieran oído las palabras pronunciadas por sus casi inmóviles labios.
—Ya tengo a Curze —dijo el León, hablando sólo a las sombras. Su monólogo se interrumpía a cada rato, como para permitir a alguien más que interviniera—. Con Tuchulcha seremos capaces de atrapar al Acechante Nocturno. Tenemos que tener cuidado de no actuar de forma demasiado apresurada. Sí, cuando llegue el momento oportuno, pero no antes. Si Curze nota un cambio drástico en nuestra estrategia, responderá, quizá abandonando Thramas por completo. Tienes razón, eso no sería de gran utilidad.
EL León se calló y se secó el sudor de la frente con la punta del dedo.
—Guilliman es un necio equivocado en el mejor de los casos, y un perro traidor en el peor. —Respiró profundamente—. Ya lo sé, pero no me pondría de rodillas ante él, como tampoco lo haría con Horus. Curze posee la verdad, pero yo estaba cegado por mi ira. Me corresponde a mí ser la balanza sobre la que se equilibrará la historia. Cada acontecimiento tiene su medidor, cada hermano su igual. Curze intenta minar mi moral y la fuerza de mi legión con una guerra interminable. Ése será el deber de los Ángeles Oscuros. Sí, estarán preparados para desempeñar esa tarea. No habrá un nuevo Emperador, sólo una vida entera de guerra. Mis hermanos se desangrarán los unos a los otros hasta quedarse secos, luchando durante toda la eternidad hasta que no pueda quedar un vencedor. No, ni siquiera él. Sólo existe el Emperador, nadie es digno de heredar ese manto. Me aseguraré de que las Legiones Astartes se destruyan a sí mismas antes de que cualquier otro despliegue su poder sobre Terra. Ésa es la verdad. Ante la posibilidad de la aniquilación mutua, mis hermanos pueden llegar a un acuerdo. Horus se verá obligado a reconocer de nuevo al Emperador, y Guilliman y los demás no usurparán a su verdadero señor.
El León se calló de nuevo haciendo un ligero movimiento de negación con la cabeza. Volvió la mirada hacia la izquierda, y de entre las sombras surgió una diminuta figura. No era más alta que la rodilla de un hombre, e iba vestido con una túnica de ébano. Sus manos pequeñas y ágiles estaban cubiertas con guantes de color negro, pero el resto de su cuerpo y su rostro estaban ocultos en la sombra. La pequeña criatura miró al León y dos brillos parecidos a carbones encendidos iluminaron brevemente el interior de su capucha.
—No, es demasiado importante —continuó el primarca—. Aunque lo que dices sea cierto, no puedo regresar a Caliban todavía. Pase lo que pase, tengo que detener a Horus y a Guilliman.
La diminuta figura inclinó la cabeza y el León hizo lo mismo. Su susurro estaba lleno de tristeza.
—Sí, aunque me cueste mi legión.