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Whitting, Coventry
Provincia de Coventry, Alianza Lirana
16 de junio de 3058
Una lenta cortina de polvo cubrió el parabrisas del aerocoche estacionado y aminoró la tenue luz que se filtraba en el vehículo, debilitando los colores y fortaleciendo las sombras. Para Doc, todo era surrealista, como si estuviera distorsionado por los recuerdos y las esperanzas de un sueño del que no podía escapar. De una pesadilla de la que no hay salida.
Le resultaba imposible creer que realmente estuviera sentado allí, en los reducidos confines de un aerocoche, con el Príncipe arconte de la Mancomunidad Federada, un guerrero de los Lobos que también era heredero al trono de la República Libre de Rasalhague, el capiscol marcial de ComStar y el servicio de inteligencia de la ManFed. Su admisión en los consejos de hombres tan poderosos era tan ajena a él como lo había sido la guerra. Pero mientras que había aprendido a hacer la guerra a través del estudio, eso era algo para lo que nunca podía haberse preparado.
Unos sutiles temblores habían sacudido el vehículo y se habían detenido con los leves ecos de lo que parecía una distante tormenta. Ese silencio significa que los Titanes han ocupado posiciones en Whitting. Las últimas tropas que luchen aquí serán las primeras en morir cuando el combate empiece de nuevo. Doc alzó la vista hacia Victor.
—¿De verdad queríais honrar a los Titanes convirtiéndolos en vuestra guardia de honor, o están aquí para garantizar que cumplo sus deseos?
La mirada de Victor se mantuvo imperturbable.
—Puede ser que mi padre utilizase a sus Titanes como rehenes, pero yo no. Quiero honrarlos, y ése es el motivo de que estén aquí. Si requería coacción para hacer lo que yo…, lo que nosotros queremos que haga, son ellos los que tienen que volver a plantearse nuestra estrategia.
—Y no perdemos nada intentándolo —intervino Ragnar.
Doc esbozó una sonrisa nerviosa.
—En mi tiempo, había mejores aprobaciones de planes.
El Príncipe se echó a reír.
—Y yo he aprobado mejores planes que éste, pero por desgracia en el caso que nos ocupa nuestras opciones son limitadas.
Doc se hundió en el asiento.
—Teniéndome a mí en el papel de salvador de la Esfera Interior no me extraña.
Un escalofrío de fatiga y miedo le recorrió el cuerpo. Toda su experiencia en Coventry había sido surrealista, desde el mando de una unidad llena de principiantes que había tenido que convertir en guerreros hasta el regateo de provisiones para mantener el mando unido durante los tres meses de asalto del Clan en el mundo. Que el Príncipe Victor lo despertase a altas horas de la madrugada y lo sometiese a una intensa sesión de instrucciones encajaba con todo lo que había pasado antes.
Lo que Victor y el capiscol marcial le habían propuesto parecía una mera locura y había estado a punto de negarse a ir con ellos. Pensaba que se habían vuelto locos, pero cuando estaba a punto de decírselo alguien llamó a la puerta de la oficina. Cuando Jerry Cranston contestó, apareció Andy Bick con una jarra de café caliente. Explicó que había visto luz en la oficina y había ido a hacer café pensando que cualquiera que estuviera despierto a esas horas podría necesitarlo.
Seguramente fue la falta de sueño lo que hizo que Doc viese una calavera despedazada con las cuencas de los ojos vacías a través del humo que se desprendía del café y difuminaba el rostro de Andy. Durante el tiempo que había estado al mando de los Titanes nunca se había permitido pensar en lo que ocurriría si cometía un error. No podía pensarlo porque estaba trabajando demasiado duro para asegurarse de que no había errores.
Pensó que si rechazaba la petición de Victor podía cometer el mayor error de su vida. Cuando Andy dejó la bandeja sobre la mesa y salió de la estancia, Doc le dio las gracias y comunicó al Príncipe que haría lo que él quisiera.
Jerry Cranston se echó hacia atrás en el asiento del conductor y les mostró el cronómetro.
—Son las 0645 horas. Pronto estarán aquí.
Victor dio una palmada a Doc en la pierna.
—Vamos.
Doc abrió la puerta del aerocoche e inmediatamente recibió una explosión de polvo en la cara. Se echó a toser y se cubrió la boca y la nariz con una bufanda. La fragancia del polvo se combinó con el olor a humedad de la lana para llenarle la mente de un aroma terroso. Intentó pensar que era algo normal y saludable, pero la ausencia de vida creó en su cerebro la imagen de un desierto lleno de huesos blanqueados.
Se puso unas gafas y echó un primer vistazo a Whitting. La suave brisa, que en otro tiempo ondulaba los infinitos campos amarillos, hacía tiempo que había succionado toda la humedad de la corteza asediada por los ’Mechs, tanto dentro como fuera de la ciudad. El viento silbaba y se arremolinaba sobre el suelo resquebrajado, levantando polvo y esparciéndolo por las calles. Pilas de césped reseco formaban torres puntiagudas, que se balanceaban y se desplomaban cuando los vientos las debilitaban.
Alguien —Doc quiso creer que era algún miembro de los Undécimos Guardias Liranos— se había levantado temprano para colgar unos banderines azules y dorados en los edificios de la plaza de la ciudad que se mecían con furia empujados por el viento. Cualquiera que los hubiera puesto allí arriba debía de haber pensado que añadirían dignidad al memorable día de la negociación de Coventry, pero a Doc le parecían tan apropiados como un circo en un funeral. Eran una invitación chabacana a las vacaciones en una ciudad en el corazón de lo que pronto podía convertirse en un mundo fantasma.
Al ver la ciudad bajo la luz estroboscópica de los destellos y las explosiones de misiles, Doc había pensado que las manchas de hollín de la mayor parte de los edificios eran sombras. Desde el suelo se podían ver los interiores calcinados y el cielo gris donde antes se alzaban los tejados. Ni siquiera el polvo negro que se colaba por las fisuras y las grietas de las vigas y las decoraciones a medio quemar conseguía dar un aire más benigno a la ciudad. El fuego ya no ardía, pero Doc oía el chisporroteo de las llamas en los ruidos de los banderines.
Miró a Victor.
—Es esto, ¿no? Whitting es en lo que se convertirá Coventry si no vencemos —dijo.
El Príncipe, que también se había puesto el abrigo, la bufanda y las gafas, asintió lentamente.
—Por eso, tenemos que vencer.
Cada vez que movía la cabeza, el polvo le resbalaba por el pelo como el humo se desprende de la cabina ardiente de un ’Mech muerto.
El suelo se estremeció de nuevo, emitiendo unas vibraciones cada vez más fuertes. Todos los habitantes de la Esfera Interior que se encontraban en la plaza principal de Whitting sabían que los ruidos marcaban la llegada de los Halcones de Jade. Doc miró hacia atrás, más allá de donde se encontraban Victor y el capiscol marcial, y vio a los líderes de la fuerza de la coalición al abrigo de una pared de lona. El ángulo de sus poses disimulaba su tensión e inquietud. Aunque intentaban que no fuera muy obvio, nadie podía apartar la vista del extremo sur de la ciudad, ansiosos por ver las siluetas ensombrecidas de las máquinas de guerra avanzando.
Están esperando a la gente que podría causarles la muerte. Doc volvió a desviar la mirada hacia Victor.
—No saben nada de nuestra oferta inicial, ¿verdad?
Victor sacudió la cabeza.
—Usted negocie con los Clanes, que yo negociaré con nuestros aliados.
Doc sonrió bajo la bufanda.
—Creo que si tuviera que buscar a alguien que me protegiera no me importaría que fuerais vos.
El Príncipe hizo un gesto de asentimiento.
—Tendría que rezar para que disparasen bajo.
—Creo que rezaría para que vos disparaseis primero.
—Otra buena opción.
Doc vio unas sombras distorsionadas a través de las gafas y se giró para ver cómo se acercaban los aterradores BattleMechs de los Halcones de Jade. Las fuertes pisadas convirtieron los adoquines en grava y arrancaron los guijarros de pizarra de los tejados. Doc advirtió algo extraño en los ’Mechs del Clan cuando los vio avanzar pesadamente en los confines del pueblo. En el campo de batalla encajaban perfectamente, pero aquí, en una ciudad que debería emitir los ruidos de la vida cotidiana, de niños riendo, de hombres y mujeres con sus alegrías y sus penas, parecen malévolos y maliciosos.
Los ’Mechs de los Halcones se detuvieron una calle antes de la plaza central, pero Doc no albergaba ilusiones de que lo hicieran por miedo a romper los banderines. Se pusieron a cubierto y, a diferencia de los Titanes, que permanecían en campo abierto dispuestos para la ceremonia, los Halcones de Jade ocuparon los puestos de combate. Su presencia se burlaba de los banderines, de la gente que los había colgado y de cualquier leve esperanza que pudiera hacer pensar a alguien que se adecuaban al momento y al lugar.
Doc vio por primera vez a los miembros del Clan contingente cuando entraron en el callejón que había entre el ayuntamiento y el edificio en ruinas contiguo. En el oscuro callejón estaban protegidos del viento, así que no era éste el que mecía los abrigos verdes, sino las decididas zancadas de sus fuertes piernas devorando la distancia que los separaba de la calle. Cuando por fin emergieron, el feroz viento empujó los abrigos hacia atrás, separándolos de los cuerpos, pero los dos Halcones parecieron no advertirlo, mantuvieron el paso y no movieron la cabeza tras el impacto de los escombros que sobrevolaban el lugar.
Es como si estuvieran confabulados con algo más poderoso que los elementos. Doc se sacudió el traje, y se formó una nube de polvo procedente de los pliegues del abrigo gris. El viento le abofeteó la cara y le envolvió el abrigo alrededor de las piernas. Si hubiera dado un paso al frente, habría caído al suelo en un enredo de ropa y extremidades, nada que ver con la imagen que la fuerza de la Esfera Interior querría ofrecer a los Clanes.
Los dos Halcones de Jade se detuvieron en el centro de una explanada desolada, que en otro tiempo había sido un parque de césped esmeralda del corazón de Whitting. Doc se sorprendió a sí mismo embelesado frente a la alta mujer que avanzaba hacia el frente. El viento jugaba con su abrigo y descubría el traje de salto verde que llevaba debajo. Aunque la prenda no pretendía ser atrevida, el cinturón le apretaba lo suficiente como para marcar su esbelta figura. Caminaba con un aire decidido, que causaba incluso más admiración que su belleza, mientras su continua resistencia a los caprichos del viento insinuaba una voluntad de hierro.
Un hombre de menor estatura, aunque no tanto como el Príncipe de la Mancomunidad Federada, la seguía de cerca. De constitución corpulenta y fuerte, el hombre de espesa cabellera parecía advertir todos los detalles de la plaza y la gente allí reunida. Doc podría haber pensado que el paso ágil y natural del hombre se debía a la poca importancia que daba a la reunión, pero su mirada depredadora descartaba esa idea. Se situó en la dirección del viento y utilizó su cuerpo para resguardar a la mujer.
La mujer desafió a Doc y a los demás a acercarse mediante una intensa mirada que las gafas no pudieron disminuir. El capiscol marcial y el Príncipe se adelantaron, pero el viento dificultó el movimiento de Doc. La mujer se encaró a él y esperó con paciencia y expectación. Me juzgará por mi resolución. No presta atención al viento porque es más poderosa que él. Se mantiene firme y hace que me sienta inferior.
Sin apartar la mirada de ella, Doc movió el hombro derecho hacia atrás y el otro hacia adelante. El viento recorrió su cuerpo, se filtró por la apertura del abrigo, por la ropa y volvió a salir, liberando sus piernas. Doc dejó que le cayera la parte derecha del abrigo y agarró la izquierda para que no saliera volando y lo arrastrara consigo.
Yo no necesito ser más fuerte que los elementos. Sólo necesito ser lo bastante listo como para beneficiarme de su fuerza.
La mujer le hizo un breve saludo y miró al capiscol marcial mientras Doc se unía al resto del grupo. Ambas partes permanecieron a unos pasos de distancia, sin que nadie intentara acortar distancias ofreciendo la mano.
La mujer inclinó la cabeza al contingente de la Esfera Interior.
—Ha llegado el momento de negociar. Soy la Khan Marthe Pryde, de los Halcones de Jade, y él, el comandante de galaxia Rosendo Hazen, mi segundo al mando en este mundo.
Anastasius Focht saludó a Hazen con la cabeza.
—Soy Anastasius Focht, capiscol marcial de ComStar. Éste es el Príncipe Victor Ian Steiner-Davion, mi segundo al mando —dijo el capiscol antes de indicar a Doc que se acercara—, y éste, el Hauptmann Caradoc Trevena. Ha sido incorporado al cuerpo recientemente y ha permanecido en Coventry desde que empezó su ataque.
Focht señaló hacia la plaza con la mano derecha.
—Aquí está su obra y detrás de nosotros su unidad. El Hauptmann Trevena fue el diseñador, ejecutor y comandante del asalto a Whitting.
Doc sintió cómo se le sonrojaban las mejillas cuando la Khan de los Halcones le dirigió una mirada escrutadora. Era como si lo hubiera desnudado y lo hubiera mostrado ante una audiencia que no podía relacionar su imagen con las nociones preconcebidas que se habían formado de él. Intentó respirar pausadamente y mantuvo una gélida mirada cuando sus ojos toparon con los de ella.
—Así que usted es el líder de estos ’Mechs ligeros, ¿quiaf?
—De los Titanes, sí.
—Los Titanes —repitió Marthe Pryde con una sonrisa y un gesto de aprobación—. No se nos escapa la ironía. Sus acciones desmoronaron muchos sueños de gloria.
Focht entrelazó las manos.
—En honor a todo lo que ha hecho, el Hauptmann Trevena presentará nuestra oferta.
—Muy bien —dijo la Khan del Clan con suma atención—. Como dije antes, nosotros ofrecemos todo lo que tenemos para defender el planeta.
El capiscol marcial asintió con gravedad.
—Sí, recuerdo que hizo la oferta cuando entrábamos. En aquel momento, estábamos equivocados respecto a su fuerza, y usted no sabía nada de la nuestra. Dadas las circunstancias, no vemos ninguna necesidad de que mantenga esa oferta.
Doc se inclinó ligeramente hacia adelante, como si acortar la distancia entre ellos le permitiera grabar en el cerebro de Marthe el mensaje: «Acepte el trato». Las charlas que había mantenido con Victor y el capiscol marcial le habían dejado claro que si ella se mostraba intransigente, la batalla resultante sería devastadora para ambas partes. Según el capiscol marcial, las cifras de bajas del Clan en Tukayyid eran espantosas y las actuales eran dos veces más elevadas. Algo que no ocurría desde que las guerras terráqueas del siglo XX provocaron el tipo de matanza que veremos en Coventry.
Si el comentario de Focht sorprendió a Marthe Pryde, ésta lo ocultó bien.
—Aprecio su consideración en este asunto. No interpretaré su declaración como un insulto, porque está claro que no era ésa su intención. En el pasado, ha negociado con los Lobos, y ahora son los Lobos los que lo aconsejan. Un Lobo podría incluso aceptar su oferta y modificarla, pero es porque los Lobos no tienen ni vergüenza ni un mínimo sentido del honor. Yo soy una Halcón de Jade. Mantengo mi oferta.
Focht hizo un gesto de conformidad.
—No pretendía ofenderla, Khan Marthe. Estamos preparados para comunicarle nuestra oferta.
Ella asintió.
—Procedan.
—¿Hauptmann Trevena?
Doc tomó aliento, se retiró la bufanda de la boca, se quitó las gafas y avanzó, desarmado, hacia la Khan del Clan con orgullo y resolución. Quería que supiera que respetaba su fuerza. Quería que supiera que en combate le daría una lucha que no olvidaría en toda su vida.
Doc vio en sus ojos la promesa de que se lo devolvería. Eso es que nos entendemos. Bien. Con los nervios a flor de piel, tragó saliva y comunicó su oferta.
—En nombre del capiscol marcial, en nombre de la fuerza de la coalición aquí reunida, yo, Caradoc Trevena, comandante de los Titanes y conquistador de Whitting, le ofrezco hégira.