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Operatus Cinco-Hidra
Tiempo transcurrido Ω3/-734.29//CHO
Phemus IV - Llanuras de Tharsis
El planeta se estaba volviendo del revés lentamente, aunque lo cierto era que Phemus IV llevaba rugiendo en su interior desde hacía milenios. Era una bola crepuscular de roca ígnea y de tormentas de hollín, y estaba cubierta por una serie interminable de erupciones volcánicas. Su superficie la recubrían multitud de fracturas brillantes, lo que le daba el aspecto de una bola decorativa resquebrajada a punto de romperse.
Las únicas criaturas que vivían en esa pesadilla con forma de planeta eran las tribus migratorias de pielesverdes que recorrían de forma habitual el paisaje salpicado de lava para de ese modo evitar las erupciones periódicas. El sargento Goran Setebos sólo conocía a aquellas tribus por los estandartes que portaban y por los símbolos primitivos que pintaban en sus covachas de paneles corrugados. La escuadra Sigma había asignado diversos nombres a las distintas tribus basados en las iconografías garabateadas: los Perseguidores, los Diablos Verdes, los Quemadores, los Colmillos de Magma, el clan de la Bola de Fuego.
Los guerreros de la Legión Alfa habían pasado todo el mes anterior librando una guerra con sustitutos. No habían matado ni a un solo pielverde ni habían disparado una sola vez sus bólters cubiertos de hollín. Estaban siguiendo a una presa mucho más peligrosa a través de aquellas tierras altas volcánicas, de aquellos desfiladeros de paredes afiladas y de las llanuras basálticas yermas.
A la V Legión.
Los raudos salvajes de Khan.
Los famosos Cicatrices Blancas.
La roca negra se desmenuzó bajo la mano de Setebos. Si la palma no hubiese estado protegida por el guantelete de la armadura, los fragmentos de la piedra vítrea se la habrían atravesado por completo. El sargento estaba agarrado a una pared rocosa, y se abría asideros golpeando la roca con los puños y con la punta de las botas para subir aquella ladera de pesadilla. Bajo él se encontraban los otros nueve miembros de la escuadra Sigma, que aprovechaban los puntos de apoyo improvisados que abría el sargento a su paso. Debajo de ellos gorgoteaba un espeso flujo de lava, un torrente de roca fundida que se movía con lentitud y bañaba a los legionarios con el calor perpetuo de aquel horno.
Cuando por fin llegó al borde de la escarpadura, Setebos empuñó el bólter que llevaba al cinto y caminó haciendo crujir la grava del cráter volcánico. El magma había ido desgastando el borde hasta crear aquellas cataratas, y Setebos escogió con cuidado el lugar donde pisaba alrededor de las orillas burbujeantes. Uno por uno, los astartes de la Legión Alfa llegaron al otro extremo del cráter. Las placas faciales de expresión ceñuda de sus cascos relucieron bajo el brillo ígneo.
—Esto parece prometedor —comentó—. Isidor.
El legionario Isidor consultó una placa de datos de aspecto gastado y algo chamuscada. Le dio la vuelta, y luego se volvió él mismo para que coincidiera con los mapas de relieve más recientes que tenían sobre la topografía que los rodeaba. Señaló hacia el este con el otro guantelete.
—Si los Bolas de Fuego no han comenzado a moverse ya, esto les va a quemar ese culo tan gordo que tienen —declaró, y luego le pasó la placa a Vermes para que comprobara sus resultados.
—Entonces este canal se une al otro por el que hemos pasado esta mañana —murmuró Setebos.
—Afirmativo.
Toda la escuadra recordaba muy bien el canal que habían cruzado con ciertas dificultades pocas horas antes. Braxus casi se había desplomado hacia el río infernal de roca fundida.
Krait, que se encontraba detrás de ellos, ya había empezado a preparar un paquete de cargas sísmicas. Luego abrió un agujero con el guantelete en la pared del cráter y enterró el paquete.
—Los pielesverdes del cuadrante siete diecisiete deberían verse obligados a pasar por ese desfiladero, lo que no les dejará más elección que unirse a los Colmillos de Magma.
—A menos que los ataquen directamente, como hizo el último grupo —murmuró Braxus.
—Eso siempre es una posibilidad con los orkos —admitió Setebos—. Krait, ¿están listas las cargas?
—Sólo faltan dos. Diez segundos más.
—Legionarios, al borde —ordenó Setebos.
La escuadra Sigma saltó por encima del borde del cráter y luego bajaron deslizándose por la ladera cubierta de gravilla y de sedimentos dejados por las erupciones volcánicas. Los guerreros de la Legión Alfa llevaban haciendo eso mismo desde hacía semanas: cruzaban aquel paisaje infernal y colocaban las cargas de demolición en los puntos estratégicos. Varios grupos similares de la Legión Alfa que actuaban en secreto habían conseguido frustrar, sin ser detectados, la esperanza de los Cicatrices Blancas de una rápida exterminación de los alienígenas del sistema estelar local. Los legionarios habían logrado que las tribus de pielesverdes de Phemus IV formasen grupos estratégicos que eran tácticamente superiores a sus enemigos. Al obligar a los grupos a unirse y al concentrar a los pielesverdes en gran número, Setebos había conseguido que a los guerreros de Khan no les quedara más remedio que enfrentarse en una serie incontable de enfrentamientos de desgaste. Los Cicatrices Blancas ya no podían recorrer a toda velocidad las llanuras abiertas para fragmentar a las tribus y acabar con los orkos en pequeños números, como era su táctica habitual.
—¡Sargento! ¡Contactos! —lo avisó Isidor por el comunicador con un siseo.
Un grupo desigual de orkos de aspecto desesperado bajaba con su típico paso torpe por la garganta que se abría al fondo de la ladera. Sus estandartes mostraban la burda iconografía del clan de la Bola de Fuego y empuñaban una serie de armas de distinto origen. Algunos parecían heridos, lo que sugería que no eran más que un grupo que formaba parte de una tribu de mayor tamaño que se había visto sorprendida en una emboscada.
—Poneos a cubierto —ordenó Setebos por el comunicador—. No trabéis combate. Repito, no trabéis combate.
Los legionarios se ocultaron detrás de la pésima y escasa cobertura que ofrecía la ladera de gravilla y restos volcánicos mientras los orkos continuaban su avance por el desfiladero. La espesa capa de cenizas que les cubría la armadura ayudó a mantenerlos ocultos a los ojos de los bárbaros alienígenas. Setebos, que era el que se encontraba más cerca de la base del desfiladero, se quedó observando cómo los monstruos pasaban de largo sin que se dieran cuenta de su presencia.
El retumbar de las lejanas erupciones se vio interrumpido de repente por el agudo zumbido de unos motores. Setebos volvió la cabeza para mirar al fondo del desfiladero y vio tres motocicletas a reacción aparecer por la ladera del volcán. En ese momento pensó en cómo era posible que los Cicatrices Blancas mantuvieran las armaduras y los vehículos tan limpios y blancos bajo la continua lluvia de cenizas y las nubes de hollín.
Los guerreros imperiales se dirigieron de inmediato hacia la columna de orkos. Setebos llegó a la conclusión de que lo más probable era que los hubieran estado buscando. Los cazadores de Khan eran famosos por no permitir que su presa escapara. Se inclinaron sobre los manillares y aceleraron los motores para lanzarse a toda velocidad por el desfiladero dejando en el aire a su paso una estela de hollín.
Los disparos de bólter acribillaron a los pielesverdes situados en la retaguardia de la columna e hicieron que los demás monstruos reaccionaran de forma repentina y brutal con sus armas primitivas. Los cicatrices blancas acabaron con más de la mitad de aquellas bestias antes de pasar acelerando por encima de ellas.
Un monstruo de aspecto desharrapado blandió el hacha contra uno de los vehículos que se le habían echado encima, pero el cicatriz blanca se limitó a inclinar el cuerpo hacia un lado y dejó que la cuchilla de carnicero que empuñaba su enemigo le pasara de forma inofensiva por encima del casco.
Setebos contempló cómo los pilotos se alejaban a toda velocidad para girar sobre la ladera del volcán. Era una de las maniobras tácticas clásicas de la V Legión: los pielesverdes, que solían formar un mar impresionante y formidable de primitivas armas de filo y de disparos incesantes, habían quedado dispersos y gruñían furiosos empuñando en alto sus armas. A los pocos instantes, las motocicletas a reacción volvieron y acribillaron a aquellas criaturas insensatas con nuevas ráfagas de bólter.
Las dos últimas que quedaron en pie le rugieron al cielo oscuro después de que todos sus camaradas cayeran convertidos en guiñapos sanguinolentos. La primera motocicleta a reacción pasó entre ellos a toda velocidad, lo que hizo que ambos le lanzaran sendos golpes en un intento optimista de impactar. Tal y como era de esperar, los otros dos cicatrices blancas llegaron inmediatamente después y las espadas sierra de hoja curva aullaron al herir a los monstruos. La cabeza de uno de los pielesverdes quedó colgando de un manojo de tendones y el otro se llevó las manos al vientre para evitar que se le salieran del todo las entrañas, por lo que la tarea de los legionarios ya se podía considerar acabada.
Los cicatrices dieron de nuevo la vuelta y se detuvieron en el lugar de la matanza para desmontar, aunque sin apagar las motocicletas. Los guerreros de Khan se quitaron el casco y dejaron la cabeza al aire libre para que las melenas y los enormes bigotes se movieran con libertad. Luego desenvainaron las espadas cortas y apuñalaron a los orkos caídos para asegurarse de que estaban muertos de verdad.
Sólo uno de los tres legionarios, uno que sin duda tenía vista de águila, notó algo extraño en la ladera del volcán. Quizá una sombra que parecía fuera de lugar. Regresó a su motocicleta, sacó unos magnoculares de uno de los morrales y se los puso sobre los ojos oscuros y penetrantes. Sin duda, habría gritado algo, ya fuera al guerrero de la Legión Alfa que se escondía entre los escombros o, lo más probable, para avisar a sus hermanos, pero no pudo hacer ninguna de aquellas dos cosas, ya que notó el cuchillo de Setebos en la garganta. El sargento de la Legión Alfa lo agarró por la melena.
Al darse cuenta de repente de que los atacaban, los otros dos cicatrices blancas corrieron hacia sus motocicletas. El primero de ellos vio que Braxus se lanzaba a la carga contra él y sacó la espada sierra curvada de la vaina que recorría todo el lateral de la motocicleta. Luego lanzó un tremendo grito de combate y la volteó en el aire con un terrible mandoble. Braxus se vio obligado a interrumpir el intento de derribarlo y se lanzó al suelo para deslizarse sobre la gravilla hasta quedar de costado. El cicatriz blanca recuperó casi de inmediato la postura de guardia, pero para entonces ya tenía literalmente encima a Arkan y a Charman. El primero chocó contra él con la hombrera por delante, mientras que el segundo le inmovilizó el arma.
Isidor no estaba ni siquiera cerca del tercer cicatriz blanca cuando éste llegó a la altura de su motocicleta. En vez de intentar empuñar su arma, el legionario de Khan se subió de un salto a su vehículo. Lo hizo con la elegancia y la agilidad de alguien que parecía nacido sobre el sillín de una de aquellas máquinas y antes de que ninguno de los guerreros de la Legión Alfa pudiera hacer algo al respecto, el cicatriz blanca ya había acelerado y se alejaba a toda velocidad por el desfiladero montañoso.
Setebos deslizó con facilidad el filo del cuchillo por la garganta de su enemigo, que no había dejado de retorcerse desde que lo atrapó.
—Isidor, interfiere sus comunicaciones —ordenó el sargento, señalando al fugitivo con el cuchillo ensangrentado.
Isidor rodeó corriendo a los dos legionarios que todavía forcejeaban con el tercer cicatriz sobre el suelo de basalto y manoteó sobre el sistema de comunicaciones de la motocicleta a reacción.
—¡Ya está! —gritó.
Setebos observó la motocicleta fugitiva dirigirse a toda velocidad hacia a salvación. Zantine alzó el bólter, pero el sargento colocó la palma del guantelete de ceramita en la boca del cañón del arma. No se producirían tiroteos convenientes pero ruidosos, ni tampoco se oiría el característico sonido de un intercambio de disparos de bólter que revelara la presencia le otra fuerza de marines espaciales en Phemus IV. Como siempre, la Legión Alfa se mantendría invisible, inaudible e incógnita.
—¡Krait!
—Sí, mi sargento.
—Ahora.
Los detonadores explotaron. Las cargas sísmicas colocadas en la pared del cráter destrozaron la roca ígnea y la convirtieron en una lluvia de esquirlas vítreas. Los escombros bajaron rodando de forma estruendosa por la ladera del volcán sin dejar de rebotar y de continuar fragmentándose mientras se dirigían hacia la estrecha garganta. El motociclista fugitivo vio el peligro e intentó girar, pero no tenía espacio suficiente. El marine espacial cayó de lado y salió despedido del sillón. Luego rebotó y se deslizó por el suelo volcánico sobre su servoarmadura. La motocicleta se estrelló contra la creciente pared de rocas destrozadas y de escombros y se convirtió en una breve nova de luz, sonido y metralla volante.
Setebos vio al cicatriz blanca ponerse en pie con dificultad sobre la gravilla negra antes de echar a correr con poderosas zancadas que pulverizaron las pequeñas piedras que pisaba.
El magma derramado se lanzó a por él.
La explosión, calculada para que sonara igual que cualquier otra de las violentas erupciones volcánicas, había abierto unas compuertas ígneas. Un brillante torrente de muerte descendió por la ladera en dirección al cicatriz blanca. Los guerreros de la Legión Alfa contemplaron cómo el magma cubría toda la ladera contraria y comenzaba a llenar el desfiladero, tal como habían calculado Krait e Isidor.
El flujo de lava alcanzó al marine espacial herido y lo derribó impulsándolo hacia adelante, lo que lo hizo caer boca abajo y quedar bajo su superficie un instante después. El cicatriz blanca manoteó sólo un momento mientras la ceramita blanca se ennegrecía antes de quedar sepultado con su mochila de energía en el río de lava centelleante. Lo último que se vio fue una pequeña detonación producida por una sobrecarga de energía.
Charman miró al sargento.
—¿Señor?
Ya eran tres los que tenían inmovilizado al cicatriz blanca superviviente, que se encontraba boca abajo en el suelo del desfiladero.
—Que sea rápido —le ordenó Setebos con un siseo antes de indicarle al resto de la escuadra que subiera por un tramo de ladera más asequible de la pared contraria.
El cicatriz blanca lanzó una serie de feroces insultos a sus captores, pero no le dieron tiempo a que fueran muchos. Charman le agarró la cabeza por los dos lados con sus poderosos guanteletes y se la giró con violencia. Se oyó un crujido y los forcejeos del cicatriz blanca se convirtieron en una relajación carente de vida. El cuerpo siguió inerte cuando los legionarios lo soltaron.
Mientras la escuadra Sigma subía por la ladera escarpada, el suelo del desfiladero comenzó a relucir. El río de destrucción había inundado el lugar donde se libró el breve combate, lo que borró cualquier prueba de la presencia de la Legión Alfa en la superficie de aquel planeta.
—Esperad.
Setebos se detuvo de repente. Los legionarios mantuvieron sus posiciones mientras observaban con atención el paisaje abrasado en busca de cualquier posible señal de pielesverdes.
—¿Son más cicatrices? —le preguntó Isidor.
Setebos no le contestó y siguió con un guantelete pegado al lado del casco para intentar atenuar el retumbo de las erupciones volcánicas que azotaban aquella tierra torturada.
Tras unos instantes, se volvió de nuevo hacia ellos.
—Nos hacen volver. Algo inesperado. Me han notificado las coordenadas de extracción.
Isidor hizo un gesto de asentimiento para mostrar su satisfacción, pero los demás se limitaron a mirarlo a través de las lentes sin expresión de sus cascos.
—Vámonos ya. Con un poco de suerte habremos salido de esta roca dentro de una hora.