32

Kang se despertó sobresaltado de un angustioso sueño en el que deambulaba perdido por un laberinto de túneles, con un enano cargado a la espalda. El enano pesaba mucho, y Kang quería librarse de él, pero no podía porque el enano iba encadenado a él y ninguno de los dos tenía la llave. Cargó con el enano hasta estar a punto de desplomarse de agotamiento, y el enano se reía, se reía sin parar…

Sacudiéndose del sueño, Kang se sentó y miró en derredor. Notó que faltaba la linterna, y no veía ni oía a nadie en medio de la oscuridad. Sus hombres tampoco estaban en la cámara.

Y en alguna parte, en la distancia, el comandante oyó el tintineo de metal golpeando contra metal. Hizo un rápido repaso de sus hechizos, y a su mente acudieron las palabras con la misma fluidez con que otros recuerdan las canciones aprendidas de niños. Pero estos cantos, por desgracia, eran muy sencillos.

Los conjuros que había pedido —complejos y poderosos— no estaban allí. Su soberana sólo le había concedido unos hechizos rudimentarios que hasta Gloth habría podido aprender. A Kang le preocupaba que su Oscura Majestad estuviera enfadada con él por alguna razón. Se apresuró a repasar el tiempo dedicado a rezar y a estar en comunión con Ella, intentando buscar su perdón si había dicho o hecho algo contrario a sus deseos.

Pero no fue ira lo que percibió cuando se aproximó a su trono, sino temor. Su soberana estaba asustada. La guerra contra Caos no debía de ir bien. Kang intentó imaginarse una guerra en los cielos, pero fracasó, pues estaba más allá de su comprensión. En fin, haría cuanto estuviera en su mano aquí abajo, en este plano, trabajando con lo que tenía a su alcance.

El estruendo metálico se hizo más fuerte; sonaba como una batalla en pleno apogeo.

Kang desenvainó la espada y se dirigió a la salida de la cámara sigilosamente; al hacerlo, tuvo la clara sensación de que alguien lo estaba vigilando. Atisbo una figura achaparrada acechando a la entrada de la cueva, y enarboló la espada al tiempo que saltaba hacia adelante.

—Ah, hola, señor. ¿Ya os habéis despertado? —Viss se incorporó de un salto y saludó.

Kang bajó la espada y soltó un suspiro.

—¡Maldita sea, Viss, por poco no te dejo sin esa cabeza de chorlito que tienes! ¿Qué demonios estás haciendo aquí fuera, solo en la oscuridad? ¿Y qué es ese ruido? ¿Nos están atacando?

—Que yo sepa, no, señor. Slith me ordenó que me quedara vigilando mientras dormíais. Los demás han ido a construir un puente, señor.

—¿Que están haciendo qué? —Kang no daba crédito a sus oídos.

—Construyendo un puente, señor. ¿Recordáis el que había en el mapa? Bueno, pues cuando llegamos allí descubrimos que estaba roto. Nos las arreglamos para cruzar la sima volando, pero el hueco es muy ancho y Slith dijo que lo de volar no funcionaría cuando volviéramos cargados con los huevos de dragón, por no mencionar el resto del tesoro, todo lo cual, según él, queríais transportarlo en las vagonetas. Así que nos pusimos a construir el puente, señor.

—Que me condene —dijo Kang, impresionado—. Bien por Slith.

Dos sivaks salieron de la oscuridad, llevando antorchas. Al ver a Kang ambos saludaron.

—Venimos por más traviesas, señor —explicó uno de ellos—. Las estamos utilizando como vigas para el tramo principal.

—Os echaré una mano —ofreció el comandante.

Los restos de un enorme puente de piedra colgaban sobre la sima. Faltaba el tramo central, y el ojo experto de Kang advirtió que había sido derribado a propósito. La experta labor artesanal de los enanos había sido excelente, como siempre. El puente —lo que quedaba de él— no parecía encontrarse en mal estado o inestable. Un terremoto lo habría derrumbado en su totalidad, no sólo el tramo central.

No, los enanos habían roto el puente deliberadamente, y debían de haberlo hecho en algún momento después de que los daewars escondieran el tesoro, porque nada de esto estaba indicado en el mapa.

Era un inquietante misterio. Kang podía imaginar un ejército sitiado batiéndose en retirada ante el enemigo —fuera cual fuera— y destruyendo el puente después de haberlo cruzado. Soltó las traviesas que había cargado desde la cámara y estuvo varios segundos examinando el puente.

Slith vio a su comandante.

—¡Hola, señor! —El sivak saludó sonriente—. ¡Estamos construyendo un puente!

—Eso veo. Enséñame lo que has proyectado.

Slith y Kang caminaron a lo largo del tramo del puente que seguía en pie y se acercaron al hueco central. En la parte interior del antepecho de piedra se había realizado un burdo dibujo, hecho con carboncillo.

—Mandé a Drossak, el segundo de Gloth, que dibujara esto. Era un suplente de Hornalak, el oficial proyectista del Primer Escuadrón. Creo que ha hecho un buen trabajo, considerando los materiales con los que tenemos que trabajar.

El tramo de repuesto sería una plataforma de apoyo de ocho metros y medio, hecha de madera y en forma de triángulo invertido. Las secciones de rieles la mantendrían fija. Los draconianos levantarían uno de los extremos de la plataforma, manteniendo el otro en el suelo; harían que se balanceara sobre el hueco, y entonces dejarían caer el extremo levantado sobre el borde opuesto del puente. El triángulo de madera quedaría embutido como una cuña en el hueco, cubriéndolo.

No era elegante, pero serviría, admitió Kang. Varios hombres estarían apostados al otro lado, listos para ajustar la plataforma cuando cayera.

Los bozaks estaban enderezando a martillazos los rieles torcidos que serían el sostén principal de la plataforma y la mantendrían estable. Algunos sivaks trabajaban en la ejecución de un entramado de caballetes de madera. Otros recorrían los alrededores buscando más travesaños y secciones de rieles. Gloth coordinaba la construcción de los caballetes de apoyo del triángulo que irían debajo de las secciones de rieles. Unían y clavaban la madera lo mejor que podían, considerando la escasez de materiales.

—Jefe de escuadrón Gloth, ¿puedes venir un momento? —Kang llevó al oficial hacia un lado para hacer un aparte.

—¿Qué ocurre, señor?

—Estáis haciendo un trabajo excelente. Quizás demasiado. Este puente sólo nos tiene que servir para cruzar a la ida y a la vuelta. Después de que lo hayamos cruzado, quiero que se levante hacia el otro lado, para que así los enanos no puedan utilizarlo. No hace falta que construyáis una pieza maestra, ya que sólo se utilizará dos veces, una para ir y otra para volver.

—Comprendo, señor —asintió Gloth—. Sin embargo, no podemos permitirnos el lujo de perder a ningún hombre, y por eso pensé que era mejor pecar de exceso a favor de la seguridad. Sobre todo, cuando regresemos cargados con los huevos, señor.

—Yo no diría «cuando regresemos», sino «si regresamos». No abrigues demasiadas esperanzas, Gloth —lo amonestó el comandante con voz severa.

—Sí, señor. —Gloth parecía desconcertado, dolido.

Kang se arrepintió de haber hablado. Su obligación era levantar la moral de sus hombres, no desmoralizarlos. Con todo, no podía evitar sentirse deprimido por la falta de hechizos y la impresión de que los estaban vigilando, una sensación que no podía quitarse de encima.

El comandante ordenó a Gloth que volviera al trabajo, añadiendo un elogio por la excelente labor que estaba realizando, cosa que alegró al oficial. Kang fue a ver a Slith, que dirigía los trabajos para enderezar los rieles; el equipo estaba utilizando cuatro secciones para asegurar la parte superior de la plataforma e incrementar su estabilidad y resistencia.

—¿Cuándo calculas que estará terminado? —preguntó Kang.

Slith miró a su alrededor, a los trabajos que los distintos equipos estaban realizando.

—Yo diría que estaremos listos para levantar la plataforma dentro de dos horas, y después nos llevará otra hora descolgarla para que encaje en su sitio, señor —respondió—. Ésa va a ser una parte complicada. Sería desastroso que todo este trabajo se precipitara al fondo de la sima.

—Tres horas —asintió Kang—. Bien, es lo que imaginaba. Quiero que pongas dos centinelas al fondo del túnel. Estamos haciendo suficiente ruido para llamar la atención de cualquiera, y no quiero que nada ni nadie se nos eche encima por sorpresa.

El trabajo progresó según lo planeado, pero más despacio de lo que habían esperado. Emplearon cuatro horas para ensamblar la plataforma, y después otra más en asegurar uno de los extremos y levantar el otro tirando de unas cuerdas. Y faltaba la parte más difícil.

El triángulo se balanceó sobre el extremo apoyado, en tanto que la parte superior quedaba suspendida en el aire mediante cuerdas y poleas improvisadas. Ahora los draconianos tenían que empujar hacia el hueco el extremo inferior que estaba apoyado en el suelo.

Ocho draconianos sujetaban las cuerdas que hacían falta para mantener la plataforma levantada en el aire. Los demás se afanaban en el otro extremo del triángulo para situarlo en posición, empujándolo centímetro a centímetro hacia el borde de la sima. Dos veces se vieron obligados a detenerse cuando la parte superior empezó a mecerse sin ningún control. Si la plataforma caía por el borde, no tendrían materiales suficientes para construir otra.

Fueron acercándola palmo a palmo hacia el precipicio y, finalmente, llegó a unos seis pasos del borde.

—¡Bien, chicos, soltadla muy, muy despacio! —gritó Kang.

Los draconianos mantuvieron en su sitio el extremo apoyado en el suelo, en tanto que los que manejaban las cuerdas empezaban a bajar poco a poco el otro lado, soltando las cuerdas palmo a palmo. Sin embargo, cuando sobrepasó el punto intermedio, los draconianos se vieron apurados para sujetarla y evitar que cayera. La plataforma se encontraba todavía cinco metros por encima del otro lado del puente, cuando las cuerdas se soltaron.

El triángulo se desplomó violentamente, y el equipo que estaba en aquel lado, esperando para encajarlo, tuvo que correr para que no lo aplastara. Al caer, la plataforma se dobló ligeramente hacia arriba, de manera que el triángulo se hundió más en la sima. Los rieles que reforzaban la estructura crujieron por la presión a la que fueron sometidos. Después, cesaron los ruidos y los movimientos.

Los draconianos aguardaron en silencio, escuchando, mirando.

La plataforma aguantó.

El grupo prorrumpió en vítores, y Kang sintió que mejoraba su estado de abatimiento. De nuevo los ingenieros de la Primera Brigada habían acabado con éxito la construcción de un puente.

El alegre clamor cesó cuando Kang se dirigió a la plataforma y se encaramó ágilmente a los rieles. Avanzó hacia el centro, y comprobó que la estructura no sólo era estable, sino también sólida. Cruzó al otro lado, se volvió y saludó a sus ingenieros.

Los draconianos lanzaron otro vítor.

Cuatro sivaks empezaron a clavar estacas en el extremo más próximo, empalmando los rieles de la plataforma con los raíles del suelo, y después los reforzaron con abrazaderas para incrementar la resistencia. El extremo opuesto sobrepasaba el hueco del puente roto dos metros, circunstancia que dificultaba el empalme entre los raíles. Los sivaks que estaban a ese lado se esforzaron denodadamente para alinearlos. Kang estaba impresionado; la estructura aguantaría.

—¡Slith! —llamó a su segundo, que estaba al otro lado—. Quiero que unos exploradores hagan un reconocimiento del terreno que hay más adelante. Que vuelvan a guardarse todas las herramientas y provisiones. Y que todo el mundo esté preparado para cruzar el puente dentro de diez minutos.

El lugarteniente empezó a impartir órdenes a gritos, metiendo prisa a todos.

Tres soldados, un bozak y dos sivaks, se pusieron el correaje de combate y desenvainaron las espadas. Cruzaron el puente, y después se alejaron a buen paso túnel adelante. Según el mapa, la galería volvía a bifurcarse otra vez al otro lado del puente. Los raíles iban por el ramal derecho y entraban en otro túnel. Los draconianos desaparecieron en la oscuridad.

Slith tuvo al resto de la tropa con todo el equipo preparado sin perder un minuto. Kang regresó a través del puente para recoger su propio equipo.

—Bien hecho, amigo mío —le dijo al lugarteniente.

—¿Y si levantamos el puente ahora?

Kang sacudió la cabeza.

—Pesa demasiado —dijo—. Casi lo perdimos al tenderlo, y no creo que tengamos hombres suficientes para… ¿Qué demonios es eso?

Un retumbo estruendoso resonó a su alrededor, sacudiendo las paredes de la sima.

—¿Un terremoto? —sugirió Slith, que parecía alarmado.

—El suelo no se mueve. ¿De dónde procede? —gritó Kang para hacerse oír sobre el estrépito.

—¡No lo sé, señor! —respondió su segundo también a voces—. ¡El maldito túnel distorsiona todos los sonidos!

El retumbo se hizo más fuerte. Un aullido aterrador, como el grito de una doncella elfa muriéndose en medio de terribles dolores, resonó en la oscuridad.

—¡Una banshee! —chilló Slith al tiempo que desenvainaba la espada.

Todos los draconianos de la tropa blandieron sus armas y se situaron mirando a distintas direcciones, vigilantes. Kang estaba intentando acordarse cómo se combatía a una banshee, aunque le pareció recordar que una vez que se había oído su canto letal todo estaba perdido.

Y no le cupo duda de que él lo estaba escuchando; el horrible sonido le estaba rompiendo los tímpanos. Pero seguía de pie y, que él supiera, todavía no estaba muerto…

Y entonces sintió cómo los raíles empezaban a vibrar bajo sus pies. Volvió la vista hacia el túnel.

—¡Allí! —dijo Slith con un respingo.

Rodando sobre los raíles, una de las vagonetas apareció al fondo. Dentro iban montados seis enanos, aferrados a los bordes para no salir despedidos. Con las barbas ondeando al viento, las bocas abiertas de par en par, gritando y riendo burlones, los enanos pasaron zumbando ante los draconianos a una velocidad suicida. La vagoneta continuó rodando por los raíles y se dirigió hacia el nuevo tramo del puente.

—¡Cuidado! —gritó Kang mientras se apartaba de un salto.

Los draconianos que estaban sobre la vía saltaron a los lados para quitarse de en medio. La vagoneta se sacudió violentamente cuando tocó el tramo nuevo de rieles, y pareció a punto de salir lanzada al vacío. Los gritos sarcásticos de los enanos se tornaron en aullidos de terror, y varios se taparon los ojos. Sacudiéndose y traqueteando, la vagoneta se mantuvo sobre los rieles y cruzó el tramo nuevo del puente.

Los sivaks que trabajaban en el ensamblaje del otro lado se apartaron precipitadamente para ponerse a salvo, dejando sin terminar su labor.

En ese lado del puente, los rieles no estaban todavía ensamblados, y la plataforma sobresalía unos sesenta centímetros por encima del último tramo de piedra. La vagoneta, con los enanos dentro, salió disparada por el final de la plataforma y voló un buen trecho por el aire antes de estrellarse y volcar; los enanos salieron despedidos y echaron a correr por el túnel.

Kang y su tropa se quedaron allí plantados, estupefactos.

El retumbo, que había cesado cuando la primera vagoneta volcó, empezó a sonar otra vez. Los draconianos se asomaron a la vía para ver qué venía por ella.

—¡Atrás! —gritó Kang en el momento en que una segunda vagoneta aparecía rodando por el túnel. Casi pegada a ella, la seguía una tercera.

Las dos vagonetas volaron a través del tramo central, pero el entusiasmo de los enanos cambió rápidamente al terror cuando vieron la vagoneta volcada que les cerraba el paso. Uno de los enanos intentó accionar el freno. De las ruedas de hierro saltaron chispas; el sonido chirriante pareció atravesar el cráneo de Kang e hizo que sus dientes castañetearan.

La segunda vagoneta salió disparada de la plataforma y fue a chocar contra la primera, y la tercera contra ambas. Una de ellas siguió de pie, pero la otra volcó. Salieron enanos por todas partes, trepando por los bordes, arrastrándose por debajo de las destrozadas vagonetas. Huyeron como ratas hacia la oscuridad.

El sonido de risotadas, silbidos, rechiflas e insultos resonó túnel abajo.

Kang se obligó a salir de su estupor.

—¡Maldición! ¡Id tras ellos! —chilló enfurecido.