IV
En el sofá del estrado, dándose aire con el abanico, descalza de un pie, recibía plácemes la vieja Marquesa de Redín:
—¡Íbamos a ver quien se llevaba la palma!… Y aún hemos de verlo… Pero con otros zapatos.
El veterano de las guerras carcas, acogía el desafío, con joviales risas de Sileno.
—¡Con botas de montar!
—¡Con mis zapatos de todos los días!
—¿Y cuándo va a ser eso?
Metiéndolo a burlas, la rancia señora, oprimía una mano de Octavia.
—¡No faltará ocasión!… Lo dejaremos para el año que viene, en el bautizo del futuro retoño.
Octavia se alarmó con risueña protesta:
—¡Por Dios Tía Paca!
—¡Pero crees que has echado la llave! Sois los dos muy jóvenes. No te deseo ese regalo, bien lo sabe Dios. Con nueve tienes bastante para ganar el Cielo… ¡Y suerte que ninguno descubre sentimientos torcidos!
Con rancios vinagres, disimulándose, metía en el zapato la punta del pie y estiraba la calceta. Las otras viejas del tertulión, con mesurado vaivén de los abanicos, sobre los pechones guardapelos, ponían toda la atención en el baile de la gente joven. Unos lanceros románticos que, vencido de ruegos, tecleaba el capellán: Ceñido en la sotana, y apenas sentado en el taburete del piano, volvía sobre el hombro el cuadrante de la nariz, y de oído sacaba la música:
—¡La Iglesia, no prohíbe los bailes, cuando son honestos! El extranjerismo pernicioso de las costumbres ha puesto hoy de moda en todos los lugares públicos, el agarrado. ¡Qué podemos esperar de unas leyes que así autorizan la relajación de costumbres!
Eulalia Redín bailaba con Jorge Ordax: Estaban en un momento de paces. Distraídos en su coloquio de mieles, enredaban todas las figuras del baile, promoviendo risas, y animando bromas. Octavia se inclinó al oído de la vieja Marquesa:
—¡Hay que hacer esa boda, Tía Paca!
Se arrugó la Tía Paca:
—Te diré como nuestros labriegos de las cosechas antes de madurar. ¡Todavía tiene que dormir muchas noches fuera!
Agila, oprimió con sigilosa advertencia una mano de Carlota: Los dos niños se miraron en los ojos, suspensos, adivinos de secretos. La abuela reparó en la venda del nieto:
—Ven acá, diablillo. ¿Qué tienes en esa mano?
—Una escaldadura.
Aseguró sin otro trámite la abuela:
—No escarmentarás, y esa será la lástima.