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Sede temporal de los Undécimos Guardias Liranos
Ciudad de Elarion, Wyatt
Isla de Skye, Alianza Lirana
12 de diciembre de 3057
Será un desastre, pensó mientras se ponía firme y juntaba los talones de las botas.
—Hauptmann Caradoc Trevena informando según las órdenes, señor.
Sin levantarse de la silla, el Kommandant Grega se llevó dos dedos a la frente para saludar a Doc y señaló hacia la pesada silla de madera que había en el otro lado del escritorio.
—Siéntese, Hauptmann.
Doc se debatió por un instante entre sentarse o permanecer de pie, pero el cansancio de catorce años en el ejército pesaba sobre sus hombros. Se sentó obligándose a mantener una postura firme en lugar de hundirse en el cómodo asiento. Alzó la vista en busca de alguna señal que le indicara que las cosas no saldrían tan mal como temía.
Grega extrajo un disco gris del ordenador y lo tiró sobre la carpeta del escritorio azul Steiner.
—He estado revisando su expediente. Es realmente excepcional, Hauptmann. Se incorporó al servicio en 3043, justo después de las festividades de 3039 —dijo mientras Doc observaba las múltiples condecoraciones de la chaqueta de Grega, que demostraban que no se había perdido aquella guerra—. Pero aunque estuvo en las Fuerzas Armadas de la Mancomunidad Federada durante la invasión de los Clanes, nunca ha servido en una unidad que entrara en combate. ¿Cuál es el motivo?
Doc se encogió de hombros.
—¿La suerte? —dijo al mismo tiempo que advertía que era la respuesta equivocada.
Para la gente como Grega —los que habían participado activamente en la guerra—, Doc era un veterano de papel; aunque había servido en varios conflictos, lo había hecho indirectamente. Incluso en la lucha más reciente, cuando la Liga de Mundos Libres invadió la Mancomunidad Federada y recuperó mundos que había perdido un cuarto de siglo antes, su unidad había optado por abandonar el campo de batalla. Los Undécimos decidieron aceptar la proclamación de neutralidad de Katrina Steiner, abandonaron su estación en el disputado mundo de Calliston y volvieron a la sede de Wyatt.
Grega dio un resoplido.
—¿La suerte? Esa es precisamente la clase de actitud que nos ha traído hoy aquí, Hauptmann. A muy pocos les gustaría emular su expediente militar.
Apuesto a que a los que han muerto sí les gustaría. Doc se inclinó hacia adelante y colocó las manos sobre el escritorio.
—No estoy seguro de haber entendido su valoración, Kommandant. Todas mis evaluaciones han sido satisfactorias.
—Sin embargo, sólo le han ascendido en dos ocasiones y, de no ser por la invasión de los Clanes, le habrían despedido hace tiempo —dijo Grega, dando un golpecito en el disco—. En este momento, sus posibilidades de ascenso son nulas.
Sí, pero no es mi expediente de servicio lo que me condena. Los Undécimos Guardias Liranos habían sido una unidad vital al frente de las FAMF contra posibles agresiones de la Liga de Mundos Libres en la Marca de Sarna. Cuando se retiraron y se unieron a la nueva Alianza Lirana se convirtieron en una unidad clave de lo que entonces se conocía como las Fuerzas Armadas de la Alianza Lirana. La ironía del acrónimo resultante, FAAL, no se había perdido, y hacer una broma al respecto parecía ser sinónimo de traición para la mayoría de los FAALacios.
Los que creían que era una broma apropiada solían ser guerreros procedentes de la mitad Davion de la Mancomunidad Federada. Tras negarse a ayudar a su hermano a luchar contra la invasión de la Marca de Sarna, Katrina Steiner se había escindido de la Mancomunidad Federada, había bautizado su nuevo reino con el nombre de Alianza Lirana y había reunido a todas las tropas simpatizantes. Los que respondieron a la llamada, como los comandantes de los Undécimos Guardias Liranos, eran partidarios incondicionales de Steiner, que tenía un sentido del humor teutónico sobre la vida en general y la unidad en particular.
Grega se reclinó en la silla y se acarició varios mechones de pelo castaño que le atravesaban la calva.
—Sé que no son tiempos fáciles para usted, Hauptmann. Debió ser un duro golpe el que su mujer decidiera quedarse en Calliston cuando nos evacuaron. Su carrera está estancada y, con la tregua de los Clanes durante otros diez años, las posibilidades de que entre en combate y de que sus perspectivas mejoren son nulas.
Doc se encogió de hombros.
—Fue una suerte que escapáramos de Calliston.
—La mariscal Sharon Byran decidió aceptar la petición de la arcontesa Steiner de devolver las fuerzas liranas a la Alianza. Fue mala suerte, en realidad, que su conformidad pusiera fin a sus esperanzas de ascenso —dijo Grega con una severa mirada—. Sin embargo, yo le traigo un poco de buena suerte, Hauptmann. Las Fuerzas Armadas de la Alianza Lirana están preparadas para ofrecerle un paquete salarial si decide resignar. Sus catorce años de servicio no le califican para una pensión, pero estamos dispuestos a darle veinte mil coronas y una baja honorable, que le dará derecho a los beneficios de entrenamiento médicos y ocupacionales de veteranía. Supongo que opina que esta oferta es más que justa.
—¿Incluye un pasaje de vuelta a Kestrel?
Grega extendió las manos.
—Me temo que el transporte es limitado en estos momentos, pero puede intentarlo por su cuenta.
—Lo que significa que veinte mil coronas me llevarán a la altura de la Tierra.
—Puede ser que un poco más lejos.
—Pero ¿la Alianza Lirana no paga todos los gastos de los ciudadanos de la Mancomunidad Federada que quieran ser repatriados?
Grega se esforzó en vano por ocultar su sonrisa.
—Se trata de otro departamento gubernamental. Mala suerte.
Doc se recostó en la silla.
—Toda mi suerte ha sido mala suerte.
El Kommandant hizo un gesto de asentimiento.
—Eso parece.
—Sí, bien, yo creo en la repartición de bienes, Kommandant —dijo Doc, intentando controlar su tono de voz—. Hablemos de las trincheras, ¿de acuerdo? Paulatinamente están echando de esta unidad a todos los veteranos de papel para llenarla de héroes Steiner y convertirla en una unidad de exhibición. Es una purga, nada más ni nada menos.
—Somos una organización militar; no, un partido político.
—No debería sorprenderme que piense que soy tan estúpido como para creer que la política no se mezcla con el ejército —dijo Doc, alargando la mano para dar un suave golpe en el disco del escritorio de Grega—. Si se hubiera detenido a examinar mi expediente, Kommandant, habría advertido algo importante. La razón por la que todas mis evaluaciones han sido buenas es que siempre me han asignado a compañías llenas de MechWarriors que sólo habían conseguido evaluaciones de segunda categoría. Todas las unidades con las que he trabajado tenían deficiencias antes de que yo llegara, incluida su Tercera Compañía de Ataque, pero estaban preparadas para entrar en combate cuando había acabado con ellas. Tal vez no sea el tipo que forja el cuchillo, pero sí el que lo afila, y nuestros superiores han visto mi valía. Si me hubiesen ascendido me habrían sacado de mi papel, y ése era el puesto que ellos creían que me convenía.
Doc entrecerró sus oscuros ojos.
—También ha hecho dos suposiciones sobre mí que son injustificadas, señor. La primera es que, precisamente porque no he entrado en combate y no me han ascendido, supone que soy un guerrero mediocre. Cree que soy de segunda categoría y que no puedo luchar; pero sí puedo. Está seguro de que caería en combate, pasando por alto el rendimiento de las unidades a las que he entrenado. Lo han hecho increíblemente bien, y si las hubiera dirigido yo, lo habrían hecho mejor, porque he estudiado a nuestros enemigos. Los conozco, estoy familiarizado con sus tácticas y sé cómo derrotarlos. Si no interviniesen otros factores, no me lo pensaría dos veces antes de enfrentarme a los Halcones o a los Lobos.
Grega sacudió lentamente la cabeza.
—Yo, yo… tal vez debería enviar un mensaje a la arcontesa y citarle con su consejero.
Ella podría utilizar uno perfectamente. Doc se mordió la lengua. Aunque estaba rozando la línea entre la discordia y la traición, no quería pisarla del todo.
—Tal vez debería hacerlo, Kommandant, porque ella le explicaría todo sobre la OA-5730023, la orden de la arcontesa sobre la reorganización de las Fuerzas Armadas de la Alianza Lirana. La he leído. Como, en términos técnicos, seguimos en estado de guerra entre las FAAL y los Clanes, los oficiales de grado de compañía y campo no pueden ser despedidos del servicio sin pasar por un tribunal de guerra. No tiene nada que le garantice la imputación de cargos contra mí. A menos que dimita, tendrá que soportarme.
Doc se cruzó de brazos.
—Usted pensaba que sería fácil. En absoluto. Imaginaba que el hecho de que mi mujer me hubiera abandonado, mis pobres perspectivas laborales y todo lo demás me amansarían porque no tengo nada por lo que luchar. Pues bien, sí tengo algo por lo que luchar, señor. Tengo que luchar por ponerle las cosas difíciles. Si permito que me acorrale, acabará destrozando la vida de alguien que sí tiene una vida.
Grega arqueó una ceja.
—¿Ha acabado?
—¿No había acabado antes de entrar aquí?
—De hecho, es posible que sí hubiera acabado —contestó Grega, encogiéndose de hombros—. La forma exacta en que debía acabar no estaba escrita en ferrocemento. No es el primer oficial que cita la OA-5730023, aunque no esperaba que protestara. Creo que sus argumentos sobre su rendimiento son bastante interesados e indicativos de un ego exaltado, pero también creo que la ironía de su comentario es exquisita.
La precisa pronunciación de Grega de la palabra exquisita había sido desconcertante; se había detenido en cada sílaba como si la palabra fuera una navaja para apuñalar a Doc. Está disfrutando mucho con estoy no me gusta.
—¿Ve, Hauptmann Caradoc Trevena? Algunas unidades se han convertido en depósitos de guerreros como usted.
—¿Unidades preparadas para los Clanes?
—Le gustaría, ¿verdad? —dijo Grega, sacudiendo la cabeza—. Está claro que esos mundos tienen que ser protegidos por unidades de lealtad incuestionable y habilidades superiores. Sería una negligencia por mi parte asignarle a una unidad así, pese a su autovaloración. No, estará al mando de una compañía de los Décimos Soldados de Skye en Coventry.
Doc esbozó una sonrisa desafiante mientras sentía que algo moría en su interior. La isla de Skye era un hervidero de sentimiento antidavionista, y los Soldados se habían formado con algunos de los hijos e hijas más leales de la región. El duque Ryan Steiner había utilizado la isla como base de poder para preparar un golpe que habría escindido la Marca de Skye de la Mancomunidad Federada, y había sido el cerebro del movimiento Skye Libre, que había fomentado una rebelión abierta en varios mundos el año anterior. Victor Davion había sofocado la rebelión y, según se decía, había ordenado el asesinato de Ryan Steiner en Solaris. La Legión de Gray Death había derrotado a los Décimos Soldados de Skye en Glengarry, y Doc suponía que reestructurar la unidad era la forma de que las FAAL pudiesen beneficiarse de ella.
Si completaban la unidad con guerreros que no habían entrado en combate, como él, o que tenían pocas aptitudes para el combate seguramente alcanzarían su objetivo. Doc sabía que con un poco de suerte sólo tendría que pasar seis años difíciles antes de dimitir con derecho a pensión. Después de dirigir una unidad de Skye habría mejorado, y retirarse con medio salario no sería tan malo. Si puedo soportarlo durante tanto tiempo.
La muerte en un accidente de entrenamiento parecía la única forma de liberación rápida a la que podía aspirar, sobre todo por el destino de la unidad. Coventry era un mundo clave de la Alianza Lirana y aparentemente se trataba de un destino honorable; pero, en realidad, era una farsa. Coventry estaba en un lugar tan remoto de la Alianza Lirana que sólo si los Clanes atacaban con fuerza podrían llegar a él. Además, la Academia de Coventry contaba con un Cuerpo de Cadetes, y la Milicia de Coventry era famosa por ser una de las unidades mejor entrenadas de la Alianza, principalmente porque estaba formada por guerreros que también trabajaban como pilotos de prueba en las instalaciones de producción de ’Mechs de la Fábrica de Metales de Coventry.
Nunca entraremos en combate y habrá dos unidades ultraleales vigilándonos. Si lo metían en una Nave de Salto y lo enviaban a un agujero negro podrían acabar con su carrera de un modo todavía más vergonzoso que con una dimisión a cambio de veinte mil coronas.
Doc asintió con la cabeza.
—Tengo entendido que hace buen tiempo en Coventry. Le enviaré un holograma mío tomando el sol.
—No dude en enviármelo, Hauptmann —dijo Grega, poniéndose en pie y señalando hacia la puerta—. Sabe qué dicen: que es mejor ser afortunado que bueno. Es una tragedia ser como usted, porque no es ninguna de las dos cosas.
—Ésa es una opinión de historiador, señor.
—La historia está escrita por los vencedores, Hauptmann.
—No, señor, la historia está escrita por los supervivientes —corrigió Doc, haciendo un saludo—. Dado mi expediente, creo que espera que lo recuerde con gratitud.
—Y usted, Hauptmann, debe esperar que simplemente lo recuerde.