I
Cuando Tristram, completamente agotado, hubo entrado en un sueño que los médicos dijeron iba a durar veinticuatro horas, Walter resolvió volver a su casa. Dos guardias le siguieron, enormes individuos de sables suspendidos al hombro y yelmos en forma de cabezas de dragón.
«Parece que estoy vigilado de cerca», se dijo el muchacho al avanzar en la oscuridad.
El criado lo recibió en la puerta y lo llevó a una habitación con paredes y piso de azulejos, en cuyo centro había una bañera en forma de piscina, con agua que corría desde un depósito situado en el techo. Walter se desvistió y se metió en el agua, y encontró una intensa satisfacción en su frescura después del calor y la tensión de aquel largo día. Contra la pared había una rueda sobre la cual se hallaban toda clase de utensilios de tocador. El criado movió dicha rueda para mostrar que podía alcanzarse cualquiera de estos artículos sin necesidad de salir del agua.
Terminado su baño, Walter fué ayudado a ponerse unos pantalones de seda, una camisa y unos escarpines lujosamente forrados de lana. El criado señaló una puerta y dijo algo en un tono que parecía expresar, a pesar de la baja y respetuosa reverencia, algo de malicia.
Walter se encontró en una larga habitación de muchas ventanas, apenas iluminada por una antorcha en un rincón. Su olfato antes que su vista le indicó que las paredes estaban cubiertas de flores. Había una mesa y una alta ánfora de vino sobre una bandeja en el suelo, pero, como el muchacho no sentía hambre se dirigió a un bajo diván que había en el centro de la habitación. Apenas había dado unos pasos, cuando el silencio fué roto por un agudo ladrido y el perrillo Chi Wangti se lanzó hacia adelante para repeler cualquier invasión. Las mantas del diván se movieron y una soñolienta voz dijo:
—¿Sai?
Walter no necesitó el empleo de esta palabra griega para comprender que se trataba de Maryam. La muchacha se sentó en la cama y se pasó una mano por los ojos.
—¿Eres tú, Walter? —preguntó—. No quería dormirme, pero debo haber estado muy cansada.
Walter se sentó al borde del diván.
—Chang Wu dijo que no vendrías hasta mañana —empezó, después de lo cual hizo una pausa por no encontrar palabras—. Es… una sorpresa muy agradable.
La muchacha se puso a hablar para ocultar una confusión parecida.
—¡Oh, vine con gran tren! Me trajeron en una litera cerrada, con linternas encendidas en los cuatro ángulos, rodeada de guardias con el sable en la mano. Pude haber sido hasta la misma Emperatriz. Ese anciano me dijo que te sorprendería. Creo que así lo proyectó. Ha sido muy amable conmigo.
—¿Te dijo que encontramos a Tris?
—Sí, me lo dijo. Me sentí tan feliz, a pesar de enterarme que nuestro pobre Tris había pasado por muchas penurias. ¿Qué han dicho los médicos de la corte?
—Está muy débil, pero eso se debe al agotamiento y a la falta de alimentos. No corre peligro.
Walter había reunido por fin valor para mirarla a los ojos.
Con gran asombro vió que la muchacha estaba completamente vestida.
—¡Maryam! —exclamó cogiéndole una mano y apretándola entre las suyas—. Soy incapaz de hallar palabras para expresarte lo feliz que me siento. Aquí estamos los tres, y nuestras dificultades parecen haber terminado, por el momento al menos. Tris volverá a ser el mismo cuando haya descansado como corresponde. ¡Y tú eres mi mujer! —añadió, después de una pausa.
Aunque la muchacha dejó su mano entre las de él, Walter tuvo una sensación de reserva por parte de ella.
—Mucho tenemos que hablar sobre eso, Walter —dijo Maryam—. He estado pensando, y… y estoy segura de que te has casado conmigo porque era la única forma de salvarme de ser enviada otra vez a Antioquía. Has sido muy generoso y noble al hacerlo, y tienes que saber lo agradecida que te estoy. Te amaré por esto toda mi vida. Pero… esto no debe ser un obstáculo para tus verdaderos deseos. Eso lo tengo resuelto.
Chi Wangti se había echado sobre las mantas al lado de Maryam. Para aliviar la tensión, la muchacha se incorporó para acariciarle la cabecita.
—Nos hicimos amigos mientras te esperaba —dijo Maryam—. Creo que es un perro, pero nunca he visto a ninguno como éste, debe ser un cachorro.
—No, ya tiene su tamaño de adulto. Pertenece a la raza más antigua de perros del mundo, y su linaje tiene el sello de la realeza. Su genealogía se remonta hasta más allá de la época en que los hijos de Israel llegaron a la tierra de Canaán. Me proponía regalártelo, pero —añadió sonriendo— es evidente que Chi Wangti ha resuelto el asunto por sí mismo. Te ha jurado lealtad y fidelidad al tomarte por ama.
—Ya me gusta mucho —dijo la muchacha, inclinando la cabeza sobre su nuevo animal favorito.
Walter empezó a hablar con cierta vacilación, tratando de hallar las palabras precisas que necesitaba.
—Cierto es que no me propuse violar mi juramento, como hizo mi padre. Pero cuando el estar tú en peligro desplazó a todas las demás consideraciones, comprendí que había hallado la justificación. No sería sincero sino te dijera que quiero que comprendas que mi juramento ha sido vano y que hice lo que hice con la mayor alegría del mundo.
—Te estás mostrando más generoso aún —dijo ella en voz baja—. Hemos de ser completamente sinceros entre nosotros, Walter. Ahora estoy a salvo y si sientes como lo creo, no te será difícil romper este lazo. Nada haré para impedírtelo. Me parece que el servicio que recitó el sacerdote no es válido.
Walter estaba empezando a sentirse más seguro de sí.
—El pobre padre Theodore se sentía desesperado por la forma en que hubo de hacerlo —dijo, sonriendo—. Recitó las plegarias a toda prisa. Pero estoy seguro, Taffy, de que, a pesar de todo, el casamiento es perfectamente válido.
—No, si quieres anularlo.
—Pero ¡si no tengo deseo alguno de anularlo! —exclamó él, poniéndole ambas manos sobre los hombros y atrayendo hacia sí a la muchacha, que tembló bajo su contacto sin alzar, sin embargo, la mirada—. Maryam, te quiero. Necesité esta larga separación para darme cuenta, pero hoy, en cuanto te vi, sentí que te amaba desde el momento en que nos separamos en el desierto.
La atrajo más contra sí, hasta que la cabeza de la muchacha le descanso en el hombro.
—Te quiero tanto, que le estoy agradecido a Lu Chung por lo que hizo.
—¿Estás seguro de que no te arrepentirás? —preguntó ella—. ¿Siempre abrigarás el mismo sentimiento a mi respecto?
—La única promesa que me preocupa es la que hice hoy, y le seré fiel mientras tenga aliento en mi cuerpo. Lo único que puedo pensar es que te amo y que eres mi esposa.
Maryam lo abrazó.
—¡Qué feliz me has hecho al decir eso! Apenas puedo creer que sea cierto. ¿Acaso necesito decirte, Walter, que te amo? Mucho me avergüenzo de no haber podido ocultarlo nunca.
Y soltó un suspiro de satisfacción.
—Ahora si puedo convencerme de que soy en realidad tu esposa, y que nada se interpondrá entre nosotros, ni siquiera tus recuerdos. Comprendí el valor del compromiso contraído con tu Engaine, querido, y nunca te lo eché en cara. Yo también me siento agradecida a Lu Chung y a ese horrible hombre gordo —exclamó, echándose a reír—. Pero creo que hemos de casarnos debidamente en cuanto podamos. Ahora no puedo arriesgarme a perderte.
—Me considero casado contigo ante Dios y los hombres. Sin embargo, será como tú quieras. Será un placer oírte repetir la palabra «sí» otra vez —contestó Walter tocándole la manga de la túnica—. Codicio hasta el último momento que pueda pasar contigo ahora que sé lo que abrigamos en nuestros corazones. El separarnos aun por el tiempo necesario para quitarte esta túnica es una dura prueba que no me siento capaz de soportar.
La muchacha alzó la cabeza, y Walter la besó con fervor. Luego se separó de él y bajó del diván.
—Pero tú tienes la culpa —le acusó—. Me había acostado a descansar y tardaste tanto en venir que me quedé dormida tal como estaba.
Y echó a andar hacia una puerta baja. Chi Wangti hacía tantos esfuerzos por seguir a la par de ella que saltaba literalmente sobre sus cuatro patas.
—Prométeme que te darás prisa —le gritó Walter.
—Volveré en seguida —prometió ella cerrando la puerta——. En seguida, Walter mio.
Cuando Walter se despertó, el sol estaba filtrando sus rayos por las ventanas de la Morada de la Felicidad Eterna. El muchacho se sentó en el bajo y amplio diván y miró a Maryam, que aún estaba durmiendo, vuelto el rostro hacia él, descansado en la palma de una mano. Sus oscuros rizos y delicados rasgos la hacían parecer muy joven.
«¡Qué estúpido enceguecido fui!» —pensó él—. «¿Cómo pude no amarla desde el primer momento en que la vi?».
Maryam se despertó y se sentó a su vez. El camisón de seda se le había caído a un lado y dejaba al descubierto un redondeado hombro y parte del brazo. La muchacha ocultó aquella desnudez poniendo su brazo sobre el de él y descansando la cabeza en su marido.
—Buenos días, esposo mío —dijo—. Me parece recordar que me hiciste muy hermosas promesas anoche. Espero que las tengas tan agradable y resueltamente en el espíritu como yo.
—Me sentiré feliz al repetirlas.
—Muchas veces te pediré que lo hagas. Pero hay una cosa que no me dijiste. Donde yo nací, es costumbre que los novios ofrezcan regalos por sus novias. ¿Qué alto precio habría exigido el cerdo codicioso de Anthemus si te hubieses dirigido a él? Y me pregunto cuánto habrías ofrecido, cuántas ovejas, cuántos caballos y cuántas monedas de oro y plata. ¿O quizá le habrías dicho que yo representaba poco valor en el mercado matrimonial y que debería estar contento de liberarse de mí?
—Mucho mejor es que te diga el ofrecimiento que te habría hecho a ti. ¡Mi amor por toda la vida! —exclamó el muchacho—. Mi amor eterno y mis brazos para protegerte de todos los temores y peligros mientras viviésemos.
—Ése es el ofrecimiento que me habría gustado oír —murmuró ella.
Resonó un agudo chillido que parecía provenir del techo. Walter se irguió y miró a su alrededor.
—¿Qué fué eso?
—Creo que era Peter, aunque no puedo ver dónde está. No me he separado de él. Te ha salvado la vida, Walter mío, por eso no podía abandonarlo. Mahmoud vino conmigo anoche, y supongo que habrá traído a Peter consigo.
—¿Mahmoud? Había olvidado a ese pilluelo negro, pero me alegro de saber que él también está a salvo.
La muchacha miró el cuarto, cuyas paredes eran color verde pálido, cubiertas por colgaduras amarillo brillante.
—¡A qué hermosa morada has traído a tu esposa, señor! ¡Qué suerte que esta gente tenga una profecía sobre extrañas aves de dorado plumaje!
Puso un pie en el suelo y salió corriendo hacia el cuartito contiguo. Al transcurrir los días, Walter iba a darse cuenta de que su esposa estaba llena de energías. Parecía preferir correr a caminar. Sus dedos eran diestros en toda tarea; sus movimientos, graciosamente bruscos y su voz, a menudo jadeante en su prisa por decir las muchas cosas que se le ocurrían.
Desde el cuartito, gritó:
—¡Qué agradable agua caliente! ¡Y cuántas cosas agradables para que yo las use! ¡Qué perfumes, Walter! Parece que tengo dos doncellas, y que no me dejan bañarme sola. ¡Me va a encantar este lugar!
Pocos minutos después volvió al llamar para comentar otras maravillas.
—Debieras ver las ropas que hay listas para mí. ¡Qué hermosas prendas de seda! Apenas puedo esperar para ponérmelas. ¡Pensar que Mahmoud nunca tendrá que volver a robar para mí! ¡Walter, tendrías que ver mi vestido! Es de raso y tiene un dibujo de flores de loto. No me vas a conocer cuando salga.
—Te conocería aunque volvieras a salir con el rostro ennegrecido —dijo Walter.
—¡Oh, qué ocurrencia horrible! Voy a tardar mucho en mi tocado. Hay lociones y polvos de los cuales jamás oí hablar. Tendrás que tener mucha paciencia.
Mahmoud entró antes de que Maryam hubiera terminado de vestirse. Estaba muy orgulloso por las finas ropas que vestía y sonreía literalmente de oreja a oreja.
—Hace mucho que Mahmoud no ve al amo Walter —dijo—. He pasado momentos muy malos. La señora Maryam y Mahmoud creían no volver a ver jamás al amo.
Echó una mirada por el cuarto con expresión satisfecha.
—Hermoso lugar, amo.
—Estoy aseguro de que has crecido varias pulgadas desde que no te veo. Vas a ser un muchacho alto, Mahmoud.
El chico se golpeó el pecho.
—Sí, amo Walter. Mahmoud ibn Asseult será muy alto. Y fuerte, también.
Y volvió a sonreír.
—Mahmoud está contento porque el amo se haya casado con la señora Maryam. Será una esposa espléndida.
—¿Crees, pues, que será mejor esposa que criado negro?
—¡Oh, sí! Será una esposa espléndida. Pero será bueno que el amo tenga un buen látigo colgado detrás de la puerta.
De pronto Walter sintió el terrible dolor que anunciaba uno de sus ataques. La habitación empezó a darle vuelta ante los ojos, y le faltó la respiración. Sólo tuvo tiempo de pensar: «¡Por qué habrá de pasarme esto precisamente ahora!», antes de que lo rodeara la oscuridad.
Cuando recobró conciencia de sí mismo, estaba en el suelo y Maryam se hallaba inclinada sobre él, mezcla de compasión y terror.
—¡Esas pobres espaldas! —decía entre sollozos—. ¡Qué le habrán hecho, qué le habrán hecho!
Walter se sentó con un esfuerzo.
—No has de preocuparte, Taffy. Me siento cada vez mejor. Es el primer ataque que me da desde hace varias semanas.
La muchacha contuvo sus sollozos lo bastante para preguntar:
—¿Eso fué lo que te ocurrió cuando huimos y te dejamos para que les hicieras frente?
—Apenas si logré escapar con vida. No tienes que compadecerme. Guarda tu compasión para cuando veas al pobre Tris. Él la necesita mucho más que yo.
—No me hablaste de esto —dijo en tono de reproche refiriéndose a las cicatrices de la espalda—. Sé que sentiré lástima por el pobre Tris cuando lo vea, pero ahora sólo puedo pensar en lo que esas terribles bestias te hicieron a ti. Walter, querido mío, ¿estás seguro de que mejorarás?
—Sí, estoy seguro. Salvo cuando me dan esos ataques, no siento dolor alguno ahora.
—¿Se irán alguna vez esas horribles cicatrices?
—Espero tenerlas siempre. Mahmoud estaba aconsejándome que tuviese siempre un enorme látigo detrás de la puerta, pero ahora es evidente que no he de necesitarlo. Cuando te muestres desobediente, diré: «Mira lo que hice por ti».
—¡Nunca seré desobediente! —exclamó ella—. Pero creo que yo sí tendré un látigo. ¡Para pegarle a ese desagradecido de Mahmoud!