22

Dos días después, Kang hizo llamar a Slith.

El sivak, que aún estaba con las tropas de piquetes, entró en la tienda de mando que también servía de alojamiento para Kang.

—¿Señor? Me dijeron que queríais verme.

Kang estaba sentado ante una mesa construida a toda prisa, en una burda silla de campaña que crujía como si fuera a romperse cada vez que se movía. Había estado fuera inspeccionando los parapetos bajos recientemente construidos, y ahora, de vuelta en la tienda, se dedicaba a afilar su daga.

—Sí, Slith, tengo un trabajo para ti, amigo mío. Algo que creo que te va a gustar.

—¡Sí, señor! —repuso el lugarteniente sonriendo de oreja a oreja.

Las siguientes preguntas del comandante cogieron al sivak por sorpresa:

—¿Qué se comenta entre los hombres, Slith? Tú estás más cerca de ellos que yo. ¿Qué piensan de todo esto?

—¿Tengo permiso para hablar con sinceridad, señor? —El oficial parecía sentirse incómodo.

—¿Cuándo no ha habido confianza entre nosotros, amigo mío? —replicó Kang, dolido.

—Bueno… —Slith estaba azorado—. Creen que os habéis vuelto blando, señor. Hace dos días que llegamos y en lugar de ir a cortar cabezas de enanos lo único que hacen es cavar trincheras; piensan que para eso podríamos habernos quedado con los caballeros. Los hombres quieren venganza.

—Es lo que imaginaba —dijo Kang mientras asentía con la cabeza—. Los soldados desean exterminar a los enanos, aniquilarlos.

—Quieren hacerles lo mismo que nos hicieron a nosotros, señor.

—Ellos no nos aniquilaron —argumentó Kang—. Quemaron nuestro pueblo cuando no estábamos en él.

—Sí, señor, supongo que eso es cierto. —Slith parecía preocupado. Por lo visto, compartía con los demás la idea de que su comandante se había vuelto blando. Kang se preguntó si sólo él era capaz de ver más allá de su hocico.

—¿Y qué ocurrirá si matamos a los enanos, Slith?

—Que nos sentiremos mucho mejor, señor —respondió el lugarteniente cerrando las mandíbulas con un seco golpe.

—¿Y después de eso? —inquirió el comandante, conteniendo una sonrisa—. Después de que nos hayamos revolcado en un baño de sangre durante un tiempo, ¿qué pasará entonces?

—Que tendremos todo el valle para nosotros, señor. Podremos vivir aquí en paz y con tranquilidad.

—¿Y eso te gustaría, Slith? ¿La paz y la tranquilidad? ¿Nada de incursiones ni alarmas a media noche? Sí, quizá fuera agradable —dijo Kang pensativo—. Podríamos pasar el tiempo ocupándonos de nuestro huerto, arrancando las malas hierbas, cosechando zanahorias. Tal vez incluso criáramos gallinas.

»Claro que —continuó Kang, a quien no le pasó inadvertido el respingo que dio su lugarteniente— tú tendrías que ocuparte de solucionar las reyertas que surgirían entre las tropas, cuando no tuvieran otro modo de desahogarse. Con todo, piensa en las tranquilas y pacíficas noches. Tan largas, sin aguardiente enano ni cerveza de nueces. Podríamos realizar un montón de cosas. Estaba pensando en dar comienzo a una serie de conferencias…

—De acuerdo, señor —lo interrumpió Slith, sombrío—. Os habéis explicado muy bien. Pero tengo que deciros algo, señor. Conozco a los enanos, y sé que pensarán que nos hemos vuelto blandos si al menos no les damos un buen escarmiento.

—Es lo que tengo pensado hacer, Slith —repuso Kang con un tono severo—. Antes, sin embargo, quiero estar seguro de que no planean acabar con nosotros. Si lanzaran un ataque en regla podrían conseguirlo, ¿sabes? No tenemos buenas defensas. Estamos atascados aquí fuera, en terreno abierto. Necesito saber sus planes, Slith, necesito saber si se están preparando para un asalto con todas sus fuerzas.

—¿Y si es así, señor?

—Entonces tendremos que decidir entre abandonar el valle o quedarnos y luchar.

Slith se quedó pensando en ello unos segundos.

—Si abandonamos el valle, ¿adónde iríamos, señor? —preguntó después—. Por lo que sabemos, los caballeros negros tienen bajo su control todas las calzadas principales, y sin duda nos encontrarían. Yo opino que deberíamos quedarnos y luchar.

—Es lo mismo que pienso yo. Y ofreceremos una feroz resistencia si los enanos insisten en atacarnos, pero espero que no sea así. Es de vital importancia que sepamos sus planes.

—Sí, señor. Y después ¿qué haremos?

Kang lo pensó un momento.

—Lucharemos, si nos obligan a hacerlo —respondió—. Si no, si tienen intención de dejar las cosas como estaban antes, entonces estoy dispuesto a hacer lo mismo. Concertaré un encuentro con su gran thane para parlamentar. Este valle es lo bastante grande para que todos podamos vivir en él. Además, no estaremos muchos años en él. Lo único que tienen que hacer es esperar a que nos vayamos muriendo.

Slith sacudió la cabeza, poco convencido, pero a él no le incumbía discutir.

—Entonces, ¿cuál es el plan, señor?

—Quiero que cojas a otros tres sivaks y llevéis a cabo una misión. Tú sabes cómo entrar a hurtadillas en su pueblo sin que os descubran.

—¡Sí, señor! —Slith, el polimorfista, volvió a sonreír. Esto ya le gustaba más—. Pero será necesario matar, ya lo sabéis.

—Sí, y eso les enseñará a los enanos que no tenemos intención de tumbarnos y convertirnos en rocas. Pero matad sólo a soldados, nada de civiles; sobre todo nada de mujeres o niños. Los enanos que atrapamos mientras quemaban nuestro pueblo eran todos soldados, y era una situación distinta de las incursiones, no lo olvides. En los asaltos normales, todos los enanos capaces de caminar tomaban parte para divertirse. Ello me hace pensar que el incendio fue una decisión estrictamente militar, probablemente idea de ese jefe de combate suyo, y en consecuencia nuestro blanco es su milicia. Además, tú y los otros sivaks tenéis que asumir la apariencia de soldados enanos. De esa forma podréis infiltraros en sus filas y descubrir sus planes.

—¿Cuándo partimos? —Slith estaba ansioso.

—Esta noche.

—Sí, señor. —El lugarteniente saludó.

—Ah, otra cosa, Slith —añadió Kang—. Voy con vosotros.

El sivak se puso tenso.

—Si no confiáis en mí, señor…

—¡Maldita sea, Slith, me conoces desde hace treinta años! —Kang estaba exasperado—. ¡Me has salvado el trasero tantas veces que he perdido la cuenta! ¡Pues claro que confío en ti! Pero ¿no crees que un bozak practicante de magia podría veniros bien?

—Sí, señor —repuso el oficial, ahora relajado—. Tenéis razón como siempre, señor.

—Estaré meditando, en comunión con nuestra soberana. Avísame cuando estéis preparados para partir.

Slith asintió con la cabeza, saludó y cerró la solapa de la tienda al salir.

Bastante después de oscurecer, el centinela baaz que estaba de guardia fuera de la tienda de Kang llamó dando unos golpecitos en el poste de la entrada.

—Señor, me pedisteis que os despertara cuando el lugarteniente Slith estuviera preparado para salir.

Kang se había sumido en un estado de trance necesario para la preparación de sus conjuros. Al recobrar el estado de vigilia normal, se sintió vigorizado, con un repertorio completo de hechizos en su mente. Su soberana parecía aprobar su plan. El draconiano se puso la armadura de cuero, se ajustó el talabarte con una espada corta, y metió una daga debajo del cinturón.

Slith y otros tres sivaks lo esperaban junto a la hoguera de campamento. El lugarteniente estaba entregando unas tiras de tela roja a los otros sivaks.

—Cuando cambiéis de forma, ataos esto alrededor del brazo. No quiero que nos matemos entre nosotros por equivocación.

Slith miró a Kang con expresión dubitativa.

—Señor, ¿qué vamos a hacer con vos? No sois polimorfista y, con todo el respeto, jamás pasaréis por un enano.

—Dispongo de un hechizo que me será de cierta ayuda. El motivo por el que voy es para asegurarme de que no nos metemos en problemas de los que no podamos salir.

—Señor, he estado pensando. Podríamos llevar al Primer Escuadrón y…

—No. —Kang sacudió la cabeza—. Al primer efluvio de enano que percibieran se lanzarían de cabeza a una matanza.

—Cierto, señor —admitió Slith, resignado—. Pongámonos en marcha.

Los cinco draconianos abandonaron el campamento y se perdieron en la oscuridad. Las dos lunas visibles estaban en fase nueva, aunque Kang percibía la presencia de la tercera, la luna negra, en plenilunio, un buen augurio para ellos. El terreno por el que marchaban les era familiar, y se movieron con rapidez y en silencio. Cuando llegaron al bosque próximo al pueblo de los enanos, Kang ordenó hacer un alto.

—Voy a hacerme invisible. El hechizo no dura mucho y no es completo. Cualquiera que me busque puede verme, así que tendréis que cubrirme.

Señaló a seis enanos armados hasta los dientes que patrullaban por la calle principal que llevaba al centro de Celebundin.

—Mirad, nos están esperando. Una vez que nos encontremos dentro del pueblo, sólo podréis contar con vosotros mismos. Nos encontraremos en el campamento, y, si no habéis regresado, os daremos por muertos. Adelante.

Kang pronunció unas palabras mágicas al tiempo que dibujaba un símbolo arcano en el aire. Uno de los sivaks se volvió para hacer una pregunta a su superior, parpadeó con desconcierto y miró a su alrededor.

El hechizo funcionaba.

—Vosotros dos —ordenó Slith—, rodead el pueblo por el flanco occidental e intentad entrar por allí. Recordad las órdenes: sólo podemos matar guerreros, nada de eliminar a civiles. Y vuestra misión es conseguir información, no cabezas de enanos.

Los dos sivaks se alejaron silenciosos en la noche. Slith y el otro draconiano avanzaron sigilosos hacia el costado del edificio más cercano, un pequeño cobertizo con el techo de bálago que hacía las veces de almacén. Kang los seguía de cerca, aunque ninguno de los dos lo sabía. Slith se asomó a la esquina del edificio.

Dos de los enanos que patrullaban las calles pasaban delante del cobertizo; Slith se aseguró de que iban de uniforme y después hizo una seña a su compañero para que avanzara. El otro sivak cruzó la calle y se situó enfrente del cobertizo, en tanto que Slith doblaba la esquina y esperaba que los enanos completaran el circuito de su ronda alrededor del almacén.

Poco después los dos enanos llegaban a la posición del draconiano. Cuando uno de ellos pasó delante de Slith, éste saltó sobre él, lo agarró, le echó la cabeza hacia atrás, y lo degolló. Valiéndose de su habilidad para asumir la apariencia del enemigo que acababa de matar, el draconiano se transformó. Convertido en un enano, arrastró el cadáver de su víctima hacia las sombras.

El otro enano, al oír la refriega, se volvió para ver qué pasaba y se encontró con que su compañero muerto era arrastrado por otro enano. Antes de que tuviera tiempo de gritar, el segundo sivak se abalanzó sobre él y lo agarró por el cuello; se escuchó un seco chasquido, y un instante después había dos enanos muertos y otros dos vivos que tenían su mismo aspecto.

—Echad los cadáveres dentro del almacén —dijo Kang, que estaba a un lado, dispuesto a lanzar un rayo mágico si aparecía algún compañero de los guardias, pero no acudió nadie.

—¿Estáis ahí, comandante? —preguntó Slith.

—Sí, aquí estoy —respondió Kang.

—Entonces, todo listo.

Los dos enanos que eran ahora Slith y su compinche, ambos con una tira de tela roja atada en un brazo, echaron a andar por el centro de la calle, buscando una taberna. Tenían que encontrar un sitio donde los soldados hablaran abiertamente, y no había otro lugar mejor que una taberna para obtener información. Incluso llevaban monedas en los bolsillos, las suficientes para pagar unos cuantos tragos. Un regalo de los dos enanos muertos.

A mitad de camino del centro de la villa encontraron la taberna Gremio del Mercado, un edificio achaparrado, de dos plantas, que se anunciaba como un «establecimiento de comidas y bebidas, con habitaciones para alquilar».

Slith miró a través de la ventana y vio gente con uniformes iguales al que él llevaba.

—Entra y entérate de lo que puedas —indicó a su compañero—. Dentro de media hora te reúnes conmigo fuera.

El enano, por la fuerza de la costumbre, empezó a hacer el saludo draconiano, pero Slith le golpeó el brazo.

—Ahora eres un enano, ¿recuerdas? —lo increpó.

Apurado por la reprimenda, el enano cambió el saludo por un ademán y entró en la taberna.

Slith siguió calle adelante con intención de investigar en el centro de la población, donde se encontraba la sala de reuniones. Se le había ocurrido que allí podría encontrar al jefe de combate, ¿y quién mejor que el propio jefe de la milicia para descubrir los planes militares de los enanos?

Mientras caminaba calle adelante, Slith reparó en una enana que venía en su dirección. Por el camino que llevaba, acabarían cruzándose, así que Slith cambió de rumbo hacia el otro lado de la calzada adoptando una actitud despreocupada, como si sólo estuviera dando un paseo. No podía dejar que se le acercara; su aspecto podría ser el de un enano, pero seguía oliendo a draconiano.

La mujer lo miraba fijamente; probablemente era una de ésas a las que les gustaban los enanos de uniforme. Slith miró hacia otro lado, esperando que hiciera caso omiso de él.

No funcionó. La enana se dirigió directamente hacia Slith.

—¡No intentes darme esquinazo, Harold Ladrillero! ¡No trates de escabullirte! ¡Dijiste que estabas de guardia esta noche y que por eso no podíamos ir a visitar a mi madre! ¿Dónde has estado? ¡En la taberna, seguro, bebiendo con tus amigotes! Puedo oler el aguardiente… —La mujer se acercó a Slith y husmeó el aire.

El tufo que había olido no era el de aguardiente.