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Fundición Molecular McKenzy

Coventry

Provincia de Coventry, Alianza Lirana

15 de marzo de 3058

El Hauptmann Caradoc Trevena no sabía si alegrarse o enfadarse cuando lo llamaron para que se presentase urgentemente en la sede del Segundo Batallón del complejo de la fundición. Si lo hacía tendría que dejar su compañía en manos de la competente teniente Murdoch. Sabía que sería capaz de dirigir la operación de reconocimiento en la cima de la meseta, pero con las Naves de Descenso de los Halcones descargando sus BattleMechs al este, las tropas estarían algo inquietas.

Mejor que estén ahí afuera que aquí.

La Fundición Molecular McKenzy y las colinas repletas de humeantes escombros que la rodeaban eran las únicas formas reconocibles de la plana meseta desde el lado este hasta las montañas Cross-Divide, al oeste. Al norte, se encontraba la mina de foso abierto de donde extraían la mena que la fundición refinaba. Doc no entendía por qué él y su compañía habían sido enviados al continente Dunnigan para proteger la fundición, ya que era un lugar desagradable y carecía de todo valor militar.

Al otro lado de las Cross-Divide, se encontraba el continente de Veracruz y Port Saint William, donde los Décimos Soldados de Skye habían establecido su base. Doc sabía a través de varios informes que el cuerpo principal de la fuerza de los Clanes había aterrizado allí para enfrentarse a los cadetes de la Academia, la otra mitad de los Soldados y la Milicia de Coventry. La lucha tendría lugar cerca de la Fábrica de Metales de Coventry y no cabía duda de que sería disputada.

Los Soldados situados alrededor del perímetro de la fundición desafiaron a Doc al acercarse, y él les proporcionó las contraseñas apropiadas. Condujo su ’Mech más allá de la línea de frente, se quitó el neurocasco y levantó la escotilla del Centurión. Bajó por el brazo izquierdo, saltó al muslo y descendió por la pierna inferior antes de aterrizar en el suelo. Sharon Dorne y Tony Wells lo esperaban a la sombra del enorme ’Mech.

A juzgar por sus expresiones y por el hecho de que no le hubiesen informado por radio, las cosas no debían ir muy bien.

—¿Qué ocurre?

—El duque Bradford ha llamado para informar personalmente al Kommandant Sarz de la importancia de defender la fundición. El viejo Horst recibió la llamada en la oficina del encargado de planta, donde encontró la barra.

—Maldita sea. Vamos allá —dijo Doc, echando a correr tras ellos hacia las oficinas de la fundición.

Como todos allí, el Kommandant Horst Sarz había sido asignado a los Décimos Soldados de Skye por su incapacidad para trabajar en cualquier otra parte. Cuando no bebía, Sarz era un hábil comandante, pero buscaba cualquier excusa para recurrir al alcohol. Doc había utilizado su influencia con Copley para asegurarse de que los Soldados no embarcasen una sola botella de licor, aunque lo cierto era que no esperaba que Sarz dirigiese la operación sobrio.

Estamos más cerca de Port Saint William que Horst de la sobriedad. El Kommandant, un hombre joven y de cabello rubio y fino, descansaba en la silla del escritorio del encargado de planta. Tenía la cabeza apoyada en la carpeta y, con la lengua, lamía la boca de la botella que la mano era incapaz de manejar para servir el licor que quedaba.

Sharon Dorne se giró hacia Doc, meciendo su roja cabellera recogida en una cola.

—No tiene arreglo.

Doc hizo un gesto de asentimiento.

—Esto es una pesadilla.

Tony Wells señaló hacia Sharon y, luego, hacia sí mismo.

—Hemos estado pensando. Yo me pondré al mando de la unidad, y tú reunirás a tus hombres y protegerás el flanco norte. Nos aseguraremos de que no nos arrebaten el lugar.

—¿Para qué?

—Doc, es lo único que podemos hacer. Tony tiene más experiencia en combate que cualquiera de nosotros, de modo que es lógico pasarle el mando.

—No opino lo mismo —dijo Doc, dándose un golpecito en el pecho—. Yo llevo más tiempo en la profesión que vosotros dos juntos. Me alegro enormemente de que tengáis experiencia, pero el mando de esta unidad me pertenece, y yo la dirigiré. Además, no defenderemos esta fundición.

Wells y Dorne lo miraron fijamente.

—Pero, Doc, ésta es nuestra misión. Tony y yo oímos lo que el duque Bradford le dijo al Kommandant. Esta es una instalación vital y hay que protegerla.

—El duque Bradford piensa como un político, no como un estratega militar.

Tony se llevó la mano a su despeinada cabellera negra.

—No te sigo.

—Es sencillo —dijo Doc, señalando hacia el escritorio donde Sarz había empezado a roncar—. ¿Veis la placa?

—Lleva el nombre de Erns Rhuel. Es el encargado de planta.

—Y el tío de la presidente Gertrude Rhuel, líder del Partido de la Mancomunidad y el principal apoyo del duque Bradford en el Parlamento de Gobernadores. Nosotros velamos por la planta porque él quiere demostrarle que es capaz de entender sus preocupaciones.

Sharon frunció el ceño.

—Esta fundición todavía es importante. La mena que se refina aquí pasa a la FMC, donde fabrican los ’Mechs.

—Es cierto que es una instalación de producción primaria, pero, aparte de algunos envíos de metales a otros mundos, no produce nada que influya directamente en la economía. Todo lo que esta planta fabrica tiene que ser procesado al menos una vez más antes de que se pueda utilizar —explicó Doc, extendiendo las manos y mirando a los otros dos oficiales—. Esta planta no le sirve a nadie, y todavía menos a los invasores del Clan, que están en Coventry para robar y salir corriendo.

Tony sacudió la cabeza.

—Si eso fuera cierto, los Halcones no habrían enviado tropas a las tierras de las afueras de la ciudad.

Doc se dio un golpecito en la frente.

—Tony, ¿qué demonios te enseñaron en la AMNA? El objetivo de las guerras de hoy en día es neutralizar la capacidad del enemigo para hacer la guerra. La Fábrica de Metales de Coventry es un objetivo obvio para los Halcones, ya que les proporciona materia prima y les permite derrotar a las tropas que la defienden. Por eso, están atacando Port Saint William. La razón de que hayan aterrizado en Idaway es que vienen a por nosotros. Nosotros somos lo único que tiene valor militar en esta parte del mundo.

Tony se sintió herido por el tono que Doc había utilizado.

—Me parece que estás paranoico. Nosotros vinimos aquí cuando el planeta bloqueaba los escáneres de su Nave de Descenso. Puede ser que sepan que la planta está aquí, pero no nosotros.

—Pensad, chicos. Saben que estamos aquí porque se enteraron de nuestra posición cuando finalizaron la batalla. Preguntaron cómo nos defenderíamos, y el general Bakkish se lo dijo.

Sharon se apoyó en el brazo de una silla.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer?

Doc se mostró vacilante. Había leído acerca de los Clanes y había estudiado sus tácticas, victorias y derrotas. Había entrenado a tropas que habían ido a luchar contra ellos. Si el batallón sobrevivía, sabía que sería capaz de evitar su destrucción. Esta última idea dibujó una sonrisa en sus labios. Ningún soldado muerto ha derrotado nunca a nadie.

—De acuerdo, mirad, estamos a cuarenta clics de las montañas, donde la Academia cuenta con algunos campos de ejercicio y alcance de disparo real. También debe de haber muchas minas y cavernas naturales en la zona. Localizad a Copley. Tengo entendido que ha estado en una cueva de por ahí. Nos retiraremos a las montañas y nos instalaremos en las posiciones preparadas de la Academia. Podemos utilizar el alcance de disparo para proteger nuestro flanco norte. Debe estar repleto de municiones sin explotar. Probablemente, las posiciones de la Academia también hayan ajustado los alcances en la mayor parte de los pasos.

Sharon asintió con la cabeza.

—Parece un buen plan.

Doc miró a Tony.

—¿Tú qué opinas?

Tony Wells se encogió de hombros con indiferencia.

—No me gusta la idea de tener que retirarnos y abandonar nuestra misión aquí.

—Estoy de acuerdo, Tony, pero piensa en esto: ¿qué posibilidades hay de que un batallón, nuestro batallón, pueda detener un regimiento de BattleMechs? No tenemos apoyo aeroespacial ni de artillería. Estamos defendiendo un punto en una llanura, lo que da ventaja a los Halcones porque el alcance de su armamento es mucho más eficaz que el nuestro. La lucha más férrea de ComStar en Tukayyid se disputó en las montañas, donde todos los alcances se reducen, hasta el punto de que los Clanes pierden su ventaja.

—Sí, en eso tienes razón; pero se supone que tenemos que defender esta planta.

Sharon sacudió la cabeza.

—Si nos quedamos aquí las posibilidades de supervivencia de esta fundición son nulas. Si nos retiramos y los Halcones quieren la planta, se harán con ella, y nosotros podemos recuperarla más tarde. Si es verdad que vienen a por nosotros, se olvidarán de la planta. Doc está en lo cierto: la situación actual es un suicidio para nosotros. Las montañas Cross-Divide se pueden defender y, si luchamos desde allí, las posibilidades de matarlos antes de que nos encuentren son mayores.

Tony levantó las manos en señal de rendición.

—De acuerdo, pero recordad mi protesta.

Doc asintió.

—La tendremos en cuenta. Ahora la pregunta es: ¿hasta qué punto vuestras unidades están preparadas para la lucha?

Los otros dos evitaron su mirada.

—Contamos con buenos soldados —contestó Sharon—, pero nuestros esquemas de entrenamiento no tienen el nivel adecuado. Yo tengo lanzas de ataque, apoyo y asalto cerrado.

—Y yo tengo dos lanzas de ataque y una lanza de apoyo —añadió Tony.

—Está bien, reuniré a mis tropas para una operación de reconocimiento en las montañas. Las seguirán las lanzas de apoyo y tu lanza de asalto cerrado con personal auxiliar, médico y técnico. Los ’Mechs tendrán que situarse para cubrir las tres lanzas de ataque mientras éstas se retiran.

—Como he dicho antes, parece un buen plan —dijo Sharon antes de señalar a Sarz—. ¿Qué hacemos con él?

Tony sacudió la cabeza.

—Dejarlo.

Doc hizo un gesto de asentimiento, pero luego sacudió la cabeza.

—No podemos dejarlo. Los Halcones podrían sonsacarle mucha información. Lo llevaremos con nosotros.

Sharon miró a Doc.

—¿Y tú llevarás su Penetrator?

Doc esbozó una sonrisa. El Penetrator era un ’Mech que había sido diseñado específicamente para luchar contra los Clanes. Aunque era algo más lento que su Centurión, los propulsores de salto le proporcionaban cierta movilidad. El armamento y el blindaje superior del ’Mech aumentaban su eficacia en la lucha. De pronto, se abría un mundo de posibilidades ante él.

—Sí, y pediré a algún tech que pilote mi Centurión —contestó Doc mientras asentía con la cabeza—. Tenemos que conseguir tantas armas como sea posible si queremos sobrevivir, y no podemos equivocarnos. Eso es lo que quiero que hagamos.

Sharon asintió levantando el pulgar.

—Entendido, Kommandant Trevena en acción.