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Slith y los cuatro soldados persiguieron a los enanos hasta altas horas de la noche. En realidad no había razón para seguirlos, ya que no se dirigían hacia el pueblo draconiano para asaltarlo, pero Slith sentía una gran curiosidad ahora.

Además, el sivak era un oportunista, y esto tenía toda la pinta de ser un asunto «provechoso». Por lo general los enanos no ponían tanto empeño en una empresa a menos que esperaran sacarle beneficio.

Las cumbres empezaban a teñirse con las tonalidades rojizas de los primeros rayos del sol cuando los enanos llegaron a un paso entre las montañas. El cabecilla —un enano flaco de barba rala— ordenó que se detuvieran. Con la más absoluta despreocupación, los enanos sacaron comida de sus mochilas y se sentaron a desayunar.

Slith y los otros draconianos se ocultaron entre la maleza y los observaron.

El sivak oía la conversación de los enanos; pero, como no se le daban muy bien los idiomas, sólo comprendió la mitad de lo que estaban diciendo. Con todo, lo que consiguió entender incrementó su deseo de descubrir hacia dónde se dirigían. Habían pronunciado la palabra «botín» repetidas veces.

Si hubiesen sido humanos, a continuación se habrían enroscado bajo sus mantas y habrían dormido, pero los enanos tenían mucho más aguante y resistencia, y a Slith no lo sorprendió ver que se sacudían las migajas de las barbas y se preparaban para reemprender la marcha. De las mochilas sacaron cuerdas, y se las fueron atando alrededor de la cintura, uniéndose los unos a los otros. Hecho esto, empezaron a cruzar el angosto paso.

Poco después Slith los perdía de vista. El sivak hizo una seña y el cabo Vruss se acercó a él agazapado.

—¿Sí, señor?

—Quiero que tú y los demás regreséis e informéis al comandante Kang. Decidle que estaré ausente unos cuantos días —ordenó Slith.

—Pero, señor —protestó Vruss—, no podemos dejaros solo.

—¿Por quién me tomas? —resopló Slith—. ¿Por una ñoña doncella elfa? Puedo cuidar de mí mismo, y seguiré a esos enanos más deprisa y discretamente si voy solo. Vamos, marchaos e informad a Kang.

Vruss asintió con la cabeza y regresó por donde había venido; les hizo una seña a los otros para que lo siguieran. En cuestión de minutos, se habían perdido de vista, en dirección sur.

Cruzar el paso sobre el monte Celebund fue fácil para Slith gracias a las garras de sus manos y pies. En algunos sitios donde el camino resultaba traicionero, el sivak utilizaba las alas para salvar el obstáculo. Su presa era tan fácil de seguir que la mayor dificultad que tuvo fue mantenerse detrás de los enanos, sin alcanzarlos.

Los enanos no eran conocidos precisamente por ser sigilosos a la hora de moverse, y hacían más ruido al intentar avanzar en silencio que un regimiento de Caballeros de Solamnia desfilando. No tenían ni idea de que los iban siguiendo, y patearon, gritaron, maldijeron y metieron ruido durante todo el camino mientras descendían.

Al bajar al valle entre los montes Celebund y Bletheron, Slith pasó del amanecer a la noche otra vez. Las altas paredes ocultaban el sol, y el valle permaneció en penumbra y fresco hasta bien pasado un tercio de la mañana; pero tal circunstancia no tardaría mucho en cambiar, y, cuando el sol empezó a asomar tras las rocosas paredes e inundó el valle de luz, Slith se metió en una grieta. Los enanos, que estaban unos mil metros más adelante, se pararon, se desperezaron y miraron en derredor, agradeciendo el calorcillo.

Slith volvió a escuchar retazos de su conversación, y se esforzó para descifrar lo que decían. Le habría gustado que Kang estuviera con él; el bozak tenía una gran facilidad para la jerga de otras razas.

Entendió la palabra «sol» y también la denominación de «Enano de la Montaña», y le pareció que decían algo de «odio», pero eso fue todo.

Después el viento cambió de dirección, y Slith no consiguió escuchar nada más. Fuera lo que fuera lo que estaban discutiendo, no le pareció importante. No les había oído la palabra «botín» en esta ocasión, y, después de un breve descanso y un trago de agua, los enanos se volvieron a cargar las mochilas a la espalda y reanudaron la marcha hacia el norte, a través del valle.

El mediodía había pasado hacía bastante rato cuando los enanos empezaron el cruce entre los montes Bletheron y Prenechial. De nuevo, Slith se paró para que los enanos se adelantaran. Para entonces, el draconiano estaba muy hambriento; no se le había ocurrido coger provisiones, ya que no había imaginado que llegaría tan lejos. Entre las rocas corría un burbujeante arroyo, y, tan pronto como los enanos se perdieron de vista, Slith se agachó y echó un buen trago, esperando que el agua aplacara los dolorosos retortijones de su estómago.

Se entretuvo unos minutos en buscar algún pez, pero no vio ninguno, y tampoco podía quedarse esperando toda la tarde para intentar pescar alguno.

Procurando no pensar en comida, Slith cruzó el segundo paso media hora después. La trocha, que serpenteaba por la derecha del monte Prenechial, estaba excavada en la ladera de la montaña. A la izquierda, la cara era una inmensa roca de granito, y a la derecha había un precipicio de veinte metros o más. El paso sólo tenía anchura suficiente para una persona, y Slith tuvo que moverse con cuidado, temeroso de desprender alguna piedra y descubrir su presencia.

A los enanos sólo los vio una vez. Iban por delante, todavía atados entre sí con cuerdas.

La noche llegó antes de que Slith estuviera preparado para su aparición; absorto en vigilar dónde pisaba, no había prestado atención a la posición del sol, y, cuando el astro desapareció detrás de la cumbre de la montaña, el valle se sumió en una profunda penumbra. Se encontraba a unos cuantos cientos de metros del final del paso, o así lo había deducido al divisar de vez en cuando una pradera que había más allá. Pero, al no haber luz, tendría que ir más despacio o se arriesgaba a dar un mal paso; consideró la posibilidad de echar a volar, pero la descartó ya que podría sobrepasar a los enanos al no verlos en la oscuridad, y, desde luego, ellos oirían el batir de sus alas.

Por fin sus pies pisaron hierba fresca, no la dura roca. Estaba a punto de soltar un suspiro de alivio cuando, al rodear un peñasco, en lugar de suspirar inhaló el aire con fuerza, entre los dientes apretados.

Una lumbre ardía un poco más adelante, a menos de diez metros. Los cuatro enanos habían acampado y preparaban los petates para dormir mientras se asaban un par de conejos que habían conseguido atrapar. Si alguno de ellos hubiera echado un vistazo en su dirección, lo habría descubierto. Sin embargo, ninguno miró hacia allí, y, lenta, sigilosamente, Slith retrocedió hasta desaparecer en las sombras.

Los enanos estaban charlando, y Slith sólo consiguió entender una de cada veinte palabras.

«Escurrirse…, caer».

«Loma Helefundis… viento. Peligro».

Otro chorro de palabras, y después: «Pozo de mina» y «Thorbardin» y «mañana».

Botín. Thorbardin. Así que ése era su plan.

Slith se sentó en cuclillas en medio de la oscuridad. El aroma a conejo asado, la visión de los enanos devorándolo, chupándose los dedos y saboreando cada bocado, fue la peor tortura que el draconiano había soportado en toda su vida, y eso que una vez había sido capturado por los elfos.

Dos horas después, los enanos se fueron a dormir, y, a no tardar, sus ronquidos resonaban en la falda de la montaña.

Slith se preguntó qué hacer. Necesitaba comida ya, y después le haría falta descansar. Se encontraba solo en territorio enemigo, y, a despecho de su actitud despreocupada ante Vruss, Slith sabía muy bien el peligro que corría. No por estos enanos, sino por las patrullas que, según se decía, solían salir de Thorbardin. Además, en estas montañas también vivían ogros, y, aunque las dos razas habían combatido como aliadas durante la última guerra, los ogros no sentían mucho aprecio por los draconianos. A decir verdad, no sentían mucho aprecio por nadie excepto, tal vez, por otros miembros de su raza.

Al menos Slith tenía ahora la respuesta a sus preguntas. Su curiosidad había sido satisfecha. En cuanto al provecho, aun en el caso de que saliera de esto con las manos vacías, la información que había obtenido podría resultar muy valiosa más adelante.

Cuando Slith estuvo tan hambriento que empezó a imaginarse al flaco enano de barba rala asándose lentamente sobre una buena lumbre, decidió dar media vuelta y regresar a casa.