Capítulo XXVI

Los dos cabecillas estaban en la solana. El cuadrante de piedra puesto en un esquinal de la casa marcaba la hora de mediodía. Santa Cruz, con las manos a la espalda, paseaba despacio, y el veterano de la otra guerra, hundido en su sillón, temblaba bajo el hermoso sol de Otoño, con los ojos puestos en los montes y una noble expresión sobre el rostro mortal. En el ambiente campesino resonaban los gritos de algunos voluntarios que jugaban un partido de pelota, corriendo por el fondo de un campo húmedo, verde y sonoro. Don Pedro se levantó muy encorvado, y dio varios paseos con el Cura. Realizado aquel esfuerzo de entereza, volvió a sentarse. Santa Cruz le miró con lástima:

—Don Pedro, déjese de valentías.

Replicó colérico el viejo:

—No son valentías. Caíste acá pensando hallarme moribundo, y te duele no verlo realizado.

Santa Cruz murmuró con fría entereza:

—Peor lo hallé que pensaba. Pudiera ocurrir que yo muriese antes, y para ello estoy preparado, pero usted nunca muy largo plazo tiene, Don Pedro.

El hidalgo había cruzado los huesos de sus manos:

—¡También yo estoy preparado!…

El Cura vino y tomó asiento a su lado, en un banco sin respaldo, donde la dueña solía subirse para alcanzar los racimos que maduraban en la cuelga. Se miraron los dos profundamente y austeramente: Dijo Don Pedro con la nobleza de quien aconseja exento de mira egoísta y sólo por el fuero del bien:

—Si tan cercano tengo mi fin, no te aceleres, hijo, haciéndome fusilar, y echando sobre tu alma otro remordimiento.

Respondió el Cura, casi humilde en su gravedad:

—Tengo remordimientos, porque solamente los pecadores empedernidos no los tienen… Pero ninguno tengo por haber fusilado.

—¡Yo sí!

A los ojos áridos del viejo acudían dos lágrimas, y Santa Cruz tuvo lástima de aquella ruina de soldado:

—Ese remordimiento lo tiene ahora porque está enfermo, Don Pedro. Yo también los tendré en su día, cuando acabe la guerra, pero en tanto no les doy entrada. Necesito saber que hago bien, para seguir haciéndolo. Si una vez admitiese la duda, había concluido por siempre jamás Manuel Santa Cruz. ¿Sabe cuáles son ahora mis remordimientos? Las faltas que cometí cuando estaba en mi iglesia de Hernialde. Ahora que soy soldado, llevo ante los ojos la vida anterior de cuando decía misa… ¡Y cuando vuelva a mi iglesia, tendré la vida de cuando era soldado!

Murmuró Don Pedro:

—Yo este remordimiento lo tuve siempre… A veces se me esparcía por un año entero, pero volvía… Unas veces de noche, otras yendo solo por un camino… ¡Siempre ha vuelto!

Santa Cruz le interrogó muy severo:

—¿Lo tiene confesado en el Tribunal de la Penitencia?

Sonrió con amarga dignidad aquel clásico hidalgo de Navarra:

—¡Pesaba demasiado para llevarlo solo!

Aprobó el Cura con aire taciturno, y los dos quedaron silenciosos. Don Pedro, todo amarillo, temblando bajo el sol, miraba a una niña que jugaba en la corraliza, le sonrió primero, y luego la llamó:

—Ven acá, Mari-Juanica.

La niña subió con una mimbre verde en la mano.

Avanzaba un poco recelosa, balanceándose sobre los zuecos, anegada en el ruedo de su refajo azul:

—¿Llamo a mi madre, Señor Don Pedro?

Denegó el hidalgo moviendo la cabeza, al mismo tiempo que ponía una mano sobre el hombro de la niña:

—¿Oye, Mari-Juanica?…

La pequeña, muy resabida, cruzó los brazos como al dar la lección de doctrina:

—Mándeme usted.

—¿Cuándo ha dicho tu madre que me enterraban?

—No me arrecuerdo bien.

—¿Dijo en esta semana?

—No me arrecuerdo bien. ¿Quiere que le pregunte?

—No, hija.

Se fue corriendo la niña, y Santa Cruz murmuró severamente:

—¡Es usted contumaz, Don Pedro! ¡Tiene el alma pagana! ¡Aún no está convencido!

Don Pedro movió la cabeza muy despacio, con una sonrisa triste, y una claridad mortecina, un poco burlona, en el fondo de los ojos:

—Ya no tengo ánimos para contradecirte, hijo. ¿Pero, qué quieres? ¿Encaminarme el alma?

—Ya le dije lo que quiero. Que me deje su gente, Don Pedro.

Repitió pensativo el viejo:

—¡Que te deje mi gente!… Tú te la llevarás, que para eso has venido, pero no será mientras yo viva, so pena de hacerme violencia.

—¡Usted aconséjelos para después!

—Los aconsejaré. Y te hago juramento que si pudiese disponer de mis mocetes como de mis bienes, mejor te los dejaba a ti en herencia que a otro cabecilla… Y a cualquier cabecilla mejor que a los generales de Estella. No conocen la guerra, y, por hacer un ejército, dan por el pie a las partidas.

Repuso el Cura austeramente, poniéndose una mano en el pecho:

—¡Tengo la espina aquí! La guerra se perderá por los generales.

—¿Habrá otro convenio?

—Habrá muchos convenios.

—¡También yo me muero con esa espina!

Y el viejo guerrillero dobló la cabeza como si en realidad fuese a morir.

La Guerra Carlista
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
Prologo001.xhtml
Prologo002.xhtml
Prologo003.xhtml
Prologo004.xhtml
Prologo005.xhtml
Prologo006.xhtml
Prologo007.xhtml
Prologo008.xhtml
Prologo009.xhtml
Prologo010.xhtml
Prologo011.xhtml
Prologo012.xhtml
Prologo013.xhtml
Prologo014.xhtml
Prologo015.xhtml
Prologo016.xhtml
Prologo017.xhtml
Prologo018.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml