31
El último draconiano se descolgó por la cuerda. Kang esperaba abajo para asegurarse de que todos llegaban sanos y salvos.
«Después de todo —pensó—, podríamos haber utilizado las alas para flotar hasta el fondo, sin tener que molestarnos en bajar por estas cuerdas».
Pero no había forma de calcular la anchura del conducto a partir de cierta profundidad, así que ordenó a sus hombres que se descolgaran por las cuerdas. No quería que nadie se rompiera un ala si el pozo se estrechaba de repente en algún punto.
Uno de los sivaks, que fue el primero en llegar abajo, salió con la misión de explorar, y a poco regresó para informar al comandante.
—No hay señales de nadie más adelante, señor, a pesar de que este lugar apesta a enano. Estuvieron aquí, y no hace mucho. Fue muy amable por su parte dejarnos las cuerdas.
—Sí, ¿verdad? —gruñó Kang—. Los pequeños bastardos se creen muy listos. Mantened los ojos bien abiertos por si nos han puesto una emboscada. —Sacó el mapa—. ¡Slith! Trae aquí esa luz.
El lugarteniente acercó una lámpara de aceite que se conocía entre los ladrones como linterna sorda. Estaba hecha de hierro y tenía una pantalla que se abría deslizándose y dejaba salir la luz. Cuando la pantalla estaba cerrada, no se veía el menor rastro de claridad. Slith sostuvo la linterna encima del mapa.
—La ruta hacia el tesoro empieza en una cámara grande. No puede estar muy lejos. Mira, la Puerta Sur está señalada ahí, y la Puerta Norte, ahí. Aquí es donde estamos, justo entre los dos accesos y un poco hacia el oeste. Y ahí es donde está la cámara, justo un poco al norte de nuestra posición.
—Pero todo esto es como una madriguera, señor —comentó Slith con desagrado—. Túneles y conductos que corren en una y otra dirección. ¿Cómo encontraremos el correcto?
—Es sencillo —respondió Kang, que sonrió y se guardó el mapa en una bolsita—. Seguiremos a los enanos. Apaga esa luz, Slith, y adelántate.
Los draconianos, al igual que sus antepasados los dragones, se sentían como en su casa dentro de cavernas y túneles. Una vez que sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, eran capaces de moverse con rapidez.
El olor a enano era particularmente fuerte en uno de los pasajes, un túnel que tenía dos raíles de hierro empotrados en el suelo.
Colocándose en fila india, los draconianos entraron en esa galería. El avance resultó fácil, ya que el túnel, que se internaba en la montaña, era largo y recto. No había bifurcaciones de otras galerías o pasajes ni curvas o recodos.
El olor a enano los condujo hacia adelante y se hizo más intenso y reciente. Caminaron durante casi una hora, según cálculos de Kang, y entonces el comandante vio que Slith, que había ido por delante explorando, lo llamaba con una seña.
—Esperad aquí —ordenó Kang, que fue a reunirse con su segundo—. ¿Qué ocurre?
Slith abrió la pantalla de la linterna. Un haz de luz amarilla se derramó sobre los cadáveres de dos enanos que yacían hechos un ovillo en el suelo del túnel. Los dos llevaban armadura metálica y sostenían espadas en sus esqueléticas manos. Ambos habían sido brutalmente mutilados, piel y músculos arrancados de los huesos.
—No soy cobarde, señor —dijo Slith—, pero no me importa confesaros que no me gustaría encontrarme con el ser que haya hecho esto.
—Tampoco me considero un cobarde, y estoy de acuerdo contigo. —Kang examinó los restos—. Llevan muertos unos veinte años, más o menos. Esperemos que lo que quiera que hizo esto ya no se encuentre aquí. Aun así, mantén los ojos abiertos.
—Sí, señor. Eso es lo que quería deciros. El túnel gira en un recodo un poco más adelante —informó Slith en voz suave—. Que me condene si ése no es un buen sitio para una emboscada, señor, tanto si son enanos o… lo que sea.
—De acuerdo. Sigue adelante, que nosotros te cubriremos.
Slith cerró la pantalla para ocultar la luz y avanzó con sigilo. Kang hizo que la tropa se adelantara y luego ordenó que se detuviera cerca de los cuerpos de los enanos muertos.
El lugarteniente se movió cautelosamente hacia el recodo del túnel y, cuando se encontró muy cerca de él, se paró. La pared rocosa estaba húmeda; el agua se filtraba desde algún punto de arriba, y la piedra brillaba débilmente.
Slith se quedó inmóvil para que la temperatura de su cuerpo bajara hasta igualarse con la de la caverna. Cuando esto ocurriera, sería invisible para los enanos, cuya visión infrarroja era similar a la de los draconianos y les permitía ver objetos o seres que irradiaban calor. También sería invisible para cualquier otra cosa que pudiera estar acechando en las sombras.
Cuando calculó que su temperatura era lo suficientemente baja, Slith rodeó furtivamente el recodo manteniéndose pegado a la pared.
No vio ni oyó nada. Corrió la pantalla de la linterna y dirigió el haz de luz rápidamente a su alrededor. El túnel seguía adelante; los raíles de hierro brillaron con la luz de la linterna.
Lanzó un silbido que era la señal de que el camino estaba despejado y reanudó la marcha. Kang y la tropa echaron a andar en silencio.
Después de otra hora, el túnel desembocó en una pequeña cámara anexa a otra de igual tamaño. A juzgar por las marcas de picos en las paredes, los Enanos de las Montañas habían trabajado mucho aquí excavando y probablemente habían encontrado un buen filón de hierro. Quedaban pocos residuos de mineral y tampoco había herramientas desperdigadas por los alrededores. Los enanos dejaban limpios los sitios de trabajo, una práctica que Kang aprobaba.
Los draconianos cruzaron las dos cámaras y habían entrado en otro tramo del túnel cuando Slith regresó.
—El pasaje desemboca en una cámara grande —informó—, mucho mayor que las otras dos. He encontrado algo. Parece que nuestros guías se pararon allí y prepararon la comida.
—¿Hace cuánto?
—Los rescoldos están fríos, así que calculo que unas seis horas.
Kang entró en la cámara que era, como había dicho Slith, enorme. El comandante imaginó que mucho tiempo atrás, cuando esta zona estaba en uso, los mineros debían de haber utilizado la cámara para cargar y descargar las vagonetas de minerales.
Veinte de estas vagonetas, oxidadas y en un estado de deterioro mayor o menor, se encontraban situadas a lo largo de la pared del fondo. Por el suelo había esparcidos ruedas, ejes y bisagras. O los enanos no se habían molestado en limpiar este sitio de trabajo o es que habían tenido que huir precipitadamente de él.
Kang recordó los cadáveres que habían encontrado, y esperó que si alguna criatura monstruosa seguía rondando por estos túneles prefiriera la carne de enano a la de reptil.
—Pon centinelas —ordenó a Slith—. Descansaremos aquí.
—¿Queréis que encendamos antorchas, señor?
—No estaría mal. Al menos podríamos echar una mirada a este sitio. Podría ser el punto de partida del mapa.
Los draconianos prendieron antorchas, pero la cámara era tan vasta que la luz no llegaba al techo. Los centinelas, que llevaban antorchas, se pararon cuando llegaron a la pared.
Poco después, toda la cámara estaba iluminada. Kang comprobó, con creciente excitación, que la caverna tenía forma de habichuela y que unos grandes bloques formaban la pared opuesta, una pared que cerraba uno de los lados.
Sacó el mapa y lo examinó bajo la luz. La primera cámara, el punto de partida del mapa, tenía la forma de una habichuela. También estaba indicada la pared cegada.
—Benditos sean sus pequeños corazones —dijo Kang con entusiasmo—. Nos han conducido al punto exacto.
Los draconianos descansaron y comieron en tanto que Kang y Slith estudiaban el mapa.
—Tendría que haber una salida por allí. —El comandante señaló a su derecha—. Viss —llamó a uno de los centinelas—, lleva esa luz a aquel lado y dime si encuentras algo.
El sivak se encaminó hacia esa dirección con la antorcha.
—Hay una salida, señor —informó.
Kang volvió a consultar el mapa.
—¿Hay raíles de hierro tendidos por allí? —preguntó.
—Sí, señor.
—¡Ya está, señor! —exclamó Slith mientras agarraba el antebrazo de Kang—. ¡Lo conseguimos!
—Sí —fue cuanto pudo decir el comandante. Era tal la emoción que le embargaba que le impedía hablar y hasta casi respirar. Elevó una silenciosa plegaria de agradecimiento a su soberana y renovó su juramento de lealtad hacia ella.
—Deberíais comer algo, señor —dijo Slith, que le había llevado una tajada de carne seca y un trozo de pan duro.
Éstas eran sus últimas raciones. Kang había dejado en el pueblo a los baazs con órdenes de ir de caza; de venados y conejos, no de enanos. Sin embargo, dudaba que consiguieran muchas piezas, pues la sequía había obligado a los animales a buscar comida y agua en zonas menos áridas que las montañas.
¿Cómo iban a sobrevivir sus hombres durante el invierno?
Kang apartó esa idea de su cabeza. Cada cosa a su tiempo. No tenía hambre, pero se obligó a comer para conservar las fuerzas. Ordenó el cambio de centinelas para que los que habían estado de servicio pudieran comer, y después volvió a estudiar el mapa. Slith había estado inspeccionando la salida.
—¿Y bien? —preguntó Kang cuando su segundo regresó.
—El túnel lo hicieron enanos, señor —informó Slith mientras se frotaba la cabeza—. Tendremos que ir agachados. Y hay algo más. La peste ha desaparecido.
—¿Qué peste? —Kang alzó la cabeza hacia el lugarteniente y lo miró desconcertado.
—La peste a enano, señor. No los huelo por ningún sitio.
El comandante siguió con la garra el primer tramo de la ruta descrita por el mapa. El camino torcía y giraba. Esbozó una mueca y soltó una risita queda.
—¡No tienen el mapa! Ya han tomado una dirección equivocada.
—Pero han llegado hasta aquí, señor —argumentó Slith.
—Como tú mismo dijiste, habían estado aquí antes. La ruta era recta, con sólo un recodo. Esta cámara es fácil de encontrar, pero el resto no lo es. Mira esto. —Señaló una bifurcación con cuatro salidas de las que sólo una conducía al tesoro—. Podrían estar deambulando por estos túneles durante meses si no tienen mapa.
Cuando el último centinela acabó de comer, Kang impartió nuevas órdenes.
—Seguiremos caminando hasta que estemos demasiado cansados para continuar. Aquí abajo no hay diferencia entre la noche y el día, así que llegaremos hasta donde podamos, encontraremos un sitio seguro donde descansar, y proseguiremos cuando nos despertemos. —Hizo una pausa y añadió—: Mantened abiertos los ojos y los oídos.
Todos asintieron con la cabeza. Habían visto los cadáveres. Recogieron sus equipos y se prepararon para reanudar la marcha.
—Yo iré delante ahora, Slith. Quédate detrás de mí y mantén la linterna cerrada mientras caminamos. La utilizaremos para consultar el mapa cuando lo necesitemos.
Los raíles hacían fácil seguir el camino incluso en la oscuridad; ésta era tan profunda y opresiva que la visión infrarroja de los draconianos tenía dificultad para penetrar aquella negrura, de manera que el ritmo de la marcha se hizo más lento. La dimensión del túnel menguó y su altura se redujo a la adecuada para un enano, por lo que los draconianos se vieron obligados a caminar encorvados, rozando con las alas el techo.
Cuando Kang estuvo a punto de golpearse la cabeza contra una viga combada, ordenó hacer un alto. Habría dado cualquier cosa por poder enderezarse. La espalda le dolía por la postura forzada. Se puso en cuclillas y sintió cierto alivio al estirar la columna vertebral.
—Echemos un vistazo al mapa —dijo.
Slith corrió la pantalla de la linterna sorda, y la suave luz se derramó sobre el pergamino.
—Hay un área amplia más adelante —comentó Kang, que añadió—: ¡Gracias a Takhisis! Por lo menos podremos ir de pie y caminar como personas, no como goblins. Deja encendida la luz. Esta oscuridad nos está retrasando. Si alguien o algo nos ve, nos encontrará más que dispuestos a luchar. Prefiero eso a quedarme idiota de un golpe.
El grupo se puso de nuevo en movimiento.
Tras otra hora de marcha agotadora debido a la postura forzada, los draconianos llegaron a otra cámara que era más pequeña que la anterior pero con el techo lo bastante alto para que los draconianos pudieran ir erguidos, cosa que aprovecharon para flexionar las entumecidas alas y frotarse la espalda dolorida.
—Nos encontramos en otra bifurcación. ¿Qué dirección tomamos ahora, señor? —preguntó Slith.
Kang sacó el mapa.
Era la tercera vez que llegaban a una bifurcación de los raíles. El mapa indicaba seguir a la derecha en algunas ocasiones, y otras veces tomar el ramal de la izquierda, pero el comandante reparó en el hecho de que siempre seguían los raíles.
Empezaba a entender el porqué. Los daewars habían cargado el botín en las vagonetas para llevarlo a su destino. Era una idea estupenda, que ya había discutido con Slith. El tesoro había entrado en Thorbardin sobre los raíles, y también saldría por la misma vía.
Gloth se adelantó y saludó.
—Señor, he oído algo —informó.
—Sí —abundó Slith—, también yo he oído algo varias veces. Una especie de roce y tintineo que después se para. En ocasiones me parece que lo oigo delante, y otras, detrás.
—Lo mismo he oído yo. Probablemente son los enanos —comentó Kang—. Podrían estar en cualquier parte, deambulando a tontas y a locas en la oscuridad. Estos túneles distorsionan el sonido y lo transmiten a kilómetros de distancia. Sigamos adelante.
—Espero que sean los enanos y no lo que quiera que se los zampa —comentó Gloth en voz baja a Slith.
—Somos de la misma opinión —repuso el lugarteniente.
Desenvainó la espada. Los otros draconianos sacaron sus armas y, doblando la espalda, entraron en un nuevo túnel.
La luz se propagó por la galería, hendiendo la densa oscuridad, y se reflejó en roca, vigas y los brillantes raíles de hierro.
Otra hora de caminata los llevó hasta una bifurcación de tres ramales. Kang estaba consultando el mapa cuando la luz de la linterna empezó a parpadear.
—Tengo que llenarla de aceite, señor —dijo Slith.
—Vale. Mientras lo haces, manda a tres hombres a explorar un trecho de estas galerías, pero sin alejarse demasiado. Con doscientos pasos será suficiente. Y mira si puedes descubrir qué es lo que ocasiona esos ruidos.
Slith dio las órdenes oportunas, y tres sivaks se dirigieron uno por cada túnel y se sumergieron en la oscuridad.
El lugarteniente rellenó de aceite la linterna. Kang y él estaban enfrascados de nuevo en el mapa, cuando oyeron el ruido de rápidas pisadas. Uno de los sivaks regresaba a todo correr.
El comandante se incorporó de un brinco, y el resto de los draconianos se colocó en formación de combate detrás de su comandante.
El sivak saludó mientras aún corría.
—He oído movimiento por ese túnel adelante, señor —informó, señalando el ramal izquierdo.
—¿A qué distancia? —preguntó Kang.
—Me encontraba a unos cien pasos, y me paré un momento para escuchar. Pude percibir el débil sonido de arañazos a lo lejos, pero no sabría decir a qué distancia. Lo mismo podría ser a tres metros que a tres kilómetros. Sonaba como si fuera alguien marchando por delante de nosotros.
—Deben de ser los enanos —sonrió Kang—. Han tomado el desvío equivocado.
El mapa señalaba el ramal del centro, así que los draconianos se tranquilizaron, se sentaran a descansar y esperaron a que volvieran los otros dos exploradores. Cuando llegaron, ambos informaron que no habían oído nada.
—Ahora vamos por delante —les dijo Kang a sus hombres—. Sé que estáis cansados, como yo, pero tenemos que seguir y aprovechar la ventaja que les llevamos.
Entraron por el ramal central; este techo no era tan bajo como los de los túneles anteriores, y sólo tuvieron que agachar la cabeza y los hombros. Otras dos bifurcaciones los condujeron hacia la derecha.
Kang pensó en lo maravilloso que sería volver a caminar erguido, respirar aire puro y recibir la caricia de la luz del sol. Había vivido al aire libre demasiado tiempo, y empezaba a estar completamente harto de túneles y galerías.
La lámpara de Slith brilló, iluminando una pequeña cámara que había a la derecha. Kang se paró e hizo un gesto ordenando un alto en la marcha.
—Este sitio parece tan bueno como cualquier otro. Durmamos un rato.
—¿Os parece bien, señor, que envíe a tres exploradores? ¿Hay otras bifurcaciones más adelante? —preguntó su segundo.
Kang consultó el mapa.
—Llegarán a otra unos dos kilómetros y medio más allá. Primero hay que cruzar un puente sobre una sima, y la bifurcación está al otro lado. Diles que se paren allí, escuchen, y que después regresen. ¿Dónde está Gloth?
—Aquí, señor. —El bozak se adelantó.
—¿Recuerdas todavía tus conjuros?
Gloth hizo un repaso mental y asintió. Sólo era capaz de realizar algún hechizo de lo más elemental; en cuanto éste se complicaba, olvidaba las palabras o se hacía un lío con ellas u olvidaba trazar el símbolo correspondiente o se equivocaba con los componentes mágicos. Kang había trabajado con él pacientemente hasta que Gloth fue capaz de aprender de memoria unos cuantos hechizos sencillos.
—Ve con los exploradores. Puede que necesiten de tu magia.
Gloth saludó, y al cabo de un momento él y tres sivaks desaparecían por el túnel.
Slith entró en la cámara y dirigió la luz a su alrededor.
Era grande y estaba llena de herramientas, incluidos varios martillos enormes. A la entrada había seis vagonetas. A juzgar por los montones de traviesas y por un par de rieles torcidos desperdigados por el suelo, Kang dedujo que esta cámara debía de haber sido una nave de mantenimiento que los enanos utilizaban para guardar los materiales necesarios para reparar la vía.
Los draconianos instalaron el campamento dentro de la estancia y colocaron centinelas a la entrada.
—Tengo que descansar un rato, Slith, para poder tener a punto mis hechizos —anunció el comandante—. Guarda tú el mapa.
Dicho esto, sacó su símbolo sagrado, lo sostuvo firmemente en la mano, y buscó un rincón oscuro al que retirarse. No tuvo que esforzarse para atraer la atención de su soberana, pues casi de inmediato sintió su presencia, como si lo hubiera estado observando. La idea era reconfortante, y Kang sonrió y entró en trance.
El comandante dormía profundamente cuando algún tiempo después Gloth y los tres sivaks volvieron para informar a Slith.
—No habléis alto —ordenó el lugarteniente mientras los hacía salir de la cámara—, no quiero que el comandante se despierte. ¿Qué noticias traéis? ¿Encontrasteis a los enanos?
—No, señor. —Gloth señaló en el mapa la ruta que habían seguido—. La sima está aquí, exactamente donde dijo el comandante. Sin embargo, no hay puente. Es decir, sí que lo hay, pero falta un tramo en el centro. Soltamos nuestros equipos y planeamos a través de la sima, y…
—¡Maldición! —renegó Slith.
—¿Qué, señor? —preguntó Gloth, sobresaltado—. ¿Qué ocurre?
—Dices que el tramo central del puente falta, ¿no?
—Sí, señor, pero sólo son unos seis metros. Cruzamos al otro lado sin ningún problema…
—¡Después de haber soltado todo vuestro equipo! —Slith le dio un coscorrón a Gloth—. ¡Utiliza la mollera para algo más que para llevar puesto el casco! ¿Cómo vamos a sobrevolar la sima si vamos cargados con los huevos y el resto del tesoro?
Gloth parpadeó. Ahora su expresión era preocupada.
—Ya veo, señor. Nos precipitaríamos al vacío como piedras. ¿Qué vamos a hacer?
—Somos ingenieros, Gloth. Es nuestro oficio. O solía serlo. Todo lo que nos hace falta o lo hemos traído con nosotros o probablemente lo encontraremos tirado por aquí.
—Sí, señor —contestó el oficial, aunque seguía sin entender—. ¿Lo que nos hace falta para qué?
—Somos constructores de puentes —explicó Slith—, y vamos a construir uno.